Cardenal Stepinac
CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos Humanos
M. Landercy

[continuación]

Las circunstancias de su muerte recordaron a sus hijos más próximos el gran ejemplo de paciencia invencible que dio a todos durante los años de su confinamiento, tal fue el golpe, una tristeza y una desolación que evocan el canto de la liturgia del Sábado Santo ante la tumba de Jesús: "Nuestro pastor, fuente de agua viva, ha partido; por su muerte el sol se ha oscurecido". En el momento de su partida hacia la eternidad, el sol mismo, en efecto, se ensombreció en el lluvioso cielo de aquellos tristes días de invierno.

Stepinac reproducción viviente del Buen Pastor

Durante sus veintiseis años de Episcopado, el cardenal Stepinac fue para su ilustre arquidiocésis una reproducción verdaderamente viviente del Buen y Divino Pastor, siempre fiel y edificante; con su incansable y ardiente actividad apostólica del principio; luego en el transcurso de sus últimos y larguísimos años de doloroso confinamiento, fue capaz de acumular tal riqueza de méritos que el Padre Celestial, seguramente, las ha hecho caer en forma de lluvia de gracias y de bendiciones sobre todas las familias y sobre todos los fieles de la ferviente y piadosa Croacia.

En las últimas semanas, el humilde sucesor de San Pedro en su calidad de Obispo de Roma, tuvo el gran consuelo del Sínodo Diocesano, en el que la santa intimidad del Pastor y su rebaño -clero y pueblo- a menudo se ha alimentado de la familiaridad con el esplendor de Jesús, a quien define como el divino Pastor "que da su vida por sus ovejas" (Juan, X,11.). Y bien, al partir para el Cielo, el alma del Cardenal Arzobispo Aloysius Stepinac repite esa gran enseñanza y ese divino ejemplo del capítulo X de San Juan.

En cuanto a nosotros, roguemos por la bendita glorificación de esa alma elegida; desde lo alto del Cielo, esa alma nos responderá como para sellar nuestra renovación del fervor pastoral, para alentarnos al trabajo y al sacrificio.

Queridos hermanos e hijos, no queremos olvidar la profunda invitación de su testamento a practicar constantemente el perdón y la paz. Qué tocante, qué conmovedor es su pedido de perdón a todos aquellos a quienes él pudiera haber ofendido -incluso aunque hubiera sido de buena fe y con una intención caritativa- y aun cuando sólo lo hubiera hecho superficialmente! Qué sublime es su insistencia en repetir, para aquellos que lo han hecho sufrir tan injustamente, las supremas palabras de Jesús agonizante: "perdónalos Padre, no saben lo que hacen" (Luc., XXIII, 34.). Gran afirmación es la que dice: "No saben lo que hacen"; inmensa conmiseración que penetra con un resplandor trágico el misterio de la perversión humana concerniente al sentido de la vida individual y colectiva, misterio del cual somos testigos.

El gesto de piedad de las autoridades yugoeslavas

En medio de esta gran tristeza es un gran consuelo para Nosotros percibir, aquí y allí, el fulgor de la piedad humana. Ante Cristo muerto y crucificado, los cuatro Evangelistas nos informan del gesto de Pilatos al permitirle al piadoso José de Arimatea, que se lo había pedido, que retirara el cuerpo exangue del condenado, y el gesto de Nicodemo que llevó una abundante mezcla de mirra y de aloe para la sepultura. En el inmenso dolor que continúa penetrando en nuestra alma, notamos el gesto de las autoridades superiores que, siguiendo el ejemplo del gobernador romano, han autorizado una manifestación de piedad popular en torno de los restos venerados del ilustre pastor y padre, manifestación que en todas los hogares humildes, perdurará para toda una generación, como un recuerdo sagrado y un perpetuo llamado a la elevación espiritual y a la ternura humana y cristiana.

Oh por qué después del sacrificio llevado a cabo por este eminente sacerdote y pontífice, no sería permitido, en lo sucesivo, que todas las almas derechas y buenas saluden, al menos de lejos, el retorno de una paz civil y religiosa? Una paz que, respetando una noble y fuerte tradición, imprimiría en todos un nuevo impulso hacia los ideales más elevados, inspirados en el espíritu de Cristo, y que se acompañaría de una legal y armoniosa colaboración en la búsqueda y en la realización de la verdadera prosperidad, cuyo efecto sería hacer más alegre y más aceptable la vida en el seno de la sociedad humana.

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