Kvirin Vasilj: Sloboda i Odgovornost (Libertad y Responsabilidad), Roma 1972, pp. 320, en croata.

No hay, podernos decir, otro tema de tanta importancia en nuestra época y, no obstante, hay pocos que son tan ignorados y abandonados como precisamente éste. Si hubiera en el mundo más libertad y más responsabilidad, muchos de los fundamentales problemas que están agobiando a nuestra sociedad no existirían o, por lo menos, perderían considerablemente de su carácter dramático y amenazador.

K. Vasilj, un franciscano croata de vocación realmente filosófica, dedica su alta capacidad de pensador tanto para señalar la importancia del tema como para esclarecer su esencia.

Su opus filosófico, por cierto ya voluminoso, está dedicado principalmente al problema noético, a la primera de las tres cuestiones kantianas que constituyen la problemática fundamental de la filosofía mundial, es decir: Was kann Ich wissen? (¿Qué puede saber?).

El libro a que nos referimos ahora trata la segunda cuestión kantiana: Was soll Ich tun? (Qué debo hacer?), y desemboca espontáneamente en la tercera: Was darf Ich hoffen? (¿Qué puedo esperar? como consecuencia de nuestro obrar).

En el primer capítulo de este trabajo, nuestro autor define y analiza el concepto del acto ético en general. En términos generales, el acto significa transformar una posibilidad en un hecho efectivo. Los cambios en la naturaleza suceden de acuerdo con la ley necesaria de causalidad. Si se dan todos los factores para un cambio concreto y natural, éste sucede necesaria e inevitablemente. Pero la actuación del hombre, parte del mundo visible y natural, no está tan subyugada a las leyes de naturaleza. Siendo el caso del hombre, diría Ortega y Gasset, un intento malogrado de incorporación al mundo de un ser extraño al mismo, el hombre no acepta del todo la fuerza de sus leyes subyugantes. Liberarse de esa fuerza ciega e inexorable constituye la dramaticidad de la existencia humana: cómo actuar libre y responsablemente en un mundo regido por la ley de hierro de causalidad necesaria.

Vasilj hace distinción entre el bien natural y el bien ético. El bien en la naturaleza significa el contacto y la complementación de dos seres que se necesitan mutuamente y se integran recíprocamente, mientras que el mal significaría lo contrario: el contacto de seres que no van juntos. Este acontecer natural, por ser su ley necesaria, está exento de la ley ética. Esta presupone la libertad del agente como concausante del acontecer y, lógicamente, su responsabilidad. Enfocando sólo desde este punto de vista -libertad y responsabilidad- podemos hablar de un acto ético. ¿Existe, pues, la libertad humana dentro de un terreno de necesidad?

Antes de responder la cuestión, Vasilj trata dos problemas que se plantean a cada uno de nosotros cuando pensamos y sentimos la repercusión de nuestros actos tanto en el interior del "corazón" como en la sociedad en que nos toca vivir. ¿Cómo establecer un orden jerárquico de bienes para que nuestra conciencia, movida por los mismos, resulte lógica, consecuente, organizada, sin contradicciones y conflictos con sí misma, proporcionándonos la tranquilidad interna y el sentido de nuestro vivir? Esta es la primera cuestión que no podemos evitar. La segunda es: ¿Cómo modelar nuestra conducta al tratar de realizar bienes en la sociedad para que no produzca conflictos, desorden y malestar en la misma?

Esto quiere decir que la inseguridad personal de valores se proyecta en la realidad social objetiva. ¿Hay posibilidad de encontrar un bien supremo para organizar nuestra escala de valores -único móvil de la actuación- de tal manera que la acepten todos como base indispensable para la tranquilidad personal y la armonía social?

Visto que hay individuos y sistemas que niegan la libertad de la voluntad humana, sin la cual no hay actos libres ni actores responsables, Vasilj acepta la vivencia inmediata de esta libertad como argumento insustituible y seguro de la existencia de la misma. Aquí, nos parece, la vivencia inmediata de nuestra libertad desempeña un papel de profunda analogía con la evidencia inmediata de la verdad -por lo menos sensitiva- en la noética. (Nos referimos al realismo noético de Gilson). La vivencia inmediata de la libertad en la ética es de importancia primordial y decisiva como la evidencia inmediata de la verdad en la teoría del conocimiento o la noética.

Asegurada así nuestra libertad en su existencia, ella misma envuelve también en sí la responsabilidad del agente. Sin libertad no hay responsabilidad, y viceversa. Por eso dice nuestra autor: "Es un delito mucho más grande contra el hombre que cortarle manos o piernas, restringirle o limitar la actuación libremente, hoy los hombres son conscientes de que no se puede lesionar físicamente a un hombre inocente. No obstante, la negación de la libertad -lo que constituye un delito todavía peor- rige como una regla en muchas sociedades y países".

En la segunda parte -"Fundamentos metafísicos de la ética"- el autor, descartando la posibilidad de encontrar una escala de valores aceptables para todos en el mundo monista, materialista o inmanentista, recapitula la parte más "revolucionaria" de su filosofía del conocimiento, concerniente a la existencia de Dios. Rechazando argumentos tradicionales filosófíco-teológicos de la Iglesia, Vasílj acepta sólo uno, deducido de la contingencia del universo, pero reimplantándolo de una manera muy sutil y nueva. Con esto trata de vigorizar la fuerza probatoria de este argumento, advirtiendo a los que con argumentos cosmológicos mal entendidos incurren realmente en el gravísimo error de identificar a Dios con las fuerzas actuantes por sí en el mundo material.

Así, supone nuestro autor, asegura el bien supremo, metafísico, único que satisface tanto la inquietud y la pretensión legítima del hombre, como también los fundamentos de una ética común, jerarquizada y capaz de orientar a los hombres y los pueblos hacia una convivencia más humana. Esta parte del libro es de trascendencia fundamental. Sin un bien metafísico, universal, imperecedero, no hay posibilidad ni perspectiva para la elaboración de una ética universalmente aceptable. Aquí, quizás, nos encontramos en el punto en que podemos o perdernos en la desesperación por vanos intentos de darle sentido a nuestra vida y civilización, o realmente reelaborar una nueva, segura y atrayente imagen del mundo.

En el tercer capítulo -"la lógica del ateísmo y sus consecuencias"- el autor refuta los "argumentos" ateístas del filósofo y profesor alemán Walter Hollitscher. En un artículo publicado en la revista Concurrane, traducido del aleman al inglés, Hollitscher niega la creación del universo en los siguientes términos: "La respuesta religiosa sobre el origen del universo no logra, nos parece, lo que promete. Si el universo señala la totalidad de todos los procesos materiales, pasados, actuales y futuros, y sí la explicación de una cosa significa análisis de su estructura, de donde nació bajo determinadas condiciones y de acuerdo con ciertas leyes, entonces resulta posible sólo investigar nacimientos en el universo, pero no la génesis del universo". Rebasaría el espacio de que disponemos el querer fijar bien las posiciones de Hollitscher y de nuestro autor para, después de un largo análisis, optar o -lo que es más lógico, necesario y exigible- aceptar racionalmente una de ellas. Se exige un esfuerzo intelectual que no a todos nosotros asegura también un éxito exento de dudas y vacilaciones. Aquí se replantea la posibilidad de la metafísica o no, lo que muchos consideran como un problema resuelto por Kant: la metafísica es imposible. Vasilj, con una audacia y una seguridad no comunes, refuta a Kant, a todos sus adeptos y al mismo Hollitscher.

Empezando con las impresiones sensoriales (cognitio sensibilis) y la intuición intelectual, que constituyen nuestro conocer experimental, en las nociones sintéticas, subimos, mediante juicios sístoles, a la metafísica. La noción intelectual, pese a que parcialmente depende de las impresiones sensoriales, no se agota en ellas. El intelecto añade nuevos elementos, convirtiendo meras impresiones en conocimientos del intelecto. Y no nos detenemos aquí. Si tenemos varios conocimientos intelectuales, apoyados sobre la experiencia, es decir, válidos para el mundo real, material, podemos elevarnos hasta los conocimientos metafísicos. "Cuando tenemos a nuestra disposición una serie de conocimientos, los podemos unir en nuevas nociones sin necesidad de un nuevo material de experiencia. Aquí reside el misterio de las cogniciones de carácter sístol, dice nuestro autor. Así, pasando a la metafísica, llegamos al bien supremo, principio de la vida, a Dios.

Sin esto, reducimos al hombre a un "ser económico". Nos encontramos en la "sociedad marxista". Sus "hombres, que lucharon, según convicción propia, por la justicia social al tener el poder en sus manos, si son suficientemente fuertes, viven una vida más lujosa de la de los reyes y emperadores... Además, tratan de poseer el pensamiento humano de una manera total, como unos dioses físicos. Por eso el culto de la personalidad en el terreno marxista no es una hierba artificial sino un fenómeno espontáneo". La tendencia pasional para controlar el pensamiento humano y su libertad mediante la promesa o proporción de "pan, no es un signo del progreso del hombre, porque esta idea preocupaba desde tiempos inmemoriales a los tiranos y dictadores", acota Vasilj.

En el capítulo siguiente Vasilj confronta la ley ética y el principio de egoísmo, demostrando que toda clase de utilitarismo termina en una inevitable degeneración. La voz de la ley "debe" y no debe" de Hume, según el cual esto constituye unas relaciones nuevas que son casi indeducibles de los hechos que afirmamos o negamos, tiene su origen propio, su realidad y sus leyes. "El hombre no existe por y para sí mismo sino por y para el Ser de sí mismo, que creó al hombre en su ser. En consecuencia, su fin supremo es la realización del objetivo metafísico, es decir, debe necesariamente dar prueba, manifestar en su obrar las perfecciones de ese Ser de por sí". Destaca el autor, continuando: "Por cuanto más realicemos en nosotros mismos el amor, la justicia y la verdad, tanto estaremos más semejantes a Dios y realizaremos más integralmente el supremo objetivo de nuestra vida". Siendo el origen y el objetivo de todos los hombres iguales, así fundamos la ética universal que reza: "Ama a tu prójimo como a ti mismo".

A la luz de esta ética el hombre queda investido de una dignidad incomparable. "Si denominamos a la actuación de acuerdo con ese objetivo supremo "reino de Dios en el mundo", estamos autorizados a decir que aun el "más pequeño en este reino de Dios" será más grande que el más grande y perfecto de un reino, mundial", dice textualmente el Dr. Vasilj. Sólo así es posible introducir la armonía en nuestra propia vida, eliminando contradicciones y, lógicamente, en la sociedad donde todos actuamos y pretendemos realizar nuestra felicidad. De otra manera se producen contradicciones, confusión y catástrofes. Nuestro autor ilustra su posición mediante ejemplos concretos. El juicio de Nuremberg no fue pronunciado de acuerdo con la ética y el derecho universales, corno lo pedía el juez americano Robert Jackson. Los bolcheviques fueron jueces pese a que ellos mismos atacaron a Polonia junto con los alemanes y fueron causantes de la segunda guerra mundial. Además, muchos liberales aborrecían las matanzas en Indochina, pero guardaron silencio sobre las de Biafra; destacan los crímenes nazi, pero hacen la vista gorda cuando deberían condenar a los comunistas. Esta es la "ética de situación", un utilitarismo que socava los fundamentos de la ética, el derecho, el orden y la paz en el mundo.

Llegando al capítulo "El problema del mal en el mundo", el autor de estas líneas preferiría quedarse callado. Guiado por Vasilj a través de bosques muy espesos del problema noético y preparatorio para una ética metafísicamente bien fundada, caminando por un camino muy estrecho, pero seguro, al entrar en el campo del mal del mundo, enmudezco. Casi levantaría las manos, declarando mi ignorancia, incompetencia e imposibilidad de decir algo convincente, seguro y definitivo. La realidad del mal en el mundo es tan agobiadora y omnipresente, y negar la existencia del mal de acuerdo con el principio omne ens bonum me asombra de tal manera, que no veo salida clara. Epicuro y Nietzche me enfrentan. No me siento preparado para darles la batalla decisiva y en su compañía no puedo quedarme. Prefiero alejarme, esperando momento más propicio para otro enfrentamiento con ellos y una esperanza segura de vencerlos.

En los capítulos IX y X "El materialismo dialéctico y la ética", Vasilj magistralmente refuta a los comunistas tanto en el campo lógico como en el histórico, demoliendo sus "argumentos" sobre el origen y el fin de la religión y la ética. Lo absurdo de los negadores de Dios y el mundo de los valores éticos levantado sobre esta idea fundamental, resultan muy evidentes en los análisis de Vasilj. Unamuno decía que los argumentos antiteístas le resultaban menos convincentes de los que afirmaban la existencia de Dios.

La lectura y, por sobre todo, el estudio de la presente obra de Vasilj reforzarán nuestras convicciones teístas, vigorizarán la conciencia de nuestra libertad y la responsabilidad que tanto necesitamos en cualquier momento de nuestra vida individual y especialmente en la vida colectiva de esta época, tan turbulenta y sin una firme orientación.

Franjo Nevistic