Roko Matjašić, pintor en Chile

Milan Ivelić *

Studia Croatica, Año XVI – Enero – Junio 1975- Vol. 56-57

 

Su vida:

En el pequeño pueblo Pučišće, en la isla de Brač, cuyo rostro mira hacia la histórica y más que milenaria ciudad de Split nació, junto con el siglo, Roko Matjašić.

Como la mayoría de los habitantes de esa isla del Adriático, era hijo de una familia de agricultores. La isla, que es una gran cantera, proporcionó y sigue proporcionando al pueblo de Roko, las piedras, que ayer la mano del hombre y hoy, con la ayuda de las máquinas, las elaboran para transformarlas en piezas ornamentales, lápidas y material de construcción. Fue aquí, al lado de los rudos canteros, donde desarrolló su incipiente capacidad artística, dibujando y tallando la roca con caprichosa imaginación. Al poco tiempo, ni las paredes de la casa familiar se libraron de su precoz inquietud, dibujando con carboncillo, cruces, figuras de santos y formas muy variadas. Su paso por la enseñanza primaria fue un pretexto m:ís para seguir dibujando.

El limitado horizonte que le ofrece su isla natal es un acicate que lo impulsa a viajar al continente; por primera vez toma contacto con históricas obras de arte en la ciudad de Trauguir, antiquísima colonia griega, con numerosos objetos artísticos.

En estos menesteres lo sorprende la Primera Guerra Mundial; pese a su juventud debió alistarse en el ejército, participando en el frente italiano; las acciones militares lo llevaron hasta Udine. El término de la Gran Guerra deja al país en difícil situación: el Imperio Austro-Húngaro se ha desmoronado, el territorio "yugoslavo" está ocupado por tropas italianas y las penurias económicas son intensas. Su isla no ofrece perspectivas, asolada, además, por una espantosa peste que ha diezmado las plantaciones de viñas, uno de sus principales recursos, trayendo la ruina y la miseria a muchos hogares.

Frente a un cuadro tan desolador, Marko Matjašić decide abandonar la patria; a igual que él, numerosos compatriotas toman una decisión semejante. La isla de Brač contempla el éxodo de sus jóvenes que, enfrentados a un destino sin esperanzas, emigran en busca de nuevos horizontes: América es su norte y a este continente llegará la gran mayoría. Fundan un hogar, constituyen una familia y aportan su trabajo al desarrollo de los países que los han acogido. Hoy, sus descendientes contemplan con orgullo la obra de sus padres.

En el año 1919, Roko llega a Bolivia; durante cuatro años trabaja en las minas de estaño de Cataví y Siglo XX; en sus ratos libren estudia dibujo y pintura por correspondencia. Pero, como la inquietud y el ansia por conocer nuevas tierras están ya muy arraigados en él, emprende viaje a Chile; a fines de 1924 está en Santiago, su capital.

A estas alturas de su vida, la vocación artística lo reclama imperiosamente: ingresa como alumno a la Escuda de Bellas Artes y para subsistir consigue un empleo coma sereno y cuidador del Cerro Santa Lucia. Durante dos años estudia incansablemente con los maestros Ricardo Richon-Brunet, Exequiel Plaza y Juan Francisco González, obteniendo notables calificaciones. Se gana la admiración y la amistad de este último, que se acrecentaría en los años posteriores. Fue el discípulo predilecto de ese gran maestro y eximio artista de la pintura chilena.

Una vez diplomado y habiendo demostrado su calidad (2" medalla en el Salón Oficial de 19d8; 1er. Premio en el Salín de Talca, el mismo año) viaja a Valparaíso; el puerto y el océano lo atraen porque despiertan su recuerdo del Adriático, de su mundo insular y de sus sueños juveniles; sin embargo, no se establece definitivamente. Su sed de conocimiento lo lleva a recorrer nuevos países.

En el año 1932 lo encontramos en Europa, permaneciendo un año, que lo reparte entre España y Francia. Su anhelo de viajar lo justifica recordando la recomendación de Rodó: "Todo el que tenga un ápice de artista debe viajar para acrecentar su riqueza expresiva. Viajar en cualquier forma, aunque sea a pie". En el Viejo Continente visita los museos y copia las obras maestras de la pintura universal, para depurar su dibujo y acrecentar su experiencia en el oficio. Es más bien el trabajo académico, la artesanía, la que perfecciona sólidamente en su contacto con las obras de los maestros consagrados. Su calidad no pasó desapercibida en los círculos artísticos: fue invitado a exponer sus obras en París, en el Salón de Otoño, honor que no era frecuente con respecto a artistas poco conocidos.

De regreso a Chile inicia una vastísima producción que exhibe periódicamente en las exposiciones: recibe numerosas recompensas, el elogio de la crítica y el aplauso del público. El impenitente viajero recorre infatigablemente el país, especialmente la zona sur hasta Magallanes, mostrando especial predilección por la región de Valdivia, cuya naturaleza lo motivó profundamente.

En el año 1936 se encuentra en Colombia contratado como Director y profesor de la Escuela de Bellas Artes, que él mismo ha organizado: Cali, Medellín y Manizales conocen sus bondades artísticas y su calidad docente. Su estadía se prolonga y la aprovecha para visitar otros países de América latina, empapándose de su atmósfera colórica, de las costumbres de sus pueblos y de la exuberancia tropical de sus campos. Le llegan a su hermano Marko, que reside en Santiago, recortes de diarios con elogiosos comentarios sobre la labor artística y docente de Romo.

En 1945 está, una vez más, de regreso a Chile continuando su vocación de pintor, porque tal como lo dijera en una ocasión "el día que no pinto sufro un atroz remordimiento". Exhibe en Santiago y provincias los trabajos realizados en Colombia con gran éxito, sin descuidar la ejecución de nuevas obras. Su cariño por la nueva patria lo decide a solicitar la nacionalidad chilena, que le es concedida por Decreto Supremo del Gobierno el 29 de junio de 1947.

En 1948 es contratado como profesor en la Academia de Pintura y Dibujo de Valparaíso, prolongando así la experiencia docente recogida en Colombia.

Un día, muy de madrugada, Roko Matjašić salió rumbo a las playas de Viña del Mar, como lo hacía diariamente. Lo hizo con su caja de pinturas y algunos cartones bajo el brazo para captar directamente la belleza marina. Fue un viaje sin regreso, desapareciendo misteriosamente, sin que se lograra encontrar su cuerpo. La inmensidad del mar, que tanto amó, fue su tumba. Era el 11 de noviembre de 1949.

Su obra:

Roko Matjašić ocupa un sitial de honor en la historia de la pintura chilena. Fue un artista que supo asimilar el nuevo mundo que se le proponía a su percepción artística, liberada de prejuicios visuales o estéticos.

Tuvo la suerte de llegar a Chile en un momento significativo de la evolución de su pintura: comenzaba a quedar atrás la pintura conservadora, rígidamente académica, casi naturalista en su proposición. El impacto de la obra de su maestro Juan Francisco González y las audacias plásticas del grupo Montparnasse formado por pintores chilenos, que habían asimilado en Europa las tendencias vanguardistas, fueron influencias que rápidamente y con certera intuición asimiló el incipiente pintor. No fue por casualidad el que haya elegido a Juan Francisco González como su maestro preferido. De él aprendió la apostura indócil a cualquier prejuicio y es sugerente a este respecto su frase: "He resistido a todo aquello que pueda ser Tina amarra en mi pintura y en mi vida". Por esta misma razón, siempre se expresó en forma irónica del maestro Richon-Brunet, que exigía un rigor académico que distaba mucho de ser compartido por este aventajado alumno.

Hay una interesante y reveladora coincidencia de pensamiento y de actitud ante el arte entre el maestro González y Roko Matjašić. En una carta que le enviara el primero, antes que el discípulo viajara a Europa, le aconseja: "Le deseo que no pierda su tiempo en hacer copias en el Louvre ni otra parte, sino que vea acido lo que pueda: museos, exposiciones y cuanto sea digno de verse; ver es enriquecerse. Así mismo compenetrarse de lo que contiene la cultura francesa, de fino y original. Estudiar vivo todo lo que representa. Mucho cuidado con las influencias de escuelas: sea independiente hasta morir. Eso si quiere vivir pintando. Echele mucho croquis todas las noches en la gran chaumier o en cualquier academia libre..."

Roko Matjašić estuvo siempre abierto a los movimientos de vanguardia, no para imitarlos, sino que para adaptar sus técnicas en la medida que lo exigieran sus propias exploraciones plásticas. De ahí que haya entendido plenamente el sentido de las corrientes modernas, sin caer en juicio condenatorios producto de un dogmatismo estético: "Los impresionistas nos trajeron la luz, los cubistas la construcción. Los primeros tuvieron su borrachera de color; los enhiestas su afín intelectualista que linda en la pura especulación algebraica. Lo que vale es le expresión propia del artista y que se sirve de las técnicas que han aportado las diversas corrientes. Es lo mismo que se desdeñara a escribir a máquina para seguir escribiendo con pluma de ganso. ¡Absurdo! Escribir a máquina es más cómodo y más rápido.

Al seguir trayectoria pictórica, se puede apreciar una aguda captación de las cualidades sensibles de la atmósfera americana, poniendo su fina visión en consonancia con el mundo que comenzaba a descubrir: "El paisaje de América —dijo en una oportunidad— resulta más rico en formas, en matices, en vigor, que el europeo". Al referirse a Bolivia expresó en otra ocasión: "Todo en esta tierra es calor".

En efecto, su paleta vibró con el cromatismo luminoso del aire americano; en este sentido, su obra se encadena al luminismo a plein air de los franceses de fines del siglo XIX. En intima relación con el goce sensorial que le produce la naturaleza, su dibujo es libre, móvil, cambiante y saturado de color. No elude el desafío que ella le plantea en sus formas multicolores, en sus cambiantes tonalidades, en la inestabilidad de sus coloraciones por efectos del paso de la luz: su paleta mezcla con profusión los colores y con ágil y suelta pincelada deja en la tela su impronta. No tiene inhibiciones para saturar la tela de materia colórica, ofreciendo verdaderas topografías plásticas; no se siente intimidado por la tradición académica, que exige un dibujo depurado que delimite a la perfección los contornos y no traicione el tema con "excesos imaginativos". Para Roko, por el contrario, línea y color son su lenguaje y los hace "hablar" según su designio; así, la línea sera inane o firme, el trazo suave o duro; el color no se acomoda a las exigencias del modelo, sino que a las solicitaciones que derivan de su creador. Sus obras invitan al acercamiento o al alejamiento, porque sus formas se deshacen o se rehacen según el punto de vista y la distancia que tome el espectador con respecto a la tela.

Su ductibilidad le permitió explorar diversas técnicas: pinta al óleo, al fresco, a la acuarela. Merodeó también la gran construcción mural, dejando algunas obras importantes en Colombia. En sus composiciones murales demostró su ahondamiento y su comprensión del alma americana y su obra Aguadoras es una recreación humana del continente nativo; así como su Alma Andina es sugerente como reveladora de las peculiaridades que emanan del pueblo americano.

Roko Matjasić se ubica, en el contexto de la pintura chilena, en la vanguardia de su tiempo; supo adecuar las corrientes más renovadoras a su modo original de expresión. No se dejó arrastrar por la tradición, sino que su innata intuición le permitió reconocer y seleccionar lo que era mera reiteración de moldes y concepciones ya agotadas, de lo que era auténtica y legítima proposición revitalizadora. Y si no coincidió con movimiento netamente vanguardista de Europa fue, simplemente, porque no respondían a su visión del mundo y a su personal modo de expresión artística.



* Milan Ivelić es profesor de la Estética en la Universidad Católica, Santiago de Chile. De nacimiento, chileno; de origen, croata.