Aportes al esclarecimiento del origen de la
Primera Guerra Mundial
Studia Croatica -
Edición Especial
Buenos Aires, 1965
EL acontecer político que precedió al Congreso de Berlín
y su desarrollo posterior dieron lugar a una crisis de trascendencia histórica
que merece una corta digresión. La lucha de los pueblos cristianos de la
península balcánica ha dado lugar en el campo político a una cuestión muy
complicada, ya que la realización de las pretensiones cristianas expresadas en
su manifestación de querer obtener la libertad nacional suponía la liquidación
del Imperio otomano. Pero este hecho, en la práctica, no abarcaba sólo los
intereses y problemas de las naciones comúnmente llamadas balcánicas, sino tuvo
una directa proyección sobre el gran escenario de la política de entonces donde
al quebrarse el equilibrio, provocado por la decadencia y retirada turca, se
dio lugar a una situación muy complicada, conocida con el nombre Cuestión de
Oriente.
El clásico choque entre Este y Oeste se manifestó una vez
más en la realidad europea. La importancia de la Cuestión de Oriente asumió un
ritmo creciente y la vemos como uno de los más importantes problemas de la vida
política, no sólo europea, sino en ciertos períodos también mundial. Por eso,
una solución final ha sido muy difícil. El ejemplo de Bosnia resultó quizás más
agudo, y al no darse una solución natural, se transformó esencialmente en la
verdadera causa de un desenlace, precedido por una espinosa y duradera crisis
europea, acerca de la cual Donoso Cortés se expresó así:
"Cuestión inmensa, enigma grave, temeroso, si puede
decirse así, de cuya adivinación dependen los distintos frutos del género
humano, y que espanta a la imaginación y abruma el entendimiento"[1].
Cuán acertada resultó la profecía del insigne pensador
español lo testimonia el acontecer histórico posterior con pruebas
indiscutibles, como en el caso de Bosnia. Es menester, pues, enfocar algunos
rasgos de la complicada cuestión de cuyas soluciones en el Congreso de Berlín
surgió una situación político-jurídica para Bosnia como una forma estatal
especial que resultó discordante con la evolución normal europea.
El Imperio de la casa de Austria, en su función de la
Marca oriental de la antigua Roma y en defensa del conjunto geopolítico que
desde el Adríatico y la gran cuenca danubiana se
proyectaba hacia las orillas del Báltico, quedó bloqueado en su papel al no
haber podido aplicar una reforma renovadora prevista en el plan de Metternick. Terminadas las contiendas napoleónicas, el
visionario canciller de Viena presentía la necesidad de una reorganización del
Imperio en un sistema confederado de las principales naciones componentes. La
pentarquía de Metternick hubiese dado vigor y
actualidad a un papel histórico, más aún a los fines de conservar para el
Occidente las tierras donde la inevitable retirada turca producía un vació
político. Por una parte la insensibilidad de una Corte absolutista, por
excelencia reacia a todo lo que pudiese inducir a los resultados de la
Revolución francesa, y por otro el desmesurado romanticismo nacionalista
húngaro en interpretaciones anacrónicas de la función de la corona de San
Esteban, produjeron un estancamiento de consecuencias irreparables.
Perdida la conciencia de su papel histórico el año 1867,
el Imperio de los Habsburgo, un estado de nacionalidades, se transformó en
Austro-Hungría, un estado nacionalista de dos pueblos privilegiados, el alemán
y el húngaro, que en su política interior o exterior ya no representaban los
intereses del conjunto imperial, sino que expresaban en primer lugar sus
intereses particulares. Mientras los húngaros impedían cuanto podía poner en
peligro la supuesta unidad de las tierras de la corona de San Esteban, los
alemanes austríacos se sometían cada vez más a las líneas generales de la
política exterior del Reich.
Por esta razón, Austro-Hungría, en los asuntos de la
Cuestión de Oriente, llevaba una política muy desigual, no pudiendo por una
parte renunciar a sus intereses justificados en los Balcanes, mientras que
dentro de sus límites dejó sin resolver el problema de las nacionalidades, en
este caso concretamente por lo que se refiere a los croatas y sus tierras.
La política balcánica de Austro-Hungría en defensa de sus
intereses naturales chocó violentamente con las ambiciones rusas en los
Balcanes[2].
La política rusa disponía de una conducta tradicional en
los asuntos balcánicos que en el siglo XIX no cambió nada respecto de Pedro el
Grande y Catalina de Rusia. El volver a poner la cruz sobre Santa Sofía y
recibir la corona de un vasto imperio en la capital de Constantino fue un
frenético deseo de los zares de la "Tercera Roma". Esta formulación
fue hábilmente ayudada por medios políticos como, por ejemplo, la ayuda a los
pueblos cristianos de los Balcanes; por otra parte, la más poderosa arma de la
acción rusa era su propósito paneslavista. El objetivo de la actividad rusa
tropezó fuertemente con los intereses de las demás potencias interesadas y la
Cuestión de Oriente en el fondo no fue sino una fase del permanente antagonismo
entre Rusia y Europa[3].
Por fin esta política fracasó con la reacción contra el tratado de San Stefano
y Rusia quedó malparada en el Congreso de Berlín. Cuando se vio aislada, por
miedo a la penetración occidental en zonas interesadas, hubo de llevar una
política aparentemente calamitosa, a fin de fortalecer sus posesiones en los
Balcanes[4].
Lo mismo que los occidentales temían la penetración rusa,
los zares temían la intromisión católica y latina en la zona de sus intereses. En
la rivalidad entre ambos mundos, los rusos supieron magistralmente balancearse
entre el abismo, sin dar nunca un paso en el vacío.
Novakov, en la carta dirigida al canciller ruso, fechada el 19
de febrero (3 de marzo) de 1877, recuerda los hechos expuestos mencionando
"el contrapeso a la expansión católica de Zagreb"[5].
En el polifacético expansionismo ruso hacia el sudeste
europeo un lugar especial lo ocupa la pequeña Serbia, indiscutible satélite
ruso en los Balcanes, que a su vez supo con maestría identificar sus
pretensiones nacionales con la política del Imperio de los zares y así obtener
su protección.
Cabe destacar que el despertar nacional de los pueblos
balcánicos empieza en la época romántica, pero esta época no era la más
propicia para establecer entre Europa y los Balcanes el contacto físico y
espiritual que un día debía establecerse necesariamente. En el romanticismo
prevalece el sentimiento sobre la razón. Ello ocasionó un subjetivismo
extremoso y una exaltación desmedida de las cualidades nacionales de los
pueblos balcánicos.
Estos pueblos cuya herencia cultural se debe a Bizancio y
los turcos, cada uno veía en los vecinos de la misma fe religiosa nada más que la lógica continuación de los grandes Estados
serbio búlgaro o griego desde la época medieval. El concepto religioso y
nacional se confunde produciéndose un proceso completamente opuesto a la
concepción de lá Europa occidental. Mientras en los
países europeos de normal proceso histórico, la religión y la nacionalidad
tienen cada una finalidad propia y determinada, en el mundo de influencia
bizantina, bien sea en Rusia o bien en las tierras ortodoxas balcánicas, son
sólo el arma de la más dura y más fuerte pasión humana por alcanzar el poder.
Los griegos tenían en mira un gran Estado griego que coincidía con las antiguas
tierras de la jurisdicción del patriarca de Constantinopla. Los búlgaros
soñaban en la Gran Bulgaria de Simeón y los serbios en el imperio de Dusan el Fuerte.
Para conseguir sus fines la política serbia era
acompañada por la aparición de sociedades revolucionarias clandestinas y semiclandestinas, basadas sobre las mistificadas
interpretaciones del pasado y en exagerados sentimientos nacionalistas.
Con los movimientos y organizaciones terroristas surge
una gran cantidad de programas, entre los cuales se cuenta el Nercetanie (Nachertanie, esbozo),
propulsado por el ministro de Asuntos Exteriores serbio, Ilija
Garasanin, el año 1842. La idea principal del "Nacertanie" consistía en que Serbia tenía que liberar,
y anexionarse, no sólo aquellas regiones dominadas por Austria y Turquía, donde
vivían los serbios, sino todas las tierras croatas y búlgaras, porque todo eso
era, a su juicio propiamente serbio[6].
Igual que la Serbia medieval fue una proyección del Imperio bizantino, en el
siglo XIX se repite el mismo proceso, con la diferencia de que el centro focal
de los rayos proyectados proviene esta vez de San Petersburgo.
La intervención directa del Imperio de los Habsburgo en
el caso de Bosnia con el viaje de inspección del emperador Francisco José I a
Dalmacia en el año 1873 y sus contactos con el clero católico y los
representantes nacionales de Bosnia y Herzegovina, revela los intereses
austríacos hacia Bosnia. La decisión de los Habsburgo de obtener e incluir a
Bosnia bajo su dominio sufrió una larga censura. La oposición venía de parte
húngara; en la ocupación de Bosnia veían los húngaros el aumento de las fuerzas
nacionales croatas, lo que perjudicaba al programa de la Gran Hungría.
Los grandes personajes del ejército y, en general, los
círculos militares consideraban como vital, por razones estratégicas y
políticas, tener esta región en sus manos. Los puntos de vista de un Radetzky, del almirante Tegethof
o del general Rodich se dejaron influir por la
realidad y también por la acción de los croatas, que, entre las altas
jerarquías militares del Imperio, contaban con varios compatriotas de máxima
importancia. Andrassy, por fin, tuvo que ceder,
porque los preconizados intereses estratégicos del Imperio sobrepasaban las
fuerzas empeñadas en realizar el sueño húngaro[7].
Austria empezó a interesarse activamente por Bosnia
cuando, el 19 de junio de 1875, empezó la sublevación en Herzegovina, en el
distrito de Stolac, donde bandas armadas de
campesinos se proclamaron en guerra contra los osmanlíes, bajo la bandera
croata. El motín de Stolac, conocido como "El
rayo de Gabela", abarca paulatinamente la mayor parte oriental de ambas
provincias de la región discutida. La proclamación de la bancarrota general en
Turquía aumentó el interés internacional por la sublevación, poniéndose en
marcha todas las partes componentes que crearon la Cuestión de Oriente. Los
cristianos pedían de la Sublime Puerta, sin éxito, la suspensión de los más
altos tributos e impuestos, las reformas prometidas y el control de las
potencias europeas. En 1876 surgió la guerra serbio-montenegrino-turca; su
causa fue la negativa de Turquía de ceder Bosnia a Serbia y Herzegovina a
Montenegro, lo que también produjo una violenta reacción de los musulmanes y de
los católicos, que protestaban contra las exigencias de los principados
vecinos, pidiendo los católicos que Viena, conforme a sus derechos históricos,
interviniese y asegurase la vida normal de estas provincias bajo su dominio[8].
Rusia y Austria, como las dos potencias más interesadas
en los Balcanes, en la reunión de máximo nivel en Reichstadt,
celebrada el 8 de Julio de 1876, decidieron que Austria se anexionase la mayor
parte de Bosnia y Herzegovina. En la paz de San Stefano de 1878, Turquía había
prometido a Rusia dar la autonomía regional a Bosnia, pero el Congreso de
Berlín estuvo de acuerdo en considerar como deber de Austria la ocupación de
Bosnia y Herzegovina. El artículo 25 de las Actas del Congreso dice: "Las
provincias de Bosnia y Herzegovina están ocupadas y administradas por
Austro-Hungría. Para mantener la libertad, la seguridad de los caminos de
comunicación, Austria-Hungría tiene el derecho de tener guarniciones y
construir caminos militares y comerciales en el antiguo vilayet
de Bosnia"[9].
La decisión del Congreso sobre la suerte de Bosnia
produjo la revuelta de los musulmanes. Un caudillo popular bosníaco, Hadzi-Loyo, proclamó la guerra santa y declaró la separación
del Imperio turco y la independencia de Bosnia. En Sarajevo se constituyó un
Gobierno provisional. El general croata, barón Filipovich,
comandante en jefe del cuerpo de ocupación, tuvo que invertir tres semanas en
llegar a Sarajevo, capital de Bosnia (el 19 de agosto de 1878), para
restablecer la paz. Inmediatamente, la Dieta croata dirigió al emperador un
memorándum pidiendo que la nueva región fuera políticamente organizada y regida
por el gobierno del ban. La contestación expresaba la
opinión, influida por los húngaros, de que este asunto estaba fuera de la
competencia de la Dieta croata.
[1] Donoso
Cortés: Obras Completas. T. I. (p. 444).
[2] Italo Zingarelli:
I Paesi Danubiani e Balcanici, Milano, 1938, (p. 36).
[3] Constantin Grünwald: Trois siecles de diplomatie russe, Paris, 1945, (p. 216).
[4] Dr. Erdmann Hanisch: Historia de
Rusia, Madrid, 1944, T.II, (p. 116).
[5] Serge Goiainov:
La Question d'Orient a la veiulle du Traité de Berlín
(1870-76), Paris, 1948, (219)
[6] Pablo Tijan: Evolución del ideal eslavo en los últimos cien años,
"Arbor", N. 37, Madrid, 1949, (p. 10).
[7] Henri Hauser: Historie diplomatique de l'Europe (1871-1919), Paris 1929, (p. 124)
[8] Kasim Gujic: Uloga Hrvata u hercegovackom ustanku - Kolo XVIII Zagreb 1937, (p. 188).
[9] Baron Taube - Diccionaire Diplomatique, T. I.
Paris (p.351-254).