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VI. LA MONARQUIA DANUBIANA DE LOS HABSBURGO
Y LA CUESTION DE ORIENTE
Analizando la evolución de la Cuestión de Oriente, impónese la
conclusión de que la solución inadecuada dada a dicha cuestión,
cuyo reflejo
es la situación actual en el mundo, se debió a la visión incompleta
del proceso general. No comprendiendo que el fondo de la Cuestión
de Oriente es el encuentro y el conflicto de tres formas de civilización,
las potencias occidentales, al promover sus intereses particulares
sin preguntar mucho si eran justificados (considerando como algo
natural la aplicación de las normas del realismo político, que
no es sino la forma eufemística para el maquiavelismo), no tenían
presente el bien general tanto de la humanidad como de la comunidad
occidental a la que pertenecen y cuyos intereses son solidarios.
Esta errónea posición frente a un problema general, surgido durante
el repliegue del Imperio otomano en la zona de encuentros y conflictos
de civilizaciones no es propia de una sola potencia europea sino
de todas.
En el encuentro decisivo de diferentes mundos de civilización,
denominado la Cuestión de Oriente, las potencias europeas
pasaban por alto la ubicación particular de la monarquía
danubiana como confín oriental del mundo occidental.
Unicamente así pudo ocurrir que las potencias europeas se
escindieran en dos bloques hostiles con la participación de
Rusia. Eso necesariamente originó el desajuste en el equilibrio
europeo que tanto cuidaban las potencias europeas y con razón,
pues, como dice Ortega y Gasset, dicho equilibrio era la expresión
de la unidad europea (nota 31). Sólo Rusia no estaba muy interesada en
mantener el equilibrio europeo, pues, no pertenece al concierto
europeo y del conflicto de las potencias europeas pudo esperar una
solución de la Cuestión de Oriente más favorable a sus anhelos
expansionistas.
(nota 31) José Ortega y Gasset, en "Prólogo para franceses", de su obra "La rebelión de las masas sostiene que el "equilibrio europeo" ha sido "el auténtico gobierno de Europa (...) porque Europa no es una "cosa" sino un equilibrio."En este fatal proceso político lo más trágico no era la incomprensión de la misión histórica de la monarquía de los Habsburgo por parte de las demás potencias europeas y de los pueblos que la integraban, sino por parte de su propia dirección política. Pocos calaron hondo en la indispensable solidaridad de intereses de los pueblos danubianos en la época en que el Imperio otomano no constituía ya un peligro para Europa. Incluso hoy, después de trágicas experiencias, historiadores calificados sustentan la tesis de que la monarquía danubiana surgió en función de la defensa del cristianismo ante las invasiones turcas y que, desaparecido el poder de su antagonista, se extinguió también su razón de ser. Esa justificación a posteriori de la situación creada al terminar la primera guerra mundial -situación demasiado efímera-, adolece de la ausencia de una perspectiva más amplia.
No cabe duda que la monarquía danubiana se formó en
circunstancias especiales durante el auge del poderío osmanlí,
pero es evidente que los asaltos turcos no fueron ni el primero
ni el último peligro de esa índole en una zona típica para los
encuentros y conflictos del Occidente europeo e imperios
euroasiáticos, portadores de formas culturales ajenas.
En la misma zona de transición, entre el sureste europeo y Asia
anterior, el Imperio bizantino actuaba como un vigoroso rival
de la cristiandad occidental. Las Cruzadas, combatiendo la
presión plurisecular del mundo islámico, aceleran la
disgregación de la sociedad bizantina, aunque su propósito
fue incorporarla al cristianismo occidental. Los pueblos de la
sociedad bizantina fueron, por fin, unidos bajo el dominio de
los turcos otomanos que de ese modo asumieron la herencia
de Bizancio. Sin embargo, los turcos no supieron detenerse en
las fronteras de la sociedad occidental y provocaron guerras
agotadoras que terminaron con su Imperio. Más aún, con el
tiempo Turquía, ya Estado nacional, optó por integrarse al
mundo occidental contemporáneo, transformado entre tanto
en una sociedad laica y pluralista.
Mientras los pueblos danubianos estaban empeñados en las
guerras turcas, en cuyo transcurso, durante la Migración de
pueblos, irrumpieron masas bárbaras que asolaron el Imperio
romano de Occidente, y en el siglo XIII arribaron las hordas
de Gengis-Khan, los rusos moscovitas estaban creando un
poderoso imperio euroasiático, en el que el muno occidental
ve sólo una Rusia semibárbara.
Cuando los rusos aparecen como pretendientes a la herencia
turca, muy pocos estadistas europeos entienden que con ello
la Santa Rusia reclama la su cesión de la Segunda
Roma. La Rusia autocrática y césaropapista
se considera heredera legítima de Bizancio por ser la mayor potencia
del cristianismo oriental. La Europa liberal, en la época del
positivismo, califica el mesianismo de la Santa Rusia como misticismo,
circunscripto al terreno de fantasías inocuas. Rusia, sin embargo,
actúa a sabiendas y con éxito como protectora de los cristianos
orientales en el Imperio turco. Las potencias europeas que, tras
la guerra de Crimea, asumieron formalmente esa protección, no
aciertan sino a sostener el perimido Imperio turco. Mientras
las cancillerías occidentales logran que Grecia y luego otros
pueblos de la parte europea del Imperio turco renuncien a sus
planes encaminados a restaurar el imperio de Oriente y adopten
el sistema de Estados nacionales, los rusos recurren a otros
medios para realizar sus sueños bizantinos. Rusia juega el papel
de protectora de los pueblos eslavos en los Balcanes de la misma
extracción cultural. Entran en juego hondas afinidades, por las
que Garasanin considera deseable la ayuda rusa y ve en Austria
al enemigo hereditario, pese al hecho de que fueron los ejércitos
del Imperio de los Habsburgo y no los de los Romanos que quebraron
el poder agresivo del Imperio otomano.
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