EL CARDENAL LUIS STEPINAC

Abogado de la causa divina y de su pueblo croata. — Reflexiones a los 10 años de su muerte (+ 10 de febrero de 1960)

 

FRANCISCO NEVISTIĆ

Studia Croatica, Año XI – Enero - Junio 1970- Vol. 36-37

RESULTA un asunto muy delicado escribir sobre cosas y personalidades religiosas en tiempos netamente antirreligiosos. Nos exponemos al peligro de ser mal entendidos. Algunos podrían declararnos ignorantes, anticientíficos, oscurantistas. B. Russell, J. Huxley, J. Rostand —toda una serie de autoridades reconocidas— son arreligiosos, ateos. Russel, uno de los talentos matemático-filosóficos más destacados de nuestro siglo, exigía que no se lo considerase cristiano y escribió un libro: Why I Am not a Christian? — ¿Por qué no soy cristiano? Oponerse a tantas autoridades científicas ¿no es una osadía de ignorante?

Además, nuestro subtítulo podría ser calificado de polémico y provocativo, incluso para cuantos se declaran públicamente católicos. Podrían imputarnos la pretensión de atribuir a los hombres lo que pertenece sólo a Dios, de elevar los intereses del pueblo croata a la categoría de una cosa divina sin más, confundir las fronteras entre los valores universales en su pura autenticidad y los intereses particulares contaminados, posiblemente, por depravaciones de cualquier índole. Finalmente, semejante posición resultaría ofensiva para la personalidad de Stepinac, lo que querríamos evitar a toda costa, pues este extraordinario hombre se eleva por encima de todas las consideraciones de ese carácter.

Conscientes de este peligro, trataremos de explicar con más precisión a qué nos referimos y cuál es nuestra preocupación primordial al empezar a escribir este artículo dedicado a la eximia personalidad del cardenal Stepinac con motivo del primer decenio de su muerte.

Por de pronto, reconocemos también sinceramente motivos utilitarios nacionales. Pero ¿no es ésta una posición equivocada a priori? El utilitarismo nacional ¿no es causa fundamental de la confusión axiológica general y de la división "egotista" tan característica en la crisis de nuestra época? ¿Tenemos en perspectiva el derecho y la posibilidad de alguna justificación, de invocar lo que consideramos un valor universal para nuestros particulares fines utilitarios?

Al pensar en esto, nos inquietan las investigaciones histórico-culturales del profesor austríaco F. Heer. "El abogado de la causa divina", como hemos dicho en el subtítulo, asocia inevitablemente nuestros pensamientos con el conocimiento y la experiencia del mencionado profesor, referentes al más grave error y abuso atribuibles a la autoridad eclesiástica y a los dignatarios de la Iglesia, que se halla en los fundamentos mismos de la "crisis" del cristianismo. ¿No se esconde detrás de nuestra formulación en el subtítulo el viejo intento de transferir al hombre la autoridad de Dios, que Heer considera con toda razón el abuso fundamental de las autoridades en general y de las autoridades eclesiásticas en especial? [1] Esto es lo primero que hemos de tener presente al escribir este artículo.

Pero, además, como hemos dicho al principio, enaltecer a una personalidad religiosa, significa para muchos tomar posición contra la ciencia, el progreso y la civilización. La evidencia de esta "verdad" se revela especialmente ante el hecho de tantos éxitos científico-técnicos —viajes a la luna, imágenes instantáneas y transmisión de la voz del hombre que camina por Selene, a todos los puntos de la Tierra, por un lado— y tantas divisiones religiosas, hasta dentro del propio cristianismo que nuevamente amenazan desdoblar su último baluarte, a la Iglesia Católica. En lugar de someternos a la razón científica que está engendrando conocimientos seguros y a la lógica concordancia que surge de ellos, y que resulta condición indispensable para la tolerancia entre los hombres, los pueblos y las naciones, nos atenemos a Ias fantasías religiosas que siembran la intolerancia e instauran el culto de las deidades tribales con consecuencias de odio y de conflictos sin solución. La batalla milenaria contra la fe y la religión, por un lado, y la razón, la ciencia y la incredulidad, por el otro, parece como si tocara a su fin, volcándose inexorablemente en favor de estas últimas. ¿Cuál es, entonces, la verdad?

La Religión, la Civilización y el Progreso

La religión, especialmente la religión cristiana, tuvo siempre dificultades en el decurso de su vida casi bimilenaria.

A. J. Toynbee nos relata un caso famoso, acaecido en los albores de la era cristiana, que caracteriza luego toda la historia del cristianismo. "Al terminar en el imperio romano la lucha entre la victoriosa iglesia cristiana y la religión local precristiana, se produjo un célebre incidente en el momento en que el gobierno imperial, romano-cristiano, estaba cerrando por la fuerza los templos paganos y suprimiendo las formas paganas de culto en la parte occidental del imperio. En el curso de esa campaña, el gobierno mandó que se quitaran del Senado de Roma la estatua y el altar de la Victoria, que colocara allí Julio César. El vocero del Senado de aquella época, Quinto Aurelio Símaco, sostuvo una controversia con San Antonio sobre el asunto, y han llegado hasta nosotros los documentos de esa controversia. Símaco quedó derrotado, no por los argumentos sino por force majeure. El gobierno sencillamente cerró los templos y quitó las estatuas. Pero en uno de sus últimos alegatos, Símaco dejó escritas estas palabras : `Es imposible llegar a tan grande misterio siguiendo un sólo camino. El misterio de que habla Símaco es el misterio del universo, el misterio de la relación en que está Dios con el bien y con el mal. El cristianismo nunca respondió a Símaco. Suprimir una religión rival no es dar una respuesta. La cuestión planteada por Símaco está aún viva en el mundo actual. Creo que ha llegado para nosotros el momento de encararla".[2]

No podemos aceptar esa opinión del historiador británico de que los filósofos y teólogos cristianos, sus santos y su Magisterio no hayan dado la respuesta. Podríamos admitirla a condición de decir que esta respuesta no fue comprendida por muchos y que quedó oscurecida por la vida efectiva de los cristianos, incluso de los más representativos, pero que no era el testimonio de su verdad cristiana. Pero sí podemos aceptar la verdad del planteamiento del problema por Símaco, así como que hubo y hay hasta nuestros días muchos Símacos que piden una respuesta más clara, más aceptable, más convincente. El hombre científico moderno no se conforma con que se invoquen ante él la santidad y la autoridad de la glesia, dice un filósofo croata. Pide la justificación de nuestra creencia ante el juicio de la razón. [3]

Varias veces fue acusado el cristianismo de ser adversario del progreso y la civilización. Tanto en la teoría como en la práctica.

Cuando un Jean Rostand dice, con toda sinceridad, que querría que Dios existiese, pero que él no puede creer en su existencia, es un nuevo y moderno Símaco que pide razones para la creencia cristiana.. "Me incluyen entre los ateos —dijo a un sacerdote francés— y yo lo acepto. Pero ¿qué es un ateo? En lo que yo no creo es en un Dios personal que miraría, juzgaría, nos castigaría o daría premios. Pero no tengo ningún derecho a negar a un Dios, que representaría una especie de sentido de la evolución, una perfección terminada, entretejida profundamente en el universo..." Claro que una enunciación así, hecha por una autoridad como la suya, confunde, replantea el problema de Símaco para todos nosotros. Y hay tantas otras autoridades, desde Einstein, Julián Huxley senior, Julián Huxley junior, B. Russell hasta el propio J. Rostand que hablan así.

Para aportar a la solución de este sempiterno problema se sostuvo una discusión radial entre Friedrich Heer y Gerhard Szczesny. El último publicó un libro titulado: Die Zukunft des Unglaubens — El futuro de la Incredulidad, repitiendo en una forma nueva todos los argumentos contra la fe cristiana a la luz de la concepción de un hombre no cristiano contemporáneo. Friedrich Heer fue invitado por una radio alemana para que contestase a Szczesny, quien opina que la crisis actual del cristianismo es definitiva. "Por cuanto la opinión pública del mundo occidental insiste en que únicamente la veracidad de los postulados de la fe cristiana pueda salvar al mundo, ella prolongará forzosamente el tiempo de la incredulidad y obligará siempre a las nuevas generaciones a la estupidez, la superficialidad y cinismo". Szczesny mismo explica estas sus propias formulaciones: "¿Qué es lo que dice. esta afirmación mía? Dice que me opongo a la pretensión cristiana de dominación religiosa, su concepción del mundo, ética, cultural, o finalmente, política". Discutiendo, luego, el número o porcentaje de quienes cumplen con sus deberes cristianos en Alemania, Szczesny agrega: "No se trata aquí precisamente del número, pero no hay lugar a duda: la mayoría de nuestros contemporáneos no creen en un Dios personal, o en la conversión del hombre en Jesucristo, o en el Juicio final y la vida externa. No obstante la "opinión pública" y las normas de nuestra sociedad no arrancan desde este hecho sino desde aquella ficción. A la imagen cristiana dei mundo y al sentimiento cristiano del mundo se otorga una universalidad que no poseen, pidiendo no obstante el carácter obligatorio de los mismos para todos".[4]

Si hubiera una mayoría absoluta de cristianos que cumplieran con su fe, resultaría lógico exigir el reconocimiento del orden social edificado sobre la base de la doctrina cristiana. Pero de este modo, contando con esa mayoría que no existe, a todos cuantos sustentan otra opinión, especialmente a los no creyentes, se los considera "minoría de locos y malos", aterrorizándolos de tal manera que no les queda otra alternativa que la de esconder su convicción, o la de reconocerla y exponerse al "terror". Si se acepta que los conceptos "cristianismo, humanismo- y religiosidad" son sinónimos intercambiables, entonces la vida de quienes no participan de esta convicción es una mera existencia en el mundo "práctico-fáctico".

El prof. Heer reconoce que hay una crisis del cristianismo en la actualidad, pero le otorga otro sentido. Su opositor la toma en forma global, acusando al cristianismo en su totalidad. Heer analiza el fenómeno y encuentra tres tipos o clases de hombres cristianos que, por su conducta anticristiana, suscitan la impresión de la crisis general. El primer tipo pertenece a los fanáticos e intolerantes que reclaman para sí y para su Iglesia toda la libertad posible, proponiendo la eliminación de cuantos piensan de otra manera, ya que son, por ello mismo, enemigos del Estado y elementos subversivos. El segundo tipo son los políticos de la restauración que tratan de identificar públicamente su poder, y el poder de su partido, con la causa de Dios, de la Iglesia y de la "humanidad" libre. El tercero representa al "snob" de la cultura cristiana, que habla de todo, lo enjuicia todo y condena a todos en nombre de su cristianismo, "sin darse cuenta de que el cristianismo, en él, se ha convertido desde hace mucho en literatura y habladuría". Estos tres tipos de cristianos rozan solamente la piel de los fenómenos con una inteligencia bien afilada, pero sin la "participación interna ni la fuerza de la fe". "Esta especie de cristianismo mundano revela una hora muy tardía... Y eso le presta cierto brillo de crepúsculo, pero no lo convierte en aurora". Heer considera este proceso de crisis actual, de "liquidación definitiva" como "el proceso de encarnación, de ese crecimiento de la vida del cristianismo en el mundo que sólo puede producirse después de la disolución radioactiva de sus elementos confesionales y no confesionales, de sus ortodoxias y heterodoxias, de sus secularizaciones y espiritualizaciones que pertenecen a este proceso de vida que es emisión de la luz" (Strahlung) . Esta muerte de los elementos seculares forma el humus para una nueva vida y la regeneración del cristianismo[5].

En forma parecida fueron adversarios de la religión y el cristianismo dos famosos historiadores británicos: E. Gibbon, del siglo XVIII, y Sir J. G. Frazer. El primero, al describir el esplendor del imperio romano y su caída, atribuyéndola substancialmente a la penetración del sentimiento religioso, agregó: "He descrito el triunfo de la barbarie y de la religión". Frazer, a su vez, ha profundizado y explicado las ideas de Gibbon. Según él, la penetración de las doctrinas orientales en el mundo greco-romano, edificado racionalmente, socavó sus fundamentos. Aquel mundo descansaba sobre las bases firmes de la subordinación del individuo a la comunidad. "Adiestrados desde la infancia" en el ideal de subordinación a la comunidad, griegos y romanos no vacilaron en sacrificarse totalmente cuando llegaba la hora de hacerlo. Si obraron de otra manera nunca se les ocurrió la idea de justificarse por un motivo distinto al de la cobardía. Según este historiador, las religiones, especialmente la religión cristiana, dando la supremacía absoluta a la salvación del alma individual, despreciaba los deberes con la comunidad de cualquier clase que fuese. La Civitas mundi no tenía más valor ante la salvación personal que la obtenida en relación directa con Dios. Así el patriotismo pierde su sentido, mientras los santos y los enclaustrados se convierten en un ideal. Incluso se renunciaba a la "perpetuación de la especie" teniendo presente la vida monástica y el voto de castidad. "El renacimiento del derecho romano, de la filosofía aristotélica, del arte y la literatura antigua al finalizar la Edad Media señaló la vuelta de Europa a ideales nativos de vida y de conducta, a concesiones del mundo más sanas y más viriles. Había concluido la larga detención de la marcha de la civilización. Había cambiado, al fin, el flujo de la invasión oriental. Y refluye todavía".[6]

Al citar las palabras de su gran compatriota, Toynbee acota que, con toda seguridad, los menos familiarizados con los textos históricos, podrían fácilmente atribuir estas ideas a A. Rosenberg. Porque la idea de una vida más sana y viril evoca la teoría nietzscheana y la práctica nacionalsocialista y, podríamos agregar por nuestra parte, la teoría y la práctica marxista-stalinista.

Toynbee pide a sus lectores que coincidan con él en el sentido de que nuestra civilización actual es una civilización postcristiana y "del mismo orden que la civilización greco-romana precristiana". Por lo que podemos ver personalmente, no podemos menos que aceptar esta afirmación de Toynbee que, a su vez, no es otra que aquella idea de Frazer de que "la invasión oriental" sigue refluyendo. Este reflujo del espíritu oriental significa para Sir Frazer el retorno al mundo greco-romano, a una civilización más viril, a una civilización racional de tipo científico-técnico e industrial.

El error fundamental, según podemos apreciar, consiste en que Gibbon y Frazer, impresionados por la enorme erudición histórico-empírica y un ingente cúmulo de testimonios humanos legados por las generaciones que venían, sustituyeron el inmanentismo histórico del hombre por el transcendentalismo del hombre y la historia. Tomaron una proyección de la vida humana por la totalidad de sus proyecciones; la historia como un proyecto de progreso y de bienestar terrenal por la filosofía, el arte y la religión, como portadoras en sí de una nueva semilla de vida y de una nueva dimensión que les da sentido.

La alegría de Frazer por el hecho de que todavía "refluye" la invasión oriental y renace el mundo greco-romano, es decir, muere el mundo religioso y "de barbarie" y resurgen el mundo racional y el progreso, demuestra claramente la insensibilidad del erudito británico por los problemas filosóficos que pueden dar únicamente sentido a la vida. Ya la misma localización geográfica de la religiosidad —"invasión oriental"—nos habla claramente del espíritu arreligioso y afilosófico de Frazer. La religión y la filosofía, para él, no serían una necesidad universal del hombre, sino una contingencia, un fenómeno casual, pasajero, la contingencia ligada históricamente a cierta región del mundo con el oriente. Defendiendo una posición contraria a la de Gibbon y de Frazer, Toynbee dice que el estado actual de nuestra civilización puede ser o una "superflua repetición" de lo que han experimentado los greco-romanos o, peor todavía, el deslizamiento "hacia atrás en el camino del progreso espiritual". Por el momento, este regreso espiritual lo podemos encontrar en una especie de universalización del culto de Leviatán, en la idolatría y las religiones tribales.[7]

Al querer determinar la fuente de esta idolatría, Toynbee dice: "Hemos estado viviendo durante cierto número de generaciones, obviamente, del capital espiritual, es decir, adhiriéndonos a prácticas cristianas sin poseer la fe cristiana. Y la práctica que no es sostenida por la fe es un bien que se agota, como hemos descubierto de pronto, para nuestra congoja, en esta generación".[8]

Este divorcio entre la práctica formal y la fe cristiana nos obligan, según Toynbee, a una revisión total de nuestra historia y a una concepción del mundo en general. Estaríamos impresionados por nuestra civilización secular de hoy, que tuvo su origen en el genio de Federico II de Hohenstaufen, en el Renacimiento y en el auge de las ciencias y técnicas modernas, juntamente con la democracia y nuestro estilo de vida, considerando todo eso como un acontecimiento novísimo y de magnitud insuperable, mientras en realidad se trata de una repetición del experimento pagano, de un experimento greco-romano. Si tenemos suficiente energía moral e intelectual para hacer la revisión de nuestras concepciones actuales, veremos que no es ésta la novedad sino la novedad del cristianismo, de la "Crucifixión y sus consecuencias espirituales" que es la que debe impresionarnos y ocuparnos. En la perspectiva del tiempo histórico, descubierta por las ciencias modernas, la vida del cristianismo, durante 1900 años, es comparable a un parpadeo. Hay que considerar "las perspectivas del cristianismo" también de nuestro futuro, en el futuro de nuestra historia.

Concentrando su atención sobre este problema, el historiador británico de nuestros días revela sus dotes de gran historiador que le impiden, si nos atrevemos a decir, ver un cuadro sinónimo de la vida, dando la preferencia más que a las soluciones religioso-filosóficas a los esquemas del acontecer histórico. Según él, todas las catástrofes y cataclismos históricos por el sufrimiento que causan a la humanidad, hacen madurar una gran y nueva religión.[9] Al cristianismo y especialmente al catolicismo, por algunos de sus puntos firmes, se le abren nuevas perspectivas después de la catástrofe de la segunda guerra mundial y la consecuente crisis intelectual, moral y política en el mundo entero. Se abre la perspectiva de una síntesis de todas las grandes religiones superiores, y de sus valores comunes. Pero aun así, nadie está autorizado para creer que con ello se realizaría el cielo o el paraíso sobre la Tierra. Contrariamente al optimismo comunista de que, al instaurarse una "iglesia universal" frente al pluralismo de las "iglesias", desaparecerían la autoridad, la subordinación y la esclavitud. Toynbee afirma con reservado optimismo que siempre y en todos los lugares habrá de sobrevivir algo del institucionalismo de César o de un jefe supremo eclesiástico, porque la naturaleza humana "tiene una capacidad innata tanto para el mal como para el bien". Y, mientras Frazer y sus partidarios consideran las doctrinas de las religiones Superiores como antisociales, destructoras, Toynbee lo niega categóricamente. El error de Gibbon, Frazer y otros más descansa sobre una equivocada concepción de la naturaleza de las almas o personas. "Las personas no se conciben sino como agentes de actividad espiritual; y el único campo de acción concebible para la actividad espiritual es el de las relaciones de espíritu a espíritu... Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y si el verdadero fin del hombre es acentuar cada vez más su semejanza, el aserto de Aristóteles de que «el hombre es un animal social» se aplica entonces a la más alta potencia y meta del hombre: la de intentar llegar a una comunión aún más íntima con Dios. Buscar a Dios es, en sí mismo, un acto social. Y si el amor de Dios se transformó en acción dentro de este mundo en la Redención de la humanidad por Cristo, los esfuerzos del hombre para asemejarse a Dios deben incluir también esfuerzos por seguir el ejemplo de Cristo mediante el sacrificio por la redención de sus congéneres... La antítesis entre el intento de salvar la propia alma buscando y siguiendo a Dios y el de cumplir con el deber de uno hacia el prójimo es, por lo tanto, enteramente falsa. Las dos actividades son indisolubles. El alma humana que verdaderamente busca salvarse es un ser plenamente social como el espartano era semejante a la hormiga, o el comunista es semejante a la abeja".[10]

Los testimonios que hemos aducido para probar la existencia o la no existencia de la crisis religiosa, la oposición o la no oposición de la religión al progreso y la civilización, los hemos extraído de obras de autores con orientación empírico-científica, justamente histórica, acentuándose en los pensamientos de Toynbee las "contaminaciones" de tinte reflexivo y filosófico-teológico.

Para dar valor más completo a estos testimonios hace falta apelar a la opinión de los filósofos por vocación. Citaremos sólo a dos de orientación existencialista y a uno de tendencia religiosa con inclinación mística.

El alemán Martín Heidegger, aun cuando enmudece ante la metafísica, y ante la salida del inmanentismo histórico, nos conduce lógica e inevitablemente ante la puerta y la perspectiva de una vida, llamada por él "vida auténtica". Analizando el "fenómeno hombre", el agudo pensador alemán, desilusionado y saturado del progreso —la ciencia y la técnica--, de la vida "inauténtica" que viene prevaleciendo en el mundo occidental desde el Renacimiento, descubre dos esferas completamente diferentes de su vida. Decidiendo obrar en una, inauténtica, el hombre se degrada, desciende al nivel del mundo circundante, material. Aquí su primordial ocupación no es conocer sino actuar, operar, asegurarse medios de existencia. Incluso, el conocer no constituiría ni el interés ni la característica originaria del hombre. La conciencia reflexiva tarda en llegar, surgiendo entonces la pregunta: ¿Quién soy yo, arrojado en este mundo sin mi voluntad ni mi saber? Si conozco el sentido de las cosas del mundo circundante en una medida siempre mayor ¿cómo es posible que yo no sepa nada acerca del sentido de mi existencia? Si conozco el sentido del martillo, de la mesa, de la casa, del clavo, del automóvil, etc., ¿es posible que me esté vedado conocer el sentido de la existencia del hombre? En medio de este mundo sólo el hombre queda sin sentido. De pronto le invade un sentimiento que lo aparta de su ambiente. Este sentimiento es la angustia, un sentimiento específico, diferente del sentimiento del miedo, que siempre se refiere a algo concreto. Al hombre le angustia la pregunta: "¿Por qué hay algo y no preferentemente nada?"[11]

Este sentimiento y esta pregunta nos vacían la esfera de la vida inauténtica, el mundo de nuestras creaciones técnico-científicas, para buscar algo más, algo que nos libere de nuestra finitud. de nuestra debilidad, que nos defienda ante la filosofía sin sentido, ante la muerte que convierte todos nuestros afanes de la vida inauténtica en valores sin sentido.

El mutismo de Heidegger ante el misterio de esta esfera de nuestra vida "auténtica", confunde a algunos, mientras alienta a otros.[12]

Si este profundo pensador, sin interés en defender cualquier concepción en boga, llega a ver y diferenciar dos esferas de nuestra vida: una, inauténtica que nos deja insatisfechos a pesar de sus éxitos visibles, y la otra que nos dice ser auténtica, propia del ser que piensa, y como una prolongación y complemento sustancial de la primera, ello nos indica la orientación y, quizás, el camino hacia un Ser absoluto. Sin intentar develar el misterio de este Ser, Heidegger demuestra que la necesidad de un camino hacia la develación definitiva no es una casualidad geográfica como la "invasión oriental" religiosa de Frazer, sino un misterio y un camino innatos, inseparables, universales de la naturaleza humana de todos los tiempos y de todas las latitudes del mundo.

Retomando la vieja idea de Pico de la Mirandola, los existencialistas definen al hombre no como un ser substancial, terminado, sino como un ente en continuo devenir, en un hacerse. De acuerdo con una mitologización del principio del hombre en el universo, Dios le dejó la posibilidad de determinar lo que quiere ser. En esta elección dentro de varias posibilidades, los existencialistas hallan la diferencia específica del hombre con los demás entes del mundo. Puede convertirse en un animal cultivando sus instintos inferiores, o en un ser celestial si cultiva la razón.[13]

Pero ¿cómo decidirse y elegir el camino? Ante la vacilación, la abstención y el mutismo de Heidegger, el filósofo italiano Nicola Abbagnano se decide por la fe, la religión y la filosofía. Esas tres vías son los caminos de la búsqueda del Ser, del Valor universal. Analizándose a sí mismo, el hombre encuentra su finitud, reconoce límites personales y la transcendencia del valor. Pero reconociendo estos dos momentos, nos encontramos ya en movimiento "hacia el valor; es ya una búsqueda de él".

En el camino de esta búsqueda la característica más saliente es la duda.

"La incertidumbre, el extravío, la dispersión entre alternativas diferentes y equivalentes, haciendo imposible al hombre su unidad interior y toda verdadera relación suya con los otros hombres y con el mundo, constituyen la caída del hombre en el pecado". La duda es como un signo de salvación para el hombre. La duda es el deseo de "religarse" con algo que posea "unidad y ser". La duda nos apremia, nos inculca el saber "que el pecado está ahí, amenazante, y que pueda provocar la pérdida irreparable de nuestro ser". Allí donde no hay duda no hay capacidad de salir "del extravío, porque implica la certeza ilusoria de poseer en tal extravío la perfección del propio ser y de la propia unidad. Esta certeza ilusoria es lo contrario de la fe que solamente se puede alcanzar a condición de tender más allá de la dispersión, hacia la unidad y la estabilidad del ser". Abbagnano no reconoce al hombre como un ser sino como la posibilidad de ser "relación con el ser". Agrega y explica su posición textualmente: "Si el hombre fuese el ser y si poseyese por propia naturaleza la unidad y la estabilidad que son peculiares del ser, la fe en el ser le sería inútil e imposible. Pero esta fe se afirma como necesaria frente a él a medida que se da cuenta de la distancia que lo separa del ser y de la posibilidad que su relación con el ser sea debilitada o quebrantada. Por esta distancia, el ser se le aparece como deber ser o valor: como aquello a lo cual él mismo debe conducirse y anclarse para sustraerse al peligro de una caída definitiva. Pero cuando no reconoce tal peligro y se deja mecer por una seguridad ilusoria, las puertas de Ia fe se cierran, porque el ser no se le aparece como deber ser sino como una posesión ya alcanzada e irrevocable. En tal caso, está más acá de la fe, porque está más acá de la duda; confunde las apariencias instantáneas de su vida cotidiana, los arreglos ficticios, la renuncia y la ignorancia con una segura posesión y se ilusiona de haber llegado a un puerto hacia el cual no se ha encaminado jamás".[14]

Claro, uno podría continuar citando textos y autores sin perspectivas de término, defendiendo una u otra posición al respecto. Pero esta diferencia entre la seguridad ilusoria y la seguridad real acerca de las cuales razona Abbagnano nos parece que acierta con la profunda verdad. Especialmente teniendo en vista la queja casi general sobre la crisis de nuestra cultura y civilización actuales. La seguridad ilusoria nos cierra en el inmanentismo histórico de donde no hay salida. Los fracasos y las catástrofes parecen inevitables. El filósofo y místico ruso, Nicolás Berdiaeff, trata de demostrar, lógica y analíticamente, la imposibilidad de otra alternativa dentro de la concepción inmanentista de la historia. En su libro Der Sinn der Geschichte, tomando en consideración la subordinación y la esclavitud que el hombre padece por parte del poder público y la organización impersonal y masiva de la empresa industrial moderna, Berdiaeff no reconoce un progreso y una civilización, digna de ese nombre. Pero considera los fracasos del mundo renacentista y de la historia moderna, llenos de sentido. "Este fracaso de la reciente historia no confirma su sinsentido, no permite edificar una opinión pesimista acerca del destino de la historia. El tiene un sentido interno en cuanto concibe la historia del mundo como una tragedia y en cuanto hay que concebirla así. Si se toma en consideración que su solución no se encuentra dentro de la historia, sino fuera de su órbita, entonces los fracasos históricos reciben un sentido interno más profundo y nosotros empezamos a entender que el sentido de la historia no consiste propiamente en la solución de sus objetivos en uno u otro de sus períodos"... "La historia, verdaderamente, es un camino hacia otro mundo, y aquí está su contenido religioso". Esperar dentro de la historia una solución perfecta es esperar algo imposible. Este es el conocimiento y el significado metafísico de la historia. "Si la humanidad no llega a lo que esperaba y se empieza a sentir la carencia de salida del cerco histórico entonces nos percatamos de que sus objetivos no son realizables dentro del proceso histórico y comprendemos que sólo una salida transcendente a la historia puede solucionarlas".[15]

Parecería que nos alejamos de nuestro tema, pero no es así. Hemos querido demostrar que la defensa de los valores filosóficos y religiosos no significa estar al lado de los retrógrados, adversarios del progreso y la civilización. Al contrario, renunciar a estos valores significa la más peligrosa desviación del hombre en su camino histórico. La acusación de Frazer de la "barbarie religiosa" queda así desmentida empírica y teóricamente. La ilusión de seguridad de quien está ahogándose es la peor de las ilusiones. Los conscientes del peligro bracean, hacen un esfuerzo y optan por la vía de la salvación. Por otra parte, todas las observaciones respecto de la actual crisis dentro del propio catolicismo tampoco deben inducir a conclusiones falsas. El sucesor de A. Toynbee en la cátedra de historia de la Universidad de Londres, el prof. Geofrey Barraclough, analizando los cambios espectaculares de nuestra época, agrega: "La actitud pesimista de considerar todo cambio como algo malo por el mero hecho de ser cambio, constituye un tema recurrente de la historia, que ésta se ha encargado de refutar sistemáticamente.[16]

De acuerdo a las opiniones que hemos tocado, se colige que hubo, hay y habrá catástrofes históricas con consecuencias que se lamentarán profundamente. Pero las hay de menor o mayor cuantía, de menor o mayor dolor para el hombre. Si hay una mitigación de ese dolor en ellas, si hay perspectivas de superarlo, habrá que agradecérselo al grado de efectividad religiosa en su pura autenticidad. La alegría de Frazer ante el "reflujo" de la "invasión oriental", en consecuencia, es la causa principal de una inseguridad general en el mundo de hoy y de la agudización de los sufrimientos por las catástrofes de las cuales somos testigos oculares.

Escribir, entonces, sobre los asuntos religiosos y las personalidades auténticamente religiosas significa un tema de suma actualidad y. de interés universal. Con lo dicho, consideramos hallar la justificación general de nuestro tema. Nos resta ver si hallamos esta misma justificación en cuanto a su parte concreta: el cardenal Stepinac; la causa divina y de su pueblo.

El autor de estas líneas conoció personalmente al cardenal Stepinac. Ha pensado muchísimo en él, ha leído bastante de lo que se escribió sobre él. Al pretender formular un juicio sobre su personalidad tan extraordinaria no podría menos que repetir que lo dijo Toynbee acerca de un espíritu tan auténticamente religioso. El cardenal Stepinac fue "el espartano semejante a la hormiga, o el comunista semejante a la abeja".

Lejos de las falsas afirmaciones de Frazer de que el hombre religioso sea un egoísta, únicamente interesado en la salvación de su alma, el cardenal Stepinac, auténticamente religioso, sacrificó, literalmente, todas sus energías en aras de sus semejantes, de sus hombres-hermanos.

Ya en su temprana juventud —anota Eugen Beluhan — demostró esa su fibra de hombre que se halla destinado a sufrir por otros. Un día, en la escuela primaria, habiendo tenido que salir el maestro a una diligencia urgente, dejó a los alumnos solos, recomendándoles buen comportamiento. Para mayor seguridad — se trataba de un maestro muy severo — confió a Stepinac la vigilancia, dándole la orden de anotar a cuantos se comportasen mal. Claro está que, como siempre, los chicos prefirieron hacer travesuras y provocar griteríos de toda clase. Stepinac iba anotándolos sobre el pizarrón de la clase. Pero al ver regresar al maestro, y sabiendo bien que iba a castigar a los "culpables", borró rápidamente sus nombres. Al preguntarle el maestro quiénes se habían comportado "mal", permaneciô callado. Por negarse a nombrar a sus camaradas, el maestro decidió castigar al mismo Stepinac, dándole algunos palmetazos en ambas manos. Así fue como empezó el joven Stepinac a señalar la trayectoria de su futura vida, sacrificándola íntegramente por su prójimo hasta la muerte. [17]

Este sufrimiento acrecentó las simpatías y el respeto por el joven alumno. Y, realmente, desde esa fecha, fue el elegido para toda suerte de humillaciones, persecuciones, encarcelamientos, y finalmente para el confinamiento desde donde tuvo que abandonar para siempre este mundo visible y trasladarse a la Eternidad, el 10 de febrero de 1960. Su muerte sumió en luto al pueblo entero de Croacia, a la Iglesia y a una gran parte del mundo no católico.

Pero veamos antes cómo este extraordinario hombre fue llamado al servicio sacerdotal y cómo llegó a constituir un símbolo y un valor universales.

Stepinac se vio forzado a terminar sus estudios secundarios clásicos apresuradamente en Zagreb. El estallido de la Primera guerra mundial obligó a la Doble Monarquía — Croacia, en aquel entonces, formaba parte integrante de la misma (1916) — a llamar siempre nuevos conscriptos, especialmente entre los jóvenes intelectuales como posibles oficiales de reserva. A Stepinac se le destinó a la escuela de aquéllos en Rijeka (Fiume), para comandar más tarde las unidades croatas de Bosnia-Herzegovina en el frente italiano. Hecho prisionero, en Italia fue inscripto como voluntario para combatir al lado de los Aliados en el frente de Salónica.[18]

Nuevamente en la casa paterna, Stepinac no regresa al seminario. Se dedica a los trabajos agrícolas en campos de su padre. Se inscribe en la Facultad de agronomía, pero pronto abandona el estudio y retorna con mayor aplicación a las faenas ya mencionadas.

Al recibir la revista Sacerdos Christi, de Zagreb, para el año 1924, donde aparecieron los artículos de su ex director del orfelinato de la diócesis de aquellas ciudades, el doctor José Lončarić, escribiendo acerca de la vida del apóstol de Viena san Clemente Hofbauer, Stepinac se hizo más taciturno. En uno de sus artículos, sin mencionar a Stepinac, el Dr. Lončarić hizo justamente una alusión a él. "Durante todo este tiempo, mientras estaba escribiendo esto, tenía ante mis ojos a un croata, joven de una familia campesina, católica y decorosa. En la medida en que lo conozco personalmente y de acuerdo a lo que me dijeron otros y, recientemente, su padre, el muchacho es bueno, honorable. Deseaba ser sacerdote como lo anhelaban también sus padres — no sé cuál de los dos más - si el padre o la madre. Pero sobrevino la guerra y tuvo que marcharse al frente, quedando destruidos así tanto sus planes como los de sus padres. Pero también en la guerra y en las trincheras permaneció el joven siendo bueno y devoto de Dios con todo su corazón. Al regresar a su casa, se quedó en el mundo; pero en el mundo no encontraba la paz, como si no hubiera en él y para él ni felicidad ni satisfacción. Leyendo la historia del apóstol de la ciudad de Viena y describiendo los momentos más salientes de su vida, a menudo pensé si Dios no llamaría también a este joven croata a su santuario, a pesar de que el azar de la vida lo estaba alejando de él. Pero sabiendo que esto entra también en los planes de la Providencia, no resulta una osadía pensar que, al final, este joven terminaría por ser sacerdote...".[19]

El impacto de estos artículos fue decisivo para el futuro de Stepinac. Viajó a Zagreb, consultó al padre Loncaric (y éste le reveló el secreto de su madre que, desde su nacimiento, rezaba diariamente un rosario, para que Dios otorgase a su hijo la gracia de una vocación sacerdotal). Le comunicó a él mismo su decisión de regresar al seminario, hizo ejercicios espirituales y volvió a la casa paterna. Consultados sus padres, que recibieron con alegría esta nueva, Stepinac viajó a Roma, permaneciendo en el gran colegio Germanicum siete años (1924-1931) hasta graduarse de doctor en filosofía y teología. El 26 de noviembre de 1930 obtuvo la ordenación sacerdotal y celebró su primera Misa en la basílica de S. M. Maggiore. En julio dei año siguiente regresó a su patria y pudo celebrarla en su aldea natal. En los libros del colegio Germanicum los superiores de Stepinac anotaron: Optime omino indolis, in omnibus solidissimus, vere pius, in studiis valde diligens.

¿Resulta, pues, extraño que su "carrera" eclesiástica fuese rápida y tan espectacular? Con las calificaciones mencionadas, el Vaticano sabía bien a quién confiaba la suerte de la Iglesia en una región tan importante y expuesta a tantos peligros. La experiencia multisecular, la sensibilidad a los valores auténticamente espirituales y, guiada por el Espíritu, la Santa Sede tenía confianza absoluta en el joven sacerdote. Ya el 23 de julio de 1931 se le designaba jefe del ceremonial de la catedral de Zagreb. Su desempeño fue ejemplar. L'Ossevartore Romano del 30 de mayo de 1934 publicó la noticia sobre el nombramiento de Stepinac por el Papa Pio XI como arzobispo auxiliar de Zagreb cum iure successionis. A los 35 años, fue el arzobispo más joven del mundo.

Al felicitarle una delegación del clero de Zagreb, encabezada por el obispo Salis-Seevis, Stepinac contestó: "Mi intención y mi objetivo son claros. Seguir la doctrina de la cruz y defender la verdad y la justicia sin miedo y de acuerdo al Evangelio: Dilexi justiciam et odi iniquitatem... Este es mi lema... Y, así como estaba listo para sacrificar todo por el bien de mi pueblo, así lo estaba también para trabajar por la Iglesia Católica, que viene enseñándome desde mi niñez que hay que dar a cada uno lo suyo y amar a los hombres con un verdadero amor".[20]

La víspera de su consagración de arzobispo, el 23 de julio de 1934, una multitud de ciudadanos de Zagreb, con delegaciones de todas las provincias de Croacia, encabezada por los intelectuales, civiles y del clero, se dirigió a él para expresarle públicamente su adhesión. Al contestar a los numerosos discursos pronunciados en tal oportunidad, Stepinac dijo entre otras cosas: "Hay en el arzobispado de Zagreb sacerdotes mucho más valientes y decorosos que yo. Encontraréis fácilmente muchcs varones de experiencia, doctos, devotos y santos, que de acuerdo a su labor, inteligencia y edad tendrían más aptitud y más méritos para este cargo de arzobispo de Zagreb; pero no hallaréis jamás a una que amase más a su pueblo que yo y que estuviera listo a sacrificarse por su santa fe y la Iglesia Católica".[21]

Con estas cualidades — in omnibus solidissimus — se lanzó al trabajo. Organizó cocinas públicas para los pobres, ayudó a los desocupados, visitó a los enfermos, reorganizó la Acción Católica, fundó nuevas parroquias, consoló y se solidarizó con todos los que sufrían. Sus peregrinaciones al santuario de María de Bistrica (duran ya 300 años), sus sermones a los estudiantes, obreros y profesionales son joyas de una personalidad forjada en el fuego dei Evangelio y en el contacto con la realidad que, por cierto, no era evangélica. Sólo un hombre de este temple pudo afrontar tantas adversidades como se cernían sobre Europa, precursoras de la Segunda guerra mundial. Los judíos fugitivos de Alemania, primero, y de Polonia después, fueron objeto de sus preocupaciones. Pero, en realidad, el verdadero drama humano del hombre, del patriota y del propio sacerdote Stepinac empezó con la extensión de la guerra sobre su patria. Esclavizados por Belgrado durante más de dos décadas, Ios croatas proclamaron su Independencia, que fue saludada también por el arzobispo Stepinac. Aquí se halla la raíz de todos los males posteriores y las acusaciones más descaradas contra él, que acabarían llevándolo al "triste proceso" (L'Osserratore Romano) de 1946 que desembocaría en la "infame condena" a trabajos forzados de 16 años, dictada por un tribunal popular del mariscal Tito.

Para comprender mejor las concepciones y la actitud del arzobispo Stepinac durante la última gran guerra, período crucial de su vida por el cual sus adversarios intentaron denigrarlo, citaremos fragmentos de sus discursos, pronunciados en aquellos años y en medio de peligros que le acechaban por todos lados.

El 31 de septiembre de 1941 — en el transcurso del primer año de vida de Croacia independiente — Stepinac pronunció un sermón ante los alumnos de la Academia militar croata. "No son comunes los casos en el mundo — empezó — que los alumnos de una Academia militar, es decir, los futuros oficiales, acudan a conferencias espirituales que terminan por acercarles a la Mesa del Señor, en el sacramento de la Santísima Eucaristía. Si alguno de vosotros me preguntara qué distintivos deberían adornar a los futuros oficiales croatas, lo condensaría en tres palabras: la reverencia ante Dios; la reverencia ante vuestro prójimo y la reverencia ante vosotros mismos... Por lo tanto, tened a Dios siempre en vuestros pensamientos, en vuestros corazones y vuestras bocas a fin de que podáis hablar de El con reverencia y caminar delante de Aquel ante quien están abiertos todos vuestros pensamientos, palabras, deseos y obras. Aquel gran guerrero del viejo Testamento y héroe de Israel, David, no rezó sin razón: Configue timore tuo carnes meas!...".

En cuanto a la reverencia al prójimo Stepinac dijo: "Porque ¿quién osaría mirar con desprecio y subestimación a aquel que es la viva imagen del Dios vivo y esto es cada hombre, esto son todos los hombres sin discriminación alguna y para los que está escrito: "Qui tetigerit vos, tangit pupillam oculi mei...". Finalmente, refiriéndose a la reverencia consigo mismos, Stepinac dijo a los alumnos: "Un ciervo del emperador Tito llevaba una incisión en sus cuernos con letras en oro, para que nadie osase tocarlo : "Noli me tangere, Caesaris sum". En vuestras frentes lleváis una incisión con sello del Dios Creador: ¡Soy de Dios! Sentid, por ello, reverencia ante vosotros mismos, porque quien se revuelve en el fango, termina en la basura. Si por el contrario, habrán de adornar vuestras almas con tres distintivos — la reverencia ante Dios, ante vuestros prójimos y ante vosotros mismos, yo creo, amados hijos, que seréis motivo de orgullo y utilidad para la patria".[22]

El 27 de noviembre del mismo año, Stepinac, después de los ejercicios espirituales para los capellanes castrenses, pronunció una breve alocución y dijo, entre otras cosas, lo siguiente: "Al terminar estos ejercicios yo no tendría nada más que decir, si San Pablo no recomendara con tanta insistencia a su discípulo Timoteo: ¡Praedica verbum, insta opportune importune!... Pero más que por vuestra boca, predicad a Jesús crucificado con vuestra vida, porque así es como se reconoce mejor a los servidores de Dios de acuerdo con las palabras de san Pablo: "Estos son los que crucificaron su cuerpo junto con sus pasiones y concupiscencias...".[23]

El 14 de diciembre de 1943 Stepinac pronunció en la catedral de Zagreb un sermón con motivo de un nuevo aniversario de la coronación de Pío XII. Allí, en medio de persecuciones de toda índole — religiosa, nacional, racista, etc. — cuando el nazismo estaba en el cénit de su poder, Stepinac dijo también lo que sigue: "Si me preguntáis en qué vemos justamente hoy el enorme valor del papado sobre la humanidad, podría contestaros: 'En lo que hoy está siendo pisoteado en todo el mundo; se trata de la defensa de la dignidad de la persona humana, de la defensa de los derechos de la familia y de los pueblos pequeños y débiles'. Sí, amados hijos, éste es uno de los errores más grandes de nuestro tiempo; la dignidad de la persona humana ha decaído a cero. La gente se acostumbró ya, en la primera guerra mundial, al hundimiento de la moneda y no ve en esto nada especial. Está acostumbrado también a ver la caída de tantos otros bienes materiales. Pero con la anulación de la dignidad de la persona humana, y del valor del hombre, no puede conciliarse ningún cerebro humano normal... Nosotros, la semana pasada, hemos tenido repetidas veces oportunidad de ver lágrimas y escuchar suspiros de los varones serios y quejas lastimosas de mujeres desamparadas a quienes amenaza un peligro semejante sólo por el hecho de que sus matrimonios no están de acuerdo con la teoría del racismo. Como representantes de la Iglesia no podríamos callarnos sin renegar de nuestro servicio... Con todo derecho declaró el Papa Pío XII en su mensaje natalicio: 'Quien desea que la estrella de paz aparezca y permanecía sobre la sociedad humana, debe rechazar toda esa clase de materialismo que ve solamente en el pueblo un rebaño de individuos sin lazo interno de conexión, disgregados y destinado, como si fuese un objeto, al dominio y la arbitrariedad".[24]

Así, firme en su fe y en su lucha contra toda clase de violencias, Stepinac permaneció a todo lo largo de la guerra y esperó, inconmovible, el fin de la misma. Los representantes políticos del pueblo croata, si no fueron muertos, buscaron amparo en el exilio. Sólo el arzobispo Stepinac permaneció en su puesto como el más encumbrado representante religioso de los croatas católicos. El comunismo yugoslavo de carácter granservio esperó 16 meses para encarcelar al arzobispo Stepinac, desatando previamente una campaña infernal contra él. El odio servio — en su forma religioso-ortodoxa oriental y del comunismo[25] — se volcó contra este hombre inerme, servidor de todos en los momentos más difíciles. Seguro de su rectitud y del amor que ofreció a todos sin discriminación de credo o raza, Stepinac se hallaba listo para afrontar los males que iban a precipitarse nuevamente sobre su pueblo.

Llevado ante el "tribunal", rechaza la defensa y únicamente habla cuando lo considera indispensable. No le molestan las provocaciones ni por parte de sus jueces, ni de la turba comunista seleccionada que fue convocada allí para burlarse de él. A pesar de haberle procesado junto con uno de los directores de Seguridad pública del régimen del Dr. Ante Pavelić, y a pesar del intento de las autoridades comunistas de provocarlo al preguntarle si no se avergonzaba de estar sentado al lado de aquél, Stepinac permaneció fiel a su dignidad, rechaza tal insinuación y a nadie acusa. Aquel joven Stepinac de la escuela primaria que había anotado los nombres de sus compañeros que se comportaron mal y los borró al regresar el maestro para recibir el castigo por ellos, se levanta nuevamente ante un nuevo "maestro" — el comunismo de tinte servio, que se arrogaba el derecho a castigar a cada croata con "mal" comportamiento dentro de su casa propia, es decir, a quienes estaban listos para morir por la libertad y la independencia de su patria, Croacia, en lucha contra el comunismo, cuyas filas estaban formadas por el 80% de servios, tratando de imponer nuevamente la hegemonía servia y el totalitarismo comunista.

Contra todo lo que se esperaba, Stepinac fue condenado. "Si creéis que este proceso complace al pueblo croata, dadle la oportunidad de pronunciarse. Por mi parte, aceptaré su veredicto. He respetado y respetaré siempre la voluntad de mi pueblo", dijo el cardenal Stepinac ante el tribunal de Tito. Pero, para el nuevo "maestro", la voluntad del pueblo, especialmente la voluntad del pueblo croata, no significa nada. La "vanguardia del pueblo trabajador", considerándose representante auténtico de la nación entera, impuso un castigo severo, digno de una turba armada, para que el stalinismo fuese la norma ética más elevada: infundir miedo a todos; y, a los pocos que levanten la cabeza, entregarles a los verdugos.

"Nuestra conciencia no podía autorizarnos a reconocer y admitir el fundamento de las acusaciones formuladas contra el Arzobispo de Zagreb, acusaciones que, según sabéis, motivaron su condena a una pena muy grave. Además, no podíamos decepcionar la esperanza y la espera de los católicos del mundo y de un buen número de no católicos, quienes se enteraron con viva satisfacción de la elevación a la púrpura de un pastor que es ejemplo de celo apostólico y de fortaleza cristiana" dijo el Papa Pío XII al elevarlo, aun condenado, a la dignidad cardenalicia. El Papa Juan XXIII, a su vez, en el momento de la muerte del prelado en su confinamiento, dijo también lo siguiente: "Su prolongada tribulación durante quince años de exilio en su propia patria y la serena dignidad y confianza en su continuado sufrir, lo han llevado a la admiración y la veneración universales... ¡ Oh ! verdaderamente es una exacta reproducción del buen Divino Pastor, fiel y edificante, este Cardenal Stepinac que rindió 26 años de episcopado a su ilustre arquidiócesis, primero con una labor tenaz y muy ferviente de actividad apostólica y que en los últimos años de presidio doloroso, demasiado largos, ha acumulado tal riqueza de méritos que el Padre celestial los ha derramado seguramente como gracia y bendición sobre todas las familias y todos los fieles de esa Croacia ferviente y piadosa".

El señor Luis S. Breier, presidente de la Asociación Judía Americana, declaró el 13 de octubre de 1946: "Este gran hombre de la Iglesia ha sido acusado como colaborador de los nazis. Nosotros, los judíos, protestamos contra esta calumnia. Conociendo bien su pasado, podemos decir que desde 1934 y en los años siguientes ha sido siempre un verdadero amigo de los judíos, lo que no ocultaba ni en tiempos de la más dura persecución bajo el régimen de Hitler y de sus satélites. Era uno de los poquísimos en Europa que se levantó contra la tiranía nazi, incluso cuando más difícil y peligrosa era... Al lado de Su Santidad Pío XII, Monseñor el Arzobispo Stepinac ha sido el defensor más grande de los judíos perseguidos en Europa".

También el mariscal Tito, su máximo verdugo formal, dijo una vez que Stepinac fue condenado únicamente ante la insistencia de la mayoría ortodoxa (es decir de los servios, Observación de la Redacción de Studia Croatica). Milovan Djilas, el segundo por aquel entonces en Yugoslavia, confió al escultor Iván Mestrovic que consideraba a Stepinac como inocente, pero que tuvo que ser condenado por razones políticas.[26]

Ya hemos visto, en forma general, que la religión, en lo substancial, no es contraria al progreso y la civilización. El cardenal Stepinac, espartano y hormiga en el campo social, fue un hombre auténticamente religioso, una víctima en aras del bien para con sus contemporáneos.

Alguien podría preguntar si, dentro de las concepciones eclesiásticas, era un conservador o un progresista. Consideramos superflua esta cuestión para quien ha penetrado el meollo del problema de la religiosidad auténtica. Si el Papa Pío XII, considerado como "conservador", y el Papa Juan XXIII, considerado como "progresista", han estimado y enaltecido por igual al cardenal Stepinac, eso quiere decir que han reconocido en él un valor universal, y lo que es universal sobrepasa y abarca todas las categorías de tiempo o espacio. Las formas de la economía, la sociedad o el poder; el gobierno monárquico o colegiado de la Iglesia se convierten en cuestiones secundarias para los hombres de esta clase. Cualquier forma de poder es en sus manos un instrumento para dar testimonio de su bondad, para transferir el Amor universal a cada uno y a todos cuantos son peregrinos en este "valle de lágrimas" hacia su destino eterno. Los hombres auténticamente religiosos tienen presente en cualquier momento aquella sabiduría evangélica: "Et qui utuntur hoc mundo, tamquam non utantur: praeterit enim figura huius mundi".

Creemos, pues, que el señor F. Heer no nos considerará sospechosos de pretender conferir a un hombre lo que pertenece a Dios. No deseamos caer en la repetición histórica de convertir a un hombre en "instrumentum regni", para poder imponer, en nombre de Dios, ciertos objetivos inconfesables. Por el contrario, si las naciones grandes y pudientes destacan a aquellas de sus "celebridades", que se destacan en el campo de la cultura muscular, si estas naciones tratan de ratificar de esta manera su superioridad ¿es posible que nosotros, los croatas, no podamos considerar a hombres de la talla de un Stepinac como motivo de nuestro orgullo nacional? No como un orgullo vano --entiéndase— sino como una de las fuentes y razones por las cuales el pueblo croata tiene derecho a la estima y al reconocimiento de ser libre y vivir independiente dentro de la comunidad de las naciones civilizadas. Es lamentable que casi todos aquellos que destacan las virtudes de Stepinac y su valor universal, olvidan al pueblo croata y al propio Stepinac, como hijo de Croacia, que dio testimonio de su libertad igualmente que de la Iglesia y de sus virtudes cristianas.

Aquel hombre — vere pios — sabía bien que los valores universales se incorporan y viven únicamente en formas concretas, individuales. La historia de nuestros tiempos reconoce como un hecho incontestable la existencia de los pueblos y naciones. Sus relaciones no están bajo el signo de la justicia y del derecho. La fuerza física y el maquiavelismo se han convertido en norma casi general. Si los países pequeños carecen de fuerza física suficiente, para respaldar sus derechos, en vano reclamarán la justicia. A través de diez años de su vida, nuestra revista intentó demostrar que tal es el caso del pueblo croata. ¿Cómo podría haber ocurrido que Stepinac, testigo ocular de ese estado de injusticia en que vivió su nación, no reaccionara en forma adecuada? "Dilexi justiciam et odi iniquitatem... Este es mi lema", dijo Stepinac en el momento de su nombramiento de arzobispo de Zagreb. Y de acuerdo a este su lema, "seguir la doctrina de la cruz" Stepinac, al producirse el primer contacto con el representante máximo del poder servio sobre Croacia, el príncipe Pablo Karageorgevic, dio testimonio de su amor por la justicia en una forma concreta. Después de largos años de persecuciones tiránicas, impuestas por Belgrado al pueblo croata, los representantes del hegemonismo servio suscribieron un compromiso, en agosto de 1939, con los representantes democráticos de aquel pueblo. A pesar de todas las deficiencias de ese documento, impuesto por la situación internacional — pocos días antes de la iniciación de la Segunda guerra mundial — el príncipe Pablo quiso palpar directamente el éxito del mismo y medir su "popularidad" en Croacia, dirigiéndose a la capital croata, Zagreb. Los secuaces del régimen habían organizado una recepción solemne. Entre otros actos, se había previsto el saludo eclesiástico en la histórica iglesia católica croata de San Marcos, en la plaza homónima. Allí esperaba al príncipe Pablo, servio y de religión ortodoxa griega, el máximo dignatario de la Iglesia Católica de Croacia, el arzobispo A. Stepinac. Fiel a su lema — dilexi justitiam et odi iniquitatem —, Stepinac. esperando ante la puerta principal al exponente del militarismo servio en aquel momento, dijo: "¡Si! La Iglesia Católica rinde homenaje a la autoridad y la aureola de esplendor. O mejor: pone su dedo sobre ese esplendor que rodea a la autoridad testimoniando su origen sobrenatural. Pero la Iglesia Católica advierte también claramente que el único fundamento seguro de la autoridad se halla en Dios y en la reverencia a Dios. Si! Separar la autoridad y Dios, despreciando sus mandamientos, traspasando la competencia y lesionando los derechos ajenos — los derechos de la Iglesia o los derechos del pueblo —, sea de su propio o de ajeno, equivale para los representantes del poder temporal talar el árbol sobre cuyas ramas se está sentado; significa socavar el fundamento sobre que descansa su propio trono...

"Por ello, Vuestra Alteza, siento un placer especial en poder saludaros a la entrada de este vetusto templo que es el testigo secular de aquella conciencia inexterminable y de aquella fe insuperable en la justicia y equidad que viven en el pueblo croata. En la puerta de este antiquísimo templo que, por su experiencia de ocho siglos, ofrece testimonio de que todo intento de pisotear la justicia y la equidad divinas, así como los derechos del pueblo croata — esta partícula que, aunque pequeña, forma parte del derecho de Dios, ha terminado con la derrota de quienes olvidaron que no hay autoridad contra Dios, eterno y grande, ni contra sus mandamientos...".

La reacción de la comitiva del príncipe servio fue sumamente negativa. Sólo por la delicadeza del momento internacional que se vivía no se procedió al encarcelamiento de Stepinac. Los hegemonistas servios no pudieron entender el lenguaje de un hombre inspirado por el Evangelio. Para ellos la frase "derechos del pueblo croata — pequeña partícula del derecho de Dios —" significó un "crimen laese Maiestatis".

En 1941, el pueblo croata declaró su Independencia. Stepinac la saludó con toda sinceridad, porque, como dijo él mismo, el pueblo croata había vivido en la Yugoslavia monárquica como "un esclavo". Pero ese pueblo no está exento de pecado. La guerra general y la revolución interna, inspirada por Moscú, desataron pasiones de toda clase. La minoría servia en Croacia, el principal opresor del pueblo croata y el positivo instrumento de opresión en manos de los extranjeros durante más de un siglo, incorporó sus fuerzas al movimiento comunista para destruir la independencia de Croacia. La reacción nacional tomó, a veces, formas violentas e inhumanas.[27]

Pero Stepinac, consecuente con su temple humano y de dignatario eclesiástico, quedó flotando, entre pocos, en aquel enorme torbellino. Así como antes amonestaba a los representantes del poder hegemonista servio sobre el pueblo croata, así ahora no dejó de reprender a las propias autoridades nacionales croatas. En una carta al ministro del Interior, Stepinac le decía: "Ni concubines, ni adulteros, ni prostitutas deben andar signados con un distintivo cualquiera; y si se procede así con aquellos que merecerían el desprecio de la sociedad humana, ¿por qué se intenta hacer eso con aquellos que, sin culpa personal, pertenecen a otra raza?" En otra carta dirigida al mismo ministro del Interior expresaba: "No resulta extraño que muchos anden preguntando qué diferencia hay entre los campos de concentración de los bolcheviques y estos nuestros. ¿Podrá el movimiento Ustachi contar con la bendición de Dios si se niega a los moribundos lo que hasta ahora no negaban otros Estados?". Dirigiéndose directamente al jefe del Estado de Croacia, Stepinac dijo entre otras cosas: "Nadie en nuestro Estado desea tanto la felicidad y el progreso del pueblo y del nuevo Estado como la Iglesia Católica, pero esta felicidad y el progreso deben depender del acatamiento a la ley natural y a la ley positiva de Dios por igual sea por parte de los representante del poder o por parte de sus súbditos... ¡Poglavniče! (Jefe, caudillo, soberano.) Ud. no debe permitir que los elementos irresponsables y sin autorización alguna lesionen el verdadero bien de nuestro pueblo. Los pecados contra la naturaleza en nombre del pueblo y el Estado claman venganza contra el Estado mismo y contra el pueblo!" [28]

Por esta su firme posición y su inconmovible actitud, Stepinac hubo de pasar momentos muy amargos en su propio Estado Independiente de Croacia, a pesar de considerarlo como principio de la realización del derecho de autodeterminación de aquel pueblo. Esta amargura iba acrecentándose con el transcurso del tiempo. Al terminar la guerra con el triunfo del comunismo yugoslavo, Stepinac, calumniado, denigrado, humillado y expuesto al desprecio público organizado, fue condenado cual si fuese un criminal, para morir, finalmente, y después de 15 años de cárcel y confinación, en su aldea natal.

No obstante todas estas vicisitudes y sufrimientos, Stepinac permaneció inconmovible. Ante el tribunal comunista, de acusador de las autoridades croatas por sus actitudes negativas, se convirtió además en el defensor del Estado croata, prescindiendo de la inminencia y la gravedad del peligro. `No fui «persona grata» ni a los alemanes ni a los ustachi; no he sido ustachi ni tampoco presté juramento... La nación entera se había declarado plebiscitariamente en favor del Estado Croata y yo habría sido un infame si no hubiese sentido el pulso del pueblo croata, que en la antigua Yugoslavia era esclavo... Todo lo que haya dicho sobre el derecho del pueblo croata a su libertad e independencia está de completo acuerdo con los principios básicos enunciados por los Aliados en Yalta y por la Carta del Atlántico. Si conforme a estos principios, toda nación tiene derecho a su independencia, entonces ¿por qué se le niega a la nación croata? La Santa Sede ha subrayado reiteradas veces que tanto las pequeñas naciones como las minorías tienen derecho a la libertad. ¿No puede, entonces, un obispo o un metropolitano católico mencionar siquiera este principio? Si hemos de caer, caigamos por haber cumplido nuestro deber...", dijo Stepinac a los jueces de Tito.[29]

Este es el momento más importante en la vida de Stepinac que deseamos destacar de manera especial. Hay cierta corriente utilitaria y, hasta el mismo L'Osservatore Romano[30], que tratan de pasarlo por alto. El derecho a la libertad e independencia de la nación croata, ha dicho Stepinac mismo, es una parte, aunque pequeña, del derecho de Dios. Este su universalismo cristiano debe reconocérsele a Stepinac cuando se trata de defender valores generales y en forma total, pero se intenta en cubrirlo con un mutismo incomprensible cuando se trata de su aplicación en el caso concreto croata. Consideramos este procedimiento ofensivo a la personalidad del Cardenal y a los principios mismos del universalismo cristiano.

El pueblo croata necesita del testimonio de Stepinac, porque Croacia sigue soportando una de las tiranías más duras, sistemáticamente explotadora, dirigida contra su misma existencia. Invocar el valor universal del ejemplo y el testimonio de Stepinac en favor del cristianismo e ignorarlo en el caso concreto de su pueblo, es contrario al espíritu cristiano. Semejante posición involucra una oposición inadmisible a los valores naturales del hombre y a los de su vocación religiosa y metafísica. Los derechos a la libertad del pueblo croata son sus derechos naturales. No han caducado por errores cometidos por su gobierno en tiempos excepcionales. Si se aplicara este mismo criterio a los demás pueblos y naciones, ¿quiénes son los que tendrían el derecho a la libertad e independencia de acuerdo a aquel criterio de San Agustín, según el cual los reinos grandes son magna latrocinia?

Aquí reside el "utilitarismo" croata al destacar la personalidad religiosa de un dignatario eclesiástico, el cardenal Stepinac. Los valores y derechos por los que el Cardenal da testimonio y ofrece su vida deben ser valores auténticos, dignos de respeto universal. Presentar un testigo de esta categoría haría honor a todos y cada uno de los pueblos.

Por eso no nos extrañan las acusaciones o el silencio de nuestros enemigos. Pero el silencio por parte de aquellos que tienen la obligación ineludible de iluminar la totalidad de la vida del Cardenal, en su aspecto humano, sacerdotal y patriótico, este silencio sí nos llena de extrañeza profunda. Lo consideramos como una emanación del espíritu puramente diplomático de una vulgar orientación maquiavélica que no puede redundar en bien perdurable de nadie a pesar del intento de glorificación del Cardenal. El Cristianismo, esa fuerza creadora inagotable, no necesita medios falsos para su recuperación de la crisis actual. Sólo los valores íntegros pueden aportar superar a las dificultades acumuladas. Esta es la enseñanza de la vida y la muerte de Stepinac, enseñanza de todos los mártires y santos.

Creemos, finalmente, haber justificado con toda plenitud nuestro subtítulo llamando a Stepinac abogado de la causa divina y de su pueblo. Dentro de la causa divina — el universalismo de concepción y de vida efectiva del Cardenal, su amor y bondad para con todos — hay lugar para el derecho a la libertad del pueblo croata. Así lo vio el cardenal Stepinac y así lo defendió con una entereza digna de un mártir y de un santo.

Por la misma razón es de creer que el pueblo croata no habrá de esperar mucho para ver a este su hijo preclaro elevado al altar de los mortales que, por el tesón de su voluntad, se convirtieron en esta vida en ejemplos de la perfección ética más elevada que los hace inmortales, incluso dentro del acontecer histórico. Creemos que, por intermedio de su gloria, el pueblo croata dará un paso más hacia su libertad.

Con motivo del primer decenio de la muerte del cardenal Stepinac, nuestra revista y, por medio de ella, el pueblo croata, se adelanta a honrar reverentemente su memoria.

 



[1] F. Heer, Terror Religioso, Terror Político (Barcelona 1965. p. 7): "En efecto, toda la historia del terror puede ser entendida, según uno de sus rasgos característicos como un intento de pasar a manos del hombre, a modo de instrumenti regni, el poder original de la divinidad".

[2] A. J. Toynbee, El Cristianismo entre las Religiones del Mundo (Emece Editores, S.A., Buenos Aires, 1960, pág. 140).

[3] K. Vasilj. Zašto Vjerujem? — ¿Por qué creo?, (Madrid, 1968, pág. 260).

[4] Heer, Gerhard Szczesny, Glaube unce Unglaube (Munchen, 1960, pág. 22/3).

[5] F. Heer, Gehhard Szczesny, Op. cit., pág. 14/15.

[6] Arnold J. Toynbee, La Civilización Puesta a Prueba, trad. castellana (Emece Editores, Buenos Aires, 1960, pág. 172, 3, 4 y ss.).

[7] A. J. Toynbee, Op. cit., pág. 172. Además ver: Aldous Huxley, Unser. Glaube, Stockholm, 1939, pág. 31: "Gegen Ende der zwanziger Jahre setzte die Reaktion einweg von der leichten Philosophie allgemeiner Sinnlosigkeit und hin zu den harten, grimmigen Theologien nationalistischer und revolutionarer Götzenanbetug: Es wurde wieder Sinn in die Welt gebracht, aber nur stellenweise. Das Weltall als Ganzes blieb auch weiter sinnlos. Einige Teile jedoch, wie die Nation, der Staat, die Klasse, die Partei, wurden mit Bedeutung und höchsten Wert ausgestattet... Wir haben uns selbst als Mitglieder hdchst sinn — und wertvoller Gemeinschaften inmitten eives sinnlosen Weltalls gedachtvergotteter Nationen, vorgottlichter Klassen und wessen nicht noch. Und well wir so gedacht haben, ist die Wiederaufrüstung in votem Schwung, wird der wirtschaftliche Nationalismus immer heftiger, der Kampf rivalisierender Propaganden immer hitziger und ein allgemeiner Krieg immer warhsch.enlicher" (Hacia el fin de la segunda década empezó la reacción con el slogan: lejos de la filosofía superficial del sinsentido y atrás a las teología duras y furiosas del culto de los ídolos de carácter nacionalista y revolucionario. Así ,se devolvió nuevamente el sentido al mundo, pero sólo aquí o allá. El universo, como totalidad, permaneció sin sentido. Algunas partes, sin embargo, como la nación, el Estado, la clase, el partido, fueron cubiertas con sentido y un supremo valor... Nosotros, como socios, nos hemos creído a nosotros mismos como comunidades del mayor sentido en medio de un universo sin sentido — las naciones divinizadas, las clases divinizadas y que sé yo qué más. Y, justamente porque hemos pensado así, el rearme está en pleno ímpetu, el nacionalismo económico siempre más duro, la batalla de las propagandas se halla en competencia, siempre más ardosa y una guerra general se nos aparece siempre más verosímil).

[8] A. J. Toynbee, La Civilización Puesta a Prueba (pág. 179).

[9] Aquí Toynbee, sin mencionar a Nicolás Berdiaeff, repite sus ideas, formuladas en el libro: El sentido de la historia (Der Sinn der Geschichte), TYibengen, 1947; pág. 17, donde el autor dice, que todas las catástrofes históricas, con un giro brusco, incitaron a los hombres a pensar más profundamente, a buscar nuevas explicaciones de la historia. Así, por ejemplo, San Agustín escribió su filosofía de la historia después le la caída del imperio romano. Así también la primera filosofía de la historia que conocemos —el libro del profeta Daniel— está íntimamente ligada con la catástrofe del mundo judío. Así se ha procedido también después de la revolución francesa y las guerras napoleónicas. Por su parte, Raymond Aron en su gran obra Paz y Guerra entre las Naciones repite la misma idea: "Los tiempos de disturbios incitan a la meditación. La crisis de la ciudad griega nos ha legado la República de Platón y Ia Política de Aristóteles. Los conflictos religiosos que destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron surgir con Leviatán y el Tratado Político, la teoria del Estado neutral... En el siglo de la Revolución inglesa, Locke defendió y aclaró las libertades civiles...", etc. (pág. 19).

[10] A. J. Toynbee, La Civilización... (pág. 187, 8).

[11] M. Heidegger, Einfuhrung in die Metapfysik (Tubingen, 1953, pág. 1): "Cada uno será alcanzado en cierto momento por el poder de esta pregunta, sin saber bien qué sucede. En un instante de desesperación, por ejemplo, cuando deseparece todo el peso de las cosas y se oscurece todo sentido, surge esta pregunta". O ver: M. Heidegger, Kant y el problema de la metafisica, traducción española (México, 1954, pág. 204,5): "Es posible desarrollar la finitud en el ser-ahí, siquiera como un problema, sin una "supuesta" infinitud"? ¿De qué índole es esta "suposición"? ¿Qué significa la infinitud así "puesta"? ¿Logrará la pregunta que interroga por el ser salir fuera de esta problemática con toda su importancia elemental y su amplitud? ¿O somos acaso víctimas de la locura de la organización, la agitación y la velocidad a tal grado que ya no podemos ser amigos de lo esencial, de lo simple y lo constante — "amistad (filia) que es la única que nos orienta hacia el ente como tal, y de la cual surge la pregunta por el concepto del ser (sofia), que es la pregunta fundamental de la filosofía?"

[12] Sofía Vanni Rovigni, Heidegger (Brescia, 1945) : "La filosofía di Heidegger è una negazione dell'intelligibilità dell'essere o una rinuncia ad affermarla?... L'instinto conosce solo sotto l'aspetto di utile — nocivo, l'intelletto le conosce per quello che SONO. Ora, per conoscere le cose in se stesse, ocorre mettere in certo modo fra parentesi il significato que esse assumono per noi... apunto per che il significato puramente strumentale delle cose è proiettato da noi". La filosofía comienza cuando nos asombra el mundo acallando nuestros impulsos, cuando casi salimos de él mirándolo a la cará en su "pura entidad", dice S. Vanni. Luego, agrega: "D'altra par-te se l'ente fosse totalmente ininteligible, non desterebbe stupore perche ci sarebbe totalmente ignoto. Desta stupore ciò que è manifeso, ma solo fino a un certo punto que cela dietro a ancora del mistero; desta stupore ciò che ha una inteligibilità aurorale, que fa presentire, pur senza manifestarla ancora, più chiara luce" (pág. 97, 98. 100).

[13] E. Cassirer, Individuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento (Buenos Aires, 1960, pág. 115).

[14] Nicola, Abbagnano, Filosofia, Religión, Ciencia, traducción castellana, (Buenos Aires, 1961, pág. 62, 3, 4 y 5).

[15] Nicolai Berdiaeff, Der Sinn der Geschichte (El sentido de la historia), edición alemana (Tubingen, 1949, pág. 269, 291 y ss.)

[16] G. Barraclough, Introducción a la Historia Contemporánea (Madrid, 1965, pág. 291)

[17] Eugen Beluhan, Stepinac Govori (Habla Stepinac), Valencia, 1967, pág. 20, 21.

[18] E. Beluhan, Op. cit. pág. 23: "Examinando comparativamente las fechas, se verá que la ofensiva de Salónica tuvo lugar el 2 y 3 de septiembre de 1918 cuando el ejército austríaco se retiraba de Servia y que, el 14 de diciembre, fue proclamado y reconocido por los Aliados el «Reino de los Servios, los Croatas y los Eslovenos». Stepinac fue liberado del campo Nocera Umbra el 6 de diciembre y trasladado a Macedonia, de lo qua podemos concluir que núnca luchó contra sus compatriotas de la Doble Monarhía en el frente de Salónica". Destacamos esta porque en Studia Croatica, N° 1, pág. 31, se escribió: "Muchos ultrapatriotas servios que siguen al ex rey Pedro Karageorgevic y tildan a Stepinac de enemigo del pueblo servio estaban fuera de peligro y con buen sueldo mientras él combatía en las trincheras del frente de Salónica". El padre Beluhan no indica la fuente de su información, y ello nos impide saber con seguridad cuál de las dos afirmaciones es exacta: la suya o la de Ivo Bogdan.

[19] E. Beluhan, Op. cit., pág. 25, 6.

[20] E. Beluhan, Op. cit., pág. 42.

[21] E. Beluhan, Op. cit., pág. 47, 8.

[22] E. Beluhan. Op. cit., pág. 309, 10, 11 y 12.

[23] E. Beluhan, Op. cit., pág. 314.

[24] E. Beluhan, Op. cit., pág. 456, 78.

[25] Cyrus L. Sulzberg, A Long Row of Candels, donde encontramos también lo siguiente: "Los servios ortodoxos de toda afiliación partidaria se acercaban a mí murmurando: «Stepinac debe ser ahorcado. Fue él quien aprobó la matanza de millares de servios». Los croatas —en realidad, todos homogéneamente romano-católicos— me llevaban a rincones seguros sursurrándome: «Ud. debe saber antes de ver al arzobispo, sin consideración de lo que dicen de él, que nosotros lo admiramos; es un gran héroe del pueblo y no hay que creer en ninguna denigración de las que le están echando al rostro. El es nuestro mártir». Citado según B. Radica, Recuerdos Amargos, en Croatian Voice, N° 47, año 1969, Winippeg, Canadá. Creemos que no es posible caracterizar mejor el ambiente. El odio servio ortodoxo, disfrazado parcialmente por el comunismo, fue criterio supremo de acuerdo al cual se procedió al terminar la última guerra con el Cardenal y con su pueblo croata.

[26] Para todas estas citas ver: Studia Croatica, número 1, pp. 39, 41, 44.

[27] Herbert Butterfield, El Cristianismo y la Historia, Buenos Aires, 1957, en la página 43 dice textualmente: "La verdad es que si se quitan de la sociedad ciertas frágiles barreras, muchos hombres respetables durante toda una vida se transformarán por completo al descubrir las cosas que podrían ejecutar impunemente. Los débiles, que antes se mantenían en sus carriles debido a cierto equilibria social, no vacilarán en recurrir al crimen. Se producirla un estado tal de cosas que personas que nunca sintieron deseos de robar se dedicarían sin reparos al saqueo y al pillaje. Una huelga policial prolongada, una situación revolucionaria... el regocijo con motivo de la conquista de un país enemigo, ponen descubierto el lado peor de la naturaleza humana en personas hasta entonces, guiadas y suavizadas por las influencias de una vida social normal, y que sólo habían mostrado ente el mundo un aspecto respetable".

[28] E. Beluhan, Op. cit., pág. 78, 79, 80.

[29] Studia Croatica, Nro. 1 pág. 41, 1960.

[30] Fiorello Cavalli, Il Card. Luigi Stepinac, Arcivescovo di Zagabria nel decimo anniversario del pio transito, en L'Osservatore Romano, N° 34, p. 3, del 11/2/1970.