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VII. LA EQUIVOCADA POLITICA REFERENTE A SERVIOS EN EL SIGLO XVII
Mientras la monarquía de los Habsburgo se esforzaba, en vano,
por asumir la herencia turca, bizantina de hecho, forzosamente
hubo de topar con Serbia, su primer vecino balcánico. Para realizar
sus planes imperiales en los Balcanes, debió lograr el consentimiento
de Serbia o, en su defecto, obligarla a acceder a su expansión.
Sabemos que la pequeña Serbia no sucumbió y, más aún,
asistió
a la derrota y el desmembramiento de poderosa Monarquía Danubiana,
adueñándose de una extensa zona.
Este resultado sorprendente suele interpretarse a posteriori
como un triunfo del pensamiento nacional y democrático frente
al principio de la legitimidad dinástica, vigente en una monarquía
multinacional y aparentemente reaccionaria. Rusia, como gran
potencia eslava, bregaba en ese conflicto por los derechos nacionales
de su pequeño congénere eslavo. Los aliados occidentales de Rusia,
por su parte, contribuirían a la defensa de la soberanía de una
pequeña nación democrática, enfrentada con su prepotente y poderoso
vecino.
Semejante apreciación no sólo entraña inexactitudes, sino que
no toma en cuenta el fondo del conflicto. Serbia no tenía un
régimen democrático sino autocrático, igual que su protectora
Rusia. No luchaba por la liberación y unificación nacional de
los eslavos meridionales sino por conquistarlos y subyugarlos.
Lo esencial en todo ese conflicto era el enfrentamiento de dos
formas de civilización. Si no lo comprendemos, entonces tampoco
percibiremos el auténtico sentido de la tensión que condujo a
la guerra ni captaremos el alcance de las fuerzas en movimiento,
actuantes todavía bajo una superficie aparentamente calma en
los países sureuropeos sojuzgados por la Rusia Soviética, y que
en todo el mundo se manifiestan como tensión entre dos bloques
antagónicos.
La cuestión bosníaca y la yugoeslava pudieron degenerar en crisis
política dentro de la Monarquía Danubiana y en el plano internacional
sólo debido a los errores, derivados de ese ignorar de las fuerzas
motrices tanto por parte de los círculos directivos de la monarquía
de los Habsburgo, incluyendo a los líderes de las nacionalidades
que la integraban, como por parte de los estadistas y de la opinión
pública de los demás países occidentales.
Aunque actualmente el hombre occidental es mucho más consciente
que en vísperas de la gran crisis de la imprescindible solidaridad
de los países de nuestra civilización en la defensa de su valores,
propende todavía a subestimar la fuerza de la tradición antagónica,
representada en la época moderna por el imperio ruso. La dificultad
principal proviene de la tendencia a proyectar hacia el pasado
el dinamismo y el poderío mundial del Occidente moderno hacia
los tiempos del cisma entre la Cristiandad oriental y la occidental.
Por eso nos cuesta imaginar que, en la época crítica, el occidente
cristiano fuese tan impotente al punto que no pudo imponer su
concepción de la unidad cristiana. Las estructuras que darán
vida a la joven y dinámica civilización occidental pasaban entonces
por una lenta y dolorosa etapa de gestación. Mientras tanto Bizancio
pudo invocar la continuidad ininterrumpida con la Primera Roma;
por su esplendor exterior y la cultura teológica superaba tanto
al Occidente que los cristianos orientales -desde luego, haciendo
abstracción de las cuestinos eclesiológicas-pudieron creer que
no ellos sino el Papado se había apartado de la tradición cristiana
fundamental.
Debieron transcurrir varios siglos hasta que la Cristiandad occidental
pasase a la contraofensiva durante las Cruzadas contra las formas
ajenas de la civilización, tanto islámica como bizantina. El
mundo occidental reaccionó contra las viejas y las nuevas animosidades
de Bizancio, creando el Imperio Latino. El resultado definitivo
necesariamente tuvo que ser negativo, como siempre ocurre cuando
un conflicto ideológico se dirime por la espada. En ese clima
tampoco tuvieron éxito los empeños en resolver el conflicto,
restableciendo la unidad cristiana, y a la postre los cristianos
orientales prefirieron establecer compromisos con el conquistador
en vez de ofrecer resistencia, ayudados por los cristianos occidentales al precio
de aceptar la Unión. Los cristianos orientales, al aceptar la
Pax Ottomanica, perdieron su imperio, pero salvaron la organización
eclesiástica que los turcos respetaron en parte y la explotaron
para sus fines políticos, como lo hacen actualmente los bolcheviques.
1. La oposición a los cristianos del Occidente y la opción en favor
de los conquistadores turcos en el mito nacional serbio de Kosovo.
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