Como tantos muchachos de su época el joven Mateo Paravic decidió un buen día, quizás allá por los comienzos de la década de 1860 dejar sus lares y marchar en demanda de la lejana América que se ofrecía entonces como una tierra de promisión, donde cualquier hombre de ánimo firme y dispuesto tenía la posibilidad cierta de labrarse un porvenir más próspero que el que podía aguardarle en las tranquilas comarcas costeras del Adriático norte.
Mateo habla nacido probablemente en 1836, en Bakar, localidad vecina a Rijeka, sobre el litoral croata, siendo sus padres Martín Paravic y Pascuala Randic, labradores tal vez y originarios del mismo pueblo.
El largo viaje hacia América pudo concluirlo Paravic, como tantos otros paisanos, en las riberas del río de la Plata, Buenos Aires o Montevideo, sitios a los que como en Nueva York o los puertos del litoral sur del Brasil confluía una de las tantas corrientes migratorias europeas. Si hubo de arribar al puerto bonaerense, quizá no debió encontrar ocupación de su agrado, a pesar de la gran demanda laboral que requería la dinámica expansión del hinterland agrario y así tal vez pudo optar por dirigirse a Montevideo en procura de un trabajo que se aviniera más con su natural vocación marinera, como pareció tenerla desde joven. Buscando por los lugares de contratación de tripulantes, pudo relacionarse con algún armador que realizaba el tráfico entre el puerto uruguayo y el archipiélago de las Malvinas, y entrar al fin a su servicio bien como marinero, mozo o en algún trabajo afín a la náutica. Si tal circunstacia no llegó a tener ocurrencia, cabe suponer que sólo el espíritu aventurero pudo llevarlo a tan distante dependencia británica del Atlántico austral.
Como hubiere sido, una vez en las Malvinas, Paravic entró en relación con la South American Missionary Society (1) con base en la isla Keppel, como mero dependiente o como acólito, en plan de aprendizaje misional (2). Si en esta última opción, no cabe duda que para aquél, nacido, bautizado y criado en la católica Croacia la necesidad laboral debió tener cara de hereje ... Probablemente mientras realizaba su preparación, arribó al archipiélago sudatlántico el fotógrafo Gustav Schulz, para quien hubo de posar el futuro ayudante misionero. Este retrato lo muestra en la plenitud de su vida; robusto, blanco de tez de ojos claros y poblada y bien cuidada barba rubia.
Completando el aprendizaje Paravic fue destinado en agosto de 1863 al pequeño establecimiento de Santa Cruz, sobre la costa oriental de la Patagonia austral, para atender a los indígenas tehuelches. Le cupo allí reemplazar, conjuntamente con William Gardirier, a los misioneros Teófilo Schmid y Juan Federico Hunziker y quedar a cargo del puesto misional por un par de meses.
Pero esta base evangelizadora protestante en cuya
acción se depositaron tantas esperanzas, como lo contaba el
Superintendente de la Misión, Reverendo Waite H. Stirling, en
una carta escrita en 1863 a los miembros del Comité directivo
de la Sociedad, habría de concluir en el más completo fracaso.
Los esforzados misioneros nada pudieron frente a la presencia
y competencia insostenible de inescrupulosos capitanes
traficantes de pieles, quienes arrearon pronto con toda la
feligresía aborigen más ávida de licor que de
enseñanzas
evangélicas Allí pudo radicarse o residir temporalmente para
retornar en forma periódica a las pampas en plan de tráfico de
pieles, actividad entonces por excelencia lucrativa y la única
que en realidad pudo darle a nuestro bravo croata el profundo
conocimiento que pusiera de manifiesto ante Bove.
Como fuera, ya en 1876 Mateo Paravic tenía un arraigo
de larga data en la aldea portuaria del estrecho de Magallanes
y tanto que el 28 de septiembre de aquel año contraía
matrimonio con Celinda Galdames Lucero, chilena natural de
Aconcagua. Esta unión fue bendecida por el capellán Fray
Mateo Matulski y apadrinada por el alemán Guillermo Bloom,
respetado herrero de la Colonia, y por su esposa doña Teresa
Muñoz (4). De esta unión nacería con los años un total de ocho
hijos, con lo que el primer inmigrante de raza eslava que se
afincó en la Patagonia austral dejaría asegurada la
continuidad de su estirpe en el generoso país de adopción (5).
(1) Esta sociedad, cuyo fundador fue el capitán de la Marina Real
Allen Gardiner, nació en 1844 en la ciudad de Brighton, Inglaterra con el
nombre de "Patagonian Missionary Society", con el objeto de emprender la
cristianización de los indígenas de las tierras australes del continente.
Su primera base fue establecida en 1845 en Oazy Harbour, en la costa norte
del Estrecho de Magallanes, pero su principal teatro de operaciones pasó a
ser pocos años después el área austral de la Tierra del Fuego.
(2) Afirma esta suposición el hecho que Teófilo Schmid lo calificara
de "misionero" (Misionando por la Patagonia Austral, 1964: 150) y Waite H. Stirling de "hermano" (Ibid. : 153).
(3) El intento misional dejó su huella en la toponimia del lugar, pues
desde entonces se conoció a la realidad donde estuvo el puesto como
"Cañadón de los Misioneros" o "Misioneros" a secas. En dicho sitio,
en marzo de 1874, el Gobernador de Magallanes, capitán de Corbeta Oscar
Viel, fundó la capitania-colonia de "Los Misioneros", que hasta 1878
simbolizó la jurisdicción y soberanía de Chile sobre las tierras del
rio Santa Cruz y costa atlántica adyacente.
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