En Krasic, todos se activaban para recibirlo con gran emoción. El Arzobispo llegó, acompañado por un guardián de la prisión y un empleado del Ministerio. Estaba pálido, agotado, más delgado.
Repentinamente abrió sus dos grandes valijas. De ellas sacó doce ejemplares de Vidas de Santos que había traducido y preparado para las homilías de todo un año, luego extrajo 84 sermones, comentarios de las letanías de la Madre de Dios, de San José, del Santo Nombre de Jesús, del Sagrado Corazón, al igual que homilías para los domingos y fiestas de todo el año. Sacó también una gran cantidad de modelos de sermones que había recogido de los libros en Lepoglava.
A la mañana siguiente, fiesta de San Nicolás, la Misa fue celebrada por el cura de Krasic, pero los fieles percibieron al Arzobispo de rodillas ante el altar. La emoción se apoderó de los asistentes; la oración y los cantos de Adviento para acompañar la Misa fueron más ardientes. Después de esta Misa, Mons. Stepinac celebró a su vez y todos los fieles permanecieron en sus lugares.
Durante su Misa el Arzobispo percibió en la iglesia a los periodistas extranjeros quienes lo esperaron a la salida para entrevistarlo. El Arzobispo simplemente respondió que en cualquier lugar donde se encontrara, ya fuera en Zagreb, Lepoglava o en Krasic, sólo cumplía con su deber que consistía en sufrir y trabajar por la Iglesia.
Agregó luego que jamás había pedido que se lo dejara en libertad, pues era inocente y no tenía nada contra el Estado. La Iglesia, agregó, colabora siempre con el Estado pero a condición de que éste respete sus derechos esenciales sobre la escuela, el matrimonio, la prensa y las obras caritativas, etc. A la pregunta sobre si aceptaría partir al extranjero, respondió que quería permanecer con sus fieles y sus sacerdotes en tiempos difíciles.
En Krasic se levantaba muy temprano. Desde las tres o tres y media de la mañana, permanecía orando hasta las seis y media, hora en la cual se presentaba en la iglesia para celebrar la Misa. Todas sus jornadas estaban consagradas a la oración y al estudio. Daba el ejemplo e incitaba a los fieles a recitar el rosario.
Durante la Cuaresma, incluso cuando ya estaba muy enfermo, en 1958, se ponía de rodillas para rezar con los fieles como antes. Ningún dolor podía impedirle celebrar Misa. Incluso en el curso de sus paseos, oraba admirando las bellezas de la naturaleza, las hojas, las flores, los árboles y exclamaba: ĦQué maravilloso es Dios! Rogaba a Dios que salvara al pueblo croata, que salvara su fe, que reemplazara "su corazón de piedra" por un corazón de amor como dice el profeta.
"Vicario" en Krasic
Durante su oración se concentraba de tal forma que no veía nada de lo que ocurría en torno a él. También ayunaba continuamente. Durante Cuaresma se abstenía de la carne y no desayunaba. Retomando sus homilías destinadas a los domingos y días de fiesta, hablaba con entusiasmo de la Madre de Dios. Podía percibirse su viva fe, su bondad y su amor por Dios. Predicaba con todo el corazón.
Pasaba horas enteras en el confesionario; los fieles venían en cantidad a confesarse con él, los domingos de cinco a once. Llegó a confesar cuatro horas sin interrupción. Cuando el cura Branekovic quería reemplazarlo por temor a que se fatigara demasiado, Stepinac se negaba porque sabía que mucha gente venía expresamente para confesarse. Afirmaba:
"Dios no va a abandonar a este pueblo que sufre tanto, pero a pesar de todo conserva su fe". Solía decir que su mayor esparcimiento era confesar:
"No hay que desesperar, decía, pues incluso si el comunismo deja huellas en nuestro pueblo, aún cuando tenemos las manos atadas por esta ideología pérfida, aunque algunos hayan fallado, somos sin embargo mejores que los pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero que se ahogan en la inmoralidad y el ateísmo. A Dios gracias mi pueblo continúa fiel a Dios y al respeto por la Santa Virgen".
En 1958 su enfermedad lo hacía sufrir mucho. Rogaba a fin de poder continuar confesando a las personas que venían de lejos. El cura Branekovic anotó: "Es un verdadero milagro". A pesar de sus dolores, siempre encontraba la fuerza para ir a la iglesia, sobre todo en tiempo de Cuaresma.
Mons. Stepinac dijo un día: "Un buen gesto de nuestra parte puede ser decisivo para toda la vida de un hombre".
Con gran placer bendecía los matrimonios sin hacer diferencias entre ricos y pobres; lo celebraba de igual modo, pero a menudo enviaba regalos a los pobres.
El resto del tiempo lo dedicaba a escribir a máquina. Redactaba sermones y predicaciones; respondía las numerosas cartas que recibía, leía muchísimo. Hojeaba el martirologio romano y tomaba notas, lo que le permitió escribir un artículo titulado "Pensamientos sobre el Martirologio". Después de su muerte, este artículo fue publicado en el diario oficial del Arzobispado de Zagreb pero, dadas las circunstancias, sin firma.
Mons. Stepinac pidió toda la colección del "Diario Católico" desde el primer número, que databa de 110 años. Quería conocer todos los acontecimientos de la Iglesia y de su patria, realizar una síntesis para la comprensión del presente a partir del pasado. Informándose sobre este tema, constató que ya antaño se percibían los mismos signos de inmoralidad.