Cardenal Stepinac
CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos Humanos
M. Landercy
[continuación]

Carta pastoral de los obispos de Yugoslavia (20-9-1945)

Nosotros, Obispos católicos, reunidos en conferencia plenaria en Zagreb, consideramos como un deber de nuestro ministerio pastoral, dirigirles a vosotros, nuestros queridos fieles, algunas palabras.

Después de largos años de espera, finalizó esta guerra que ha ensangrentado a la humanidad más de lo que ninguna otra, que se recuerde, lo haya hecho hasta este día.

Nuestro país no ha permanecido aislado de esta calamidad cuyos horrores han devastado incontables veces diversas regiones de nuestra patria: tras su paso han quedado el desierto, montones de cenizas y torrentes de lágrimas. Regiones enteras han sido literalmente despobladas, innumerables familias destruídas, numerosos huérfanos quedaron sin apoyo ninguno, multitudes de madres y esposas, de padres y de hijos permanecen aún en medio de la desolación y el duelo. Se puede decir que en nuestro desgraciado país no hay nadie que no llore la muerte de algún miembro de su familia. Todos hemos sentido las privaciones, el hambre y las enfermedades que la guerra acarrea tras ella.

Pero nuestro país ha sido alcanzado más gravemente que otros por esta guerra mundial. Aquí se han librado luchas sangrientas, lamentablemente, entre hombres que eran hermanos de sangre, y este conflicto fraticida, que ha enfrentado a los miembros de una misma familia, ha acarreado consecuencias particularmente crueles. Las devastaciones de la guerra, como consecuencia de una doble ocupación de ejércitos extranjeros y los conflictos internos, han alcanzado entonces un grado que difícilmente se encuentre en cualquier otro país.

Así que la noticia de que la guerra había terminado en todo el mundo y en nuestro país, suscitó en nuestro pueblo la necesidad de agradecer al Dios todo poderoso por habernos ahorrado la prolongación de la guerra y de las luchas fraticidas.

El fin de la guerra ha traído grandes y profundos cambios en todos los dominios de la vida. Hemos visto derrumbarse ante nuestros ojos todo lo que constituía los fundamentos de nuestra vida cotidiana. El estado recibió un nuevo nombre, "Yugoslavia Federativa Democrática". La legislación, los fundamentos mismos sobre los cuales se asienta el Estado han sido suprimidos. Evidentemente se desea tener la menor cantidad de lazos posibles con el pasado: la administración, la enseñanza, la propiedad están animadas por el nuevo espíritu revolucionario.

No es incumbencia de la Iglesia católica dar a sus fieles directivas sobre la forma en que deben resolver las cuestiones políticas, nacionales y económicas, al menos en tanto que las soluciones adoptadas salvaguarden los principios generales de moralidad que determinan a todos los hombres. En los problemas puramente políticos, la Iglesia se atiene a las enseñanzas de su fundador: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios." (Mat. 22,21).

La Iglesia aplica este principio a todos los pueblos y en todos los países del mundo, abrazando a todos los pueblos con el mismo amor, pues ve en cada hombre, un hermano redimido por la sangre del mismo Cristo. La Iglesia procura de corazón, ante todo, el bien espiritual de sus fieles; buscando encontrar este bien en todas las formas de vida política y económica que cada nación elige libremente.

Es esta preocupación por vuestro bien espiritual, queridos fieles, el que nos inspira, en esta hora en que os dirigimos nuestra primera carta pastoral en la "Yugoslavia Federativa Democrática". Nosotros somos responsables ante Dios de este bien espiritual. Conscientes de esta responsabilidad, deseamos que las dificultades de la post- guerra y las situaciones anormales, que existen en el mundo y en nuestro país, sean allanadas lo más pronto posible.

Es en este sentido que dirigimos a vosotros esta carta pastoral. Incluso antes de la finalización de las operaciones militares, el gobierno central había publicado en Belgrado una declaración solemne según la cual respetaría la libertad de conciencia, la libertad confesional como así también la propiedad privada. A principios de su actividad, el gobierno de Croacia federal proclamó los mismos principios pero, agregando que, en su opinión, las condiciones existentes en el seno de la Iglesia católica no eran satisfactorias.

Desde el primer día en que pudimos entrar en contacto con los nuevos dirigentes del Estado, hemos insistido en exponer a las autoridades competentes la posición de la Iglesia católica y sus necesidades. Como muchos de los cambios que el nuevo espíritu había aportado a la administración del Estado se encontraban en oposición con la situación y los derechos adquiridos de la Iglesia, y en consecuencia, eran perjudiciales a vuestro bien espiritual, queridísimos fieles, hemos recordado a las personas competentes que todas las cuestiones en litigio entre la Iglesia y el Estado debían ser reguladas por un acuerdo mutuo.

Recibimos de las más altas esferas del nuevo régimen la promesa de que el gobierno procedería, en efecto, de esta manera. La palabra decisiva, en todas las cuestiones que interesan a la vez a la Iglesia y al Estado, pertenecen, en lo que concierne a la Iglesia, a la Santa Sede. La Santa Sede es el juez supremo en todos los problemas de la vida religiosa y eclesiástica de todos los fieles. En múltiples oportunidades, hemos insistido por escrito para poder exponer a las autoridades competentes el punto de vista de la Iglesia en todas las cuestiones que la vida del nuevo Estado había formulado para el catolicismo. En todas nuestras diligencias sólo hemos tenido en cuenta el bien general. Sin embargo, a pesar de toda nuestra buena voluntad y nuestras instancias, los acontecimientos han tomado otro curso.

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