El Dr. Radetic, médico en jefe de la clínica universitaria en Zagreb, ortodoxo, salvado y protegido por Mons. Stepinac en los momentos críticos del régimen precedente, quien había venido a testificar, fue echado con insultos del escritorio del Procurador. Poco tiempo después perdió su puesto. Sin embargo, gran parte de los problemas y los riesgos que había corrido bajo el régimen precedente, se debían a que él soñaba secretamente con el advenimiento de los partisanos del régimen actual. Estos querían en ese momento desembarazarse de él, porque decía la verdad. Por otra parte, todos los testigos de la defensa eran insultados.
El trabajo de los defensores de Mons. Stepinac era continuamente obstaculizado por el temor a la venganza del Partido Comunista. En primer lugar, tomó la palabra por la defensa Politeo, intentando valientemente hablar a pesar de las amenazas suspendidas sobre su cabeza, pero eligiendo prudentemente los términos de su discurso.
Alegato de I. Politeo (8-10-1946)
Hay que señalar: 1) que por principio, Mons. Stepinac no quería defenderse, ni personalmente, ni a través de un abogado; 2) que todos los abogados que se ofrecieron a defenderlo, fueron rechazados por el Tribunal y 3) que fue el Tribunal Supremo quien nombró como defensores de Mons. Stepinac a I. Politeo (quien bajo la dictadura de Alejandro, defendió a Tito) y a M.N. Katicic (quien en dos momentos de su discurso señaló que hablaba como abogado oficial).
"Señores Jueces del Tribunal Popular Supremo Hace dieciséis años, en el momento en que el fascismo se encontraba en el apogeo de su poder, cuando nuestra ciudad de Rijeka estaba en manos de Italia, la policía italiana detuvo en esta ciudad a un joven ingeniero croata acusado de haber cometido un delito político.
Después de su arresto, fue transferido a Roma, a la prisión de Regina Coeli. Su anciano padre permaneció durante largo tiempo sin noticias sobre el destino de su hijo, se dirigió a mi, pidiéndome que en calidad de abogado extranjero fuera a Roma a fin de informarme sobre la suerte que había corrido su hijo. Extranjero, sin conocer la atmósfera local, llegué a Roma, en donde pedí a un joven abogado que colaborara conmigo en esta tarea. Pero este abogado italiano me respondió: "Mi querido colega, soy fascista y los principios fascistas me impiden tomar la defensa de alguien que es sospechoso de haber atentado contra el Estado o las autoridades fascistas."
Rol del abogado de la defensa
Tales eran las costumbres en Italia en aquella época, pero no existe ni debe existir cosa parecida en la Yugoslavia de hoy, desde el momento en que constantemente invocamos el slogan: "Muerte al Fascismo", lo que quiere decir muerte a todos los procedimientos fascistas, incluso a aquellos que recordó el abogado italiano que acabo de mencionar. Sin embargo, nosotros, abogados croatas de tendencia liberal y democrática, no tenemos necesidad de invocar ahora los principios fascistas, pues para nosotros esos principios no tienen ningún valor y nunca nos han contaminado.
Desde el inicio de nuestra carrera de abogados, y algunos de nosotros desde bastante antes, considerábamos que era nuestro deber responder, dentro de los límites posibles, al llamado de los inculpados, sin tener en cuenta la calificación de la incriminación, pues negándonos a su llamado los privaríamos de la asistencia judicial exponiéndolos así al peligro de ser condenados con ligereza o, si eran culpables, de verse castigados con una pesada condena, en una palabra de ser víctimas de un error judicial, caso del que no está exento ningún procurador ni ningún juez. Al aportar con nuestra defensa, nuestra asistencia al inculpado, ayudamos igualmente al Tribunal y colaboramos con él en la búsqueda de la verdad, conforme a las reglas del procedimiento judicial y a la sana concepción de la justicia, condiciones previas de un veredicto equitativo. No nos está permitido inclinarnos ante las afirmaciones del acta de acusación, si hemos llegado a la convicción de que esta acta es total o parcialmente errónea.
El cliente: Mons. Stepinac
Mi cliente, Monseñor el Arzobispo Alois Stepinac, es inculpado de procedimientos criminales hacia el pueblo y contra el Estado. Me esforzaré entonces, con toda mi energía, por basarme en los principios antes evocados, es decir, en la Justicia, la ley, y en una concepción jurídica correcta, en una palabra, en la equidad. Sin embargo debo reconocer que mi tarea es bastante difícil. Esta dificultad no se encuentra en la gravedad del acta de acusación, sino, en primer lugar, en el peso de la autoridad sobre la cual el Procurador ha sostenido su acusación, luego en la psicosis que todos nuestros diarios han creado con su campaña sistemática, en una parte de la opinión pública contra el Arzobispo, sin que éste pueda presentar su defensa en los mismos diarios. Mi cliente también me ha complicado la tarea, declarando que no se defendería y que, en consecuencia, no respondería a las preguntas que los jueces le formularían. Sin embargo, algunas de estas preguntas, contra su agrado, lo han forzado a interrumpir a veces su silencio y a responder.
Sus respuestas esporádicas y sus silencios, han sido interpretados, por algunos, en su detrimento. En efecto, se ha interpretado su silencio ante ciertas cuestiones, como índice de que no sabía o no podía responder, sin perjudicar a su causa. Si el Arzobispo, en lugar de callarse, hubiera respondido a ciertas preguntas, sus respuestas le hubieran servido, pues la verdad es siempre la mejor defensa. Pasemos ahora al acta de acusación: