EL PAPEL HISTÓRICO DEL OBISPO CROATA JOSE J. STROSSMAYER EN EL PRIMER CONCILIO VATICANO (1869 - 1870)

IVAN TOMAS

SI KANT recalcó una vez que los historiadores e intérpretes de un filósofo a menudo pueden entender mejor que él mismo las ideas expuestas por aquél. ¿qué deberíamos decir en cuanto a la comprensión de los acontecimientos históricos en general y, especialmente, de los que atañen a la vida eclesiástica? Todos vivimos en el clima del Concilio Vaticano II; por todas partes, dentro de la Iglesia, observamos novedades y cambios que unos quince años atrás ni hubiéramos podido siquiera vislumbrar. Desde ahora podemos afirmar que el Concilio Vaticano II es el acontecimiento más importante de la vida de la Iglesia en este siglo, como lo fue el Concilio Vaticano I en la centuria pasada. En cuanto a este último, un conocedor muy destacado de la doctrina eclesiástica y del desarrollo del pensamiento teológico lamenta que tan sólo pudiera definir el Capítulo relativo al Papa y la doctrina que elevó al rango de dogma infalibilidad, a causa de las circunstancias trágicas ocurridas en julio de 1870; pero destaca los méritos de aquél para el desarrollo ulterior del pensamiento teológico acerca de la Iglesia[1].

El poderoso desarrollo de los medios actuales de comunicación es la razón de que ya tengamos una literatura más abundante relativa al II Concilio Vaticano que la que se ocupa del I. En esta última, a menudo unilateral, se atribuyen a ciertos de sus participantes y se les siguen atribuyendo hasta hoy algunas actitudes y posiciones interpretadas erróneamente. Sólo a la luz del Concilio Vaticano II se empieza a entender mejor la función opositora de algunos miembros del Vaticano I.

De lo dicho se desprende que 100 años en la historia de la Iglesia es, a la vez, un período largo, pero también corto : largo, porque nadie pudo participar en los trabajos de ambos Concilios; corto, porque sentimos que el primero era únicamente breve introducción y preparación para este que abrió Juan XXIII en 1962 y que continuó y concluyó Paulo VI en 1963.

Entre los que no fueron bien comprendidos en el Concilio Vaticano I, pero a los cuales el Vaticano II otorgó un reconocimiento bien visible, se halla el croata José Jorge Strossmayer (1815-1905), quien en 1849 fue nombrado obispo de Diakovo, donde permaneció hasta su muerte acaecida en el ya apuntado año.

Por fallecimiento del arzobispo de Zagreb, cardenal Jorge Haulik ocurrido algunos meses antes de la convocatoria de aquel Concilio (1869), metropolitano de Strossmayer y por la desmembración del pueblo croata por aquella 'época en varias regiones políticas: la parte austríaca y la húngara de la Monarquía de los Habsburgo, así también la turca, ya que los turcos tuvieron en su poder las dos provincias croatas Bosnia y Herzegovina hasta 1878 [2], los obispos croatas se hallaban en el Concilio Vaticano I divididos en varios grupos, sin poder mostrar la unidad ni el sentido que ofrecieron en el Vaticano II.

Strossmayer era el más representativo entre los obispos croatas en aquel Concilio. Su talento natural, su amplia cultura y erudición en el campo de las disciplinas eclesiásticas y en las profanas, su celo religioso, su patriotismo, la serie de empresas eclesiásticas y culturales que había acometido con éxito, así como el renombre y el honor de que, gracias a ello, gozaba entre el gran público internacional, le hacían acreedor a este prestigio. Desgraciadamente, ni la literatura contemporánea ni la posterior presentaron siempre con exactitud a Strossmayer, ni a su diócesis, desfigurando igualmente el papel que desempeñó este dinámico obispo croata. Mencionaremos aquí, como ejemplo, al más conocido historiador del Concilio Vaticano I, el jesuita alemán Theodor Grandarath. Este autor enumera a Strossmayer entre los obispos "húngaros", a pesar de que sabía que era croata, anotándolo en las citas al pie del texto del II y III tomo de su Historia del I Concilio Vaticano [3]3.

Para mostrar gráficamente como se atribuyen a Strossmayer todavía hoy las inexactitudes divulgadas con anterioridad, citaremos a uno de los mejores historiadores de los concilios de Ia Iglesia, al alemán Mons. Huberto Jedin. Escribe éste también en la página 560 del II volumen de una de sus obras lo siguiente: "El adversario más temperamental de la infalibilidad..., el obispo Strossmayer de Diakovar de Bosnia" [4]. Ello a pesar de que "Diakovar" tampoco se denominaba así oficialmente la sede del obispo en el siglo XIX, sin mencionar el nuestro, en que Djakovo tiene su denominación croata internacionalmente reconocida. Esa ciudad nunca perteneció a Bosnia, aun cuando por cierto lapso, los obispos de esa región tenían su sede en Djakovo y el obispo de esta ciudad lleva en su título, aún hoy, el recuerdo de aquel lejano pasado, cuando los asuntos de Bosnia eran objeto de las preocupaciones de Djakovo.

Es necesario agregar aquí que resulta muy apresurado enumerar a Strossmayer entre los "adversarios de la infalibilidad". En realidad estaba contra la oportunidad de la definición de infalibilidad en sí, aún cuando —y lo veremos más adelante-- tenía sus ideas especiales acerca, de la concepción e interpretación de aquel proyecto de dogma y de su relación con el papel de los obispos en el magisterio de la Iglesia. Por lo demás, en ésa su posición no se presentaba solo. Su opinión se veía compartida por obispos de los países más adelantados: Francia, Alemania, América...

América latina no fue representada adecuadamente en el Concilio Vaticano I, en virtud de las perturbaciones y luchas de liberación que sostenía en la primera mitad del siglo XIX. Pero, a pesar de ello y, quizás justamente por eso, el famoso y apócrifo "discurso de Strossmayer" contra la infalibilidad del Papa, traducido a varios idiomas y divulgado no sólo en el siglo pasado sino también en el nuestro, tomó su origen en América latina. Aquel "discurso" fue desmentido inmediatamente por el mismo Strossmayer, declarándolo falso, apócrifo. Y esta es una de las razones para que presentemos al público de habla española el papel que desempeñó Strossmayer en el Concilio Vaticano I dentro de los fundamentales temas teológicos, a fin de que, de esta manera, recobre su brillo el recuerdo de aquel gran obispo, apóstol de la unidad eclesiástica, precursor del ecumenismo y asiduo devoto de san Pedro y de sus sucesores.

De Strossmayer como adversario de la infalibilidad papal escribieron mucho y muy injustamente los "viejos católicos" apenas concluído el Concilio Vaticano I y después de la muerte de aquel prelado. De manera semejante lo presentaban también los unitaristas-totalitarios yugoeslavos de diferentes corrientes, especialmente los comunistas, al término de la segunda guerra mundial; pero, huelga reconocerlo, al convencerse de que Strossmayer había sido, durante su larga vida, fiel al Papa y a la Santa Sede, dejaron de presentarlo como autor y promotor de una especie "de iglesia católica nacional, independiente de Roma y del Papa". Y por otra parte, tampoco se interesaron más en el estudio de la vida y los escritos de Strossmayer, porque pudieron entender perfectamente que aquél fue consecuente y fiel a su lema: ¡Todo por la Fe y la Patria!

El Concilio Vaticano II ha hecho un pleno reconocimiento de Strossmayer y de sus ideas, y no sería decir demasiado que esperamos que un Concilio Vaticano III, cuando haya de convocarse, encontrará en las propuestas de aquel obispo croata material muy útil para las discusiones. Tanto más cuanto que las circunstancias políticas y contratiempos acaecidos en Roma y en el Estado Pontificio de 1870 no permitieron dar cima a todo el programa conciliar de Pío IX, dentro de cuyo marco el papel de Strossmayer habría resaltado también más, habría sido aceptado más dignamente y ejercido una influencia más fértil dentro de la Iglesia y del cristianismo.

La historia del Concilio Vaticano I fue escrita por católicos y no católicos. Puede ser que los segundos, por su manera de enfocarlo, hayan ejercido un influjo más decisivo sobre la opinión mundial que los primeros. En cuanto al papel de Strossmayer, la historiografía conciliar se mostró parcial y limitada al destacar su oposición a la definición de infalibilidad, a pesar de que sus discursos contienen también elementos de otra índole. En la colección más conocida de las actas de los Concilios generales editada por Mansi, el Vaticano I y los discursos de Strossmayer fueron tratados por Petit. Dos croatas —Mons. A. Spiletak y Mons. J. Oberski— publicaron en 1929 las intervenciones de Strossmayer en su original latino y en traducción croata, con la interpretación más indispensable de ciertos fragmentos. Evidentemente, la influencia de estos escritos quedó limitada al campo Iingüístico croata. En las enciclopedias de mayor jerarquía y en los diccionarios de católicos o no católicos hay artículos condensados sobre Strossmayer que nada dicen a los no informados y que tampoco satisfacen a los especialistas incluso cuando dichos artículos fueron escritos por quienes apreciaban al obispo Strossmayer, presentando de esta manera el ecumenismo católico en forma res de los manuales ecuménicos mencionan de vez en cuando a Strossmayer, pero no todos : Un poco por desconocer el idioma y la historia croata y otro poco por una concepción muy magra incipiente del ecumenismo, la mayoría de estos autores pasan por alto tácitamente la figura de Strossmayer, presentado de esta manera al ecumenismo católico en forma incompleta y omitiendo justamente a su contribución croata. Es sabido que la idea de ecumenismo significaba ya una novedad y el principio de una nueva época en la persona de aquel "aventurero divino", por llamarlo así, Jorge Krizanic, sacerdote croata del siglo XVII, no sólo para los connacionales y los eslavos en general, sino también para todo el mundo cristiano y, en consecuencia, para la humanidad. Como si fuera una actitud común olvidar por completo el reconocimiento del "Newman ruso" V. S. Soloviev (1853-1900) al declarar abiertamente que, en sus ideas ecuménicas y empresas, debía muchísimo a Krizanic y Strossmayer —dos grandes croatas—. Y dejándose llevar lejos por su sinceridad, confesó haber dicho "amén" a todo cuanto predicaban sobre el ecumenismo el genial sacerdote croata Krizanić en el siglo XVII y el previsor obispo del siglo XIX Strossmayer[5].

Sería injustificable una exageración al apreciar este reconocimiento del gran místico y apóstol de la unidad eclesiástica Soloviev, pero de la misma manera, es imperdonable pasarlo por alto o no reconocerle el valor que encontró en las obras e ideas de Krizanić y Strossmayer.

El Cuadro y el Fin de este Ensayo

El objetivo de este modesto ensayo es proyectar luz sobre el papel de J. J. Strossmayer en el Concilio Vaticano I, en la medida estrictamente necesaria para nuestros fines y haciéndolo con espíritu de objetividad y de justicia. Y al propio tiempo, trataremos de presentar algunos detalles de la vida pre y postconciliar de Strossmayer, únicamente para comprender y entender mejor su actitud y la actuación que tuvo en dicho Concilio.

Strossmayer estaba ampliamente preparado para su papel conciliar. Granderath registró la edad de los participantes de aquel Concilio. El más joven tenía 36 años y el más viejo 90[6]. Al dar comienzo las deliberaciones, Strossmayer llevaba ya 20 años en su obispado y 31 como sacerdote. Había sido nombrado obispo muy joven y terminado el Concilio, continuó desempeñando el obispado 35 años más. Quiere decir que se hallaba pleno de vigor físico e intelectual cuando participó en las discusiones conciliares. En su calidad de obispo, de mecena y de político había ejecutado ya hasta 1869 muchas obras de extraordinaria importancia. Había promovido y organizado algunas de las instituciones importantes para la ilustración y la cultura del pueblo croata y de los pueblos vecinos eslavos en el sur europeo. Así, por ejemplo, fundó en 1867 la Academia de Ciencias y Artes en la capital croata Zagreb, propició la iniciativa de fundar y organizar la Universidad croata, la primera en el mismo sur europeo, mientras, en el ámbito de su diócesis, desarrolló una actividad pastoral poco común, ostentando cada vez más su especial preocupación por los católicos en Bosnia y Herzegovina, que se hallaban todavía bajo la administración otomana. Desde 1851 fue el administrador apostólico del obispado de Belgrado-Smederevo en el ducado de la Servia ortodoxa, que también estaba bajo el poder turco, prestando su apoyo y su ayuda a los búlgaros y macedonios en su labor de unificación de las Iglesias; es decir, dedicaba gran parte de sus fuerzas a restablecer y mejorar las relaciones con los cristianos separados. En su patria, Croacia, en el sentido más restringido, era un político muy activo y uno de sus caudillos. Era miembro del Sabor en Zagreb, del parlamento húngaro en Budapest y del Consejo Imperial en Viena. En Croacia se desempeñó incluso como alto funcionario administrativo, es decir, como Gran Župan (Gobernador) de la Župa de Virovitica. Reseñamos brevemente estos hechos con el fin de entender más fácilmente su actitud en el Concilio, destacando además su libertad y facilidad de palabra, clara formulación de sus ideas y propuestas y particularmente la forma de sus discursos.

Acerca de su preocupación por el bienestar espiritual y material de su diócesis de Djakovo —fue nombrado su obispo en 1849— nos suministra un extraordinario testimonio su carta de donación o de fundación, escrita en Viena el 14 de junio de 1856. En ella expone los siguientes objetivos: En primer término, declara que en lugar de la catedral vieja, pequeña y ya en estado de destrucción, edificará una nueva y más digna porque "la catedral... es la madre y maestra de todas Ias iglesias de la diócesis". Por su estilo, por su grandeza y por su armonía estética debe ser el recinto digno de Dios. En el mismo momento -1856, depositó 50.000 fiorines como capital inicial. La Providencia posibilitó la iniciación de los trabajos de edificación de la nueva iglesia matriz antes de la convocatoria del Concilio, pero sólo pudo terminarla con grandes sacrificios y bendecirla en 1882. En segundo término, proyecta la edificación del seminario episcopal para los jóvenes candidatos a sacerdotes, contribuyendo con 30.000 fiorines. Para la terminación del monasterio de Ias hermanas de San Vicente de Paul depositó 10.000 fiorines. Para el fondo del asilo de los sacerdotes jubilados aportó 10.000; para las necesidades extraordinarias de los sacerdotes de la diócesis depositó 5.000. Para los libros y manuales necesarios en la actividad pastoral destinó 5.000; para los capellanes que carecían de recursos en ciertos lugares de su servicio, dio también 5.000 fiorines[7].

La labor ecuménica, de Strossmayer en la época anterior al Concilio Vaticano I era considerable. El mejor testimonio al respecto lo constituye el movimiento de Mons. Sokolski, trágicamente desaparecido, que había abrazado la unión con la Iglesia Católica juntamente con gran número de búlgaros de este país y de Macedonia. Strossmayer procuró también la educación de cierto número de candidatos sacerdotales búlgaros[8]. Pero su labor ecuménica, esa que podría ser tema de un estudio especial, apenas se desarrolló después del Concilio.

Pío IX conocía bien la voluntad de Strossmayer de reorganizar la institución croata de San Jerónimo en Roma, porque aquel obispo había destinado ya, en 1859, para ese fin 20.000 fiorines. Explicando y justificando esta donación, Strossmayer subrayaba que aquella institución debía constituir el enlace entre el pueblo croata y la Santa Sede, es decir, entre Roma y los sucesores de San Pedro, maestro de la verdad para todos los pueblos. El principio de este documento de fundación parece estar inspirado por las ideas de San Ireneo y de otros pensadores cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, quienes buscaban la seguridad y la tranquilidad en la doctrina de aquélla y allí la encontraban[9].

En su labor episcopal, ecuménica, política y cultural, Strossmayer dedicaba un especial cuidado a su propia dignidad, manteniéndose en todas las circunstancias en buenas relaciones con el Papa Pío IX, conocido por su profunda devoción. Por eso aquel pontífice distinguió a Strossmayer en el décimo año de su obispado con el título de "Asistente del trono papal y del conde de Roma", distinción que la Santa Sede únicamente solía otorgar a obispos de gran mérito y con motivo de celebrar sus bodas de plata. Y esto, sin mencionar Ias simpatías del Papa León XIII por nuestro obispo croata[10].

Quien desee entender bien y a fondo la actitud de Strossmayer en el Concilio, debe tener presente su actividad patriótico-política, desarrollada en el decenio anterior a la convocatoria del Concilio. Abrigaba la esperanza de la liberación de Bosnia y Herzegovina, las dos provincias croatas todavía bajo el poder turco, y su unificación lógica y natural con Croacia. Además se convirtió en apóstol de la reorganización de la Monarquía austro-húngara con un sentido federalista, dentro de la cual Croacia, junto con Austria y Hungría, debería ser el tercer factor y comunidad estatal del Imperio de los Habsburgo. De ahí su conducta en el Concilio, revelándose como un experimentado luchador político y orador parlamentario, al formular sus pensamientos e ideas, libre y moderadamente.

Es necesario destacar aquí igualmente la cultura general y teológica de Strossmayer. Tanto por don divino como por naturaleza, poseía gran talento. Había terminado sus estudios en Croacia y, luego, en Hungría, donde fue promovido al honor de doctor en filosofía y más tarde en Viena, 1842, al de doctor en teología. Presentó su tesis doctoral titulada: De Unitate Ecclesiae de acuerdo a la doctrina de San Cipriano. Por corto tiempo se desempeñó como profesor de varias disciplinas, incluso de derecho canónico, lo que permite seguir los momentos luminosos y menos luminosos de su filosofía y de su cultura teológica y jurídica, que se revelaron en sus discursos en el Concilio.

Los historiadores de la ciencia eclesiástica del siglo XIX comúnmente concuerdan que el desarrollo de la filosofía, la teología y el derecho canónico era bastante modesto. Públicamente se sabe que sólo después del Concilio se inició el renacimiento de aquéllas materias. La iniciativa procedió del Papa León XIII. Sus Encíclicas marcan una nueva época en la vida científica de la Iglesia, y su apertura de los archivos secretos vaticanos a los estudiosos de la historia le hizo acreedor al título de benefactor de la historia eclesiástica y de la general. Es conocido también que la teología se había desarrollado en España; más tarde, en Francia e Italia y finalmente en Alemania. Los obispos españoles, bien familia-rizados con esos temas y su desenvolvimiento histórico unánimemente bajo la tesis de la infalibilidad del Papa. Entre los alemanes hubo cierta influencia de las corrientes inglesas del deísmo y el racionalismo, sin excluir el febrinianismo, mientras entre los de Austria y Hungría hubo rastros de josefinismo y, por parte de los obispos franceses pudieron observarse restos de galicanismo. Todas estas corrientes se escuchaban con agrado dentro de la discusión sobre la infalibilidad.

Strossmayer formó su cultura superior entre húngaros y austríacos y, además, era un asiduo cultor y conocedor de la literatura francesa, eclesiástica y laica, como también de su cultura en general. Por ello no debe extrañarnos encontrar en su personalidad rastros y sombras de ese caudal espiritual. Hay en sus pastorales y sus prédicas numerosas ideas de los padres de la Iglesia, de las Sagradas Escrituras y, de la historia eclesiástica, lo que merecería también un estudio especial. Pero no descubriremos un secreto si decimos que Strossmayer no ejerció su profesorado en ninguna materia durante un lapso importante debido a sus múltiples ocupaciones, no pudiendo dedicarse tampoco, por lo mismo, al estudio de la teología. Esta es la razón de que, a pesar de su sólida cultura en Ias disciplinas eclesiásticas, no podamos afirmar que estuviese versado en ellas como su correligionario en el Concilio, el obispo Hefele, historiador de los Concilios, o que se orientase soberanamente en la teología dogmática como el secretario general obispo austríaco Fassler, de Sent Pölten, o el mitrado de Brixen Gasser. Strossmayer tenía muchas de las calidades del arzobispo de Londres, Manning; pero éste, como convertido, conocía mejor la doctrina de la organización y el magisterio de la Iglesia. Gracias a su actividad literaria, su celo y su actividad, un amigo de Strossmayer, el obispo francés Dupaloup, fue una de las primeras figuras del Concilio.

En la apreciación de la actividad ecuménica de Strossmayer no podemos exagerar. Ante sus ojos y permanentemente estaba presente en el Concilio, la constitución religiosa de su obispado, de su patria y de los vecinos pueblos eslavos del cristianismo separado, así como de los protestantes. Al tomar posesión de su diócesis, advirtió en una pastoral a sus fieles y al clero, que diesen un trato fraternal a sus hermanos cristianos separados que constituían el 50% de la población de su mandato pastoral. En aquel tiempo, igual que hoy, aquella población ortodoxa era eslava, por lo cual no es de extrañar que Strossmayer, en sus discursos, especialmente en el que pronunció contra la definición de la infalibilidad, pensase más en la repercusión de sus palabras en el ambiente de los cristiano eslavo separados que en el propio Concilio considerando, en su amor por aquéllos, que su suerte era inseparable de la unión con Roma. No hay que olvidar, además, que Pío IX había llamado al Concilio a los representantes más destacados de los cristianos separados del Oriente y del Occidente. Su ausencia entristeció profundamente al Papa porque en esa forma, se manifestó la incomprensión de los cristianos separados, como los acostumbraba llamar él mismo. El Concilio de Juan XXIII y de Paulo VI marca, en este sentido, un gran progreso que no debemos considerar como un éxito definitivo, sino como el punto de partida para una labor ecuménica siempre más sincera en el espíritu de los más selectos representantes de los católicos y los separados, siguiendo el derrotero del obispo Strossmayer.

Pío IX proclamó el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción de María, y el 29 de septiembre de 1868 convocó el Concilio Vaticano I para el día 8 de diciembre de 1869, es decir, para la festividad la la Inmaculada Concepción, proclamada por él solamente 15 años atrás. Strossmayer, devoto especialmente de San Pedro, a quien dedicó su nueva catedral, dirigió justamente el día de la fiesta de aquel apóstol, en 1869, una pastoral, explicando a los fieles el significado y la importancia del Concilio que iba a celebrarse. Subrayó en esta ocasión que el Concilio mostraría en forma brillante, con el consenso de una gran mayoría de obispos de todo el mundo, la fuerza de la unidad de la Iglesia, conducida por el vicario de Cristo y sucesor de San Pedro. En todas sus cartas pastorales, Strossmayer rinde homenaje al primado y la autoridad suprema del Papa dentro de la Iglesia, de donde proviene la fuerza invencible de la verdad divina, revelada por Cristo y confiada a la Iglesia para su propagación por todo el mundo. Nuestro obispo describe el origen divino y el carácter de la jerarquía episcopal: los obispos están íntimamente ligados con el Papa por los lazos de la verdad, el amor, la obediencia y la fidelidad, y quien intente separarlos del Papa, los separaría y alejaría de su fuente divina. En dicha pastoral, Strossmayer cita varias veces las ideas y los nombres de los obispos de la antigüedad eclesiástica así como la de la historia moderna en las diversas naciones, lo que repetirá más tarde en el Concilio. En la misma pastoral defendió enérgicamente la necesidad de la libertad e independencia del Santo Padre, por ser el fundamento de la Iglesia y la garantía de la verdadera libertad del cristianismo y de la humanidad. La libertad del Papa fue considerada por Strossmayer como un problema mundial y la condición esencial del desarrollo cultural y de libertad de todo el género humano.

La Primera Presentación Pública de Strossmayer en el Concilio

Pío IX dio las directivas y el reglamento de la labor conciliar en una constitución apostólica del 2 de diciembre de 1869, titulada Multiplices inter, es decir: el derecho de proponer las cuestiones para su debate conciliar quedó reservado al Papa; se determinó guardar secreto sobre las deliberaciones; fueron nombrados los presidentes de las sesiones y prescripto el orden de las sesiones públicas, con la presencia prevista del Papa, y la decisión de publicar las conclusiones del Concilio[11]

Fue éste declarado abierto solemnemente el día 8 de diciembre de 1869 en presencia de 774 participantes de todo el mundo en la basílica de San Pedro en el Vaticano. Desde el Castillo de San Angel se dispararon salvas de artillería. La seguridad de Roma, estaba garantizada por las tropas francesas apostadas en el Estado Pontificio por Napoleón III, por lo cual en el mencionado castillo, al lado de la bandera pontificia fue izada la francesa.

El 12 de diciembre, veinte obispos presentaron al Papa Pío IX en una promemoria especial sus deseos de suavizar algunos puntos excesivamente duros en el Reglamento y el procedimiento conciliares. El primero que figuraba en esa promemoria con su firma era Strossmayer, a quien Granderath designa como "obispo de Diakovar", agregando, sin embargo "en Croacia" [12]; pero lo menciona siempre entre los mi-trades "austríacos" o "húngaros", como lo hacían también los demás cronistas o historiadores conciliares contemporáneos. Junto con Stressmayer, la petición dirigida al Papa iba firmada igualmente por el arzobispo norteamericano Kenrick, de St. Luis, los franceses Dupanloup, de Orleans, Place, de Marsello y otros altos dignatarios de la jerarquía de varios países. En la petición, los firmantes, reconociendo el poder supremo del Papa y su derecho de decisión en las cuestiones del Reglamento conciliar, solicitaban que se reconociese también a los obispos el derecho de proponer cuestiones y problemas, porque así se mostraría públicamente el divino carácter de la institución de la jerarquía episcopal y de su poder, en comunión con el Papa. Los firmantes destacaron especialmente que semejante actitud estaba de acuerdo con el espíritu liberal del siglo en que se convocaba el Concilio. Además, solicitaron que los obispos pudieran nombrar a sus representantes en las comisiones y consejos ya designados por el Papa, con lo que se facilitaría comunicación entre ellos y dichos órganos y se daría más expeditiva agilidad a la labor futura. Propusieron asimismo suavizar el rigor de guardar el secreto conciliar, especialmente teniendo en cuenta el desarrollo de los medios de comunicación modernos, que a pesar del carácter secreto de las deliberaciones permitía que las noticias llegasen al público debido a que los obispos se veían obligados a contestar numerosas preguntas que se les formulaban y desmentir las versiones tergiversadas.

Esta petición, en la que podemos encontrar huellas del estilo y argumentación de Strossmayer, no fue contestada por Pío IX en forma escrita pero verbalmente dijo a uno de los firmantes que su Reglamento quedaba en vigor y, si en el curso de las deliberaciones surgiera la necesidad de un cambio, se mostraría favorable a ello[13].

Una solicitud del mismo tenor fue dirigida a Pío IX el 2 de enero de 1870, firmada por 26 padres conciliares, entre los cuales figuraba el arzobispo y cardenal de París, Schwarzenberg, Strossmayer y otros, en su mayoría de Alemania, Austria, Hungría y Croacia. En ella hacían un llamamiento al Papa para que se concediera a los obispos la posibilidad de proponer cuestiones por propio derecho no como una gracia concedida por el Papa. Reconociendo el primado del Pontífice, los firmantes recordaban que el derecho de los obispos dentro de la Iglesia, es de origen divino y, en consecuencia, resultaba justo que se manifestase también en la labor del Concilio, siempre con la debida reverencia a la autoridad suprema del Papa y de la Iglesia. El Santo Padre contestó, que su derecho no lesionaba al de los obispos y que, por ello, se mantendría el Reglamento tal como estaba establecido. Idéntica suerte corrió la tercera petición firmada por 88 obispos de Europa y América. Estos últimos solicitaban en ella, entre otras cosas, que se introdujeran ciertos cambios técnicos de servicio para acelerar el trabajo, mejoras en el salón de conferencias, la impresión de las actas conciliares y la formación de comisiones especiales de los obispos de un mismo idioma o de los mismos Estados. El Papa contestó verbalmente al secretario del Concilio, Mons. Fessier, que no era posible tampoco acceder a dichas peticiones. Fessler explicó todo ello a los cardenales Schwarzenberg (Praga), Rauscher (Viena) así como al arzobispo Darboy (París).

El tiempo pasa y la historia juzga al pasado. Resultaría suficiente que aquí reproduzcamos lo que dice Mons. Jadin en nuestros días: "Ich kan dafür keinen anderen Grund finden als den Willen Pius IX, die Programmstellung streng absolutistisch in der Hand zu behalten" (No puedo encontrar otra razón para eso que la voluntad de Pío IX, quien quiso mantener en su mano la agenda en una forma absolutista[14].

Jadin acepta casi en su totalidad los motivos expuestos por Strossmayer y otros firmantes para dichas peticiones sobre el derecho de los obispos a proponer cuestiones para su discusión conciliar, firmando que aquéllos son en el Concilio los sucesores de los apóstoles bajo la guía del Papa y junto con él, pero no sus plenipotenciarios.

El primer discurso de Strossmayer en el Concilio

El obispo de Djakovo subió ya al púlpito del Concilio en los primeros días del debate acerca del proyecto de la constitución dogmática de la doctrina católica. Su discurso fue pronunciado el 30 de diciembre de 1869. Granderath, que no era partidario de la actitud de Strossmayer en el Concilio, pero que quiso conservar su objetividad ante ese obispo temperamental, sintetiza de la siguiente manera su opinión positiva y al propio tiempo negativa sobre el primer discurso de Strossmayer en el Concilio: "El obispo Strossmayer, de Diakovar (sic!), es un hombre que atrajo una gran atención hacia su personalidad por su intervención inicial y, especialmente, por los discursos posteriores. Mostró cierta orientación espiritual más libre, pero, más todavía, su gran audacia para decir sin temor cuanto pensaba y tenía en su corazón; éstas eran sus características especiales. Empleaba el latín con gran habilidad y parecía haberse apropiado no sólo de la vibración teórica de Cicerón sino también de la «amplitud de visión ciceroniana»" [15].

En una breve introducción, Strossmayer destacó su manera sincera de hablar y de presentarse abiertamente, solicitando a los presentes que lo escuchasen con aquel espíritu de amor, que predicaban San Pablo y San Agustín. Al mismo tiempo anunció que iba a referirse al esquema propuesto sobre la constitución dogmática relativa a la doctrina católica y, luego, entraría en el contenido y la forma de la proposición[16]. Strossmayer conocía bien el Reglamento conciliar y resultaba para él claro que el Papa había determinado que las decisiones y los cánones del Concilio habrían de ser publicados en la siguiente forma: "Pius episcopus... sacro approbante Concilio" (Pío obispo... con aprobación del Concilio), pero no obstante se atrevió a demostrar que le habría correspondido mejor otra forma más conforme con la tradición eclesiástica. La doctrina sobre las relaciones entre el Papa y la totalidad de los obispos, así como las necesidades de la Iglesia y el cristianismo contemporáneo, habría resultado más visible y más clara como el papel esencial desempeñado por los obispos al lado del Papa. Es especialmente digno de mención que Strossmayer expresamente puntualizara "collegium episcoporum" y los derechos de este "colegio de obispos" en la administración y la doctrina de la Iglesia. La insistencia de Strossmayer en esta mención de "colegio de obispos" parecía, hace cien años, a la mayoría de los padres conciliares y a los especialistas en teología como algo no muy claro, superfluo, incluso rebelde, porque la primacía y la infalibilidad del Papa protegían suficientemente a la Iglesia, a sus sacerdotes y a los fieles en su totalidad. Pero en tiempos del Concilio Vaticano II, el colegio episcopal y, después de Concilio, el sínodo de obispos católicos que se reúna de vez en cuando bajo la guía del Pontífice son ya instituciones que denotan significativos dentro de la Iglesia y en el mundo. Esta es ya por sí sola una justificación suficiente de la idea y los anhelos de Strossmayer así como de su entusiasmo, manifestado al defender la idea del colegio episcopal.

AI destacar la unidad y el necesario consenso del Papa y de la totalidad de los obispos en las decisiones conciliares y en toda la labor del Concilio, Strossmayer corroboraba no sólo la plegaria de Cristo en la última cena por la unidad de los apóstoles y sus sucesores hasta el fin del mundo en beneficio de la Iglesia, sino que proponía la modificación de términos en el espfritu del primer Concilio de Jerusalén, cuando las decisiones fueron tomadas bajo la siguiente rúbrica: "Visum est Spiritui Sancto et nobis (El Espíritu Santo y nosotros hemos visto) —Acta Apostolorum, 15, 28—. Strossmayer afirmó que San Pedro ostentaba la primacía sobre los obispos, pero que la resolución fue llevada a cabo en nombre de todos los apóstoles, que tenían el deber y el derecho de predicar el Evangelio y fortificar a la naciente Iglesia en su propio nombre de otra autoridad, incluso de la más alta.

En favor de su propuesta, invocaba el moderno espíritu laico que trata de buscar soluciones a problemas generales en una forma de colaboración común. Cierto que la Iglesia no es una institución civil y democrática, que debería guiarse por votación de sacerdotes y feligreses como lo hacen los ciudadanos en los Estados constitucionales, pero Strossmayer menciona solamente el caso para ilustrar mejor su idea, acerca la concordancia y la unidad existentes entre el Papa y el episcopado. Invocaba también el Concilio tridentino que formuló sus resoluciones en nombre del Concilio entero y no sólo en nombre del Papa con la aprobación del Concilio, como se había previsto en el Reglamento del Vaticano I. Strossmayer subrayaba que el Concilio tridentino, su doctrina y la terminología han pasado ya a su sangre, y a la de toda la Iglesia, adentrándose igualmente en las escuelas teológicas, en los libros y en la vida practica de la Iglesia. Por eso no alcanzaba a ver por qué debería abandonarse esa forma trindentina e introducir una nueva. Su propuesta era la de atenerse a aquélla.

Cuando, después de una breve polémica con los partidarios del Reglamento, expresó su deseo de que el Papa asistiese no sólo a las sesiones solemnes del Concilio sino también a las ordinarias y de trabajo, Strossmayer empezó por exponer su tercer argumento para el cambio de tal proposición, pero los presidentes del Concilie, cardenales De Luca y Capalti, cortaron abruptamente su intervención sin mucha consideración a sus palabras. Capalti aclaró que el Papa personalmente había determinado aquel artículo y que, en consecuencia, no había lugar para la discusión sobre un eventual cambio, ya que ello constituiría una ofensa a los restos de San Pedro en cuya basílica se celebraba el Concilio. La segunda razón que mencionó el presidente era la de que según la tradición de los Concilios, cuando los preside el Papa, son aquéllos los que formulan sus conclusiones en su nombre. Al pronunciar estas palabras, Capalti hizo un signo para que continuase su discurso y en el salón del Concilio se oyeron voces de aprobación para los presidentes[17].

Strossmayer se excusó luego cortésmente declarando que nada había dicho que pudiera ofender los derechos de la Sede apostólica y del Papa. Repitió también las palabras de Bossuet: que antes permitiría que su lengua se paralizase que decir algo contra la Santa Sede. Advirtió en seguida que las Actas del Concilio quedarían para la posterioridad, la cual fácilmente podría ver que Strossmayer nada dijo o hizo contra el Papa o la Santa Sede. Aclaró su ideal sobre el Concilio estableciendo que Ias decisiones debían ser formuladas unánimamente y con el consenso de todos los padres conciliares, para que la Iglesia aparezca así ante el mundo como una firme falange de guerra, como un castillo en la altura, firme en el amor y la obediencia para el bien de todos los pueblos cuando el mundo no encuentra paz ni concordia y sigue siendo la víctima de guerras, conflictos y litigios.

Al referirse al contenido del proyecto, Strossmayer le reconoce más cultura escolar que sentido para la vida práctica y las necesidades de las generaciones contemporáneas. Propone luego modificarlo en el sentido de que el estilo debería ser más vivo y más adaptado a la concepción moderna; deberían omitirse los nombres de los grandes heresiarcas, por carecer de relevancia y ser ya desconocidos para muchos. Acentúa que el hombre moderno necesita que se le presenten las doctrinas eclesiásticas siempre renovadas y en forma breve y clara. Tanto más cuanto que el enemigo no trata de atacar una u otra institución o la verdad eclesiástica, sino que su objetivo es erradicar del alma humana toda la creencia religiosa. Esta campaña antirreligiosa se lleva a cabo especialmente en los diarios y los libros. Por eso propone concretamente que se modifique la agenda de acuerdo con la experiencia y las indicaciones de los obispos de las grandes ciudades, donde se desarrolla la lucha enfurecida contra la religión.

Como Strossmayer miraba proféticamente lejos en el futuro, se puede desprender especialmente que su propuesta tendía a que se eliminasen del texto los términos y expresiones groseros e injustos como: anticristo, vergüenza, lástima, maldito, odio, ateísmo monstruo de errores, peste, cáncer y otras palabras semejantes, descorteses y ofensivas. En lugar de ellas y por ser inconvenientes propone usar las de Cristo crucificado, el Galileo piadoso, buen pastor, padre misericordioso, que aceptaba siempre en su seno al hijo pródigo y arrepentido. Cristo había tratado piadosamente a la samaritana cerca de la fuente de Jacobo. Así la Iglesia, al condenar los errores, debe permanecer como madre de los pueblos y de Ias generaciones, debe sentir el amor y la comprensión hasta con los extraviados. Aunque la Iglesia condena los errores, ama a los extraviados y, con el amor los vence y reconquista para la unidad.

A pesar de que los presidentes conciliares tenían motivos de procedimiento para oponerse a Strossmayer, su aprecio personal, gracias a su serena y consecuente conducta en el Concilio, creció no sólo en la oposición, que era una minoría, sino también en las filas de la mayoría, sin mencionar el aplauso en su honor y su renombre en la prensa mundial y entre los opositores de todo el mundo más adelante[18]. Después de este discurso de Strossmayer, el obispo de Orleans, Mons. Dupanloup, declaró: "Le Concile a trouvé son homme" (El Concilio ha encontrado a su hombre). Durante la tarde de aquel mismo día se presentaron los obispos de América y de Francia para felicitar a Strossmayer, de quien —dijeron— se enorgullecía su patria, Croacia. En los días siguientes hubo críticas a los presidentes que le cortaron la palabra durante su discurso.

Ya antes de terminarlo, los padres conciliares estaban divididos en una mayoría y una minoría a causa de si era ésta, o no, la oportunidad para una definición dogmática de la infalibilidad. El dilema había sido ya discutido vivamente antes del Concilio entre los católicos y los cristianos separados. Strossmayer figuraba entre los que se oponían a la infalibilidad dogmática, pero la oposición quedó en minoría.

Cuando el 25 de diciembre de 1869 fue presentada la primera propuesta para la definición de la infalibilidad, los oposicionistas conversaron acerca de la forma en que deberían luchar contra aquélla. Strossmayer era el más activo. Incluso había preparado, a comienzos del año 1870, una petición especial en este sentido, pero la retiró cuando el cardenal de Viena, Raucher, preparó su propia.- Hasta el 29 de enero de 1870 fueron redactadas cinco peticiones semejantes por parte de obispos alemanes, austríacos, húngaros, franceses, italianos, americanos y los orientales. Hubo en total 136 firmantes. Strossmayer, Smičiklas (de Krizevci), Dobrila (Porec-Pula) y Legat (Trieste) firmaron la primera por su pertenencia estatal a Austria. Estas peticiones fueron objeto de deliberaciones en febrero de 1870. Los historiadores estudiarán por mucho tiempo el Concilio Vaticano I y las referidas peticiones, y segura-mente llegarán a la conclusión del arzobispo Manning, quien hizo notar que en el Concilio no se oyó ni una sóla voz que hubiera negado la infalibilidad; se trató solamente de la oportunidad o no de su definición dogmática.

Strossmayer acerca de los Derechos Episcopales en la Iglesia y el Concilio

Al empezarse a tratar la disciplina eclesiástica, era lógico examinar también el oficio y la autoridad episcopal. Si los obispos se habían reunido para deliberar en su calidad de sucesores de los apóstoles y de maestros y pastores de la Iglesia sobre los grandes problemas de la religión y de la sociedad, era natural que la cuestión de sus deberes y de sus derechos fuesen objeto de un atento examen. Strossmayer habló el 24 de febrero sobre este asunto. La atención de los presentes era total, dado que el tema interesaba a todos y cada uno.

Con su franqueza habitual y ya desde el comienzo de su discurso, expresó su descontento por haberse insertado en el programa del Concilio muchas cosas que no deberían figurar en él y omitido otras que, por su importancia, tendrían que ser debatidas. Idéntica crítica formuló por el hecho de haber antepuesto el tratamiento de los deberes de los obispos al de sus derechos y dignidades, ya que éstos son como la moneda otorgada por el Señor y que deben devolver con los más altos intereses a Dios, Eterno Juez. Hizo también la observación de que no se hubiera planteado en primer término el problema de la suprema autoridad de la Iglesia o, mejor, de la autoridad de los cardenales, como lo había propuesto el purpurado Schwarzenberg. Strossmayer advirtió que ya en el Concilio Tridentino se discutió la necesidad de la reforma del colegio cardenalicio. Aquel Concilio —dijo el orador— intentó internacionalizarlo a fin de que pudieran participar en la elección del Papa todos los pueblos y que aquél se convirtiese de esa manera en centro y foco de toda la Iglesia, atrayendo así a todos por igual. Además, los cardenales, en su calidad de colaboradores más íntimos del Papa, deben discutir y ocuparse de los problemas de la Iglesia universal, por lo cual sólo reunidos en un colegio compuesto por los representantes de varios pueblos éstos podrían tener en ellos a sus abogados y protectores. Unicamente los cardenales elegidos de esta manera conocerían a fondo las condiciones específicas de la Iglesia en las diferentes partes del mundo. Los cardenales cumplirían una función de enlace y serían el eslabón de la unidad cristiana con la Santa Sede, hacia la cual dirigen sus miradas. Lo harían empero con más confianza y fervor si vieran a sus cardenales al lado del Papa. Strossmayer exigió también la internacionalización de los más altos puestos de la administración eclesiástica y de las congregaciones romanas, porque al modificárselas así, adquirirían un mejor conocimiento del mundo y se desempeñarían también con más eficacia en sus tareas.

Estas propuestas de Strossmayer, sólo hallarían un eco favorable en el Concilio Vaticano II. Sólo ahora se está realizando el proceso de internacionalización de la Curia Romana. Así, por ejemplo, un connacional de Strossmayer, nacido el año de la muerte de éste, el cardenal croata Francisco Šeper, encabeza la Congregación para la doctrina de la fe, mientras el cardenal Villot, francés, es el Secretario de Estado de Paulo VI. Son dos puestos de los más importantes, ocupados por no italianos.

Strossmayer se quejó también, en el discurso que exponemos, de que no se hubiera incluido en la agenda el tema de la nominación y ocupación de las sedes vacantes de obispos, aún cuando su libertad y su progreso dependen de los méritos de los obispos. La propuesta, redaccional en el sentido de que la Iglesia, para defender su libertad, debería buscar el apoyo de los Estados y sus jefes, le pareció a Strossmayer ineficaz y además peligrosa. Peligrosa, porque los tiempos han cambiado y los gobernantes, en lugar de su ayuda, pueden imponer la sumisión de la Iglesia; ineficaz, porque los soberanos, de acuerdo a las Constituciones, no pueden dar ya su protección a la Iglesia. Strossmayer era de opinión que la mejor y más eficaz protección a la Iglesia debería basarse en el derecho público y las libertades públicas de los países. De acurdo a la admonición del Señor, la Iglesia debe poner su espada en vaina. En lugar de los antiguos y piadosos gobernantes, gobiernan hoy hombres sin un legítimo mandato, sin autoridad; y son los ministros quienes deciden por ellos. Tienen sus objetivos propios sin interesarse por la Iglesia e incluso tratando de hacerle daño. El obispo de Djakovo recalcó que la mayor defensa de la Iglesia y de su progreso está en los hombres viriles. de Dios, en los obispos decididos y de gran virtud, quienes, a la manera de Crisóstomo, Anastasio, Ambrosio y Anselmo, saben luchar por la libertad de Iglesia.

Por eso Strossmayer propuso dar una vuelta a la antigua costumbre de la Iglesia de convocar a los sínodos provinciales, que desempeñaron un considerable papel en la nominación de los obispos. En efecto, en el momento de la convocatoria del Concilio Vaticano I, algunos soberanos tenían —como, por ejemplo, el emperador de Austria-Hungría— un antigua derecho de ingerencia en la nominación de los obispos. El Concilio debía tratar de convencerlos de la conveniencia de que renunciasen a tal derecho. Consideraba además, que los soberanos, usando una forma adecuada, accederían a tal demanda si el Concilio realizase una reforma decisiva del colegio cardenalicio y de otras instituciones eclesiásticas. En su opinión, los medios de comunicación modernos se hallan lo suficientemente desarrollados para facilitar la convocatoria de sínodos y concilios generales. El orden estatal y social empieza a sentirse inseguro y, por lo tanto, la Iglesia no debe apoyarse sobre los Estados. Por el contrario, es ella la que puede rendir grandes servicios a la sociedad mediante sus principios y la vida sana de sus feligreses.

El anhelo de los pueblos de solventar siempre y cada vez más sus problemas en los parlamentos comunes, dice Strossmayer, lo han aprendido de la Iglesia, Madre y Magistra universal (he aquí el título de la importante encíclica de Juan XXIII), cuando ella misma a menudo convocaba a sus sínodos y concilios.

Por eso Strossmayer invoca el Concilio Tridentino y el de Costanza, cuando se proponían convocatorias más frecuentes. Mientras el Concilio Tridentino había recibido una instrucción de Pío IV en el sentido de convocarlos cada veinte años, el de Costanza había decidido, bajo la guía de Martín V y Eugenio IV, hacer la convocatoria cada diez años. Al invocar esta hecho histórico, Strossmayer afirmó que si se hubieran convocado concilios en el siglo XVI con más frecuencia, no se habría producido la Reforma. Por eso propuso que, de no ser posible atenerse a las decisiones del Concilio Tridentino, por lo menos se convocasen concilios cada 20 años de acuerdo a la fórmula establecida por el de Costanza.

Strossmayer proclama la unidad de la Iglesia, pero se pronuncia contra quienes querrían reducirlo todo a un tipo de actividad, debido a que no ven la belleza en la diversidad de las cosas que no son esenciales para la Iglesia. Acentúa, por eso, que él entiende perfectamente las condiciones y las necesidades de la Iglesia de Francia, defendiéndola contra las acusaciones de estar infestada por el galicanismo.

Haciendo referencia a su experiencia con los obispos ortodoxos, declaró que éstos temían perder su tradición, sus costumbres, ceremonias y privilegios al unirse con Roma; pero él había tratado de convencerlos de que el objetivo de la Santa Sede era proteger y vigorizar los derechos especiales de cada una de las Iglesias así como la idea de que, para los cristianos separados, la unión con Roma era de importancia vital. "Hasta ahora he hablado a sordos", decía textualmente, y expresó luego su temor de que las cosas empeorasen si se realizaran las tendencias centralizadoras de algunos padres conciliadores. Reiteró más tarde estar pronto para sacrificar su vida por los derechos de la Santa Sede y la unidad de la Iglesia, pero recomendó prudencia en el respeto de las peculiaridades de cada jurisdicción eclesiástica.

En calidad de parlamentario y de ex Gran Župan (gobernador), impugnó la opinión de algunos prelados de que un obispo no podría, por momentos, abandonar su diócesis por razones de Estado o por razones patrióticas. Los sacerdotes y los obispos son también partes integrantes de su pueblo, dijo, empeñados en el bien común. Como lo destacaba Bossuet, Cristo lloraba por la suerte de su pueblo y de Jerusalén; y San Pablo quiso incluso ser maldecido por su pueblo. Citó luego el ejemplo de Hungría y Croacia, donde nadie reprocha a un honesto sacerdote su participación en la vida pública. En consecuencia, es su opinión que la Iglesia no debe prohibir tal actividad. Sus palabras en este sentido tenían una inspiración profética: "Non quaerat concilium Vaticanum, ut iura civilia sacerdotum et episcoporum minuantur; id praestantissimus praesul hoc tempore ne immutet. Nam tempus illud est, ut post parvum tempus nos omnibus iuribus civilibus simus privandi". De estas palabras del obispo croata es fácil desprender como preveía la época en que los obispos y los sacerdotes quedarían privados de todos sus derechos civiles. Esto sucedió, en forma abrupta, en 1945 en la patria de Strossmayer, Croacia, así como en muchas otras partes de Europa y del mundo.

Strossmayer habló de las relaciones entre nuncios y metropolitanos como si hubiera tenido presentes las condiciones generales de la segunda mitad de nuestro siglo: destacó la imperiosa necesidad de una confianza recíproca en el amor fraterno entre obispos, metropolitanos y nuncios, aborreciendo las denuncias entre dignatarios eclesiásticos.

Al pedir las convocatorias sinodales provinciales, Strossmayer abordó la cuestión de los vicarios capitulares y abogó para que se concediesen a los vicarios apostólicos, sin son obispos, los mismos derechos de los prelados residenciales. Al finalizar su discurso, recomendó que las leyes eclesiásticas se acomodasen a las condiciones y necesidades de los tiempos modernos, expresando su esperanza de que el Concilio formaría una comisión especial de expertos para este fin[19].

Analizando este discurso, era fácil deducir, como la han hecho Granderath y otros historiadores que no simpatizaban con él ni con la oposición, que Strossmayer dio un rodeo a las disposiciones del orden del día conciliar y propuso con habilidad muchas de sus ideas y concepciones siempre en forma inoficial y casi inadvertida. Granderath como si quisiera, incluso, alabar "la elocuencia del obispo de Djakovo", destaca con reconocimiento su proceder y el de sus simpatizantes al expresar francamente cuanto llevaban en el corazón y comunicarlo al Concilio. El reproche de los historiadores formulado a Strossmayer y otros oradores de la oposición en el sentido de haber hablado en forma bastante vaga e indeterminada, es comprensible, puesto que Strossmayer y los demás opositores lo hicieron así de propósito; querían hablar de los problemas que consideraban de importancia, pero que no figuraban en el reglamento y el orden del día del Concilio[20]. Strossmayer recalcaba continuamente el deber de su "conciencia"" y, cuando se trataba de su deberes de obispo, de sacerdote, de hombre y de patriota, habló con decisión y claridad en la medida en que pudo hacerlo; y donde cabía esperar una fuerte reacción, supo también aprovechar la tribuna para atraer la atención de un auditorio adverso. Así procedió durante aquella labor acelerada del Concilio y, si se hubiera dispuesto de más tiempo para las sesiones, es muy probable que hoy contaríamos con más intervenciones importantes de Strossmayer en las que habría hecho propuestas, sugestiones, etc. que nos revelarían su preocupación por la Iglesia y por la unión de los cristianos separados con Roma.

Hasta los adversarios reconocían las cualidades oratorias de Strossmayer y con verdadero goce escucharon sus disertaciones latinas acerca de las cuales, incluso el cardenal Di Pietro, —que estaba contra las concepciones de Strossmayer, especialmente en lo tocante a las relaciones de los obispos con el Papa y a la infalibilidad—, declaró al oírle pronunciarse sobre los derechos de los obispos: rara venustas (¡rara belleza y gracia!). Por eso no hay que extrañarse de que la prensa mundial alabase a Strossmayer. Desde la capital de su patria —Zagreb, al igual que desde otras localidades—, los sacerdotes croatas y los líderes políticos le enviaron su felicitaciones y la expresión de su reconocimiento y gratitud. Los croatas escucharon con satisfacción especial la propuesta de Strossmayer en el sentido de que cada pueblo debería tener sus propios hijos capaces y virtuosos como obispos, sacerdotes patriotas, y no que se les impusieran extranjeros, que con anterioridad no habían tenido contacto con sus diócesis e incluso no conocían el idioma de su grey.

Las concepciones de Strossmayer sobre las relaciones de los sacerdotes y sus obispos

Strossmayer pronunció un discurso el 7 de febrero de 1870, refiriéndose, según el orden del día, a la vida y dignidad de los sacerdotes[21]. En él hallaron expresión su experiencia pastoral y su convicción democrática en lo referente a las relaciones del obispo con los sacerdotes. Empezó acentuando la necesidad de destacar en el orden del día conciliar la dignidad elevada y divina del sacerdocio, lo que permitiría con más facilidad deducir de ellas los derechos y deberes de los sacerdotes. Así como los obispos —destacó Strossmayer— defienden con decisión sus derechos, los sacerdotes merecen la protección paternal y la comprensión por parte de los obispos, puesto que son sus hermanos, co-sacerdotes, colaboradores en la viña de Dios. Los sacerdotes ejecutan la mayor parte de la labor de la Iglesia; sin su amor, sin su confianza y adhesión, serían vanos el oficio y los esfuerzos de los obispos. Strossmayer sabía bien por experiencia que los maliciosos tratan de provocar riñas y litigios entre los sacerdotes y sus pastores. Por eso propuso eliminar del proyecto los párrafos sobre los vicios y los fenómenos negativos generales de los sacerdotes del clero francés. Alabó luego a la iglesia francesa por su actividad misionera en todos los rincones del mundo, por su excelente comportamiento en tiempos de persecución, por sus esfuerzos científico-teológicos y por la defensa de la fe en general. No es conveniente tocar las llagas de la Iglesia, si, a la vez no aportamos la medicina, agregó. Posteriormente, agradeció a Dios que la Iglesia en la actualidad no tuviera los vicios que sí en la época del Concilio Tridentino. Si entre un tan gran número de sacerdotes hay también algunos débiles, éstos constituyen excepción, afirmó Strossmayer. A fin de cuentas, hasta el propio San Jerónimo reconoció que también los sacerdotes tenían su debilidades y sus vicios, debiendo hacer penitencia por sus pecados. En el colegio de los apóstoles hubo un traidor, Judas, y Pedro mismo había negado a Jesús.

En los procesos contra los sacerdotes, Strossmayer pedía procedimientos justos y correctos a fin de que el sacerdote se convenciese de que las medidas legales que se le aplicaban eran justificadas. Los maliciosos, por ejemplo, en Austria, destacan que el Concordato disminuye los derechos del emperador, dando a la Iglesia demasiada libertad, mientras por otro lado afirman que el Concordato otorga derechos solamente a los obispos, olvidándose casi por completo de los sacerdotes subalternos. Así procuran crear el descontento en la Iglesia y en el Estado y causar una escisión entre los más altos y los más bajos oficios. Recordó seguidamente su experiencia pastoral: sus sacerdotes le transmitían esa clase de acusaciones, pero él se esforzaba en explicarles con mayor exactitud la utilidad del Concordato tanto para la Iglesia como para el Estado, e incluso para los obispos y los sacerdotes.

En la misma oportunidad Strossmayer recomendó la necesidad del progreso de los sacerdotes en las ciencias profanas y eclesiásticas. Los primeros siglos del cristianismo se reconocía a los cristianos por su amor recíproco, por su hermandad y abnegación hacia el prójimo. En los tiempos modernos la vida del sacerdote debe ser una página abierta del Evangelio, para que en ella puedan leer los cultos y los incultos qué son el cristianismo y la Iglesia. Los enemigos contemporáneos de la Iglesia señalan con el dedo el "oscurantismo" y el "atraso" de los sacerdotes. Por eso Strossmayer, teniendo presente el ejemplo de San Jerónimo, recomienda el estudio de la Biblia, expresa su admiración por los hombres doctos de Francia, especialmente por Ravignan, Lacordaire, Félix, etc., que desean que por todas partes surjan nuevos Ambrosios para convertir a nuevos Agustines y hacerlos protagonistas de las generaciones cristianas. Un reconocimiento especial formula para los obispos alemanes por su empeño en obtener las universidades católicas.

Contra la inundación de la prensa corrompida Strossmayer propone crear la prensa católica, que no sólo debería defender a la Iglesia sino también imbuir a la sociedad contemporánea en los principios cristianos y alentar a la juventud. Los obispos deben dar ejemplo en la propagación de las ciencias católicas. Sin pecar contra la modestia, Strossmayer pudo mencionar todo cuanto hizo por su pueblo croata al fundar la Academia de Ciencias y de Arte en Zagreb e iniciar labor para la organización de la Universidad.

Condenó en la misma ocasión toda actividad comercial de los sacerdotes, que otros conciliares miraban con más tolerancia. El ejemplo del traidor Judas ilumina con clara luz las consecuencias del comercio de los servidores de la Iglesia; por ello está prohibido en América, Francia, Alemania, Hungría y Croacia. Pero al mismo tiempo, Strossmayer condenaba la negligencia de los obispos y de otros dignatarios eclesiásticos en llenar las necesidades materiales de los sacerdotes. Concretamente citó el ejemplo italiano, donde las condiciones en este sentido no son ciertamente dignas de elogio. Pero simultáneamente destacó le preocupación de Benedicto XIII por los sacerdotes de Roma, que debería constituir un ejemplo para el clero de todo el mundo.

Terminó Strossmayer su discurso expresando su descontento por las insuficiencias técnicas del salón del Concilio y por la falta de confianza entre los padres conciliares, pero depositándola en el Espíritu Santo, quien sabe convertir las debilidades humanas en bienes para alcanzar objetivos más altos.

Esta intervención no encontró un eco negativo en el Concilio, ya que fue enteramente dedicada al progreso de los sacerdotes y al mejoramiento de las relaciones entre el clero y el episcopado.

La presentación más borrascosa de Strossmayer en el Concilio

Strossmayer fue interrumpido bruscamente durante su primer discurso en el Concilio por su propuesta de modificar el artículo del proyecto. El 22 de marzo, habló en una discusión especial acerca del texto ya modificado, referente a la fe católica Ambas cosas son sumamente significativas para comprender el clima general que reinaba en el Concilio Vaticano I, inimaginable ya en el II.

Comenzó advirtiendo en su disertación que iba a ser parco en palabras por hallarse indispuesto y por las adversas condiciones del salón de conferencias, donde muchos de los presentes no podían oír al orador. No tocó el estilo del proyecto, aun cuando no lo aceptaba. Pasando al meollo de la cuestión manifestó su satisfacción por haberse aceptado, al menos algo de sus propuestas para que se destacase mejor el papel de los obispos en las definiciones conciliares. La aceptación fue la siguiente fórmula: Sedentibus nobiscum et indicantibus universi orbis episcopis (Hallándose y opinando con nosotros los obispos de todo el mundo). Strossmayer propuso, además, agregar después de la palabra iuditibus el vocablo definientibus, porque iudicare (opinar) carece de aquella fuerza que tenia antes, mientras el término definire no concuerda con la tradición conciliar, cuando los obispos firmaban: Judicans et definiens et definiens scripsi (Opinando y determinando firmé) o definiens subscripsi (firmé determinando), como se usaba en el Concilio Tridentino.

Dirigiéndose a los presentes, advirtió, al modo de San Cipriano en su libro De Unitate Ecclesiae, que siempre quedasen obedientes al primado eclesiástico y listos para morir por él. Pero en seguida agregó que los derechos de los obispos son también de origen divino, y no propiedad de cada uno, no pudiendo renunciar a ellos, sino más bien usarlos en beneficio de la Iglesia y del pueblo.

Otra observación que formuló entonces Strossmayer, se refería a las expresiones severísimas contra los protestantes, a pesar de que el Concilio había atacado directamente al panteísmo como la fuente de tantos errores. Recalcó que con anterioridad al protestantismo hubo focos de racionalismo en el siglo XVII dentro del humanismo y el laicismo. Así, por ejemplo, en Francia, Voltaire y los enciclopedistas, sin relación alguna con el protestantismo, formularon doctrinas muy perniciosas y errores no sólo contra la religión sino también contra el orden social. Aportando argumentos como justificación del protestantismo, Strossmayer se remontó idealmente a los primeros siglos del cristianismo en los que se vieron errores similares a los del protestantismo. Para demostrar que era injusto achacar todo el mal a los protestantes, citó el caso de Leibnitz y de Guizot, ambos protestantes. Guizat se opuso al libro de Renan contra la divinidad de Jesús. Por eso recomendó a los sacerdotes leer la obra de este autor, en la que deberían hacerse algunas pequeñas enmiendas. Al oír murmullos de protesta, el orador dijo textualmente: "Considero que hay todavía muchos entre los protestantes que siguen el ejemplo de aquellos varones —en Alemania, Inglaterra y América—, que todavía siguen amando a nuestro Señor Jesús por lo que son merecedores de que se les aplicaran las palabras de San Agustín: «Están en el error, en el error, pero deambulando creen estar en la verdadera fe» (los murmullos continuaban, pero Strossmayer continuó): "Son heréticos, verdaderamente heréticos, pero nadie los considera tales. El cardenal De Angelis, presidente, advirtió brevemente al orador que evitara "las palabras que en algunos presentes provocaban el escándalo". Mientras Strossmayer intentaba proseguir su discurso, el cardenal Capalti desde la presidencia del Concilio, explicó que no se trataba de protestantes sino del protestantismo como sistema, de donde provinieron tantos errores y que, en consecuencia, en el texto del proyecto no hubo ofensa para los protestantes. Agradeciendo a la presidencia por su advertencia, agregó que esas razones no le podían convencer de que todos aquellos errores surgían del protestantismo: "Yo considero con toda seriedad, que entre los protestantes hay no uno u otro que ama a Jesucristo, sino que hay una multitud de ellos". Al pronunciar estas últimas palabras, muchos de los presentes protestaron en voz alta. El presidente hubo de advertir a Strossmayer que el Concilio Tridentino había considerado ya al protestantismo y que él debía referirse al articulado propuesto y no a asuntos que escandalizan a los obispos!

Fiel a su fibra temperamental Strossmayer declaró que daba por terminada su intervención, pero al mismo tiempo afirmó que muchísimos protestantes deseaban de todo corazón que nada se dijera o decidiera en el Concilio que pudiese poner nuevos obstáculos a la gracia que está operando entre ellos. Recordó que en el Concilio Tridentino se debatió sobre el protestantismo con consideración y que los protestantes habrían sido bien recibidos en aquel Concilio si se hubieran presentado. Se entabló entonces una rara conversación entre el presidente Capalti y Strossmayer: Capalti afirmaba que el Papa, al convocar el Concilio, había invitado paternalmente también a los protestantes; que la Iglesia trataba a todos maternalmente, que han incurrido en el error, mientras el error condena, advirtiendo a Strossmayer que se atuviera al tema en su discurso. En una atmósfera de excitación y clamor generales, Strossmayer trató de terminar su discurso, quejándose contra estas condiciones bastante tristes que se imponían en el Concilio. También formuló su advertencia de que no aprobaba la idea —ya aceptada— de votar las conclusiones conciliares por mayoría de sufragios, puesto que desde tiempos muy remotos estas decisiones se adoptaban por unanimidad. Capalti le contestó que esa cuestión podía ser discutida cuando se estaba tratando el proyecto. Todo eso había causado un tremendo barullo en el Concilio, donde protestaban por un lado los presidentes de aquél, y Strossmayer por el otro. De todos lados pudieron oirse las ofensas más indignas contra Strossmayer: para quienes censuraban su discurso, Strossmayer era Lucifer, Lutero, un condenado, indicándole otros que abandonase la tribuna, mientras él insistía en la idea de la antigua unanimidad necesaria para las conclusiones eclesiásticas, recalcando su fe en la in-mutabilidad de la Iglesia y la necesidad de continuar en esa unidad; finalmente, pidió disculpas por sus palabras si no habían sido en todo momento adecuadamente usadas, y decidió abandonar la tribuna. Los obispos presentes se apretujaban por salir de la sala de conferencias, mientras la presidencia anunciaba la próxima sesión y su programa. Resulta un tanto extraño, que Granderath acuse a Strossmayer por este desorden, justificando el procedimiento de la presidencia, pero que al mismo tiempo agregue que los obispos "pudieron haberse comportado más serena y dignamente"[22]. Un fenómeno semejante en este nuestro momento histórico ecuménico parece casi imposible en tiempos de Pío IX.

Los adversarios de la infalibilidad que escribieron la crónica y la historia del Concilio Vaticano I, Lord Acton y Friedrich especialmente, atribuyeron a Strossmayer palabras e ideas que no se mencionan en las actas del Concilio, lo que nos autoriza a decir que Strossmayer no las pronunció porque, en caso contrario, aquéllas se hallarían anotadas por los estenógrafos. La prensa mundial escribió sobre esta sesión tan agitada de acuerdo a la orientación de cada diario (o periódico): mientras algunos destacaban a Strossmayer como al protagonista de la libertad y el progreso, otros lo vituperaban como a un herético.

Es un hecho que también dentro del círculo de sus adherentes Strossmayer encontró reproches. Así, por ejemplo, el cardenal Schwarzenberg, el 23 de marzo de 1970 le hizo una visita y durante ella le reprochó "haber hablado demasiado, haber ido demasiado lejos y comprometido también a los demás" y cosas por el estilo. Strossmayer se sintió molesto por esta actitud del cardenal y habría decidido abandonar el grupo de los obispos alemanes que se había formado por su propia iniciativa. El mérito de que no se produjera la ruptura en la oposición se debe a los obispos franceses, especialmente a Dupanlou, que expresaron su plena conformidad con el discurso de Strossmayer[23].

Este no cedía. En una carta de protesta dirigida a la presidencia del Concilio pidió incluso una reparación por la ofensa que se le hicieron. En ella defendió también su idea de la "unanimidad espiritual del Concilio", lamentando que no se le hubiera permitido presentar argumentos al respecto. Contra el trato dado a Strossmayer protestaron algunos más, especialmente el arzobispo de París, Darboy. El propio Strossmayer había mencionado en dicha carta la idea de abandonar el Concilio si no se le concediera la posibilidad de justificar cuanto afirmaba y no se le diese una satisfacción.

En víspera de la sesión que tuvo que votar la Constitución de la fe católica —De fide catholica— Strossmayer, el arzobispo americano Kenrick y seis obispos franceses enviaron a la presidencia conciliar una petición para que eliminase del texto preparado los múltiples anatemas, reelaborarse la demasiado general e indeterminada conclusión 4, o, en caso contrario, los firmantes y otros más no votarían por aquélla. En el dorso de esta petición —se halla en el archivo del Concilio— está anotada la fecha 25 de abril de 1870, como la de recepción, es decir un día después de la votación respectiva. Todos los firmantes votaron dicha Constitución menos Strossmayer, quien no se presentó en la sesión por no haber recibido respuesta alguna a su petición[24].

Gracias a sus discursos en el Concilio, Strossmayer dio motivos a declaraciones y cartas, fuera ya de él, que se prestaban a las más variadas interpretaciones. Se atrevió incluso a celebrar al ex oratoriano rebelde, Gratry, miembro de la Academia Francesa, quien, no obstante, murió en paz con la Iglesia; mantuvo también correspondencia con el protagonista más destacado de los adversarios de la infalibilidad, DöIlinger, quien, antes de la convocatoria y durante las sesiones del Concilio, incitaba a las pasiones y causaba muchas manifestaciones contra aquél, en sus escritos, especialmente en Alemania y la ciudad de Munich, donde era profesor en la Facultad de Teología. Hay autores que afirman que Strossmayer proporcionaba a Döllinger los argumentos contra el Papa y el Concilio, pero los de mayor categoría advierten que no es permitido acusar a Strossmayer en este sentido, sin documentos claros, por la supuesta colaboración con aquel hombre difamado y enemigo de la Iglesia que fue Döllinger. Los protestantes y todos cuantos escribieron contra el Concilio y la infalibilidad procuraban tener la autoridad de Strossmayer de su lado, por lo cual su renombre fue considerable tanto en el mundo como en el ámbito conciliar.

Ya al principio mismo del Concilio, el 30 de diciembre de 1869, fue lanzada una noticia infundada sobre un pretendido atentado contra Strossmayer, motivado por su discurso contra los jesuitas. En relación con esta noticia cabe destacar, que el jesuita Granderath expresamente reconoce que Strossmayer evitaba cuidadosamente en sus intervenciones las expresiones impertinentes contra sus adversarios. Los periódicos de todo el mundo escribían según su gusto, sin publicar rectificaciones, tejiéndose así una red de mentiras sobre los pormenores de la actitud del obispo de Djakovo en el Concilio. Tampoco faltaron noticias sobre las peticiones contra la infalibilidad que llegaban "de Bohemia y Hungría" por las manos del cardenal Schwarzenberg y de Strossmayer[25]. Por eso, es necesario tener presente a todos los miembros de la "oposición", su actitud ante y después del Concilio, y sus relaciones casi filiales con los Pontífices hasta su misma muerte, para formar un juicio cabal acerca de su idea sobre la infalibilidad del Papa y de la Iglesia.

Una importancia esencial en este sentido tiene el discurso de Strossmayer, pronunciado el 2 de junio de 1870. En él se halla contenida la esencia misma de su actitud ante la inminente definición de la infalibilidad. Fue su última alocución en el Concilio.

Strossmayer acerca de la inoportunidad de la definición de la infalibilidad

Dentro del cuadro de nuestro modesto trabajo resulta casi imposible analizar (estudiar) todas las facetas de la compleja y tan peculiar personalidad de Strossmayer. Su sola documentación exigiría una amplitud tal que eclipsaría el papel desempeñado por él en el Concilio. No tenemos intención alguna de escribir su apología ni indagar tampoco sobre los orígenes inspiradores de sus ideas acerca de la infalibilidad pontificia, ni siquiera acerca de la similitud o diferencias entre sus opiniones y las de los demás padres conciliares de su grupo.

Strossmayer, en efecto, creyó durante toda su vida en la infalibilidad de la Iglesia y en el papel del supremo maestro y jefe de la iglesia que pertenece al Papa. Antes de concluir su discurso contra la definición el 2 de junio de 1870 dijo textualmente: Ideo mihi videtur factum esse, quod Ecclesia catholica octodecim saeculorum decursu divinam infallibilitatis suae proerrogativan maluerit exercere potius quam definire (Me parece en efecto, que la Iglesia ha preferido ejercitar su divina prerrogativa de la infalibilidad en el curso de 18 siglos, antes que definirla[26].

En el tercer fragmento de su discurso después de la precedente formulación, adujo su argumento más importante contra la oportunidad de la definición de infalibilidad: Schisma orientale, iam non amplius graecum dici debet, sed proh dolor schisma slavicum, quorum octoginta milliones ab Ecclesia catholica extorres vivunt, qui suae autonomiae, suis particularibus iuribus addictissimi suet, et nihil aliud tantopere aversantur, quam illud quod vel suspicionem ingerere istis possit, quod autonomiae et iurium suorum periculo sit. Ego inter Slavos meridionales moror, ex quibus octo milliones schismatici, tres autem milliones catholici sunt. Ego no possum satis divine misericordiae gratias agere, quod gens Croatorum, quam tantopere diligo, sit catholica, et possum dicere in tota cordis mei sinceritate, Sedi apostolicae addictissima (El cisma oriental no debe llamarse ya cisma griego sino, desgraciadamente, eslavo, porque 80 millones de eslavos viven fuera de la Iglesia católica. Estos son adictísimos a su autonomía, a sus derechos especiales, y en nada se muestran tan suspicaces como en aquello que podría poner en cuestión esta su autonomía y sus derechos. Yo estoy laborando entre los eslavos meridionales, de los cuales 8 millones son cismáticos, mientras sólo 3 millones son católicos. Nunca puedo agradecer lo suficiente a la misericordia divina que el pueblo croata, al que tanto amo, sea católico, y puedo decir con toda la sinceridad de mi corazón, que es muy adicto a la Santa Sede[27].

Esta declaración de Strossmayer es necesario completarla con un párrafo de una carta del día 11 de diciembre de 1875 dirigida por él a Pío IX, refiriéndose al papel esencial de los croatas entre los eslavos meridionales: "Los croatas son el único pueblo católico entre los eslavos meridionales que han permanecido hasta ahora, aún en las condiciones más difíciles, fieles a la fe católica... Es de suma importancia que los croatas permanezcan adictos, con toda su alma y todo su corazón, a la fe católica, porque así están en cierto sentido predestinados a convertirse en levadura que penetrará, con la ayuda divina, en toda la multitud de los eslavos meridionales, y devolviéndolos al seno de la Iglesia católica"[28]

Por haberse mencionado así en el plan de Strossmayer al pueblo croata como levadura de la unidad cristiana entre los eslavos meridionales, hemos de prestar atención a un fragmento de su discurso del 2 de de junio de 1870. Después de haber expuesto en él la situación religiosa de los croatas y los eslavos meridionales en general, explicó la razón principal de su temor ante la definición de la infalibilidad del Papa: Verum si haec definitio effectum habeat, vereor, ne, quantum nos scimus, illud fermetum bonum a Deo praedestinatum reliquam Slavorum massam penetret et ad unitatem reducat; vereor ne nova nobis pericula impendant, et ex nostris quidam misere ab unitate Ecclesiae rescindantur, sum-mo certe — qucumque novit historiam nostro temporis — summo et gravissimo humanitatis et omnis futurae culturae detrimento (Pero si esta definición se lleva a cabo, tengo miedo de que aquella buena levadura, predestinada por Dios, por cuanto alcanzo a saber, no pueda penetrar en la restante multitud de eslavos ni tampoco devolverlos a la unidad eclesiástica; temo que no nos amenace nuevo peligro y que —como puede temerlo quien conoce la historia de nuestro tiempo— alguno de entre los nuestros no rescinda tristemente esa unidad eclesiástica, lo que redundaría por cierto en gravísimo detrimento de la humanidad y de toda la cultura futura)[29].

Ha quedado atrás el Concilio Vaticano I, pero las palabras transcriptas de Strossmayer no han perdido actualidad y en ellas brilla la perspicacia de este hombre de Dios: el principal obstáculo para la reconciliación y unión tanto de los ortodoxos como de los protestantes con Roma sigue siendo el dogma de la infalibilidad del Papa.

Después de haber destacado, brevemente, estas grandes preocupaciones e ideas de Strossmayer, proyectaremos un vistazo sobre su discurso, que fue proclamado por Granderath "sehr elegante und sehr schöne Rede" (muy hermoso y elegante)[30]. Granderath no oculta su admiración por el estilo y la magnificencia de la forma de sus disertaciones, pero le reprocha no ser más profundo en la explicación de sus ideas.

Las dificultades en la concepción de Strossmayer acerca de la relación del Papa y el episcopado

Al iniciar su intervención, Strossmayer subrayó la conexión del episcopado con el Papa, "dignísimo jefe de la Iglesia y del episcopado", pero consideraba que era lógico debatir conjuntamente ambos derechos y no por separado, porque de esta manera se asegurarían la primacía del Pontífice y los derechos del episcopado. "Cristo envió a todos los apóstoles y les dio autorización para que enseñasen a todos los pueblos, prometiéndoles permanecer con ellos hasta el fin del mundo" (Mt. 28, 19-20). Explicando la constitución y el papel del magisterio eclesiástico, citaba a San Ignacio de Antioquía, quien varias veces comparó al obispo con Cristo entre el pueblo afirmando, que quien obedece a Cristo, obedece ai obispo. De ahí surge para Strossmayer la dificultad de que, simultáneamente y en la misma diócesis, puedan tener idéntico poder el Papa y los obispos. Para justificar esta incompatibilidad invocaba la protesta de Gregorio el Grande contra Juan el Ayunador (loannes leiunator) y su título de "patriarca ecuménico", llamándose Gregorio a sí mismo servus servorum Dei (el siervo de los siervos de Dios).

En esta intervención Strossmayer se atuvo con insistencia a San Cipriano y a su libro De Unitate Ecclesiae. Hay que tener presente que Strossmayer presentó una tesis para doctorarse justamente sobre la doctrina de San Cipriano expuesta en el libro mencionado[31]. Y según Strossmayer, aquel santo rinde homenaje al divino primado, recalca la necesidad de una conexión permanente del obispo con la Santa Sede, y habla de la sede de Pedro como de la cátedra de unidad, pero al propio tiempo establece también los derechos de los otros apóstoles y obispos: para que guíen a la Iglesia entera en el espíritu de unanimidad de todos los apóstoles. A Strossmayer no le placía la interpretación de las palabras de Jesús dirigida a Pedro y anotadas por Mateo y Juan: de que en Mt. 16 y Juan 21 se trataría de la "infalibilidad personal y absoluta del Papa" (personalem et absolutam pontificis infalibilitatem). Cipriano, en opinión de Strossmayer, enseñaba que también los demás apóstoles son lo mismo que Pedro en cuanto al honor y el poder y que todos en conjunto conducción a la Iglesia y pastoreaban la grey de Dios con plena unanimidad y consonancia y que, en consecuencia, los obispos, como sucesores de los apóstoles, tienen "algún derecho virtual sobre el resto de la Iglesia — virtuale quoddam in reliquam Ecclesiam ius. Este "derecho virtual" Strossmayer lo encuentra en escritos de Gregorio de Niš, Basilio, Gregorio Nancianceno, Juan Crisóstono y en la epístola que el papa Celestino, dirigió al Concilio de Efeso.

Describiendo la controversia de Cipriano con el Papa sobre el valor del bautismo de los heréticos, Strossmayer reprocha al primero su pronunciada resistencia al Papa Esteban, pero afirma, que, de acuerdo con las palabras de San Agustín, podemos excusarle, puesto que hasta su tiempo nada se supo de personali et absoluta romanorum pontificam infabilitate (de la personal y absoluta infalibilidad de los pontífices romanos)[32].

Resulta de evidente necesidad prestar atención a este "derecho virtual de los obispos sobre el resto de la Iglesia" y a la expresión "personal y absoluta infalibilidad del papa", de acuerdo al parecer de Strossmayer.

Hasta el Concilio Vaticano II no resultó siempre claro para los teólogos y los historiadores eclesiásticos qué era lo que pensaba Strossmayer y cuál era el sentido que tenía su mención, en el Concilio Vaticano I, del "derecho virtual de los obispos a la administración en toda la Iglesia". Como si hubiera dado la contestación a estas preguntas el Concilio Vaticano II, redujo la doctrina a una "colegialidad de obispos", que se está actualmente traduciendo en realidad mediante los periódicos "sínodos episcopales" en Roma.

En cuanto a la "infalibilidad personal y absoluta" del Papa, que resultó tan antipática para Strossmayer, nunca se habló de ella en la Iglesia y tampoco se la trató en el Concilio Vaticano I. La infalibilidad del Papa es, en efecto, personal, pero no "absoluta": se refiere solamente a las definiciones oficiales de las verdades de la fe y de la moral revelada por Dios y que obligan a la Iglesia en su totalidad. Strossmayer se pronunciaba contra la infalibilidad "absoluta", pero él no la inventó y, mientras algunos luchaban contra ella, él quiso estratégicamente impedir aquella definición en el sentido del Concilio Vaticano I. Y es que Strossmayer, en primer término, llevaba en su pecho el problema de la unión de los cristianos separados orientales con Roma, a quienes resultaban muy antipáticas la primacía y la infalibilidad del Papa.

Durante toda su vida, Strossmayer fue un devoto de la cultura y la literatura francesas y por eso no hay que extrañarse de que también en este discurso rindiese homenaje a los jefes católicos de aquel país como, por ejemplo, a Bossuet, rechazando el ataque de quienes calumniaban a la Iglesia francesa por su galicanismo[33] 33. Pero es menester reconocer que sus discursos no son sin pequeñas intrusiones del galicanismo, cuando habla de la relación entre el papado y episcopado.

Strossmayer reconocía "la plenitud del poder" de San Pedro y de sus sucesores asi como a los papas el derecho a convocar Concilios generales, presidirlos, aprobar y definir sus conclusiones, pero justamente por la gran estima que tenía del papel de esos concilios, se oponía a la definición de "la personal y absoluta infalibilidad". Para reforzar su tesis cita la asamblea de los apóstoles en Jerusalén, cuando se reconciliaron Pedro y Pablo, menciona cómo Gregorio el Magno comparaba los cuatro concilios generales con los cuatro Evangelios, y, junto con el teólogo medieval Durand, consideraba que aquéllos son el mejor medio para contrarrestar los errores y el mal en la sociedad cristiana.

La segunda razón que movió a Strossmayer a oponerse a la definición de la infalibilidad, fue su elevada opinión sobre el papel de los concilios generales. A su parecer, la definición de la infalibilidad rendiría superfluos esos concilios en el futuro. Que su temor no era infundado es fácil colegirlo justamente por la labor del Concilio Vaticano II, después de cuya finalización surgen nuevos problemas que exigirán dentro un tiempo previsible la convocatoria de otro nuevo concilio general.

A continuación Strossmayer desarrolló sus ideas acerca, de la armonía que debe reinar entre el primado y los derechos de los obispos. Estos pueden no sólo confirmar, interpretar y aprobar, sino también derogar y eliminar según el caso. Si esto no se acepta y reconoce. Strossmayer no entiende de qué manera se puede conservar el significado y el vigor de las palabras de Cristo, dirigida a todos los apóstoles: "Todo lo que atares en la tierra, será también atado en los cielos y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en el cielo". Si no se reconoce a estas palabras de Cristo su natural significado, entonces pierden igualmente su valor las ideas de Cipriano referente al episcopado indivisible en todo el mundo, del cual cada uno de los obispos recibe una parte común con los demás obispos —in solidum—. Strossmayer alega que los obispos nunca, deberían renunciar a este su derecho divino porque de lo contrario, expondrían a un peligro la autoridad y libertad de los concilios generales. En su exposición histórica, Strossmayer subrayó que se atenta al historiador de los Concilios, el obispo Hefele, quien también pertenecía a la oposición conciliaria.

La epístola que el Papa León I, dirigió al Concilio de Calcedonia y saludada por los padres allí congregados: "Pedro nos habla por la boca de León, así lo creemos todos, todos damos nuestra adhesión a su epístola", Strossmayer intentó explicarla en el sentido de que aquellos obispos procedieron como jueces y críticos; examinaron la misiva y, encontrándola ortodoxa, la aceptaron. En efecto, la carta de León es una de las pruebas más elocuente en cuanto a la fe en la infalibilidad del Papa dentro de la Iglesia del siglo V.

Strossmayer trató de demostrar, con envidiable dialéctica, que el escrito de León no era un acto del poder soberano del Papa sino un adoctrinamiento a los obispos, que estaban autorizados para estudiarla, examinarla y aceptarla luego o rechazarla. Para corroborar su opinión, Strossmayer invocó también el parecer del cardenal Bellarmini, pero no pudo probar que los mitrados dudaran en Calcedonia sobre la verdad de la doctrina de León. Simplemente se impusieron del contenido de la misma y comprobaron su concordancia con lo que ellos mismos habían hallado en la revelación divina y que se aprestaban a definir.

"Los inalienables derechos de los obispos" atraen constantemente la atención de Strossmayer, y su "origen divino", afirma, no puede ser derogado ni siquiera disminuido por el concilio general. Lo prueba también mediante la actitud de Pío IV en el curso del Concilio Tridentino. A pedido de los obispos fueron suprimidas dos palabras del mensaje del Papa, porque las consideraban en perjuicio de la libertad de los conciliares. Strossmayer rinde homenaje a aquel Concilio, que no definió la infalibilidad del Papa; reconoce el valor y coraje de la Iglesia francesa que supo superar las dificultades propias sin pronunciarse por aquélla, alaba a Pío IV, quien, aconsejado por San Carlos de Borromeo, estableció la regla para que no se llegara a conclusión alguna sin el consenso general o casi general de los participantes[34].

"El consenso general de los obispos" en el Concilio constituye el tercer tema de este discurso de Strossmayer. La idea no era original suya, pero él, en su calidad de brillante orador y decidido defensor de sus ideas, se presentó como el más sincero y abierto paladín de este principio en el que la oposición conciliar vio el medio más eficaz para impedir la definición de la infalibilidad. Por eso Strossmayer habló extensamente sobre el particular. Quería poner obstáculos al pronunciamiento del concilio y asegurar así más libertad a la Iglesia, posibilitando la promoción de la unidad de los cristianos separados del oriente y el occidente. Era una manera de interpretar no sólo la historia del cristianismo sino también los escritos de Ireneo, Tertuliano y Cipriano que versan sobre aquel tema. Strossmayer entiende en forma bastante artificial dichas opiniones para respaldar la propia, a pesar de que justamente Ireneo, apoyándose en la infalibilidad de la Iglesia Romana y del Papa, prueba con mayor facilidad la ortodoxia doctrinaria de todas las demás partes de la Iglesia. Reconocía la infalibilidad antes y en el mismo acto del Concilio, pero no dejó de destacar la necesidad de que concordaran todas las iglesias apostólicas con la sede romana y con los obispos.

Resulta curioso que todos los obispos presentes escucharan con calma la intervención de Strossmayer, incluso cuando alegaba la inoportunidad de la definición de la infalibilidad, apoyándose en la obra de Vincencio Lirinensis: Commonitorium y su famoso principio de que el signo más seguro de la ortodoxia doctrinaria era el que "siempre, en todas partes y por todos" (quod semper, quod ubique, quod ab omnibus) fue creído. Atribuyó a esta regla demasiada y exclusiva importancia, aun cuando no es única para averiguar la verdad de la fe en la Iglesia y en el pueblo cristiano. Lirinensis no conocía la infalibilidad del Papa bajo la forma: "infalibilidad personal y absoluta", pero enseñaba la necesidad de que hubiese unanimidad de los obispos cuando se trataba de la definición de una verdad de fe[35]. Además invocaba a San Agustín y la advertencia que dirigió a la Iglesia: hay que cuidar la autoridad eclesiástica con serenidad y moderación para que la Iglesia no se exponga a la burla de los enemigos, quienes podrían decir que en ella todo se rige por la voluntad de un sólo hombre y por la superstición, como en el tiempo de San Agustín argüían los maniqueos. Para probar que se procede en la época del Concilio Vaticano I como en la de San Agustín, Strossmayer mencionó la aparición de un escrito titulado "las necesidades de nuestros tiempos", en el que algunos enemigos de la Iglesia ofrecían pruebas sobre la necesidad de la definición de la infalibilidad, seguros de que así la Iglesia y su magisterio perderían completamente su autoridad. Al condenar esta obra, agregaba: Credite mihi, non sunt vani nostri timores, non sunt vana pericula quae nos praevidemus. Ego saltem dicere possum coram Deo, qui me iudicaturus est, quod definitione hac de qua agimus, in effectum deducta, gregi meo, cui praesum, multa pericula sint creanda (Creedme, no son vanos nuestros temores, no son vanos los peligros, que prevemos. Yo puedo decir ante el Dios que me ha de juzgar, que la definición que estamos tratando, si llegare a proclamarse, creará muchos peligros a la grey cuyo pastor soy)[36].

Hemos mencionado ya las ideas y los ideales de Strossmayer referentes al retorno de los cristianos separados eslavos al seno de la Iglesia por conducto de los católicos croatas. Imbuido de estas ideas y deseos, Strossmayer al finalizar su disertación dirigió su llamamiento al Papa y al Concilio para que se agrandara el ámbito de la Iglesia en vez de restringirlo; abogó por que la paz, la concordia y la unidad cristianas se difundiesen cada vez más por el mundo, porque la humanidad se convirtiese "en una grey bajo un pastor (grex unos sub uno pastore). Expresó su esperanza de que el Papa, que excede a todos los demás obispos en autoridad y virtud, teniendo presente el ejemplo de San Pedro, quien por humildad pidió que lo crucificaran cabeza abajo, sacarla a la Iglesia del peligro, mediante su humildad y sacrificio, en que caería con la definición de la infalibilidad. Por la misma razón mencionó al apóstol Pablo, quien alaba la grandeza del Salvador precisamente por su humildad y autosacrificio (Epístola a los filipenses, 2, 5-11). Dirigiéndose por fin a todos los obispos presentes formuló su esperanza de que imitaran a Cristo Jesús, buen Pastor, quien por una oveja perdida dejó noventa y nueve, la encontró, la cargó sobre sus hombros y la llevó a su redil[37].

Sería innecesario subrayar que los enemigos de la Iglesia y del Papado dieron también una amplia publicidad a este discurso de Strossmayer, donde resaltan la amplitud y las características de su cultura teológica. El Concilio mismo le prestó atención en calma. Resultaría muy interesante confrontar esta disertación suya con las de la oposición, entre los cuales figuraban Dupanloup, Hefele, Haynald, Ketteler, Schwarzenberg y otros. Podemos decir que Strossmayer, en sus intervenciones, era más moderado que, por ejemplo, Dupanloup, y en cuanto a su forma, siempre trató de llevarla a la altura necesaria. Tan sólo en el fervor de las discusiones, en cartas privadas o en momentos sentimentales y de dialéctica se mostraba, según afirman sus conocedores personales: "de una naturaleza muy impulsiva y como un fanático casi de su fe y su convicción... Momentáneamente pudo exacerbarse y estampar conceptos que no podrían escapar a los reproches ... Por lo cual hay que tomar sus ideas desde el punto de vista científico, sin aprovecharlas con fines politicos u otros de carácter transitorio[38].

Discursos apócrifos de Strossmayer

Los enemigos de la Iglesia quedaron descontentos por haber dejado pasar el discurso de Strossmayer del 2 de junio de 1870 sin inconvenientes e intromisiones; y ello dio motivo a que inmediatamente confeccionaran un panfleto, plagado de ataques contra la Iglesia y el Papa, y lo divulgaran por todas partes como si fuera el texto auténtico del obispo. Los que conocieron la labor conciliar y las disertaciones de éste, bien pronto se percataron de que se trataba de una maliciosa falsificación inventada con el fin de hacer daño a la Iglesia y al Papa, y causar confusión y discordia entre el clero y los feligreses de todo el universo. Obispos de varias parte de la tierra escribieron a Strossmayer para que les confesara la verdad sobre el panfleto. Strossmayer, en efecto, negó en varias oportunidades su veracidad y ofreció pruebas de que se trataba de una manifiesta invención de los enemigos de la unidad católica. Por fin pudo comprobarse, en el año 1876, que un ex sacerdote mexicano, el Dr. José Agustín Escudero, en un principio religioso agustino, pero más tarde apóstata de la Orden y de la Iglesia, masón y rebelde contra la autoridad eclesiástica y civil, acosado por el arrepentimiento de su propia conciencia reconoció ser el autor del escrito. Más tarde hizo una declaración penitenciaria en el periódico América del Sud. El misionero lazarista, padre Pedro Stollenwerk, envió el 18 de agosto de 1876, dicho periódico, junto con una carta personal, a Strossmayer. Stollenwerk había agregado la dirección de su casa: Calle Libertad, Hospital Francés, Buenos Aires. El secretario de Strossmayer, José Wallinger, confirmó la autenticidad de esta carta y de este modo todo el mundo se enteró de la verdad definitiva sobre el panfleto[39].

Las invenciones procedentes de los círculos liberales en el sentido de que se le ofrecían a Strossmayer las ofertas "más brillantes" para que encabeza a los católicos rebeldes, han sido desmentidas en forma categórica por un canónigo de Strossmayer —el padre Vorsak— quien en aquella época vivía en el Capitolio croata de San Jerónimo en Roma[40].

Granderath y Kirch mencionan también la pastoral de Strossmayer, relativa a los Santos Cirilo y Metodio del 4 de febrero de 1881, donde igualmente fue desmascarado dicho panfleto. Reproducimos el fragmento que nos interesa: "Hace unos años, circuló bajo mi nombre un horrendo discurso, que está tan lejos de mí por su forma y contenido, como el lugar de Sud América en que un sacerdote reconoció, arrepentido, que lo había confeccionado y divulgado bajo mi nombre, ofreciéndome por intermedio de su confesor, cualquier satisfacción que le pidiera. A pesar de que este escrito ostentaba por sí mismo características evidentes e indubitables de su origen apócrifo, causó muchas confusiones entre quienes no sabían que mis discursos fueron guardados en los Archivos del Vaticano y que no son accesibles a cualquiera. A pesar de que las cosas sucedieron así, me resulta grato poder confesar también en esta oportunidad, ante todo el mundo, que preferiría que mi mano derecha se secase o mi lengua quedase paralizada antes que decir o escribir una sola de las proposiciones de ese horrendo discurso que fue divulgado bajo mi nombre"[41].

Un año más tarde, o sea, el 4 de febrero de 1882, Strossmayer repitió casi literalmente dicha declaración en una contestación por escrito dirigida a los obispos ortodoxos que le habían atacado por dicha pastoral sobre los santos hermanos Cirilo y Metodio[42].

Strossmayer no votó la infalibilidad, pero una vez votada, la aceptó

El incidente del discurso apócrifo nos llevó a los lejanos años posteriores al Concilio. Es necesario retornar a él y seguir analizando la actitud de Strossmayer hasta su finalización y aún después.

Al principio de junio de 1870, la mayoría conciliar pidió a la presidencia que concluyera los debates acerca, de la infalibilidad, evitando repeticiones sobre lo ya aclarado. El día 13 de junio el presidente, cardenal De Angelis, leyó la petición que 150 miembros de la mayoría dirigieron a la presidencia, a fin de que se votase por su conclusión. La mayoría de los obispos, se declaró conforme y la presidencia dio por terminadas las discusiones.

Pero el 4 de junio de aquel mismo año los jefes de la oposición, cardenales Schwarzenberg, Mathieu y Rauscher, apoyados por 81 firmas de padres conciliares, protestaron contra esta determinación puesto que, según decían, todos los miembros del Concilio tenían derecho a exponer sus razones acerca de tan importantes cuestiones para la Iglesia y su doctrina. La presidencia del Concilio contestó a Schwarzenberg, en su calidad de primer firmante, que todo cuanto el reglamento del Concilio había previsto estaba ya hecho y que, por esta razón, no se podía tomar en consideración la protesta de la minoría[43].

El horizonte político había ya empeorado en Europa y en Roma por aproximarse la guerra entre Francia y Prusia. Los padres conciliares asignaban suma importancia al hecho de que se realizara la cuarta sesión solemne y proclamara la constitución dogmática acerca de la Iglesia. Esta constitución contenía la definición de la infalibilidad del Papa cuando "ex cathedra", es decir, oficialmente y en su carácter de Pastor y Maestro de todos los fieles y de acuerdo a su soberano poder apostólico, define y determina doctrinas de fe y de moral, reveladas por Dios y obligatorias para la Iglesia entera. A comienzos de julio, gran cantidad de los oradores que se habían preanotado para intervenir renunciaron a pronunciar sus discursos. Entre ellos se contaba también Strossmayer, quien lo comunicó así el 2 de julio de 1870[44]. Dos días más tarde, hicieron lo mismo los demás oradores y la discusión quedó concluida, declarándose oficialmente que esto había sucedido porque los obispos no podían soportar el calor durante cuatro horas diarias en el salón de actos. La presidencia mencionó entre los que habían renunciado a la palabra a Schwarzenberg, Blanchet, Dupanloup y Strossmayer. Por eso la mayoría del Concilio pudo sentirse satisfecha.

El 13 de julio, en la octogésima quinta congregación general se llevó a cabo la votación sobre el proyecto total. Votaron 601 miembros del Concilio: 451 lo hicieron a favor, 88 votaron en contra y 62 en favor, pero a condición de que se tomaran en consideración sus observaciones.

El tiempo corría fatalmente. El 16 de julio se efectuó la congregación general del Concilio. El consejo internacional de la oposición decidió enviar a seis de sus adherentes al Papa Pío IX pidiendo: 19) que se cancelase del Capítulo 39 del proyecto la expresión plenitudo potestatis (plena potestad) y, 2°) que se agreguase en el 49, al definir la infalibilidad del Papa, "con el consenso de los obispos". Los delegados de la oposición fueron los franceses (Darboy, Ginoulhiac y Rivet), los alemanes (Ketteler y Scherr) y el húngaro Simor. Estos entregaron la petición al Papa. Ketteler solicitó de rodillas a Pío IX que aceptase ambos puntos porque de este modo posibilitaría la unanimidad en el Concilio para la definición de la infalibilidad. Cómo y qué contestó el Papa, no lo sabemos, pero la petición no fue tomada en consideración. Oficialmente se dijo en el Concilio que el Pontífice había entregado el asunto al Concilio mismo[45].

La relativa moderación de Strossmayer podemos entenderla mejor si tomamos en consideración que Dupanloup solicitó por escrito al Papa que agradeciera a Dios y a los obispos, después de la solemne sesión, que la mayoría abrumadora se hubiese declarado por el privilegio de la Santa Sede, pero que el Papa, haciéndose cargo de los inconvenientes del tiempo estival reinante y pensándolo todo bien ante Dios, decidiera postergar para épocas mejores la definición de la infalibilidad, cuando los espíritus volvieran a calmarse. Dupanloup, con el vigor de su elocuencia, trató de convencer al Papa de las buenas consecuencias que traería semejante decisión, pero Pío IX desechó la solicitud del obispo de Orleans después de haber rechazado las peticiones, mucho más modestas, de la oposición durante el curso de las sesiones del Concilio[46].

Un día antes de la sesión solemne, o sea el 17 de julio de 1870, se reunió la oposición para determinar qué actitud tomarían en aquélla. Hubo varias propuestas: Presenciar el acto y votar contra la definición; y si se les pedía someterse a la decisión de la mayoría, negarse. Algunos prefirieron no ir tan lejos y aconsejaron un sometimiento general a las decisiones del Concilio.

Por fin se pusieron de acuerdo y enviaron al Papa una carta común reiterando su disconformidad con la decisión de la mayoría, y anunciando al mismo tiempo su partida del Concilio en vísperas de la sesión, para que, en presencia del Papa, no se viesen obligados a votar contra su infalibilidad. La carta fue firmada por 55 padres conciliares, pero no se mencionaba siquiera la idea de que no fuesen a someterse a la decisión mayoritaria. Algunos miembros prominentes de la oposición no la firmaron como, por ejemplo, los cardenales Rauchner, Melchers y Ketteler. En efecto los opositores abandonaron Roma en vísperas de la sesión solemne que el día 18 de julio de 1870 votó la Constitución sobre la Iglesia y el dogma de la infalibilidad del Papa.

Sucedió entonces lo que había anticipado Strosmayer en su discurso del 2 de junio de 1870: De los 535 padres conciliares presentes 533 votaron por la definición, y contra ella solamente dos, sometiéndose luego a la decisión. De esta manera la definición fue votada "unánimemente", cosa que Strossmayer le resultaba tan cara y de tanta importancia. Mientras se celebraba la sesión solemne en la basílica de San Pedro, se desató sobre Roma un temporal con truenos y rayos, que los historiadores del Concilio comparan con el que descendió sobre el Sinaí, cuando le fueron entregadas las tablas de piedra a Moisés por Dios. En su breve alocución, Pío IX destacó que la autoridad suprema del obispo de Roma no destruye sino, contrario, protege los derechos de los obispos. Encomendó a Dios la Iglesia y sus representantes, deseando en su oración estrechar contra su pecho paternal a todos sus hermanos de episcopado, porque los ama, estima y quiere ser uno con ellos. Después de un Te Deum solemne y de haber impartido la bendición, todo quedó concluido a las 12.30 horas. Tomando en consideración las condiciones generales del Concilio y del mundo, Pío IX no dio la orden de hacer las salvas correspondientes desde el Castillo de San Angel porque así los truenos y rayos del cielo se parecerían a los del Sinaí en el momento histórico de Moisés y la humanidad[47].

A pesar de que el Estado Pontificio fue liquidado, temporariamente, el 20 de septiembre de 1870, el Concilio Vaticano I marcó una nueva época en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Un mes después de la liquidación de aquel Estado, Pío IX aplazó sin término al Concilio, condenó la violencia por la cual el Papa había sido privado de libertad y seguridad, y autorizó a los obispos presentes para que, a causa de tiempos tan difíciles como aquéllos, regresasen a sus respectivas diócesis[48].

El Concilio aplazado así jamás volvió a ser convocado. Juan XXIII y Paulo VI, en el Concilio Vaticano II, han tratado de retomar esta o la otra cuestión dejada pendiente en aquél pero concebidas y dirigidas independientemente del I. Ninguno de estos dos Pontífices quiso proclamar nuevos dogmas ni lanzar nuevos anatemas.

No tenemos todavía una historia crítica del Concilio I. La de Grandehart, especialmente en opinión francesa, resulta parcial e injusta para con la oposición, sin mencionar las de los protestantes y otros por su absoluta parcialidad y no ser fidedignas. En tiempos recientes vienen publicándose notas o apuntes de algunos participantes del Concilio Vaticano I, de donde podemos obtener también algunos detalles relativos a Strossmayer: Los hay desfavorables y favorables, llamándolo incluso "San Bernardo del Concilio Vaticano I".

Strossmayer abandonó Roma el 17 de julio de 1870, es decir, un día antes de la solemne definición de la infalibilidad. El 27 del mismo mes estaba ya en su Djakovo. El Concilio posibilitó la difusión de la gloria oratoria de este prelado por todas las latitudes del mundo, llamándolo alguno primus orator christionitatis (Primer orador de la cristianidad); los croatas le saludaron y felicitaron, uniéndose a ellos algunos otros pueblos eslavos, dentro y fuera de la Doble Monarquía. Uno de los mejores poetas croatas, Pedro Preradović, le dedicó un poema, destacando sus virtudes oratorias y que terminaba: "Gracias a ti, la pequeña y despreciada Croacia, que el mundo casi olvidó, ha vuelto otra vez a ser conocida"[49].

Resultan interesantes los pormenores acerca del comportamiento de Strossmayer y de otros padres opositores después del Concilio. No hubo cismas, como lo esperaban los enemigos de la Iglesia, con excepción del movimiento de "viejos católicos" en la órbita del idioma alemán. Strossmayer fue el último obispo en la Monarquía austro-húngara que publicó las decisiones del Concilio e hizo todo lo necesario de acuerdo con sus deberes de obispo. Döllinger y los "viejos católicos", se esforzaron por atraerlo hacia su movimiento, pero, con excepción de algunas cartas, nada consiguieron de él. En esas epístolas alcanzó a decir, por pura emoción, algunas cosas que carecían de fundamento, pero es sumamente importante que rechazase el pedido de Friedrich para que consagrara como obispo algunos de los sacerdotes excomulgados[50]. De esto es fácil colegir cómo la conciencia de Strossmayer se mantenía despierta cuando se trataba de asuntos de importancia para la Iglesia. Mientras en el Concilio formulaba juicios tajantes, fuera de él y especialmente ante los historiadores del Concilio, dio pruebas de devoción filial y obediencia a la Iglesia y al Papa, siempre que aquéllas se requirieron.

En el curso de 1871, Strossmayer sostuvo correspondencia con Lord Acton, Döllinger y Reinkens, pero sus cartas no contienen elementos de importancia en este sentido. No puede negarse que Strossmayer tuvo la intención de recurrir a las personalidades mencionadas para que mitigasen un poco sus juicios acerca de la Iglesia, el Papa y el magisterio supremo de aquélla. Durante 1872 guardó silencio. Firmó el 26 de diciembre de 1872 su decisión sobre la publicación de los decretos del Concilio[51]. La publicación apareció en los números de vocero oficial Glasnik de la diócesis de Djakovo en el mes de enero[52]. Pasado algún tiempo, Strossmayer fue recibido por el Papa Pío IX en audiencia privada. Sobre ella escribió el 5 de febrero de 1873 a su amigo Francisco Rački, profesor de la universidad y sacerdote, expresándole muy elogiosamente: "Estuve en estos días con el Papa; me ha recibido de una manera muy bella. Lo que dicen los periódicos de la sumisión, es una leyenda. Le voy a contar todo a mi regreso" [53]. Granderath, a su vez, que no mostró compresión ante las ideas y la actitud de Strossmayer, alaba abiertamente su obediencia a la Iglesia y su filial fidelidad al Papa, la sinceridad al publicar los decretos conciliares y toda su actividad de obispo.

Entre los croatas no hubo casos de apostasía después de la definición de la infalibilidad del Papa. Al contrario, podríamos decir que, el amor y afecto de los feligreses crecieron evidentemente hacia la Santa Sede y el Papa. Aquel insignificante movimiento de los "viejocatólicos" que apareció en la Yugoeslavia monárquica después de la primera guerra mundial, no tuvo ninguna conexión, genética o ideológica, con la infalibilidad del Papa o con la actitud de Strossmayer en el Concilio, aún cuando aquéllos trataron de asociar las ideas de Strossmayer, que ya había muerto, con sus insostenibles posiciones.

El mismo año en que publicó los decretos del Concilio, Strossmayer se retiró de la vida política, (croata) activa, donde hasta esa fecha había desempeñado un papel visible. Para la política, le faltó una contención serena, pues era un hombre emotivo, lo que se reflejó mal sobre su apreciación de las condiciones y sobre las decisiones a tomar. De él anotó su gran devoto E. de Laveleye: "Dice exactamente lo que piensa, sin omitir nada, sin consideraciones diplomáticas, con el entusiasmo de un mozo, y sagazmente como un genio" [54]. Los discursos de Strossmayer le aseguraron la celebridad en el mundo, y por ello ese obispo excepcional se liberó en breve de las contiendas políticas: tenía en aquel momento 58 años y le esperaba todavía un largo oficio episcopal lleno de éxitos, es decir, hasta el 8 de abril de 1905, en que el obispo de Djakovo cambió la mortalidad por la inmortalidad. Si los poderosos de este mundo hubieran valorado la actitud y el carácter de Strossmayer, en sus auténticas medidas, es verosímil que hubiera sido nombrado arzobispo de Zagreb y a la dignidad cardenalicia. Pero su conciencia permaneció siendo en él su permanente y más fiel consejero; lo mismo ante el emperador que ante el Papa dijo siempre lo que consideraba la verdad y lo justo, y por ello fue solamente el obispo de Djakovo. Se dedicó completamente desde ese momento al progreso religioso y cultural del pueblo de su diócesis de acuerdo al lema que hizo grabar en el frontis de su magnífica catedral, consagrada el 19 de noviembre de 1882 a San Pedro, primer Papa: "A la gloria de Dios, la unidad de las Iglesias, y la concordia y el amor de mi pueblo".

No todo fue perfección en la vida y la obra episcopal de Strossmayer, pero su actividad obedeció siempre a grandes ideas, a realizaciones audaces y a una serie de éxitos, por los cuales Strossmayer se convirtió, de algún modo, en "padre espiritual de la Patria" para los croatas. Y en la Iglesia y el mundo cultural le aseguraron un recuerdo venerable y permanente. Sus ideas ecuménicas databan de años en que Juan XXIII todavia no había nacido, y continuarán vivas y dinámicas cuando ninguno de nosotros se encuentre entre los vivos. Sin ecumenismo no es posible la interpretación ni la comprensión de la vida y la obra de Strossmayer. Pero no fue víctima de las fantasías sin fundamento: Solía decir a sus amigos, en primer término al canónigo Franjo Rački (1828-1894), precursor de la ciencia histórica croata, que la unión eclesiástica de los eslavos separados podría producirse hacia el fin del siglo XX. Si era un optimista o un pesimista en este su entusiasmo profético, es difícil todavía asegurarlo. Pero sin su ecumenismo no podríamos entender la actitud de Strossmayer en el Concilio, ni su mecenazgo, ni sus preocupaciones en el campo de la instrucción entre los croatas y los eslavos en general ni, incluso, su desempeño de obispo. Empero, el tiempo es el juez más justo para con las ideas y las actitudes de todos. En nuestra época los maestros más serios de la Iglesia, los precursores de las ciencias eclesiásticas lamentan sinceramente que el Concilio Vaticano I no hubiera podido cumplir más que con una parte de sus tareas. Por ello, fue definida la infalibilidad del Papa en una forma incompleta; no hubo tiempo suficiente para aclarar, de acuerdo a las ideas y propuestas de Strossmayer, el papel y la importancia de los apóstoles y los obispos. Muchas ideas de los no oportunistas, entre los cuales Strossmayer era uno de los más fervientes, resultan hoy muy oportunas y útiles para que la ciencia eclesiástica no se desarrolle unilateralmente[55].

Strossmayer era amigo del Papa Pío IX y, especialmente, de León XIII; los visitaba, pedía sus consejos, les presentaba sus propuestas, conducía a las peregrinaciones croatas y eslavas.

Todo cuanto llevamos dicho puede servir solamente como introducción al estudio de los discursos de Strossmayer en el Concilio Vaticano I. Su ecumenismo y la labor desarrollada por la unidad de las iglesias es un maravilloso ejemplo, digno de imitación todavía hoy y lo será después que la Iglesia se adentre profundamente en el tercer milenio de su existencia.

Roma, 1969.

 

 



[1] Y. M. - J. Congar, O. P., Chrétiens désunis, 2da. edición, Paris 1964, pág. 39-40.

[2] Ver: Studia Croatica, Buenos Aires 1965, Vol. 1-4.

[3] Th. Granderath und K. Kirch, Geschichte des Vatikanischen Konzils, II Band, Herder 1903 y III (Schlu-s-Band) en 1906.

[4] Herbert Jedin, Kirche des Glaubens - Kirche der Geschichte, Herder, 1966.

[5] S. Soloviev, La Russie et l'Eglise Universelle, Paris 1889, en el Prefacio.

[6] Granderath, Op. cit., vol. II, pág. 16.

[7] Ver Ferdo Sisic, José Jorge Strossmayer, Documentos y Correspondencia, Zagreb 1933, (págs. 341-344, donde se encuentra también este documento en latín.

[8] Ivan Sofranov, Histoire du mouvement bulgare vers l'Eglise catholique au XIX siècle, Edition Desclée, Roma-París-New York-Tournai, 1960, pág. 69.

[9] Este documento fue publicado en Katolički List (Gazeta Católica) de Zagreb, en 1859, pág. 165-166 y en la ya mencionada obra de F. Sisic.

[10] El documento pertinente se halla en obra citada de F. Sisic, pág. 434-438

[11] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 38-44.

[12] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 44.

[13] Granderath - Kirch, Op. cit., pág. 46.

[14] Jedin, Kirche des Glaubens - Kirche der Geschichte, Vol. II, pág. 582.Jedin, Kirche des Glaubens - Kirche der Geschichte, Vol. II, pág. 582.

[15] Jedin, Op. cit., pág. TB.

[16] Janko Oberski Govori djakovačkog biskupa na Vatikanskom Saboru 1869 - 1870 (Los discursos del obispo de Djakovo en el Concilio Vaticano de 1869-1870, Zagreb 1929, pág. 8.

[17] Janko Oberski, Op. cit., pág. 16.

[18] Lord Acton, Zur Geschichte des Vatikanischen Konzils, pág. 75.

[19] J. Oberski, Op. cit., pág. 28-54.

[20] Granderath Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 175 y 400.

[21] Oberski, Op. cit., pág. 58-72.

[22] Granderath - Kirch, Op. cit., pág. 400.

[23] Granerath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 402-403.

[24] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 473-477.

[25] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 655.

[26] J. Oberski, Op. cit., pág. 112.

[27] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[28] F. Sisic, Op. cit., pág. 390-392. Aquí está reproducida carta-petición en su texto latino íntegro.

[29] J. Oberski, Op. cit., pág. 114.

[30] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. II, pág. 189.

[31] Ver. F. Sisic, Op. cit., Libro A, pág. 504.

[32] J. Oberski, Op. cit., pág. 96.

[33] J. Oberski, Op. cit., pág. 98.

[34] J. Oberski, Op. cit., pág. 102-108.

[35] J. Oberski, O P. cit., pág. 110.

[36] J. Oberski : Cp. cit., pág. 114.

[37] J. Oberski, Op. cit., pág. 114-116.

[38] F. Sisic, Op. cit., Vol. I en prefacio, pág. VII-VIII.

[39] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 189-190.

[40] Granderath - Kirch, Op. cit,, Vol. III, nota 6, pág. 584-585.

[41] T. Smičiklas, Esbozo de vida y obra del Obispo J. J. Strossmayer, Zagreb 1906, pág. 430-431.

[42] F. Sisic, Op. cit., libro IV, Zagreb 1931, pág. 505.

[43] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 285-286.

[44] Granderath - Kirch, O n. cit., Vol. III, pág. 451.

[45] Granderath - Kirch, Op. cit. Vol. III, pág. 478-481.

[46] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 491-492.

[47] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 494-501.

[48] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 536-538.

[49] T. Smičiklas, Op. cit,. pág. 117.

[50] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 582.

[51] Granderath - Kirch, Op. cit., Vol. III, pág. 584.

[52] F. Sisic, Op. cit., Vol. I, pág. 208.

[53] F. Sisic, Ib. idem.

[54] E. de Leveleye: The Balkan Peninsula Londres 1886, pág. 30. El prefacio a este trabajo fue escrito por el estadista británico W. Gladstone, que era devoto de Strossmayer y mantenía con él correspondencia.

[55] Ver: Y. M. J. Congar, Chrètiens Dèsunis, 1964, pág. 40, copiado del libro: Ephemerides theologicae lovanienses, 1932, pág. 728 en la critica de Carton de Wiart, referente a la obra The Vatican Council, publicada por el benedictino Dom Butler.