Pablo Picasso, el pintor que no pintó Bleiburg, la super-Guernica

Lucas Fertilio

Murió Pablo Picasso. A los 92 años. Casi un siglo. No era el más grande pintor del siglo. Tan solo el gran mutante de la expresión artística. La energía prometeica que negó 40.000 años de tradiciones artísticas. La pasión dionisíaca que creó la estética absurda, salvaje y deshumanizada. Expresión que escandalizó medio mundo. También a sus amigos más íntimos. Braque le dijo: Al ver tus cuadros me parece beber petróleo y comer estopa...

Mas PP, el apóstol del feísmo en el arte, proclamaba airadamente que el arte debía escandalizar, provocar, hasta insultar y ofender. La pintura es la mentira que dice la verdad. El arte tiene su misión regeneradora. Crear obras de arte formalmente bellas, dulzonas, formas que gustan vulgarmente, es un escándalo, una hipocresía, un pecado contra el Espíritu Santo. El arte debe sacudir las conciencias, despejar mentes, fomentar voluntades.

El arte de PP (como todo arte auténtico) no es manufactura, sino lenguaje. Sus cuadros son textos que trasmiten mensajes, invitan a la acción, comunican experiencias, esperanzas y tristezas de nuestros últimos cien años. De la época más dramática y más peligrosa de la historia universal. Cargada de amenazas y de promesas. Humanamente casi inconcebible.

Las angustias y las alegrías de este proceso histórico las expresa el arte contemporáneo. PP es su gran maestro. Este hombre protomediterráneo, íbero y ligure, parece haber intuido la hazaña prometeica de nuestra generación. De la generación que se apoderó de la energía cósmica, que subió a las alturas del cielo y creó el Adán artificial. PP comprendió el terrible alcance de esta hazaña. En un momento de ira el hombre podría destruir el planeta. Pero con paciencia y humildad podría convertirlo en un jardín de felicidad.

En el arte de PP palpitan las angustias y las esperanzas de este terrible dilema. ¡Cómo y cuánto cambiaron los hombres y las cosas durante la vida de PP! Cuando nació la máxima velocidad de nuestros artefactos eran los 50 Kms por hora del ferrocarril. En los últimos días de su vida un cohete rumbo a Júpiter surcaba los espacios con 50.000 Kms por hora. Sí, esta es la tensión del siglo de PP, y también del nuestro. ¡50:50.000 kilómetros!

Las formas del arte tradicional nunca habrían podido expresar esta tensión que, consciente o no, vive en toda la humanidad, en cada uno de nosotros. Ante tamaño dinamismo espiritual y físico, el arte tradicional, glorioso y maravilloso, está mudo, incapaz de concebir y expresar el fenómeno. Tan sólo Leonardo, Durero, Bosch o Bruegel podrían aludir al misterio. Para expresar la plenitud de su dinamismo, se necesitan las formas del arte contemporáneo. El arte subjetivo, arbitrario, que no reproduce fotografías sino radiografías de la realidad. Descubre su alma, su espíritu. Las formas de este nuevo arte son aparentemente absurdas, morbosas, monstruosas, como lo son los complejos psíquicos y los tumores malignos que (descubre) y que aparecen en sus realizaciones. El más cruel reflejo de la realidad. Y el maestro de esta nueva expresión, más allá de lo bello y de lo feo, es Pablo Picasso.

Se ha dicho, que su Guernica es: El Juicio Final de este Siglo. Si PP hubiese sabido de la masacre de 100.000 hombres, mujeres y niños croatas en Bleiburg, en mayo de 1945, sin duda alguna habría pintado una Super-Guernica.

Su Mujer frente al Mar es: La Venus del Siglo Veinte. Un monstruo. Parece el mugrón de toda la miseria, de toda la maldad humana. En su figura se han fundido la máquina, la bestia y el ser humano. ¿Quién será? Es el espíritu de los Siete Pecados que ha asesinado en el Siglo Veinte unos cientos de millones de seres humanos sanos, bellos, sedientos de vida y de alegría.

Ninguna forma del arte tradicional habría podido expresar tanto horror, toda la crueldad que se arrojó sobre el noble linaje humano. Este es el sentido y el valor de lo deshumanizado y de lo monstruoso en el arte contemporáneo. Y muy especialmente en el arte de PP.

Hay algo de demoníaco y de angelical en sus pasiones. Se parece a Siva, la temible divinidad de la trinidad hindú. Una fuerza que puede destruir un mundo, pero no puede construir nada. Fuerza irracional que se deja llevar por sus instintos y pasiones y, al pasar, no deja una sola palabra de consuelo, una sola idea orientadora, tan necesaria en estos días que deciden de la suerte del género humano.

Mas, al poeta hay que perdonarle todo. Lo dice el antiguo proverbio latino. Y ¿PP era poeta? ¿Un arrebatado por nostalgias de eterna y gloriosa belleza? Los unos lo afirman, los otros lo niegan. Don José Camón Aznar, filósofo e historiador del arte, que dedicó a PP una obra de 717 páginas, lo niega. Dice que PP se drogó, en su juventud, de aforismos nietzscheanos y de magia musical wagneriana y que de allí viene su culto a la violencia y la negación. Camón emite una sentencia lapidaria: El arte de Pablo Picasso es la expresión más lograda del anarquismo español. Mas, otro español, franquista, uno de los más prodigiosos críticos españoles pone a PP en el altar de la cultura y la civilización contemporáneas. Dice don José Galván, en la revista madrileña Triunfo, que PP es el más grande pintor de todos los tiempos y que no es grande por su manufactura sino por su espiritualidad. Porque: destruía para construir, odiaba para amar, negaba para afirmar, tiranizaba para liberar.

Cabe, pues, la pregunta: ¿PP, era el héroe de las mil caras? Pregunta más teológica que filosófica. Nos induce a pensar con Nietzsche, por lo demás, tan adverso a todo misticismo religioso. Mas una inesperada sentencia suya nos aclara al enigmático PP. Nietzsche nos dice: Nosotros, los humanos, somos tan sólo encarnaciones, medios, agentes de fuerzas superiores que a través de nosotros realizan sus voluntades inobjetables.

¿Estaba PP al servicio de estas fuerzas y voluntades superiores e inobjetables? Parece que sí, que les servía abnegadamente. Pero no sólo para destruir una tradición artística de 40.000 años sino, y mucho más, para cambiar aquella penosa trayectoria histórica en la cual la insuficiencia humana está luchando desde siempre con la astucia y la crueldad de la vida. Es la lucha del hombre con el destino. El tema de todas las tragedias, de todos los mitos y esfuerzos humanos para superarse y reconciliarse con la voluntad suprema.

Pablo Picasso, relativo como todo lo humano, batalló en esta batalla con genio y valor.