René Marcic (1919 - 1971) - Un croata - sabio austríaco

Franjo Nevistic

 

Studia Croatica, Año XV – Julio – Diciembre 1974- Vol. 54-55

 

En los últimos volúmenes de Studia Croatica (50-51 y 52-53) hemos reproducido opiniones y citado obras de René Marcic. Al parecer, este eminente jurista y filósofo jurídico no es del todo conocido en la Argentina y en Latinoamérica en general. Es por eso que esta vez le dedicamos un artículo entero, para presentarlo así a los interesados de dicho ambiente cultural latinoamericano. Cuadra este intento dentro de las finalidades de Studia Croatica y el Instituto Croata Latinoamericano que la patrocina. El conocimiento recíproco entre Croacia y esta vasta zona americana está dentro de dichas finalidades.

En efecto, el Dr. R. Marcic engrosa la lista de los eminentes intelectuales y sabios croatas que a través de siglos vienen creando y muriendo en el extranjero. Un profesor de historia de la John Carrol University, Cleveland, en su reciente opúsculo Tragedias y migraciones en la historia de Croacia, al referirse sucintamente a esta particularidad, reproduce una incompleta lista de varones croatas obligados a vivir, trabajar y morir lejos de su patria[1]. Mencionemos a los de mayor relieve e importancia, conocidos por los especialistas: Julio Klovic (Clovio), que murió en Italia (1498-1578), "maximus in minimus" o "Michelangello en miniaturas", como lo llamaron sus contemporáneos; Anton Dalmatin, un escritor protestante croata, muerto en Alemania en 1579; Juraj Dragisic, teólogo y filósofo, arzobispo, que murió en Roma en 1520; el cardenal Antun Vrancic, fallecido en Hungría en 1573; Ivan Bona-Bunic, poeta, muerto en Italia en 1584; José R. Boskovic, matemático, científico, filósofo y teólogo, uno de los más grandes sabios de su época, precursor de la ciencia atómica actual, jesuita que murió en Italia en 1787; Pavao Ritter-Vitezovic, escritor e ideólogo del nacionalismo croata moderno, fallecido en 1713 en Viena; Vlaho Bukovac, pintor, muerto en Praga en 1922, y el general Svetozar Borojevic, uno de los generales más destacados en el ejército austríaco durante la primera guerra mundial, que murió en Viena en 1919.

A esta lista, por cierto incompleta, habrá que agregar al Dr. D. Mandic y al Dr. S. Sakac, franciscano y jesuita, respectivamente, que murieron el primero en Chicago y el otro en Roma el año último (Ver S. C. vol. 50-51, págs. 120-131 y pág. 156-58, dos artículos de M. Blazekovic).

Teniendo en cuenta las condiciones imperantes en la Croacia ocupada por Belgrado y el gran número de sus intelectuales que actúan en el extranjero, esta lista se prolongará todavía más.

En efecto, las tragedias nacionales y las migraciones están a menudo íntimamente vinculadas. Son como causa y efecto. Las luchas seculares llevadas a cabo por los croatas contra los turcos, que durante siglos asediaron a Europa, culminaron en la batalla librada en el campo de Krbava, en 1493, cuando cayó la flor de la nobleza croata. Las sucesivas y progresivas conquistas de Croacia por parte de la fuerza invasora turca, que alcanzaron su cenit en la región croata en 1593 (batalla de Sisak), dieron lugar a las primeras catastróficas emigraciones de su población.

Sin entrar en detalles, señalamos con el profesor Prpic que la tragedia de Bleiburg, en el año 1945 (matanza de los soldados croatas por los comunistas de Tito después del armisticio) es la más grande en toda la historia de Croacia. Su principal consecuencia para el pueblo croata fue la ola de migraciones, grande y continua que, iniciada en 1945, llega hasta nuestros días. "Después de la trágica y secular experiencia -dice Prpic- el caso de Croacia puede compararse con aquel de Irlanda, Armenia o Israel, países que en el pasado fueron reducidos a la esclavitud, cuyos pueblos viven en diáspora hasta nuestros días. Mientras que el pueblo irlandés y el judío viven en la actualidad en sus tierras liberadas, los croatas, a pesar de la horrible pérdida de gran parte de su población en 1945, todavía no están libres. El exodus por eso continúa. Actualmente el 25%, por lo menos, de todos los croatas vive en tierras extranjeras" [2].

También le cupo esta suerte a René Marcic. Nació en Viena el 13 de marzo de 1919. Su madre fue una vienesa alemana. Su padre, Rudolf Marcic, un oficial del ejército de la Doble monarquía, de origen croata. Al disolverse la monarquía en 1918, el padre de René renuncia a la carrera militar y regresa a Croacia, dedicándose a la pintura. La familia vivía entonces en la apacible isla Kalamora, cerca de Dubrovnik, llamada la "Atenas de Croacia". Rudolf Marcic tampoco quiso entrar al servicio militar del nuevo Estado yugoslavo, formado en 1918, por haber sido su ejército realmente el instrumento de a ocupación de Croacia por parte de Servia.

Desgraciadamente, los padres de René se separaron y su madre regresó a Viena. En precarias condiciones económicas, ayudado por los franciscanos croatas en Badija (isla Brac) y por los de Siroki Brijeg (Herzegovina), René pudo terminar sus estudios secundarios, de orientación clásica, como alumno sobresaliente. Después del bachillerato obtenido en Siroki Brijeg, colegio franciscano, llamado "Cassino de Croacia", quemado en 1945 por los comunistas de Tito junto con nueve de sus religiosos, entre ellos algunos brillantes profesores. Marcic estudia derecho y Ciencias sociales en la Universidad de Zagreb, capital de Croacia. En 1942 se recibió de doctor en dicha especialidad summa cum laude, es decir con notas sobresalientes en todas las materias de este estudio. Aconsejado por sus profesores perfecciona sus estudios en Viena. En 1944 fue nombrado secretario del doctor Bruno Nardelli, jefe de la administración croata en la Dalmacia liberada del invasor fascista, después de la capitulación italiana en 1943.

Al finalizar la 2da guerra mundial con el inmediato sometimiento de Croacia por Belgrado y su régimen comunista, René Marcic tuvo que abandonar la patria de su padre y, con centenares de miles de croatas, encaminarse rumbo al incierto exilio político. Pero nacido en Viena y siendo hijo de una alemana, con un perfecto conocimiento del idioma alemán, Marcic obtuvo con facilidad la ciudadanía austriaca y, en poco tiempo, también trabajo para su su sustentación. En 1945 se inscribió en la facultad de teología y filosofía de Salzburgo (única facultad en aquel momento en esta ciudad), dedicándose a un profundo estudio del derecho natural y la filosofía existencial.

A partir de 1946 trabaja en la redacción de "Salzburger Nachrichten". Desde 1954 hasta 1959 fue vicedirector de dicho diario y luego su director hasta 1964.

En esta fecha abandona el periodismo para dedicarse a los trabajos académicos. En efecto, paralelamente con su actividad periodística, Marcic, sin pausa y con ahínco, profundizaba estudios jurídicos, filosóficos y económico-analíticos. Primero consiguió el reconocimiento del título de doctor, obtenido en Zagreb, en la Universidad de Graz, luego se habilitó como docente en teoría general del Estado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Viena. De 1960 a 1961 substituye al profesor Eric Voegelin en la Universidad de München en la cátedra de ciencias políticas. En 1963 es profesor titular de la cátedra de filosofía del derecho y el Estatuto en la restaurada Universidad de Salzburgo. En 1964 se habilitó para la docencia en derecho constitucional en la Universidad de München, y en 1965 en ciencias sociales. En el año escolar de 1965-66 fue decano de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Salzburgo, para ser luego elegido rector de la misma.

En 1971, invitado por el famoso profesor australiano, J. Stone, Marcic colaboró en investigaciones relativas al estudio de la sociología del derecho, pronunció varias conferencias en las Universidades de aquel país y participó en los seminarios preparados para tal fin. De regreso a Salzburgo, vía EE.UU., donde por última vez visitó a su maestro preferido, Hans Kelsen, su avión se precipitó sobre suelo belga el día 2 de octubre de 1971, muriendo junto con su esposa y fiel colaboradora Blanka, nativa de la capital croata.

Así, a los 52 años de vida, se apagó un brillante talento que tanto aportó a las ciencias jurídicas y sociales en general y de Austria en especial, aún cuando la patria de su padre debería haber sido destinataria natural de los frutos de su trabajo y de su excepcional talento. La tragedia de René Marcic es parte de la tragedia del pueblo croata en este siglo.

René Marcic se impuso dondequiera que trabajó. En 1947 obtuvo la distinción de primer periodista por su inteligente colaboración en la restauración cultural de la provincia (Land) de Salzburgo después de la ocupación nazi. En 1964 recibió la distinción Karl Rener también por su actuación periodística. En 1968 recibió la Orden de la Gran Cruz que le fue entregada por el presidente de la República Federal Alemana, doctor Luebke.

Marcic fue miembro de la Sociedad de los Maestros Alemanes de la Ciencia del Estado, de la Unión Internacional para la Filosofía del Derecho y del Estado, de la Sociedad Internacional para las Ciencias Administrativas, de la Unión Científica de Ciencias Políticas, del Instituto Central de Investigaciones para los Problemas Fundamentales de Ciencias (Salzburgo), del Instituto Internacional de Prensa, de la Comisión Internacional de Juristas, etc., sin mencionar instituciones y comisiones locales austriacas.

Larga es la lista de obras de este sabio que murió trágicamente y en su apogeo creativo. Entre múltiples artículos, conferencias, disertaciones, etc., mencionaremos aquí sus obras científicas más importantes: Martin Heidegger y la filosofía existencial, 1949, Bad Ischl; Desde el Estado Legislativo, hacia el Estado Judicial; 1957, Viena; La crisis de la idea de Estado, 1960, Stuttgart La Constitución y el Tribunal Constitucional, 1963, Viena; El Hombre, el Derecho y el Cosmos, 1965, Viena; La Judicatura Constitucional y la Doctrina Pura del Derecho, Viena, 1966; El Estatista en la Democracia, Viena, 1966; Hegel y el Pensamiento Jurídico, Salzburgo, 1970; Derecho, Estado, Constitución, Viena, 1970; Filosofía del Derecho, Freiburg, 1969, e Historia de la Filosofía del Derecho, Freiburg, 1971.

¿Qué valor científico tiene la obra del Dr. Marcic? Pronunciar un juicio bien fundado y crítico en tal sentido, deteniéndonos sólo en el texto de las obras arriba ennumeradas y que abarcan más de dos mil páginas, exigiría un año por lo menos de estudio con dedicación exclusiva, continua y con atención profunda y esmerada. Además, estos textos contienen sólo las dos terceras partes del total escrito. Los problemas abordados constituyen la esencia de las ciencias jurídicas, filosóficas y políticas de nuestro tiempo. Los textos son acompañados por una selección de obras en idioma griego clásico, latín, alemán, francés, italiano, inglés, croata y ruso desde Aristóteles hasta Hans Kelsen, Alfredo Verdross-Drossberg y Adolf Merkle, sus maestros preferidos, y juristas preclaros de nuestro siglo.

Siendo el carácter de este artículo mas bien informativo, nos limitaremos a unas pocas ideas, pero fundamentales, de su Opus, que lo elevó rápidamente entre los más encumbrados juristas europeos.

Podemos empezar a preguntarnos: ¿Hay un elemento científico especifico que caracterizaría a su autor? Prescindiendo de su enorme erudición, ¿dejó Marcic algo que pueda considerarse como mérito científico personal en el campo de la jurisprudencia?

Hasta ahora no hemos podido conseguir opiniones autorizadas al respecto en el ambiente científico austriaco. Dorothea Mayer-Maly, una colaboradora de Marcic, profesora en la Universidad de Salzburgo (?) en una breve nota necrológica dijo también lo siguiente, refiriéndose más a las cualidades humanas de nuestro sabio: "Su día de trabajo empezaba a las seis de la mañana y continuaba a menudo hasta horas tardías de la noche. .." Marcic, escribió una vez, posiblemente a su colaboradora: "Aproveche el tiempo. Deje que todo fluya. La inversión del capital se recompensa. Yo vengo haciendo así hace ya 25 años. Una u otra cosa. Este es el destino de la generación intermedia. Nada nos es regalado. Ruego, piense en eso, que todo puede resultar muy tarde"[3].

Para suplir la falta de esa apreciación científica de Marcic, tomaremos por momento lo que indirectamente nos dice él mismo al respecto. En su discurso de agradecimiento al cónsul general de la República Federal Alemana por el otorgamiento de la distinción de la Gran Cruz, Marcic menciona lo esencial que llevó a las autoridades alemanas a distinguirlo. "¿En qué -pregunta Marcic en aquella oportunidad- yo di mi óbolo que ahora se ve apreciado? Ud, muy estimado cónsul general, a enumerado los fundamentos al respecto... Yo habría contribuido a la innovación en el derecho tanto en Alemania como en Europa; yo habría fecundado a la doctrina y a la práctica de la jurisprudencia constitucional en la República Federativa de Alemania; yo habría puesto a disposición los méritos imperecederos del cristianismo para la edificación del templo de los derechos humanos; con mi trabajo 'Desde el Estado legislativo hacia el Estado judicial'..., yo habría descubierto la obra proyectada por la ley fundamental de la República Federal de Alemania. El promotor de esta distinción, me parece es aquel alto juez de dicha República, quien me escribió hace unos doce años que yo le había regalado una noche sin sueño: él leyó mi libro 'El Estado Judicial' de un trago y dijo que no tendrá tranquilidad hasta que este trabajo no encuentre su verdadero reconocimiento en Alemania y por Alemania".

Al reconocer, modestamente, que el lujo de esta ceremonia supera lejos sus méritos, y limitándolo a proporciones más reducidas, Marcic preguntó: "¿Pero en qué consisten? Con la instalación y organización del Tribunal Constitucional en Karlsruhe, cuyas competencias están extendidas más que las de cualquier otro tribunal del mundo, la República Federal de Alemania cumplió con un cometido que se puede comparar con las más grandes conquistas del presente, incluso con el salto al cosmos... Este cometido está todavía un poco invisible: yo lo proclamé una vez como 'la gran revolución alemana'. Acerca de aquello por que lucharon todos los grandes pensadores durante un milenio y medio, es decir, por la realización de la preeminencia del derecho, que no estaría más a la voluntad del Estado como tampoco a la del pueblo o el hombre, de un derecho absoluto que es medida absoluta también para el poder de cualquier Estado o cualquier hombre, esta realización soñada, deseada y anhelada del poder del derecho fue conseguida por los padres de la Ley Fundamental de la Federación..." Al citar un fragmento del fallo del 23 de octubre de 1951, dictado por el Tribunal Karlsruhe, donde se dice lo siguiente: "El Tribunal Constitucional reconoce la existencia de un derecho sobrepositivo que sujeta también al legislador y por eso se considera competente medir con este derecho también al derecho positivo". Marcic agrega: "El derecho sobrepositivo es el derecho prepositivo, que no fue hecho por la mano humana, la Norma fundamental de la doctrina del derecho de Kelsen, lo que la teoría clásica de Derecho y de Estado entendía como el derecho natural en el sentido más estricto. Por primera vez en la historia de la humanidad el sangriento derecho de resistencia, la revolución, deja de ser la única visible sanción del derecho natural... Recién hoy, justamente un milenio y medio más tarde, se convierte en hecho un espléndido documento, un documento histórico del occidente romano. Aquel Edicto que el 11 de junio de 1429 fue publicado en Ravena por los emperadores Theodosius y Valentinianus: 'Digna vox est majestate Regnantis, legibus auctoritate juris nostra pendet auctoritas. Et revera majus Imperio est submitere legibus Principatum'". La traducción al alemán por Marcic nos parece un poco dilatada, descriptiva y que nosotros podríamos traducir así: "La voz es digna de la majestad del Gobernante cuando reconocemos que nuestra autoridad depende de las leyes del derecho. En efecto, es una cosa trascendental para el Imperio someter el Gobierno a las leyes".

Después de su versión alemana del texto latino, Marcic agrega: "Es, pues, mucho mejor estar bajo que sobre la Ley".

Aquí está, en pocas palabras, lo esencial del Opus de René Marcic. Pero sólo como un sendero indicativo, señalando únicamente problemas sin entrar en la vastedad de su planteo, investigación, análisis filosófico, histórico, político y jurídico, como tampoco en la amplia, argumentada y maravillosa adhesión a la escuela de derecho natural.

Para no quedar en deuda con nuestros lectores y para dar a este artículo el aspecto informativo más completo, debemos decir algunas palabras sobre el origen, la evolución y la aspiración final de Marcic.

El punto de partida y la fuerza dinámica de toda la labor del sabio Marcic se originaron en sus sentimientos profundamente humanistas. Homo homini amicus, dice la mencionada colaboradora de él, Mayer-Maly, fue su lema de vida. ¿Cómo salvar al hombre y la humanidad en la época de hoy en que el lema homo homini lupus se ha convertido en una realidad jamás vista? La humanidad entera ha llegado a un punto desde donde no se ven horizontes claros ni perspectivas luminosas. Nuestro presente debe emprender una revisión completa de sus posiciones científicas, filosóficas, políticas y jurídicas si queremos evitar una catástrofe universal. La filosofía existencial (no existencialista) no es casualmente la característica fundamental del pensamiento filosófico de la primera mitad de este siglo. La angustia es la idea central de esta corriente filosófica. Por eso Marcic inaugura su actividad de pensador con el estudio: Martin Heidegger y la Filosofía Existencial. Este trabajo, de una claridad diáfana, Marcic lo termina con las siguientes palabras: "Nosotros nos sentimos en soledad, sin seguridad, sin protección, perseguidos, corridos, porque hemos olvidado la proximidad del Ser, porque hemos perdido la patria -por todo esto tenemos el miedo-. Regresemos a la patria, a la verdad del Ser. Permítannos tener otra vez el profundo sentimiento de respeto ante el Ser y nos liberaremos del miedo". (René Marcic: Martin Hidegger and die Existenzialphilosophie, pág. 41).

Para dar un fundamento indiscutible a su pesimismo inicial, Marcic invoca opiniones de las autoridades del campo científico-positivista. La ciencia positiva, exacta y la técnica como su éxito inmediato y auténtico son valores adorados por todos y fuera de discusión. Werner Heisenberg, Max Born y Carl F. von Weizsacker son sus preferidos en este sentido. Max Born, por ejemplo, lo inspiró especialmente con las siguientes afirmaciones: "Si la humanidad sobrevive en los próximos diez o veinte años sin gran guerra, se formará presumiblemente una organización mundial, que será sobrepuesta a los estados nacionales y que garantizará la paz. En este caso se rendirá a la Física, un gran honor, porque ella, llevando los medios de destrucción al extremo, hizo claro el absurdo de la política de poder y de guerra. Pero si estalla la gran guerra, entonces quedará tan poco de la Física como de la vida civilizada en general... Nuestra tarea es ayudar para que se evite la segunda alternativa. Pero éste no es un problema de Física; sin embargo, hoy es mucho más importante que cualquiera de los nuevos triunfos sobre las fuerzas de la naturaleza". Werner Heisenberg, al destacar el mortal peligro de la guerra atómica dijo: "En nuestro tiempo, cuando la tierra está cada vez más densamente poblada, se produce la limitación de las posibilidades de vida y con ella la amenaza, en primer término, por parte de otros hombres que también plantean el problema de su derecho a los bienes de la Tierra". (Ver: R. Marcic Mensch, Recht, Kosmos, págs. 1112). El tercero contribuyó a la orientación de Marcic especialmente con estas enunciaciones, al referirse "Al Futuro del Mundo Técnico": "La materia es posiblemente sólo una visible y objetivada forma de algo para lo cual la tradición de nuestra filosofía y la religión habían ya elegido el nombre y que es todavía lo mejor: el Espíritu... Yo opino que la perfección de ciertas disciplinas científicas puede conducir a dar su confianza al Espíritu y no a la materia". (R. Marcic: Rechtsphilosophie, pág. 99).

En consecuencia, según M. Born, el problema fundamental de la supervivencia del hombre y la civilización no está en el campo de las ciencias físicas sino fuera del mismo. Según Heisenberg, este problema se halla en el campo del derecho. Y, por fin, de acuerdo a la opinión de Weizsacker, el problema tampoco está en las ciencias naturales y físicas sino, posiblemente, en el campo filosófico y religioso.

Armado con la autoridad de estos y otros sabios del campo de las ciencias naturales, Marcic emprende su magna obra de la renovación del derecho, de su prestigio y de su función en el mundo de hoy. "El derecho, como una lucha por el poder arreglada, es la única alternativa imaginable y útil ante la lucha desordenada mediante la violencia, especialmente ante la guerra, que en este momento podría llevarnos a la destrucción de la humanidad", dice Marcic. Pero ¿qué es el derecho? A partir de esta pregunta Marcic se vuelca hacia el campo de la filosofía, la filosofía del derecho, y al Estado judicial como la máxima garantía de la paz, la seguridad y el progreso de la humanidad.

Después de un intenso estudio filosófico, Marcic señala que la característica fundamental del pensamiento occidental a partir de 1600-1900 es el racionalismo. Se creyó que la ratio podía resolver todos los problemas humanos. Se la elevó a un valor absoluto. Pero, al refugiarse sólo en su ratio, el hombre introdujo en la corriente fundamental del pensamiento también su subjetivismo cada vez mayor. Partiendo de "cogito, ergo sum" de Descartes, este subjetivismo alcanzó su cenit en el criticismo de Kant. Y mientras al comienzo este racionalismo trató directa o indirectamente de dejar lugar al espíritu, en su última fase confesó un materialismo absoluto. Como en la fase anterior el racionalismo poético y ontológico terminaron en el idealismo, así ahora terminaron en el materialismo. Por eso, contra esta corriente racionalista se levantó la filosofía vitalista, que reivindica el derecho de los instintos, las pasiones y la voluntad. Esta vivisección del hombre, de su vida y de su existencia en dos partes opuestas, enemigas, con pretensiones de dominio exclusivo y total, exigía una nueva idea, una nueva corriente conciliadora.

Esta función le correspondió a la corriente de la filosofía existencialista[4]. Pero hay varias clases de filósofos existenciales. Una se agrupa en torno a J. P. Sartre y otra, que Marcic considera verdadera, alrededor de M. Heidegger. La primera terminó en el nihilismo y la otra en un realismo positivo, que, según nuestro autor, significa el giro de más importancia en el curso de dos milenios del pensamiento occidental. El fin de este curso milenario lo marcó Nietzsche al decir: "La verdad es una clase de error sin el cual una cierta especie de los seres vivos no podría vivir". La corriente epistemológica racionalista-idealista termina así proclamando la verdad, de valor casi absolutamente relativo, cuando Dios, la natura, el hombre y la comunidad política son creaciones del hombre y son dejados a su merced.

En efecto, Sartre dice: "El existencialismo se opone decididamente a cierto tipo de moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible. Cuando hacia 1880 algunos profesores franceses trataron de construir una moral laica, dijeron más o menos esto: Dios es una hipótesis inútil v costosa, nosotros la suprimimos; pero es necesario, sin embargo, para que haya una moral, una sociedad, un mundo vigilado, que ciertos valores se tomen en serio y se consideren como existentes a priori; es necesario que sea obligatorio a priori que uno sea honrado, que no mienta, que no le pegue a su mujer, que tenga hijos, etc. etc... Dios no existe. Dicho de otra forma... nada se cambiará aunque Dios no exista; encontraremos las mismas normas de honradez, de progreso, de humanismo, y habremos hecho de Dios una hipótesis superada que morirá tranquilamente y por sí misma". Después señala que para un existencialista esta idea es "muy cómoda, porque -dice textualmente-, con ella desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener un bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que hay que ser honrado, que no hay que mentir, puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres" [5].

Pero esta lógica de Sartre terminó en la ilógica. Para suplir el papel del Dios "muerto", revivifica la idea algo modificada del imperativo categórico de Kant. Pero con la terminación final totalmente contraria. Kant defendía en consonancia con la ley moral -imperativo categórico- la idea de un teísmo postulatorio, mientras Sartre, aceptando "la muerte" de Dios, invocó el ateísmo postulatorio. Su existencialismo otorga prioridad a la existencia más que a la esencia. "Esto quiere decir", dice Marcic, "que primero está el hombre -être pour soi- y luego... el mismo realiza su esencia en plena libertad... En aprietos, él quería escapar del individualismo... (Sartre) recurre al imperativo categórico de Kant y, de acuerdo con éste, la voluntad actúa siempre como voluntad de carácter general, y a Heidegger, quien enseña que la existencia no es una existencia solitaria sino simultánea y constantemente una coexistencia (Mitsein). En una palabra, si el hombre realiza su esencia con esto obliga a todos los hombres. Una afirmación que, sin duda alguna, parece ser apta para advertir a la conciencia del hombre sobre su grande y grave responsabilidad y recordarle que él no puede, de modo alguno, sacudir dicha responsabilidad". si se le pregunta, de dónde el hombre tiene la Norma de acuerdo a la cual realiza su esencia, Sartre dice que la fija él mismo. Y lo hace en plena libertad. "Pero ¿de dónde la saca? Debe haber algo aquí, algo dado de antemano, una fuente de la cual la saca. ¡No! Contesta Sartre: No hay nada aquí, el hombre se crea a sí mismo de la Nada. Si hubiera algo así como un proyecto predibujado de la esencia del hombre, él mismo no sería libre. La libertad sin atadura alguna, la libertad de decisión y de autocreación sin fondo ni terreno según Sartre. Esta filosofía es nihilista. Porque, según Sartre, el hombre es el procreador del ser; él mismo... crea como un mago su esencia de la Nada, detrás de la cual y delante de la cual no hay Nada que no fuera otra cosa que la Nada. Ser es Nada y Nada es Ser. La obra principal de Sartre es El Ser y la Nada" [6].

Marcic rechaza esta filosofía existencialista de orientación nihilista y opta por la filosofía existencial de Heidegger. La concilia, en su posición gnoseológica realista, con el tomismo. El "olvido del Ser" que se completó gradualmente desde Platón y Aristóteles hasta el idealismo racionalista, retoma su posición central. Heidegger, según Marcic, ha excluido de la verdad-realidad la relación objeto-sujeto, dando a la realidad trascendente la absoluta prioridad e independencia, lo que no hizo incluso el tomismo.

Sin adentrarnos en este problema específico, podemos decir que Marcic acepta el realismo noético y reconoce al Ser como algo absoluto, primordial. El hombre como ente existente entre los demás seres tiene el privilegio (Heidegger) de estar inmediatamente cerca del Ser. Este modo de existencia Heidegger lo llama Ek-sistencia. El hombre sería el único ser que toma la conciencia de su relación con la del Ser.

Adoptada una vez la posición gnoseológica realista, Marcic coloca piedras fundamentales para su edificio filosófico-jurídico y político-jurídico. Primero fija tres posiciones fundamentales y luego 16 tesis como consecuencias lógicas de las tres primeras. La primera posición fundamental es: el mundo es real en contraposición con las últimas afirmaciones del idealismo, que lo considera como problemático por lo menos. La verdad ontológica es la base de la verdad lógica. Según Heidegger; la verdad es el estar en descubierto del Ser que posibilita la revelación de lo existente. Santo Tomás a su vez dice: El espíritu que conoce, recibe su medida por parte de las cosas, así que el pensamiento del hombre no es verdadero por sí mismo, sino que lo denominamos así por su consonancia con las cosas. Se trata, pues, de la posición realista, para la cual la verdad es "adecuatio intellectus ad rem". Segunda posición: el mundo está desde el comienzo organizado, es un orden. Lex aeterna tomista, que abarca la totalidad, es como una Constitución ontológica. Esta organización "constitucional" referente a la natura (fisis griega, o natura latina - ordo rerum) es la verdad óntica. Siendo el hombre la parte de este mundo de las cosas que abarca la totalidad de los seres existentes, el orden jurídico y moral que provienen de la ratio humana debe ser el orden "rationis rectae". En consecuencia, la famosa distinción entre el ser y el deber ser (Sollen) tiene vigor únicamente si está en conformidad con el Ser (Sein).

Para evitar detalles de las 16 tesis de Marcic, podemos decir lo substancial, resumiéndolas a lo más indispensable. Dentro de la existencia de los seres en su totalidad, la parte referente al hombre, la ley de "construcción" (Baugezetz) es la libertad. (S. Tomás: Deus movet omnia secundum eorum; et ideo divina motio a quibusdam participatur cum necessitate, a natura autem rationali cum libertate).

En consecuencia, el derecho humano descansa indefectiblemente sobre la base de la verdad ontológica del Ser y de la libertad, que también fluye desde aquella verdad ontológica. El derecho no es la voluntad de nadie. No es arbitrariedad de uno, de un grupo; de poderosos, de ricos, de minorías o mayorías. Hay un derecho prepositivo y sobreprepositivo, natural que la ratio humana descubre, reconoce y no lo crea. Este derecho proporciona la medida y los límites a toda clase de poder. Dignitas humana, la personalidad del hombre es uno de los fundamentales límites infranqueables para el poder.

Inspirado, según su propio reconocimiento, por un juez croata, Marcic en la actual crisis del poder, reflejada en todos los órdenes de la vida privada o pública, dedica entonces todos sus esfuerzos intelectuales y una enorme erudición para dibujar un proyecto de Estado jurídico-judicial donde el papel del juez y los tribunales deberían ser preponderantes. A pesar del doble carácter de la naturaleza humana -su aspecto individual y el social- y a pesar de su equiparación originaria, el aspecto individual debe gozar de privilegios, "pues es la substancia misma de la existencia". Ella está ubicada "fuera de la estructura social"; más pequeña, gnoseológicamente segunda, pero en realidad "más intensa". "Nosotros podemos asegurar la individualidad del hombre sólo si colocamos en la estructura del Estado los frenos capaces de desempeñarse eficazmente como el contrapeso a la expansión absoluta del poder", dice textualmente Marcic. El juez, como el común denominador del Estado judicial, para salvar su independencia e imparcialidad nada debe esperar del poder administrativo y por ello nada debe temerle, como ha expresado una entidad jurídica italiana. La Corte de Control de la Constitucionalidad de las Leyes debería tomar el puesto central de una comunidad que podríamos llamar el Estado judicial.

El camino desde la filosofía, a través del derecho, hasta la política es la trayectoria científica del doctor René Marcic, cuya prematura muerte trunco para siempre una actividad excepcional en el cenit de su creación. En esta oportunidad podemos dirigir a su obra las siguientes apreciaciones que fueron expresadas por el publicista argentino R. O. Abdala al Opus de Ortega y Gasset: "La Razón Vital -razón que vive y vida que razona- contesta así con un mensaje estibado de responsabilidad y de fe a los restallantes extremismos que en las diversas expresiones de la acción se disputan en estos momentos el predominio de la humanidad; tanto a los hoscos irracionalismos acantonados en un vitalismo de pura cepa animal que no quiere dar ni recibir razones, como a los racionalistas matematizados y cuadriculados, mediante los cuales planificadores y tecnócratas, psicometristas y sociológos que no sobrepasan el nivel de virtuosismo estadístico, pretenden reducir a parálisis y esquema el movimiento continuo a la infinita diversidad de la vida humana" ("La Prensa", 25 de junio de 1970).

La historia cultural croata puede enorgullecerse de su hijo Marcic. Sus ideas y trabajo testimonian, como expresión del alma de su pueblo, que Croacia pertenece al mundo occidental y defiende las verdades y el ideal que pueden garantizar la libertad del hombre y abrir mejores perspectivas a la humanidad. Como a él así a muchísimos croatas, incluso a todos los que luchan por la independencia de su madre patria Croacia, acusan de supuestas simpatías totalitarias. El Opus de René Marcic desmiente categóricamente a los acusadores, porque la personalidad del mismo se formó en los colegios franciscanos croatas y es la expresión auténtica de centenares de miles de jóvenes de aquella nación que cayeron en la lucha durante la última gran guerra contra el comunismo y la hegemonía granservia.

La vida y la obra de René Marcic, como también su trágica muerte, acercan aún más el pueblo croata al austriaco, reavivando antiguos lazos históricas cuando juntos defendíamos la civilización occidental, lo que es otra vez de suma actualidad.

Al concluir la redacción del presente volumen de SC, hemos recibido "Dimensionen des Rechts, Gedächtnisschrift für René Marcic" - Dimensiones del derecho, Estudios dedicados a la memoria de René Marcic, Ediciones Duncker & Humblot, Berlin, 1974, en dos volúmenes, págs. en total 1232. Unos 60 juristas más prominentes de Austria, Alemania Norte América y Australia enfocan el problema del derecho en todos sus aspectos y que fue el tema central del Opus de nuestro compatriota. Sin conocer todavía el contenido, sólo la existencia de esta edición, también gráficamente perfecta, indica la importancia científica de su labor interrumpida prematuramente. (FN)

 

 



[1] George J. Prpic, Ph. D., Tragedies and Migrations in Croatian History, Toronto, 1974, págs. 24.

[2] George J. Prpic, op. cit., pág. 2.

[3] René Marcic de Dorothea Meyer - Maly en Oesterreichische Zeitschrift fur öffentliches Recht, vol. 22, págs. 253-54, 1971. La Redacción de la revista agregó su nota: "Después de haber perdido nuestra revista en el curso de este año ya a dos de sus redactores, es decir a Adolf Merkl y Jose L. Kunz, ahora nos es arrebatado también René Marcic... Todos sus amigos y alumnos lloran su muerte y nunca van a olvidar a este sabio completo y hombre de bien. Esta apreciación, arriba, del gran sabio, que he pedido, es de una de sus colaboradoras de muchos años. La apreciación científica de sus obras la publicaremos en uno de los próximos volúmenes". (La nota está firmada por A. V. - ¿Alfred Verdros, posiblemente? - Obs. de la Redacc. de SC.)

[4] Como en otras oportunidades, aquí también Ortega y Gasset ha ido al fondo y ha dado una formulación digna de su genio. "No, señor Descartes, vivir, existir el hombre, no es pensar. No existo porque pienso, sino al revés, pienso porque existo. El pensamiento no es la realidad única y primaria, sino al revés, el pensamiento, la inteligencia, son una de las reacciones a que la vida nos obliga; tiene sus raíces y su sentido en el hecho radical, previo y terrible de vivir. La razón pura y aislada tiene que aprender a ser razón vital". Comentando esta idea fundamental del filósofo español, R. O. Abdala, en "La Prensa", Bs. Aires, del 26 de julio de 1970, dice también lo siguiente: "Ortega es, desde luego, un filósofo de la Vida, puesto que para él la vida es la realidad radical, tal como lo deja perfectamente aclarado el epígrafe que pongo al tope del presente trabajo. (Abdala dio a este trabajo el título: "El raciovitalismo, a quince años de la muerte de Ortega". - Obs. del autor de este artículo). Pero solía fastidiarle que a su pensamiento se lo enrolase en el vitalismo, confiriéndole un sesgo puramente biologista. Su doctrina -la que le ha otorgado un sitio entre los filósofos del siglo XX- es el Raciovitalismo o la Razón Vital, conjunción o avecinamiento de términos que, desde el vamos, proyecta una inequívoca luz de su significado".

[5] Jean Paul Sartre y Martin Heidegger: Sobre el Humanismo, SUR, Buenos Aires, 1960, págs 20-21.

[6] R. Marcic, Vom Gesetzesstaat zum Richterstaat, Wien, 1957, pág.32.