Cardenal Stepinac
CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos Humanos
M. Landercy
[continuación]

Si consideramos el desarrollo de los hechos, la posición a la que ha sido reducida la Iglesia y con ella los inestimables valores espirituales que, para millones de fieles, están en juego, nos sentimos en el deber de exponer abiertamente todas las dificultades y todas las miserias en las cuales se encuentra en la actualidad la Iglesia católica. Todos unidos formamos una totalidad espiritual, el Cuerpo místico de Cristo, pues al igual que en el cuerpo hay varios miembros..., así nosotros conformamos un sólo Cuerpo en Cristo en el cual somos los miembros los unos de los otros (Rom. 12,5).

A nosotros se dirige en estos días la conmovedora exhortación de San Pablo pues, al confesar la verdad, continuamos creciendo en todos los aspectos en la caridad, en unión con aquel que es el jefe, Cristo. De El recibe el cuerpo cohesión, unidad, prestándose los miembros mutua ayuda y cumpliendo cada uno con su rol. Así, el Cuerpo crece y se perfecciona en la caridad (Ef. 4,16-17).

Las víctimas del clero

Ante todo, queridísimos fieles, estamos entristecidos e inquietos por la penosa y cruel suerte de muchos sacerdotes, pastores de vuestras almas. Muchos sacerdotes murieron ya durante la guerra, tanto por los hechos propios de la guerra como por las condenas de las autoridades militares y civiles que estaban entonces en el poder. Pero, aún cuando las operaciones militares llegaron a su fin, las condenas a muerte de los sacerdotes católicos no han cesado de producirse. De acuerdo a nuestros informes, el número de víctimas asciende a 243 muertos, 169 detenidos en prisiones o en campos, 89 desaparecidos, es decir un total de 501 víctimas. A este número, hay que agregar 19 seminaristas torturados a muerte, 3 hermanos convertidos y 4 religiosas. Lo que constituye una cifra que la historia de los pueblos balcánicos no ha registrado nunca, por lejos que nos remontemos en el curso de los siglos. Y lo que es aún más penoso, es que se ha negado a estos sacerdotes y religiosos, al igual que a centenares y a miles de víctimas civiles, aquello que está permitido en los países civilizados a los peores criminales: la recepción de los últimos sacramentos.

Los tribunales que han pronunciado estas condenas a muerte han procedido de una manera expeditiva y sumaria; muy a menudo los detenidos no han sabido, ante la asamblea en la que fueron condenados, cuál era la acusación que se había levantado contra ellos; la mayor parte de las veces, no han tenido la posibilidad de defenderse de acuerdo con las normas de procedimiento, es decir, citando testigos y con la asistencia de un abogado.

A causa de esto, la opinión pública honesta e imparcial está, entonces, en derecho de denegar, a estas condenas a muerte de sacerdotes, la característica más esencial de una decisión judicial: la justicia.

¿Quién puede probar que tantos sacerdotes católicos condenados son verdaderos criminales que merecen la muerte? ¿Quién puede decir que todos ellos han sido "extranguladores"? Así, por ejemplo, en el monasterio franciscano de Siroki Brijeg, todos los religiosos presentes en el convento fueron asesinados -28 en total- aunque ninguno de ellos había tenido jamás un fusil entre sus manos y por lo tanto no habían nunca combatido contra las tropas nacionales de liberación, como se los ha acusado falsamente y, podemos agregar nosotros, aunque casi todos ellos fueran bien conocidos como adversarios de la ideología fascista.

Ha habido casos en que miles de fieles de todos los rangos han solicitado, por petición, a las autoridades, la libertad de sus pastores, de los cuales se ofrecían como garantes; pero las condenas han golpeado a estos como a los otros. Es entonces evidente que tales condenas no han sido pronunciadas, ni en nombre del pueblo, ni conforme a la justicia. El sentimiento natural y cristiano de justicia, que es innato en nuestros fieles, no puede comprender ni admitir que se pronuncie una condena a muerte contra alguien porque profesa una opinión política distinta, y sin que haya cometido, por otra parte ningún delito.

Las leyes de la justicia están más allá de toda concepción política y conservan un valor equitativo en todos los tiempos y para todos los hombres. Es en nombre de la justicia eterna que elevamos la voz ante todos, queridos fieles, no sólo para tomar la defensa de estos sacerdotes injustamente condenados, sino para defender también la memoria de las otras miles y miles de víctimas, vuestros hijos y vuestros hermanos, quienes, como nuestros sacerdotes, han sido condenados a muerte sin haber podido presentar ninguna defensa, contrariamente a todo lo que un Estado civilizado permite.

Al asumir la defensa de tantos sacerdotes, inocentemente condenados, no deseamos de ningún modo defender a los culpables. Admitimos que ha habido sacerdotes que, enceguecidos por la pasión nacionalista partisana, han pecado contra la santa ley de la justicia y de la caridad cristiana, y merecen por este motivo, responder por sus actos ante los tribunales de la justicia civil. Debemos hacer constar sin embargo, que el número de estos sacerdotes es más que insignificante, y que las graves acusaciones formuladas en la prensa y las reuniones públicas contra el clero católico de Yugoslavia, forman parte de la campaña tendenciosa que intenta engañar a la opinión pública por medio de mentiras y hacer perder todo prestigio a la Iglesia católica.

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