Los monos armados

Franjo Nevistic

 

Studia Croatica, Año XV – Julio – Diciembre 1974- Vol. 54-55

 

La lucha por el poder entre el mundo postreligioso y el "religioso"

El tema de la violencia está a la orden del día tanto en nuestra Argentina como en el resto del mundo. Nos preocupa a todos y a cada uno, ya sea como un fenómeno trágico, diario, ya como un problema teórico. Paradójicamente, cuanto más se trata de comprenderlo y superarlo, más se multiplica y adquiere dimensiones cada vez más amplias.

El 16 de septiembre último asistí, por televisión, a una discusión sobre el tema, oportunidad en que el doctor Ricardo Balbín, líder del radicalismo argentino, fue entrevistado por dos reconocidos periodistas especializados. Los dos trataron, en un enfoque cruzado, de conocer cuál era la opinión al respecto de esta personalidad política, una de las más interesantes en el actual escenario político argentino. La finalidad de la discusión fue conocer su opinión y, al mismo tiempo, hacérsela conocer al gran público nacional.

Prescindiendo de muchos matices, por cierto interesantes, del problema tratado, nosotros nos limitaremos sólo a uno, por considerarlo esencial. Al contestar el doctor Balbín a la pregunta de sus interlocutores sobre cuál podía ser la finalidad de la violencia desatada en cadena en la República Argentina, dijo que es la lucha por la conquista del poder. Los periodistas mencionados coincidieron con él. Nosotros también. La conquista del poder, nos parece, revela el fenómeno de la violencia en su totalidad y su fundamento último.

Pero para entender mejor la profundidad y la amplitud del acierto resulta indispensable realizar un análisis de sus aspectos esenciales íntimamente ligados a la naturaleza del hombre y a su destino.

La conquista del poder, y por el poder, en el tiempo en que vivimos, sería una especie de l'art pour l'art inadmisible. La orientación "social" del pensamiento que nos caracteriza no permite ninguna clase de l'art pour l'artisme, incluso en el campo literario, a pesar de que se trata de una zona de vida que le es connatural (recuérdese el caso actual de los pintores abstractos y la represión soviética). Tomar el poder por el poder no nos diría mucho. Se trataría de una especie de juego político-social incompatible con una época realista. En efecto, si un individuo, un grupo o una clase entera no se detienen ante la inviolabilidad y la santidad de ningún bien humano con tal de conquistar el poder, incluso avasallando la familia o la vida misma del hombre, su posición es más que reveladora: la posesión del poder político-social es el bien más alto, casi absoluto.

¿Pero la posesión del poder no fue en todos los tiempos y en todas las sociedades el objetivo final de la lucha política? Por cierto que sí. ¿No se cometían, por igual, crímenes con tal propósito? Tampoco podemos negarlo. Pero lo que asombra al doctor Balbín, a sus interlocutores y a todos nosotros es el hecho de que a los "violentos" de hoy los caracteriza un rasgo peculiar -malo, repudiable-, que se consideraba ya superado y eliminado por lo menos en las sociedades civilizadas. Este rasgo peculiar, según el propio Balbín, es la falta de conciencia, responsabilidad y remordimiento por el crimen cometido. Antes, decía el político argentino, quien cometía un crimen reconocía él haberlo cometido y se entregaba a las autoridades para su correspondiente castigo. Hoy, por el contrario, el que comete el crimen pretende que se lo considere como héroe.

Aquí está lo esencial del problema que nos interesa y que intentaremos someter a un análisis que consideramos indispensable para poder comprender el fenómeno en su alcance trascendental.

La observación formulada por el político radical coincide, quizá sin pensarlo, con la opinión de A. Camus, cuando en una de sus obras más brillantes señala este hecho de la depravación ética del hombre como la característica más saliente y la más trágica de nuestra época[1].

¿Pero podemos justificadamente asombrarnos ante hechos de esta índole? ¿Podemos echar sin más toda la culpa, la responsabilidad y la vergüenza a los violentos? ¿No hay algo lógico e históricamente natural en el comportamiento de los violentos de hoy?

En efecto, nosotros consideramos que el fenómeno que enfocamos es una fase lógica y final del proceso de desarrollo del pensamiento tanto científico como filosófico del mundo moderno. Su característica principal es el "vaciamiento" de los valores acumulados durante siglos, gracias a una paciente labor y a la colaboración de varios factores entre los cuales el de la religión cristiana, por su decisiva importancia, no es el último. La filosofía racionalista, pues, ha completado en esta época la crítica de la metafísica y la religión que Marx considera como presupuesto de toda crítica. La crítica del cielo, decía, precede y condiciona la crítica de la tierra y la política. Dios ha muerto, el hombre está agonizando, comentó algún otro filósofo. La conexión tanto lógica como ontológica entre las dos enunciaciones la explica con una luz diáfana J. P. Sartre[2].

Pese a esta visión clara y lógica, Sartre no procede lógica y coherentemente hasta el fin. Asustado por la ética laica, como la describe con exactitud en sus consecuencias negativas, pero aceptando el "hecho" de la muerte de Dios y para evitar dichas consecuencias y salvar a la sociedad ante el caos moral y jurídico, Sartre exige la inexistencia de Dios, formula un ateísmo postulatorio, se aferra a su existencialismo. Si Kant permitía aún la existencia de Dios, fundándola como posibilidad contenida e indicativa en el imperativo categórico, el filósofo francés traslada y coloca en el hombre el fundamento de todas las obligaciones, tanto ético-morales como jurídicas. Cada uno, según él, debe actuar indefectiblemente como si actuara en nombre de la humanidad entera.

Las consecuencias prácticas y teóricas, fruto auténtico de esta posición, las conocemos de sobra. Para esclarecerlas en su totalidad podemos servirnos aquí de una analogía que nos proporciona la jurisprudencia. Se trata de las leges imperfectae, es decir de leyes sin una sanción segura y firme. La filosofía existencialista introduce, sin quererlo, este concepto en la filosofía moral y jurídica en su totalidad. Pero las consecuencias son harto diferentes. Mientras que en el campo jurídico las leyes imperfectas coexisten, dentro de la vigencia mucho más amplia y bien determinada y sancionada de la leges perfectae, con el contorno de las obligaciones firmes, aquí, en el campo filosófico, que es siempre una completa cosmovisión, se abre la puerta a la inseguridad total, a la arbitrariedad absoluta. Ni el imperativo categórico de Kant con su teísmo postulatorio, ni su modificación sartreriana en el ateísmo postulatorio bastaron para fundar la pureza y la claridad de la Obligación en el mundo. Tanto el primero como el segundo carecen de un respaldo firme, de la sanción suficiente a la Obligación. Desde esta posición, todas las obligaciones, aun las leyes perfectas del hombre, se convierten en leyes imperfectas. El primero constituye solamente un escalón más hacia el nihilismo, donde terminó el segundo. Sobre la Nada no es posible edificar, levantar edificios de austeras columnas capaces de sostener la existencia de la humanidad. A. Camus, discípulo de Sartre y su conmaestro del existencialismo, lo demuestra en su obra El extranjero.

El desarrollo filosófico, pues, ha vaciado sensiblemente el acervo ético del mundo civilizado. Pero para ver mejor el abismo hacia el cual es llevada la humanidad sin una fundamentación ontológica de la Obligación, y una vez negada su ubicación en el asidero religioso-trascendental, agreguemos lo que enseña al respecto el eminente filósofo y matemático contemporáneo Bertrand Russell.

En efecto, mientras que muchos de sus coetáneos e iguales científicos llegan a la conclusión de que las ciencias positivas y la técnica dejan al hombre desamparado, expuesto a la autoaniquilación (W. Heisenberg, M. Born y otros), Russell cree todavía en su poder de salvación. Estamos, según él, ante la puerta de una "edad de oro" que nos abrirían las ciencias si "matarnos al dragón" que la custodia y que es, justamente, "la religión".

Teniendo presente el contexto de estas ideas, hemos puesto en el título del presente trabajo, y como su idea central, la confrontación entre el mundo posreligioso y aquel "religioso", substituyendo con el término posreligioso lo que expresa Toynbee con el concepto de mundo "poscristiano", y expresando con el término religioso entre comillas lo que Russell denomina el mundo religioso sin comillas. En efecto, este último, al referirse a la pretendida nocividad de la religión en general, dice también lo siguiente: "Creo que todas las grandes religiones del mundo -el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el Islam y el comunismo- son a la vez mentirosas y dañinas" [3].

Sin intentar invalidar las afirmaciones, por cierto gratuitas, de tan grande autoridad, que ubica erróneamente al comunismo entre las religiones, nosotros, por el propósito de este artículo, tomamos al comunismo como religión, pero señalando desde ya nuestra disconformidad, tanto formal como substancial, con el famoso matemático y filósofo, lo ponemos como la religión y el mundo religioso entre comillas. Todos, pues, sabemos que se trata de un mundo y de una religión seudorreligiosos, de un intento racionalista más de realizar su sueño de la sociedad utópica o la "época de oro", como lo dice el mismo Russell.

Hecha esta observación aclaratoria, todos sabemos también que el problema central y más urgente de la actual política internacional es la lucha entre el mundo poscristiano o posreligioso -el mundo occidental- y el mundo "religioso" oriental, o sea el mundo comunista como lo ve Russell. Esta lucha se ha transformado en una especie de guerra civil de doble aspecto. Siendo el mundo actual técnicamente uno, la lucha por el poder en él entre los EE.UU. y la Rusia Soviética puede considerarse legítimamente como una lucha civil de dimensiones mundiales. Este es su aspecto ontológico primordial. Pero, para evitar la confrontación directa entre las dos superpotencias (la "alianza" entre Washington y Moscú durante y después de la última gran guerra se considera como la más "firme" y más prolongada) el conflicto se ha transferido, parcializado y convertido en guerras civiles dentro de los límites de los Estados nacionales, para muchos ya límites anticuados.

En efecto, detrás de las facciones nacionales en lucha y en casi todas las partes del mundo están los dos protagonistas principales de la "guerra civil" general. La misma se desarrolla de acuerdo con los cánones de una filosofía nihilista. El remordimiento, la conciencia, la responsabilidad. ¿a título de qué? Nuestro asombro, como el del doctor Balbín, no debería tener lugar. El humanismo del mundo poscristiano se ha despojado de sus verdaderos factores de civilización, ha vaciado el acervo verdaderamente cultural y este vacío ha llenado el humanismo comunista con la violencia.

En efecto, si la verdad para el mundo poscristiano es solamente una especie de error -es decir la verdad es inalcanzable para el hombre- según Nietzsche, ¿a qué aferrarse noéticamente? Si Dios ha muerto y todo está permitido, como afirma Dostojevski, si nosotros nos encontramos, según Sartre, en un plano donde hay solamente hombres, ¿a qué aferrarse entonces ética y jurídicamente? Nos encontramos en medio de una historia natural del hombre. La ley de esta historia es, según el mencionado filósofo alemán: "Lo que quiere el hombre es lo que quiere la más pequeña parte de un organismo viviente, es decir el aumento de la potencia" [4]. Luego la ley fundamental del proceso de esta historia natural es, según Nietzsche, la siguiente: "¿Quieres una palabra para designar este mundo? ¿Una solución a todos sus enigmas?... Este mundo es la voluntad hacia el poder, y nada más" [5].

Para dar una vez más un enfoque argentino del problema de la violencia, volvamos a "La Prensa" del 11 de agosto de 1974. Allí Alicia Jurado, en una colaboración, ha confirmado el despojo, el vaciamiento del acervo de la civilización occidental, idea que hemos expuesto más arriba, y que inspira doblemente este trabajo. De allá hemos tomado prestado el título, un poco cambiado, y sus análisis, y la conclusión, al referirse a las obras de Konrad Lorenz y Roberto Ardrey, nos ha inducido a realizar este trabajo. En efecto, para los dos científicos mencionados, según A. Jurado, "el primer acto de afirmación humana que se ha podido comprobar es la capacidad para el asesinato". El Australopithecus africanus, una especie de mono, es el bisabuelo del hombre, del Homo sapiens. Contrariamente al idealismo romántico de muchos -de Rousseau, por ejemplo- ese bisabuelo "no fue arborícola, sino criminal nato... Los restos fósiles demuestran que mató a sus semejantes, y que la raza de Caín es anterior a la creación, de Adán".

¿Qué otra cosa, en consecuencia, podemos esperar si no la violencia en una época y en un mundo gobernados por la explicación total del hombre y de su historia mediante la evolución biológica? ¿En un mundo que considera al hombre exclusivamente como una especie de vertebrados más evolucionada, pero fraccionada por concepciones de lo justo diametralmente opuestas? Una parte de este mundo se ha despojado de la religión, proclamándola incluso "mentirosa" y "dañina", y trata de tirar al traste toda educación tradicional del cerebro reptil, descubriendo su desnudez originaria de mono, mientras que la otra se ha vestido del ropaje muy solemne de la religión comunista en el sentido russelliano. Las dos concepciones, los dos mundos alistados entorno de ellas, están en conflicto mortal, animalesco.

Pero para que la realidad se torne todavía más dramática hay que recalcar aquí la conocida diferencia entre los escépticos y los creyentes. Los primeros (desgraciadamente el mundo libre), invadidos por la duda, aparecen faltos de energía, de lucha, y los otros (el mundo comunista), llevados por el fanatismo de su pseudo-credo, se muestran decididos, audaces, listos para el sacrificio. Por desgracia, más por el sacrificio de sus semejantes que por el propio. Los nihilistas, dice Camus, deberían ser suicidas, si son consecuentes, pero, carentes de toda lógica, prefieren antes que suicidarse matar a sus semejantes. Por una extraña lógica, quizás de monos, los violentos de hoy matan a sus semejantes como el hombre a su tiempo comía al hombre, según Croce, con la conciencia tranquila, como si se hubiera tratado de pollos asados. El poder por el que están luchando y la sociedad con la que están soñando liberarían al hombre, inaugurarían la "verdadera historia", abrirían la "época de oro". El hombre, dice Nietzsche, quiere lo que quiere todo ser viviente: aumentar su poder. Para tal fin, los descendientes del Australopithecus africanus se han armado; la raza de Caín ha perfeccionado su armamento de tal manera y en tales proporciones que el Homo sapiens puede parecer un verdadero equívoco de la evolución., El Homo sapiens, irónicamente, está en condiciones de destruirse directa o indirectamente, a sí mismo y a todo vestigio de vida en nuestro planeta. La norma suprema de su comportamiento es obtener más poder y potencia. Si no usa todavía los últimos inventos de armas devastadora es porque lo detiene sólo el miedo a su propia muerte. Usarlas en menor escala, sin detenerse ante ninguna clase de bienes del hombre, es la consecuencia lógica de una posición nihilista y de una violencia en nombre de una seudorreligión.

¿En qué podemos depositar la esperanza de que se pueda evitar esta perspectiva? Alicia Jurado, acota en "La Prensa": "Pero tampoco podemos desalentarnos del todo respecto al destino del hombre. Si no es un ángel caído, como imaginan los creyentes en la sociedad corruptora, sino, más modestamente, un primate evolucionado, no necesitamos vernos como una raza decadente, y sí como mamíferos bastante promisorios. Si tenemos la suerte de sobrevivir hasta que la próxima mutación permita a la reciente corteza controlar mejor el cerebro reptiliano, puede ser que éste no nos mueva a destruir la especie entera con las armas inventadas por aquélla" [6].

En otro de sus artículos, publicado por el periódico porteño el 1º de septiembre -El hombre y la ecología-, A. Jurado reproduce la opinión de S. P. R. Charter, para quien "la lucha de la especie humana por sobrevivir no se plantea hoy entre Oriente y Occidente, ni entre el colectivismo y la libertad, sino, de una manera harto dramática, entre el hombre y su medio; nos recuerda... que nuestra especie no es eterna... sino que, como tantas otras en la historia, desaparecerá por completo. La extinción total, que fue prerrogativa de Dios, 'lo es hoy del hombre mismo', y mientras los dos titanes, el Este y el Oeste, 'se hallan estúpidamente trenzados en mortal combate' suben aguas de la marea que ahogará a ambos".

Sin embargo en el prólogo al libro de Charter El hombre en la Tierra A. Huxley señala, según nuestra autora, como el más grande peligro que nos puede precipitar al abismo común las ideologías nacionalistas, religiosas y políticas y a la "sed de poder de las oligarquías gubernamentales". A. Jurado, pese a su optimismo evolucionista y de mutación, permite la posibilidad de que nuestra civilización y la especie humana sucumba antes de ver realizada dicha mutación biológico-evolutiva y de salvación y a raíz justamente y entre otras causas, de la lucha por el poder.

¿Podemos, por fin, depositar la esperanza de sobrevivencia, de evitar la violencia y conseguir la paz cívica e internacional en aguardar la llegada de la próxima mutación cerebral, de la formación de una nueva corteza cerebral que controlaría las "posiciones y sobreposiciones" cerebrales (de Chardin) reptialianas y las del Homo sapiens actual?

La violencia cotidiana que sacrifica las vidas humanas sin escrúpulos, el manejo con armas en las manos de "monos", el majestuoso paseo de los buques de guerra por los mares del mundo y el vertiginoso desplazarse de los aviones por los aires escondiendo en sus extrañas armas mortíferas científicamente creadas, a semejanza de ciertos reptiles que esconden su veneno detrás de una atractiva superficie, son los peligros de mayor actualidad. Mucho más que el agotamiento del suelo o la polución del aire en que vivimos, sobre el que llama nuestra atención el científico Charter. Si estas armas son manejadas por los "monos", cuya ley suprema es: más potencia, la conquista del poder, estamos entonces, sin atenuantes, ante el peligro de una continuación de la violencia sin tregua y en un sentido que nos conduce a la catástrofe planetaria.

Es necesaria, pues, una urgente revisión de los valores humanos. En efecto, se necesitaron siglos de educación del hombre para civilizarlo, para formarle una conciencia de carácter categórico kantiano o de "engagement" sartreriano universales, pero para destruirlos bastan tan solo unas décadas. Justamente estas dos fórmulas, negando la tradición metafísica y la fe cristiana, terminan el proceso a la inversa: el imperativo categórico se atomiza, disipa e individualiza sin ninguna consistencia interna. El hombre se despoja de las vestimentas que había adquirido sintiéndose hijo de Dios o, por lo menos, como lo diría Ortega y Gasset, un ser extraño, imperfectamente incorporado a este mundo, convirtiéndose en un puro ser natural. Por eso hay que reimplantar sin demora el problema: ¿qué son la cerebralizaciones del hombre y la humanización del mundo? ¿Una evolución inmanentista sin sentido o una subida guiada por la luz trascendental, el hilo conductor de Donoso Cortés, mediante el cual podemos salir del laberinto en que caímos sin la aparente posibilidad de encontrar la salida? Estas son las preguntas ineludibles y sus contestaciones-soluciones dificilísimas. Sin ellas, sin embargo, la violencia y la lucha por el poder que nos asegura el dominio sobre los demás -el fundamental anhelo de los seres vivos- acompañarán inevitablemente el presente y el futuro de la historia; no se quitarán las armas de las manos del mono. El hombre, pretenden enseñarnos en nombre de la ciencia, no es ángel caído sino un "asesino nato", como lo fue el mono Australopithecus africanus, por lo cual su historia se desarrollará fatalmente bajo el signo del asesinato.

Sin rechazar esta enseñanza y sus consecuencias por ser indignas de la personalidad humana y sin contestar adecuadamente las preguntas formuladas arriba o, por lo menos, emprender la tarea con la humildad y la sinceridad reconociendo a la vez su importancia y su dificultad y que se supere sólo por etapas, se continuará glorificando a los "políticos" como a Josip Broz Tito, por ejemplo, para quienes la dignidad y la libertad humanas y el derecho de la autodeterminación de los pueblos sirven sólo para conquistar y mantener el poder, armando una parte de -"sus monos"- contra la otra, desarmada, perseguida, encarcelada o fusilada.

"La inocencia" está llamada a dar la justificación de su proceder criminal, según Camus, pero ¿en nombre de qué valor, principio o norma? Los monos en la lucha conocen sólo la ley del más fuerte. En esta atmósfera no hay perspectivas de solucionar el problema de la violencia, ante la cual, a menudo, quedamos perplejos y, aparentemente, sin justificación. Si nos movernos únicamente en el plano donde hay sólo hombres y estos son la especie más evolucionada de los monos ¿qué otra cosa debemos esperar?

Arturo Uslar Pietri, refiriéndose a los mismos autores, cuyas obras reseñaba A. Jurado, parece aceptar la idea, de que no hay dos psicologías: una animal y otra humana. Olvida por completo la psicología racional del hombre, volcando toda la atención a la psicología fisiológico-experimental. Leyhausen y Konrad habrían descubierto una nueva ciencia que se llama etología y que podría salvarnos. Los sistemas educacionales, según el escritor venezolano, se habrían perdido en la "neblina ideológica". Debemos regresar a la "poderosa herencia animal que está viva dentro de nosotros. Tal vez buena parte de los fracasos de nuestra civilización viene de ese abandono de la raíz animal y sean los etólogos, examinando peces, gatos y pájaros, los que nos hayan de señalar el camino de regreso al imperturbable orden de la naturaleza, que tan orgullosamente hemos olvidado".

Se ha dicho, hace muchísimo tiempo, que el ideal debería ser: homologumenos te fiset zen, vivir de acuerdo con la naturaleza. Pero ¿qué es la naturaleza humana? Reduciéndola exclusivamente al nivel de gatos, perros, monos y pájaros, que nos perdone el renombrado publicista venezolano, ¿qué otra cosa creen y hacen en su "educación" los regímenes materialistas-comunistas? Creen poder con la acción "ab extra" crear los mecanismos que van a mitigar las leyes de la naturaleza, especialmente la animalesca, donde domina la ley del más fuerte o la violencia e instalan sistemas políticos de tortura más completos. Adecuare naturam, dice otro agudo observador en la actualidad, es la característica más saliente de los dictadores, incompatible con los ideales liberales que parece defender también el señor Uslar Pietri. (Ver: "La Prensa" del 9 de octubre del corriente año, pág. 4: A. Uslar Pietri: Hay un animal adentro).

 

 



[1] A. Camus, L'Homme Révolté, París, 1951, pág. 14, L. Gallimard: "Mais les camps d'esclaves sous la bannière de la liberté, les massacres justifiés par l'amour de l'homme ou le goût de la surhumanité, désemparent, en un sens, le jugement. Le jour le crime se pare de dépouilles de l'innocence, par un curieux renversement, qui es propre à notre temps, c'est l'inonce qui es sommée de fournir ses justifications".

[2] "El existencialismo, por el contrario piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible... no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que hay que ser honrado, que no hay que mentir, pues que precisamente estamos en un plano donde hay solamente hombres... En efecto, todo está permitido, si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse". J. P. Sartre, Martin Heidegger, Sobre el Humanismo, SUR, Buenos Aires, 1960, págs. 20-21.

[3] Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano, en Prefacio, pág. 14, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1971.

[4] Guido Gonella, Presupposti di un ordine internazionale, Città del Vaticano, 1943, pág. 88

[5] Friedrich Nietzsche, Werke, ed. K. Schlechta, vol. III, 2º ed., Munich, 1960, pág. 917, citado según Geoffrey Barraclough: Introducción en la Historia Contemporánea, Madrid, 1965, pág. 293.

[6] A. Jurado, El mono con armas en "La Prensa" del 11 de agosto de 1974, edición ilustrada de los domingos.