Aportes
al esclarecimiento del origen de la Primera Guerra Mundial
Studia Croatica - Edición Especial
Buenos
Aires, 1965
Analizando la evolución
de la Cuestión de Oriente, impónese la conclusión de
que la solución inadecuada dada a dicha cuestión, cuyo reflejo es la situación
actual en el mundo, se debió a la visión incompleta del proceso general. No
comprendiendo que el fondo de la Cuestión de Oriente es el encuentro y el
conflicto de tres formas de civilización, las potencias occidentales, al
promover sus intereses particulares sin preguntar mucho si eran justificados
(considerando como algo natural la aplicación de las normas del realismo
político, que no es sino la forma eufemística para el maquiavelismo), no tenían
presente el bien general tanto de la humanidad como de la comunidad occidental
a la que pertenecen y cuyos intereses son solidarios.
Esta errónea
posición frente a un problema general, surgido durante el repliegue del Imperio
otomano en la zona de encuentros y conflictos de civilizaciones no es propia de
una sola potencia europea sino de todas.
En el encuentro
decisivo de diferentes mundos de civilización, denominado la Cuestión de
Oriente, las potencias europeas pasaban por alto la ubicación particular de la
monarquía danubiana como confín oriental del mundo occidental. Únicamente así
pudo ocurrir que las potencias europeas se escindieran en dos bloques hostiles
con la participación de Rusia. Eso necesariamente originó el desajuste en el
equilibrio europeo que tanto cuidaban las potencias europeas y con razón, pues,
como dice Ortega y Gasset, dicho equilibrio era la expresión de la unidad
europea[1].
Sólo Rusia no estaba muy interesada en mantener el equilibrio europeo, pues, no
pertenece al concierto europeo y del conflicto de las potencias europeas pudo
esperar una solución de la Cuestión de Oriente más favorable a sus anhelos
expansionistas.
En este fatal
proceso político lo más trágico no era la incomprensión de la misión histórica
de la monarquía de los Habsburgo por parte de las demás potencias europeas y de
los pueblos que la integraban, sino por parte de su propia dirección política.
Pocos calaron hondo en la indispensable solidaridad de intereses de los pueblos
danubianos en la época en que el Imperio otomano no constituía ya un peligro
para Europa. Incluso hoy, después de trágicas experiencias, historiadores
calificados sustentan la tesis de que la monarquía danubiana surgió en función
de la defensa del cristianismo ante las invasiones turcas y que, desaparecido
el poder de su antagonista, se extinguió también su razón de ser. Esa
justificación a posteriori de la situación creada al terminar la primera guerra
mundial -situación demasiado efímera-, adolece de la ausencia de una
perspectiva más amplia.
No cabe duda que
la monarquía danubiana se formó en circunstancias especiales durante el auge
del poderío osmanlí, pero es evidente que los asaltos turcos no fueron ni el
primero ni el último peligro de esa índole en una zona típica para los
encuentros y conflictos del Occidente europeo e imperios euroasiáticos,
portadores de formas culturales ajenas.
En la misma zona
de transición, entre el sureste europeo y Asia anterior, el Imperio bizantino
actuaba como un vigoroso rival de la cristiandad occidental. Las Cruzadas,
combatiendo la presión plurisecular del mundo
islámico, aceleran la disgregación de la sociedad bizantina, aunque su
propósito fue incorporarla al cristianismo occidental. Los pueblos de la
sociedad bizantina fueron, por fin, unidos bajo el dominio de los turcos
otomanos que de ese modo asumieron la herencia de Bizancio. Sin embargo, los
turcos no supieron detenerse en las fronteras de la sociedad occidental y
provocaron guerras agotadoras que terminaron con su Imperio. Más aún, con el
tiempo Turquía, ya Estado nacional, optó por integrarse al mundo occidental
contemporáneo, transformado entre tanto en una sociedad laica y pluralista.
Mientras los
pueblos danubianos estaban empeñados en las guerras turcas, en cuyo transcurso,
durante la Migración de pueblos, irrumpieron masas bárbaras que asolaron el
Imperio romano de Occidente, y en el siglo XIII arribaron las hordas de Gengis-Khan, los rusos moscovitas estaban creando un
poderoso imperio euroasiático, en el que el mundo occidental ve sólo una Rusia semibárbara.
Cuando los rusos
aparecen como pretendientes a la herencia turca, muy pocos estadistas europeos
entienden que con ello la Santa Rusia reclama la su cesión de la Segunda Roma.
La Rusia autocrática y césaropapista se considera
heredera legítima de Bizancio por ser la mayor potencia del cristianismo
oriental. La Europa liberal, en la época del positivismo, califica el
mesianismo de la Santa Rusia como misticismo, circunscripto al terreno de
fantasías inocuas. Rusia, sin embargo, actúa a sabiendas y con éxito como
protectora de los cristianos orientales en el Imperio turco. Las potencias
europeas que, tras la guerra de Crimea, asumieron formalmente esa protección,
no aciertan sino a sostener el perimido Imperio turco. Mientras las
cancillerías occidentales logran que Grecia y luego otros pueblos de la parte
europea del Imperio turco renuncien a sus planes encaminados a restaurar el
imperio de Oriente y adopten el sistema de Estados nacionales, los rusos
recurren a otros medios para realizar sus sueños bizantinos. Rusia juega el
papel de protectora de los pueblos eslavos en los Balcanes de la misma extracción
cultural. Entran en juego hondas afinidades, por las que Garasanin
considera deseable la ayuda rusa y ve en Austria al enemigo hereditario, pese
al hecho de que fueron los ejércitos del Imperio de los Habsburgo y no los de
los Romanos que quebraron el poder agresivo del
Imperio otomano.
Viena, empero, no
comprende. Mientras María Teresa declara que no podía desear mejor vecino que
Turquía y que Austria nada tiene que buscar en "aquellas provincias
malsanas, incultas, despobladas por los griegos poco dignos de confianza"[2],
heréticos que odian a Austria, sus sucesores dentro de las concepciones de la
ilustración se considerarán llamados no sólo a liberar a los pueblos balcánicos
de la dominación turca sino que, en su función de portadores del progreso moderno,
se creerán destinados a ejercer influencia predominante en la solución de la
Cuestión de Oriente.
Más aún, el
príncipe Rodolfo, quien por sus concepciones liberales estuvo un contraste con
su padre Francisco José I, promete a su esposa que ceñirá la corona imperial en
la misma Constantinopla[3].
De ese modo la
casa de Austria, en lugar de limitarse a la comunidad danubiana de los pueblos
de la misma tradición cultural, sueña con expandirse, particularmente tras la
pérdida de sus posiciones en Italia y Alemania, hacia los Balcanes, donde los
pueblos ortodoxos, conscientes de su extracción cultural, repudian
espontáneamente a Austria por ser una Monarquía occidental y católica.
A. J. Toynbee expresó la misma idea cuando dijo que la monarquía
de los Habsburgos, incluso mientras Londres y París
la consideraban como una de las potencias del Occidente dividido políticamente,
"tenía todas apariencias y propiedades de la portadora del pensamiento
cultural y político del mundo occidental a la vista de sus propios
súbditos" y también de "aquellos de sus vecinos y adversarios no
occidentales contra quienes sirvió de "caparazón" o escudo para el
cuerpo total de una Sociedad Cristiana Occidental, cuyos miembros dispersos
siguieron siendo ingratos beneficiarios de la misión ecuménica de la
Monarquía" [4].
Por ello, todos los empeños de Austria en paralizar la influencia rusa entre
los pueblos balcánicos estuvieron condenados al fracaso anticipadamente.
Además, la
concepción imperial de los Habsburgo, fundada en el principio de la legitimidad
dinástica, en los tiempos en que triunfaba la idea de la democracia y de la
nacionalidad, llevó a la Monarquía al conflicto con el espíritu de su tiempo.
Ocurrió así que Austria-Hungría se prestó a ser vista por sus coetáneos europeos
como un residuo anacrónico del pasado, favoreciendo de ese modo a la Rusia,
euroasiática y autocrática, y a los terroristas balcánicos que usaban los
slogan de libertad, democracia y nacionalidad, dándoles, por supuesto, su
propia interpretación.
En Viena y
Budapest, en lugar de interpretarse la resolución del Congreso de Berlín sobre
Bosnia y Herzegovina, en el sentido de los seculares anhelos croatas, como la
terminación de la reconquista del territorio histórico de Croacia y del
Occidente -y por extensión de la monarquía de los Habsburgo-, uno de sus reinos
asociados y fundadores, el canciller austríaco conde Julius
Andrássy, ex revolucionario húngaro de 1848,
aseguraba al Emperador y Rey: "Los portales del Oriente están abiertos
ante Su Majestad".
Esta pretensión
de Austria a la herencia de Bizancio, fundada en el derecho de la espada y en
la expansión de la "verdadera" civilización, constituye la idea
rectora de la política de Austria desde José II, típico representante del
absolutismo ilustrado. En esa línea chocaron en forma irreconciliable los
Habsburgo con Rusia, que a su vez acariciaba fervorosamente sueño bizantino de
la Tercera Roma.
Con la
introducción del sistema dualista, según el cual el poder lo ejercían los austríacos
y los magyares a costa de los derechos nacionales e históricos de la mayoría
eslava, recrudeció esa tendencia imperialista. Cuando Francisco José I optó,
bajo la presión del nacionalismo germano y magyar, por el dualismo, de hecho
obró en pro del movimiento, visto por los rusos como panrusismo
y por los serbios como panservismo. Se quería
proteger a la Monarquía de las tendencias centrífugas de sus pueblos eslavos,
pero el efecto era contraproducente. Los movimientos del "austroeslavismo", según el cual la razón de ser de la
comunidad danubiana en los tiempos nuevos debería consistir en la defensa de
sus pueblos frente al panrusismo y el pangermanismo,
se transforma paulatinamente en el instrumento del panrusismo
y el panservismo. Sucedió así únicamente porque el
pensamiento de la solidaridad eslava en los pueblos dentro de la Monarquía
danubiana de la época romántica, coincidente con el despertar del pensamiento
nacional, fue interpretado en demasía como un movimiento dirigido contra la
subsistencia de la misma Monarquía. Demasiado pronto se olvidó que fueron
precisamente los eslavos quienes salvaron a Austria de las fuerzas centrífugas
alemanas, húngaras e italianas. La clase gobernante de la Monarquía, apegada a
la traición imperial, al reaccionar unilateralmente contra los inquietos
nacionalismos, pasaron por alto un hecho fundamental, es decir, que los eslavos
austríacos por su acervo cultural gravitan hacia sus vecinos occidentales y no
hacia Rusia. A los ojos de Rusia han sido y siguen siendo tan sólo instrumento
de su imperialismo y a la postre serán sojuzgados por ella bajo el rótulo de su
liberación nacional. En realidad, los eslavos austríacos han podido ser un
apoyo más firme de la Monarquía que los germanos austríacos, propensos a la propaganda
pangermana.
El dualismo
dirigido contra los eslavos austríacos tuvo que suscitar la serie de reacciones
y contrareacciones a que aludía Starcevic
cuando anticipaba que los Habsburgo deplorarían amargamente la ocupación de
Bosnia. El mismo pensador, adversario consecuente de toda clase del
paneslavismo, que define como instrumento del expansionismo ruso y serbio y
como peligro mortal para la Monarquía de los Habsburgo, figuraba en la lista
negra de la policía austro-húngara y debería ser detenido y expulsado de Bosnia
en caso de llegar allí[5].
Los círculos gobernantes de la Monarquía, particularmente los húngaros,
temiendo que la relación de las fuerzas no se volcara a favor de los croatas, y
entusiasmados con sus planes imperiales en los Balcanes, favorecen en Bosnia la
servización de los ortodoxos, creando así el
instrumento del que se servirán Rusia y Serbia para destruir a Austria-Hungría.
Al mismo tiempo, obstruyendo la realización del programa nacional croata sobre
la unificación de las provincias históricas croatas, se debilitaba a los
croatas que se identificaban con su misión histórica de defensores de los
valores de la cultura occidental en la frontera balcánica.
Cuando Francisco Rachki, en el momento de la ocupación de Bosnia, subraya
que Austria, de ser una comunidad de pueblos libres, atraería a los países
balcánicos y, como imperio, gobernado por los alemanes austríacos y por los
magyares los rechaza, evidenció un conocimiento mucho más profundo de la
Cuestión de Oriente y una visión más acertada de la misión histórica de la
Monarquía danubiana que su clase dirigente. Es irrelevante si de las
concepciones de Rachki y Strossmayer
sobre la misión civilizadora de los croatas entre los eslavos balcánicos,
concepciones inspiradas en el ecumenismo católico y el optimismo humanista,
abusaron los serbios en el siglo XX. Tal proceso desfavorable se debe a la
política errónea de las potencias europeas respecto a la Cuestión de Oriente y
a sus rivalidades recíprocas, a la desafortunada política de nacionalidades de
Austro-Hungría y a sus desacertados esfuerzos por hallar, tras el repliegue de
los turcos, una razón que justificara la existencia de la plurinacional
monarquía danubiana. No es de extrañarse que, en circunstancias semejantes, los
eslavos austríacos empezaron a dudar de la misión
histórica de los Habsburgo y de la solidaridad de los intereses del mundo
occidental. En lugar de abrirse a los Habsburgo, los portales del Oriente,
quienes, como dice Toynbee, a la vista de sus
súbditos y de sus adversarios no occidentales fueron el símbolo de la unidad
occidental, ocurrió lo contrario. Los portales se abrieron de par en par a la
penetración del imperio euroasiático ruso a la zona tradicional del mundo
occidental. Ese imperio ni en su edición soviética renuncia a la dominación
mundial y con mucho éxito viene imponiendo su versión totalitaria del marxismo,
desvirtuando la evolución del movimiento obrero en dirección de la democracia
social.
[1] José
Ortega y Gasset, en "Prólogo para franceses", de su obra "La
rebelión de las masas sostiene que el "equilibrio europeo" ha sido
"el auténtico gobierno de Europa (...) porque Europa no es una
"cosa" sino un equilibrio."
[2] Werer Richter, Príncipe Rodolfo, pp. 185,
Buenos Aires, 1946.
[3] Ibid., p. 186.
[4] A. J. Toynbee, Estudio de la Historia, Compendio de los volúmenes
I-IV, Buenos Aires, 1952, p. 421.
[5] Sudland; o. c. n. 294