Bosnia y
Herzegovina
Aportes al esclarecimiento del origen de la
Primera Guerra Mundial
Studia Croatica - Edición Especial
Buenos Aires, 1965
Mientras en 1878 las
tropas austro-húngaras, integradas mayormente por soldados croatas, entraban a
Bosnia y la opinión pública croata esperaba el acto final de la reconquista de
las provincias, tomadas en 1463 por los turcos, el Padre de la Patria, Ante Starcevic, implacable crítico de la política austríaca de
nacionalidades, no creyó que la solución de la cuestión bosníaca fuera
acertada."A mí me parece -dijo Starcevic- que
esos Habsburgo derramarán lágrimas más amargas sobre la ocupación de Bosnia y
Herzegovina que las que derramó María Teresa por el reparto de Polonia".
De ese modo el
representante principal del nacionalismo croata del siglo XIX, quien con
Austria no quería otras relaciones jurídico-estatales que la persona del rey,
expresó su duda en la capacidad de la doble Monarquía para afrontar
correctamente la Cuestión de Oriente. Como representante principal de la
oposición croata al sistema dualista creyó que la monarquía danubiana, culpable
de la división de las provincias croatas, en esta cuestión cavaria su propia
tumba.
También el
mencionado Francisco Rachki, uno de los líderes del
Partido Liberal Nacional, segundo partido en importancia de entonces, que a
mediados del siglo pasado abogaba por la estructuración federal de la Monarquía
danubiana, toma una actitud crítica para con la política balcánica de Austria. Strossmayer, jefe de dicho partido, y Rachki,
su consejero principal, opinaban que la Monarquía únicamente como una comunidad
de pueblos libres con mayoría eslava podría atraer a los pueblos balcánicos eslavos.
Ambos, Starcevic y Rachki,
fueron intelectuales de horizontes amplios y en consonancia con el espíritu de
su época se abogaron al estudio de la historia nacional. Rachki
fue presidente de la Academia de Ciencias y Artes y el más grande historiador de
su generación. Ambos publicaron estudios significativos sobre la Cuestión de
Oriente[1].
Rachki reacciona como
amigo de Strossmayer, muy vinculado éste con las
figuras internacionales, particularmente con Gladstone.
Rachki también, al igual que los liberales ingleses,
se asombra de cómo la diplomacia de las naciones cristianas europeas puede
sustentar el imperio islámico turco contra los pueblos cristianos en los
Balcanes. Aunque dignatario eclesiástico, no le es molesto que esos pueblos
pertenezcan a la Iglesia oriental. Las grandes potencias están equivocadas si, con el fin de mantener el equilibrio europeo, prolongan
artificialmente la vida "al enfermo del Bósforo", pues "cuanto
más se aplace la solución de la Cuestión de Oriente, peor será para la paz y el
orden europeos". El imperio turco no se presta a reformas, "puesto
que las reformas prestadas de los Estados cristianos no pueden enraizar en un
Estado con principios mahometanos, diametralmente opuestos a los
cristianos". El equilibrio europeo no peligrará si se deja a los pueblos
balcánicos terminar por sí solos, solidariamente, la obra de la liberación de
la dominación turca. Las potencias europeas no deben intervenir sino sólo
reconocer el hecho consumado.
Opuestamente a
esta confianza en la capacidad de los pueblos balcánicos de resolver
solidariamente sus problemas, típica expresión de optimismo liberal de la
época, el Dr. Ante Starcevic, si bien exponente de la
izquierda liberal y como tal calificado como el Mazzini
croata, opina que el Imperio turco era un mal menor que las rivalidades entre
las grandes potencias, intrigas e intolerancias entre los cristianos
balcánicos. Estos son incapaces de arreglar con cordura sus relaciones mutuas.
Enemistados a causa de sus afanes imperialistas, están predestinados a ser
presa e instrumento de la expansión rusa. De ahí que el realismo político dicta
mantener a Turquía. Si ésta no fuera capaz de emprender reformas sustanciales,
entonces su lugar deben ocuparlo pueblos capaces como el croata y el búlgaro[2].
Tocante a la cuestión de Bosnia, trátase de una
provincia de la parte europea del Imperio turco en la que, a diferencia de
otras posesiones otomanas (excepción hecha de Albania), junto a la mayoría
cristiana vive un elevado número de musulmanes aborígenes, étnicamente puros
croatas. Por eso es mejor que ellos sigan gobernando que entregar Bosnia a la
administración de la Austria-Hungría dualista. Pues Starcevic
no cree en su capacidad de resolver la cuestión de Bosnia conforme a los
postulados del derecho histórico y constitucional croata.
Como agregado,
las provincias croatas divididas en dos partes serían repartidas después de la
ocupación en tres distintos territorios administrativos como Polonia. (Así
sucedió en efecto).
Las deducciones
de dos calificados exponentes de la política croata de aquel tiempo en torno a
la Cuestión de Oriente, tan grave e inmensa, reflejan en buena parte las ideas
de su época, pues las encontramos en otros autores europeos que abordaron el
mismo problema. Desde luego, intuyen con más claridad que los círculos
gobernantes de Austro-Hungría, que la monarquía plurinacional de los Habsburgo,
-regida por el principio de legitimidad dinástica y sin tener en cuenta el
derecho histórico y natural de sus pueblos en la solución de la Cuestión de
Oriente-, no puede ser la contrapartida de Rusia. La Rusia zarista fue por
cierto, un imperio plurinacional, además de autocrático, pero a los ojos de los
cristianos balcánicos y particularmente eslavos, aventajó a Austria por ser
potencia ortodoxa y eslava. El prestigio de que gozó Austria en el mundo mucho
mayor que él de Rusia, como país adelantado, muy bien administrado, donde regía
el imperio de la ley, no impresionaba tanto a los pueblos balcánicos y, por
tanto, no bastó una buena administración en Bosnia si no se supo encarar
correctamente el problema nacional en concordancia con el espíritu de la época.
Los croatas del
año revolucionario 1848 creyeron, igual que los demás eslavos de Austria, que
el Imperio de los Habsburgo era capaz de encontrar en los tiempos nuevos su
razón de ser como instrumento de sus pueblos contra la amenaza pangermana y la
paneslava, encarnadas en Prusia y Rusia. Tal seria la nueva misión de la
comunidad danubiana en beneficio de sus pueblos y de la humanidad. Sin embargo,
con la implantación del absolutismo (1849-59) y el dualismo (1868-1918)
debilitó la fe de los croatas en el porvenir de la monarquía.
Rachki, todavía
partidario del "austroeslavismo", imbuido
del optimismo liberal, aun creía en la posibilidad de Austria y en la capacidad
de los pueblos sometidos para tomar, una vez liberados, la senda de paz y de
progreso por sí solos, sin tutela de grandes potencias. El deber de Austria,
potencia occidental más próxima, es no oponerse a su liberación, sino ayudarlos
altruísticamente y de ese modo promover su
influencia. Y la misión de los croatas consiste en mediar entre los eslavos
meridionales, atrasados a causa del dominio turco, y la civilización europea. A
tal fin, Zagreb debe convertirse en centro cultural de los sureslavos.
Por ello, Strossmayer y Rachki,
al fundar la Academia de Ciencias y Artes en Zagreb la denominan yugoeslava,
aunque fue y es una institución cultural croata. En cambio, los serbios
fundaron luego instituciones culturales de carácter nacional exclusivamente
serbio.
Starcevic, como
doctrinario político que analiza fríamente los hechos políticos, tuvo que ver
forzosamente por un lado la incapacidad de Austro-Hungría para enfrentar
acertadamente el problema nacional, y por el otro el atraso, el chovinismo e
intolerancia de los pueblos balcánicos. Aunque en su juventud fue influido por
las ideas de la solidaridad eslava, pregonadas por el movimiento nacional
croata en pleno romanticismo europeo, se coloca en la línea de sus adversarios
del partido "Croata-húngaro", quienes desde el principio advertían
que todo eso "olía a Rusia". Entonces ya era obvio que Rusia aspiraba
a realizar sus planes bizantinos y a tal fin utilizaba a la ortodoxia y a los
pueblos eslavos en los Balcanes. Obrando así, provoca la reacción de las
potencias europeas, obligadas a prolongar la vida al Imperio Turco. Starcevic, no cabe duda, a veces se muestra violento e
injusto para con los serbios, y lo hace en primer lugar porque ve en ellos al
agente potencial del expansionismo ruso que desconoce el derecho a la vida de
los eslavos de cultura occidental y de credo católico.
Lejos del
optimismo de Strossmayer y de Rachki
-figuras representativas del catolicismo liberal, llevados
por el ideal del universalismo-, percibe que el expansionismo es una constante
de la política rusa y serbia y que en su interpretación la solidaridad eslava
significa el panrusismo y panservismo.
Por consiguiente, el movimiento de la solidaridad eslava y sureslava
es una ilusión peligrosa, aprovechable a los fines de la expansión rusa y de su
sucursal balcánica, Serbia. Starcevic y Kvaternik-llamados discursos del Partido del Derecho Constitucional
Croata-confían en la ayuda de la Francia de Napoleón III, que apoyaba los
anhelos emancipadores de los pueblos de la monarquía plurinacional danubiana, y
no en ayuda rusa en la lucha contra las pretensiones pruso-germanas
y granmagyares. Desvanecidas esas esperanzas, Starcevic, prosigue en su posición antiaustríaca
y antiserbia y cree que Croacia también fará da se.
Resultan muy
interesantes desde el punto de vista del estudio comparativo de civilizaciones
los argumentos de Rachki sobre la imposibilidad de
que el Imperio turco adopte reformas políticas de tipo occidental. Rachki insiste en que ellas son el resultado de la
evolución socio-política específica del mundo occidental, arraigado en el
cristianismo. Rachki percibió ya entonces lo que hoy
no comprenden todavía algunos influyentes círculos políticos occidentales, i.e. que las instituciones de nuestra democracia
representativa constitucional no pueden injertarse con éxito en el ámbito de
culturas ajenas como una panacea de todos los problemas, inclusive los
afro-asiáticos, donde no se dan estructuras sociales imprescindibles para el
normal funcionamiento de las instituciones democráticas.
Starcevic, por su parte,
razona de modo similar acerca de Rusia. Ve con claridad que Rusia no es una
potencia europea más sino un imperio euroasiático, enraizado en la tradición
bizantina, con pretensiones a ser la Tercera Roma en lo cultural y lo político,
de conformidad con sus ideas mesiánicas sobre la misión mundial que debe
cumplir Rusia. Starcevic, cuando ignora a los
serbios, reacciona en primer lugar como hombre, hondamente arraigado en la
tradición del humanismo europeo y del derecho natural. Como tal, comprende que
las tradiciones de Serbia y de Croacia son de fondo diferente, una de origen
europeo-occidental y la otra bizantino-ruso. Como
liberal, ajeno a los motivos religiosos de un Rachki
o Strossmayer, para quienes la idea de la solidaridad
eslava era un instrumento de acercamiento entre la Iglesia occidental y la
oriental y viceversa, Starcevic no interpreta la
cuestión turca como una lucha entre la cruz y la medialuna. Tiene en alta
estima las aptitudes políticas de los turcos, que relativamente con pocas
fuerzas lograron crear y mantener durante siglos un imperio poderoso. Cree que
Turquía adoptará reformas contestes con el ideario del Occidente contemporáneo
antes que Rusia y Serbia. Parece que en ese sentido el tiempo le dio la razón.
Turquía contemporánea, como Estado nacional, introdujo reformas sociales y
políticas, afirmándose cada vez más como una nación del ámbito cultural
occidental, mientras que la Rusia sovietizada se yergue hoy como el adversario
principal del Occidente.
Se sobreentiende
que esos dos muy talentosos y sagaces intelectuales croatas no pudieron ya
entonces conocer científicamente la verdadera naturaleza de las pretensiones
rusas y serbias a la herencia de Bizancio. Si bien, como integrantes de uno de
los pueblos del grupo lingüístico eslavo, interesado directamente en la
cuestión del Oriente, pudieron sentir y comprender con mayor facilidad ciertos
aspectos de ese problema tan complejo, Rachki y Starcevic, hijos de su época como los demás pensadores
occidentales, no enfocan el problema de relaciones de Rusia con otras potencias
europeas a la luz de los encuentros y conflictos de dos civilizaciones
divergentes, sino más bien como contraste entre la supuesta civilización
universal y la supuesta barbarie rusa. Tanto Rachki como
su amigo Strossmayer, no obstante sus sinceras
simpatías hacia los cristianos orientales en los Balcanes, ven las relaciones
croata-serbias como la relación entre un pueblo europeo civilizado para con sus
hermanos cristianos y eslavos menos afortunados y, por lo tanto, atrasados,
víctimas seculares del domino turco.
Rachki y Strossmayer se formaron espiritualmente y actuaron como
políticos en la época en que todo el Occidente europeo, eufórico por su poderío
político y por su influencia mundial tras los descubrimientos y la revolución
científica, técnica e industrial, obra, persuadido de que la cultura
contemporánea occidental es el resultado y la culminación de una penosa lucha
milenaria del género humano contra el salvajismo y la barbarie. Por consiguiente,
nuestra sociedad occidental sería la única civilización auténtica, digna de
llamarse así[3].
Semejante visión
del proceso histórico universal no sólo traduce la fe del siglo pasado en el
progreso ilimitado, cuyos portaestandartes son los pueblos occidentales, sino
que al mismo tiempo es el reflejo del debilitamiento del sentimiento y la
conciencia de la comunidad del mundo de la cultura occidental. Recién en
nuestro tiempo madura la noción de que la civilización occidental es sólo una
entre una veintena de civilizaciones conocidas en la historia y una de tantas
existentes hoy y que, por cierto, se halla en la etapa en que sus logros y sus
valores son para todos los pueblos.
Con todo, cabe
afirmar que los dos mencionados exponentes del pensamiento nacional croata,
como hijos de un pueblo pequeño situado en la zona neurálgica de la penetración
de imperios euroasiáticos en su calidad de portadores de formas culturales y
políticas extrañas, sienten más hondo que muchos de sus coetáneos occidentales
que las dificultades en la solución de la Cuestión de Oriente no provienen sólo
de las rivalidades de las grandes potencias a causa de los Estrechos, el
ferrocarril de Bagdad y otros problemas por el estilo, sino de algo más
profundo como lo vislumbró Donoso Cortés y varios pensadores europeos.
Impresionados por el surgimiento y el ascenso del Imperio ruso y de sus formas
culturales y políticas, tan diferentes de las nuestras, comprendieron que no se
trataba de una potencia más. Los más sagaces se percataron de que se trataba de
un imperio que, aspira al dominio mundial y forzosamente choca con el mundo
occidental en plena expansión. De ahí los esfuerzos de Rusia para enfrentar a
ese mundo antagónico con todos los medios disponibles.
[1] Francisco
Rachki, Misli jednog Hrvata o Istocnom Pitanju (Pensamiento de
un croata sobre la Cuestión de Oriente), Pozor, Nos.
198, 199, 202-207; 210-214, Zagreb, 1862; Dr. Ante Starcevic,
Istocno Pitanje (La
Cuestión de Oriente), Zagreb, 1899.
[2] Starcevic niega a la
Serbia, reaccionando así ante la negación granserbia
de los croatas. Su tesis sostiene que tanto la población de la Serbia moderna y
más aún les ortodoxos en Austro-Hungría, que se dicen serbios, son una mezcla
étnica de origen muy heterogéneo. Se llaman serbios por enseñarselo
así los sacerdotes ortodoxos. El serbio no es un nombre nacional sino
religioso. Aunque más tarde se comprobó que la conciencia nacional serbia caló
hondo, las teorías de Starcevic en aquel entonces no
carecían de todo fundamento científico. En ese entonces el proceso de formación
de la conciencia nacional entre los cristianos balcánicos estaba en sus
comienzos, y con razón podía esperarse que los ortodoxos en Croacia, cuyo
origen en su mayoría no es serbio, abrazarían la idea nacional croata. Como
sabemos, ocurrió lo contrario como resultado de la influencia de la Iglesia
ortodoxa al servicio de la propaganda serbia de acuerdo al programa Nacertanije. De ahí la vigorosa reacción del nacionalismo
contemporáneo croata contra la Iglesia nacional serbia, reacción de origen
político y no confesional.
[3] Cf. La
exposición de A. J. Toynbee sobre La teoría de la
uniformidad y la teoria de la difusión, en
"Estudio de la Historia", Buenos Aires, 1951, pp. 461-504.