Cardenal Stepinac
CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos Humanos
M. Landercy
[continuación]

Rápidamente todo esto no será más que un episodio sobre el cual la Historia dará su veredicto. ¿Cuál fue entonces la actitud del Arzobispo Stepinac frente a los acontecimientos que acabamos de relatar?

Si no conociéramos directamente la opinión del Arzobispo, de todos estos acontecimientos concluiríamos que sus intenciones eran las mismas que las de la Iglesia en general: ayudar a la gente, pedir tiempo, pero no explotar al pueblo. En ningún momento Stepinac ejerció la violencia, ni directa ni indirectamente sobre otros. Encontrándose ante el hecho cumplido, era natural que tomara una decisión y diera directivas: hacia fines de 1941 se llevó a cabo la Conferencia Episcopal al igual que el establecimiento del Comité de los Tres, del cual el Arzobispo era Presidente, para vigilar las conversiones.

He examinado cuidadosamente los documentos, pero no pude encontrar traza ninguna que pruebe que este Comité haya hecho nunca ningún trabajo. Jueces del Tribunal Popular: es necesario prestar gran atención a este hecho, porque si este Comité no efectuó ningún trabajo, entonces puede afirmarse, como lo hace la acusación, que el Arzobispo, como jefe de este Comité, fue el principal responsable de la conversión forzada.

Por el contrario, debemos concluir que todas las acciones del Arzobispo relacionadas con la fundación del Comité y toda su obra en general, tuvieron el mismo carácter que los actos de la Iglesia ya descritos: duda, contemporización, preocupación, pero jamás explotación de las violencias cometidas por los serbios.

A medida que crecían el terror y la persecución, se hacía sentir la necesidad de una ayuda más efectiva. No se trataba ya de aplicar leyes canónicas sino de salvar vidas; la asistencia se convirtió entonces en un deber. El Arzobispo ofreció su ayuda, tanto a los rebautizados como a aquellos que no lo estaban.

Durante el transcurso de este proceso, me he interesado profundamente en la cuestión de verificar la cantidad de serbios cuya vida fue preservada en aquel momento, y en gran número, definitivamente, por su conversión a la religión católica. No pude lograr obtener estas cifras. Pero deseo profundamente conocerlas, pues a título de croata debo sentirme orgulloso de la obra de protección cumplida en forma tan extensa por un compatriota en defensa de los perseguidos y de los que sufrían en los tiempos más difíciles.

A este respecto, insistiré sobre un punto. En esta época terrible surgían difíciles debates de conciencia, tan difíciles que apenas podían resolverse. Quizás no me corresponda a mí hablar aquí de la angustia que invadía el corazón de los eclesiásticos.

Sin embargo era necesario darles una solución y basarla sobre aquello que tenía más valor: la ley canónica o las vidas humanas. Conozco un Franciscano de Bosnia que, en las más terribles circunstancias, cuando debía admitir a los convertidos, se expresaba diciendo: "Yo lo registro, y Ud. continuará creyendo como lo ha hecho hasta este día. Y cuando llegue el momento, Ud. decidirá en total libertad." Creo que este sacerdote había resuelto correctamente la cuestión de conciencia y no tenía nada que reprocharse.

Si consideramos la opinión del Arzobispo Stepinac y sus intenciones concernientes al asunto de los "rebautizados", concluimos:

Stepinac estaba persuadido de que las conversiones forzadas no podían ser aceptadas ni aprobadas por la Iglesia o por él mismo bajo ninguna circunstancia.

Estaba persuadido de que la admisión de los ortodoxos en la Iglesia Católica sólo se efectuaba en vista de ayudarlos, y a menudo de salvarles la vida. Esto es lo que el Arzobispo pensaba.

En nuestro reciente pasado a menudo era imposible no elegir un mal menor para obtener un bien mayor. Es necesario poner todo esto en la balanza para demostrar que el Arzobispo eligió la forma más humana.

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