Aportes
al esclarecimiento del origen de la Primera Guerra Mundial
Studia Croatica - Edición Especial
Buenos
Aires, 1965
Quien se aboca al estudio del problema sureslavo topa indefectiblemente con el término "granserbio". A primera vista ese término no llama
mucho la atención, pues el adjetivo "grande" aparece con frecuencia
junto con el vocablo "nación" en el sureste europeo. En la literatura
política son casi familiares las palabras Gran Hungría, Gran Rumania, Gran
Bulgaria, Gran Serbia y también Gran Croacia.
Todos esos adjetivos reflejan el anhelo de que todos los
integrantes de dichos pueblos estén reunidos en su respectivo Estado nacional,
alcanzando su máxima extensión. Esas aspiraciones son consustanciales con los
movimientos nacionales, aunque el epíteto "grande" pueda provocar en
cierto sentido la sospecha de que la "grandeza" nacional quiere
alcanzarse abarcando a demasiados integrantes de las minorías nacionales en las
zonas contenciosas. En general, tales epítetos se consideran como imitación del
mal ejemplo de las grandes potencias.
Si tal fuera el caso serbio, no habría que ocuparse del
término "granserbio". Pero los serbios tanto
se extralimitaron en ese sentido chocando casi con todos sus vecinos de manera
que el granservismo es la causa principal de los
conflictos balcánicos.
Y así debe ser, pues Serbia no tiende a incorporar las
zonas periféricas étnicamente mixtas sino a absorber a Croacia entera (incluso
Bosnia-Herzegovina), Montenegro, así como la gran parte de Albania. Macedonia y
Bulgaria, recurriendo a métodos violentos del poder estatal y a la ayuda de la
Iglesia nacional serbia.
El fondo real e histórico de este absurdo imperialismo
enano reside en la ubicación geográfica de Serbia en la parte central de la
Península balcánica, en la similitud idiomática de los sureslavos
y en las tradiciones del imperio serbio medieval, efímero por cierto, y obra de
un gobernante emprendedor y ambicioso, encandilado con el esplendor y prestigio
del Imperio bizantino.
Los serbios se emanciparon relativamente tarde de la
autoridad de los emperadores bizantinos. Ubicados en los Balcanes centrales,
sufrieron la presión de Bizancio menos que los búlgaros, pero mucho más que los
croatas, cuyo país, situado entre el Adriático y el Danubio, perteneció ya
durante Carlomagno, en virtud de la paz de Aquisgrán (813), a la esfera de
influencia franca, vale decir de la Europa occidental. Recién en la época del
Imperio latino de Bizancio, los serbios, apoyados por el Papa, quien mandó la
corona a su primer rey, establecieron su monarquía nacional y, lo que acaso es
más importante, la Iglesia nacional serbia. A principios del siglo XIV la
dinastía serbia se sentía ya tan poderosa que el rey Esteban Dusan el Poderoso se proclamó "emperador y autócrata
de los serbios, griegos y búlgaros" (1345) y designó patriarca al
metropolitano serbio. Dusan, anatematizado por eso
por el Patriarca ecuménico, intentó conquistar a Constantinopla, la
"Segunda Roma", esperando imponer la dirección serbia en lugar de la
griego-bizantina. Murió en la plenitud de sus fuerzas y su imperio muy pronto
se desintegró no contando Serbia con la fuerza real. Durante la invasión turca,
los serbios, igual que Bizancio, estaban ante esta disyuntiva: colaborar con el
Occidente cristiano reconociendo al papa como supremo jefe de la Cristiandad o
aceptar la supremacía turca. Obraron como los griegos bizantinos que
prefirieron "el turbante del Profeta al capelo cardenalicio".
El intento del gobernante de los pastores serbios, -que
Nicéforo Grégoras comparó con monos[1]-
de ceñir la corona de los emperadores de la Segunda Roma, coincide con la
decadencia del Imperio romano de Oriente. Desde el momento en que el Imperio
bizantino recibió la impronta nacional griega, también otros pueblos del ámbito
de la cultura bizantina consideraron de su derecho luchar por la conducción del
Imperio. Así hay dos períodos del Imperio búlgaro y es conocida la concepción
de que Moscú ha de ser la Tercera Roma. Hasta los turcos osmanlíes, haciéndose
fuertes en Anatolia, suelo clásico de Bizancio,
llegaron a considerarse herederos políticos de Nueva Roma, de modo que pueblos
del Próximo Oriente consideraron como romanos (rumi)
a los turcos.
Por supuesto que los serbios, ni por su fuerza numérica
ni por su desarrollo cultural, pudieron imprimirle al Imperio de Dusan su carácter nacional. Allí predominaban elementos
heterogéneos y la corte imperial estuvo totalmente grecizada. No obstante, el
recuerdo del imperio efímero de Dusan se gravó
profundamente en la fantasía de rayeh serbia y fue
mantenido por el Patriarcado serbio, renovado por los turcos, que lo convirtieron
en un órgano del aparado estatal conforme a su institución característica millet, que otorgaba a los grupos religiosos y no étnicos
cierto grado de autonomía cultural y política. La idea del imperio comprendía
todo el período de la Serbia medieval, cuyos gobernantes la Iglesia serbia
sigue honrando como santos en los altares, aunque no podría decirse que todos
ellos llevaran una vida cristiana ejemplar y edificante.
Desgastado el Imperio osmanlí, surgió en Serbia un
movimiento nacional, extraña mezcla de ideas occidentales y de tradición
imperial bizantina, vigorizada por la influencia de Rusia, Tercera Roma.
Los serbios no fueron los únicos en alentar la ambición
de restauración del Imperio bizantino. El movimiento griego de emancipación de
Turquía se inició como lucha por la renovación del Imperio bizantino. Se
consideraba como helenos aun a los adherentes a la Iglesia grecooriental
de habla serbia, búlgara y albanesa. Recién cuando esa idea resultó
irrealizable, si bien tiene cierto fundamento, los griegos adoptaron la
concepción del Estado nacional según el modelo occidental, con sus variantes
particulares.
El serbio, durante su liberación de Turquía, era un pueblo
pequeño, pobre y atrasado. El carácter imperialista de la concepción granserbia llega a las exaltaciones nacionalistas, tan
frecuentes en el sureste europeo, apenas a los mediados del siglo XIX por
intermedio de los representantes oficiales de Serbia, cuando elaboraron un
programa secreto estableciendo "los principios básicos que deben regir en
Serbia durante largo tiempo y orientar todos los planes". Ese programa,
llamado Nacertanie (esbozo), prevé expresamente la
restauración del Imperio bizantino bajo la conducción serbia.
Fue adoptado en 1844 durante el gobierno del príncipe
Alejandro Karageorgevich. Su autor fue Ilija Garasanin, ministro en
varios gobiernos del principado vasallo turco de Serbia.
Ese plan secreto, clave para comprender la política
serbia relativa a la posterior cuestión de Bosnia, contenía no sólo las bases
teóricas sino también el programa de acción.
En base a ese plan, guardado como secreto de Estado, se
iniciaron acciones preparatorias para restablecer el imperio bizantino-serbio
moderno. Ese programa granserbio prevé preparativos
en Bulgaria, Montenegro, Albania, Bosnia-Herzegovina, Dalmacia y en Croacia
propiamente dicha (Srijem) y en Hungría (Bachka y Banato). En la
concepción del gobierno de Belgrado todas ellas son tierras serbias. Según
hemos visto, Safarik y V. S. Karadzic confirieron a
esa ambiciosa política imperial un viso pseudocientífico.
El gobierno imperial de Viena se enteró del texto de
dicho plan recién en 1863, mientras durante el gobierno de los Obrenovic ejercía una especie de protectorado sobre Serbia.
El gobierno húngaro tomó conocimiento de tal programa recién en 1866. Ambas
transcripciones se guardan en los archivos estatales de Viena y Budapest. El
profesor M. Vukicevic publicó por primera vez Nacertanie en la revista serbia Delo en 1906 (libro
38, pp. 321-336). La edición crítica la publicó en húngaro José Thim en su obra. "La historia de la rebelión serbia-
1849" (Budapest, 1930). Paralelamente publicó el texto serbio y el
húngaro. Dragoslav Stranjakovic,
profesor universitario, publicó una nueva edición crítica con comentario en
1931 (Glasnik Istoriskog
Drustva u Novom Sadu, lib. 4, 306-418),
tratando de darle ahora una interpretación en el sentido yugoeslavo y no
directamente granserbio.
Nacertanie es un plan, elaborado en cierta coyuntura política y
hasta con tendencia antirusa, visto que los rusos
propendían, a asumir la herencia política de Bizancio con más derecho y
posibilidades que Serbia. Como veremos en adelante, los exiliados polacos
sugirieron esa tendencia antirusa a Garasanin. Pero la influencia de Rusia crecía en los
Balcanes y la pretensión de Serbia posteriormente ya no era impedir esa
influencia sino convertirse en su exponente principal. Austria al contrario es
considerada como un país de cultura occidental y como tal enemigo
irreconciliable. Mientras Rusia protegía a Bulgaria, lindante con el Mar Negro,
ubicada cerca de los Estrechos, cuya conquista se volvió la aspiración
obsesionante de la Tercera Roma, los serbios aceptaron ayuda del Imperio de los
Habsburgo (igual que ahora la Yugoeslavia comunista de los gobiernos
occidentales).
A renglón seguido señalaremos los puntos salientes,
particularmente los que conciernen la Cuestión de
Bosnia, de Nacertanie, pues contiene algunas
ideas-guías de la política nacional de Serbia que nos ayudarán a comprender las
actividades subversivas serbias en Bosnia y Herzegovina, el asesinato de
Sarajevo, etc.:
La situación política -se dice en el dicho plan- toma tal
rumbo que los eslavos balcánicos no serán apaciguados. Serbia, por tanto, debe
salir de su límite actual y elaborar un plan sobre su futura expansión. A tal
efecto deberá ganarse la adhesión de los pueblos vecinos e impedir un eventual
reparto de los Balcanes entre Austria y Rusia. Si llegara a concretarse esa
posibilidad, la línea divisoria correría desde Vidin
hasta Salónica y "todos los serbios quedarían involucrados en
Austria". Viena y Moscú se percatan de la inminente desintegración del
Imperio turco y en propio interés quieren prevenir se establezca un nuevo
imperio cristiano; pues, restablecido el Imperio bizantino, Rusia debería
renunciar a la conquista de Constantinopla "lo cual constituye su plan más
acariciado desde los tiempos de Pedro el Grande".
"Austria correría el peligro de perder a los eslavos
meridionales y, forzosamente, en todo caso, ha de ser el enemigo permanente del
Estado serbio. Por consiguiente, un acuerdo y concordia con Austria resultan
políticamente imposibles, ya que en ese caso Serbia se pondría la soga al
cuello. Únicamente Austria y Rusia abogan por el reparto de Turquía. Hace
tiempo que Rusia lo prepara y Austria debe cuidar de sacar un pingue provecho,
como lo hizo en el reparto de Polonia. En cambio, otras potencias europeas están
interesadas en mantener el equilibrio y les conviene más "que el Imperio
turco se transforme en un nuevo Estado cristiano". "Otra salida no
cabe". Ese nuevo imperio cristiano debería ser serbio-eslavo. "El
Estado serbio, que empezó con buena ventura y debe expandirse y fortalecerse,
tiene su firme base y fundamento en el imperio serbio de los siglos XIII
(¡sic!) y XIV en la rica y gloriosa historia serbia.
Esa historia nos dice que los emperadores (¡sic!) serbios empezaron a relegar
el Imperio griego y muy pronto hubiesen terminado con él para establecer el
Imperio serbio-eslavo reemplazando el Imperio romano de Oriente. El emperador Dusan el Poderoso había recibido el escudo del Imperio
griego. La llegad a de los turcos interrumpió ese cambio y paralizó ese proceso
por largo tiempo; pero ahora, quebrado y aniquilado el poder turco, debe
resurgir aquel espíritu, debemos reivindicar nuestros derechos y proseguir la
gestión interrumpida". "Ese fundamento y esos cimientos de la
edificación del Imperio serbio debemos ahora limpiarlos y despojarlos de las
ruinas y aluviones, exponerlos a la luz del día, y sobre tal fundamento
histórico, tan firme y estable, reanudar la edificación". Aparte del
"sagrado derecho histórico", a los serbios les asiste "el
primero y pleno derecho" a conducir la lucha contra los turcos, en vista
de que "fueron los primeros (¡sic!) entre todos
los eslavos en Turquía en luchar por su libertad con medios y fuerzas
propios". Ya las potencias europeas prevén y presienten que a los serbios
les espera un esplendoroso futuro, dado que el principado serbio constituye
"el germen del futuro Imperio serbio".
Luego, en el plan se enumeran los medios que llevan a fin
propuesto. En primer término se destaca la necesidad de informantes y agentes.
"Sobre todo hay que recabar informaciones acerca de Bosnia-Herzegovina,
Montenegro y Albania septentrional. Al mismo tiempo es necesario conocer con
precisión la situación en Eslavonia, Croacia y Dalmacia, y por supuesto la
población de Srijem, Banato
y Bachka. Un extenso capítulo se ocupa de Bulgaria.
Se constata que Bulgaria es el país más cercano a Constantinopla y que los
búlgaros esperan su salvación de Rusia, que se propone, empero, imponerles en
lugar del yugo turco el propio, peor aún. Esas esperanzas resultan ilusorias,
puesto que las potencias europeas no permitirán que Rusia se acerque a
Constantinopla. Por esa razón Rusia quiere servirse de los cristianos
balcánicos, más no como aliados sino subordinados. Por ende, Serbia "puede
levantarse únicamente si a la vez que se va aniquilando la autoridad turca, la
reasume", para que, contra la voluntad rusa, "pueda edificar y
reconstruir sobre el vetusto y sólido cimiento del antiguo Imperio serbio, un
nuevo y gran Estado serbio".
Mientras el plan excluye toda colaboración con Austria,
en cuanto a Rusia subraya "que Serbia con nadie podría con mayor facilidad
conseguir dicho objetivo que con Rusia", con la condición que ésta
consintiera en la creación del Imperio serbio. "Una alianza entre Serbia y
Rusia sería la cosa más natural; pero para alcanzarla depende sólo de Rusia y
Serbia debería aceptarla con los brazos abiertos..." "Si Serbia no
puede aprobar la alianza política rusa con Austria, no se debe al odio, sino a
la necesidad a que nos empujó Rusia con sus reiterados procederes".
El interés de Serbia en Bulgaria se explica en
continuación en estos términos: "Nuevamente Rusia dirige allí sus anhelos,
dado que Bulgaria se halla a la puerta de Constantinopla y está ubicada en su
camino; pero en relación con Serbia, Bulgaria tiene la misma posición y alcance
que para Rusia". Bulgaria es importante para Serbia, ya que en ese país
"en sumo grado se encuentran la influencia serbia y la rusa". Serbia
no debe olvidar que en Bulgaria no debe permitir que la gane Rusia. En la parte
relativa "a la política de Serbia respecto a Bosnia-Herzegovina,
Montenegro y Albania del Norte", se destaca primero que Bosnia y
Herzegovina son "la parte del Imperio turco en la que Serbia puede ejercer
mayor influencia". "La fijación y regulación permanente de esa
influencia nos parece por el momento (1844) la tarea principal de la política
serbia en Turquía". A tal efecto, el plan prevé una serie de medidas de
penetración en Bosnia y Herzegovina. Teniendo en cuenta a los católicos, podría
consentirse en la autonomía de Bosnia, pero en esa eventualidad "debe
establecerse y preverse como ley básica y fundamental del Estado, que la
dignidad principesca ha de ser hereditaria" en otras palabras, que en
Bosnia y Herzegovina pueden gobernar únicamente los reyes serbios. En el plano
diplomático, Bosnia puede ser representada sólo por Serbia. Sus leyes deben
ajustarse a las leyes serbias[2].
Los católicos deben ser apartados de Austria y hay que escribir lo antes posible
una historia apropiada en el espíritu "de la unión nacional de serbios y
bosníacos". Su autor debe ser una persona "capaz y muy
perspicaz". Tal manual histórico es necesario también para que
"Dalmacia y Croacia" se vinculen más estrechamente con Serbia y
Bosnia".
Montenegro y Albania septentrional revisten gran
importancia para Serbia por su salida al mar, que abriría nuevos caminos a la
exportación e importación. Por ello, de acuerdo con las autoridades turcas, es
preciso organizar el comercio serbio en Ulcinj. Ello
brindaría la posibilidad de influir políticamente sobre Albania del Norte y
Montenegro. Esto es sumamente importante en vista de "que precisamente
estos pueblos tienen la llave de la puerta de Bosnia-Herzegovina y del
Adriático". Montenegro es muy importante para conseguir Bosnia y
Herzegovina y por eso, Serbia debe seguir el ejemplo de Rusia suministrando una
ayuda permanente al obispo-príncipe de Montenegro".
Respecto de Srijem, Bachka y Banato es menester
fortalecer los lazos con los serbios lugareños y si es posible "fundar
allí un importante periódico serbio". Por último se dice que "es
necesario empezar a hacer conocer a Serbia entre los eslavos de Bohemia,
Moravia y Eslovaquia, pero de una manera cautelosa e inteligente a fin de que
Austria no lo perciba". Queda resumido el contenido del susodicho plan,
que prosigue el establecimiento de un nuevo imperio serbio-eslavo sobre las
ruinas de Turquía, sustituyendo así el ex-imperio greco-romano.
Ya acotamos que "Nacertanie"
fue inspirado por los exilados polacos. Lo comprobó el profesor universitario
de Belgrado Stranjakovic, quien recibió del nieto de Ilija Garasanin documentos
referentes a la redacción de dicho plan y a quienes fueron sus verdaderos
autores. Ocurre que Garasanin recibió el plan
elaborado por Francisco Zah, de origen checo, y
agente de los círculos exiliados polacos en París, agrupados en torno a Adán Chartorisky. Garasanin se
conformó con el plan en sus principales lineamientos, haciendo modificaciones
características. Eso se puede verificar por el estudio de Stranjakovic
"Cómo se llegó a Nacertanie de Garasanin"[3],
en el que viene impreso el texto original entregado por Zah
al lado del texto modificado por Garasanin.
En el texto de Zah en varios
lugares se habla de los croatas católicos, de Croacia como ente nacional y de
provincias croatas, lo que Garasanin omitió lisa y
llanamente.
El propósito de los autores del plan era que Serbia no
sirviera los intereses rusos; a tal efecto sugirieron la idea del
restablecimiento del imperio bizantino bajo la égida serbia y predominantemente
eslava, pero independiente de Rusia y contrariando sus planes de conquista de
Constantinopla y dc los Estrechos. Garasanin adoptó ese plan, pero tachó o suavizó los
términos fuertes empleados por los exiliados polacos contra Rusia y expresó el
deseo de que se ejecute el plan con la ayuda y en el interés de Rusia.En la versión de Garasanin
no sólo quedan omitidos los croatas sino que el plan adquiere un carácter
netamente panserbio. Donde en el original se habla
"del Estado sureslavo" y "de los
eslavos meridionales", Garasanin pone "el
Estado serbio" y "los serbios".
Donde en el original, en el fragmento sobre Bosnia, se
decía que los croatas contribuyeron a la creación del sentimiento de la
solidaridad eslava entre los católicos bosníacos, Garasanin
lo omite totalmente. En Bosnia no tiene que haber croatas.
También se omitió enteramente el capítulo sobre "La
relación de Serbia respecto a Croacia", que decía que Bosnia está
íntimamente ligada a Croacia a través de los católicos bosníacos y se elogiaba
a los croatas y su interés por la solidaridad eslava en la defensa de los
enemigos comunes y que, en cambio, los serbios en Croacia propenden a colaborar
con Austria y contra la misma Serbia. "Ese sería-decía el proyecto
polaco-el mérito de los croatas por el cual los serbios austríacos deberían
ruborizarse". En el capítulo omitido se reprochaba también a los serbios
en Austria su oposición al movimiento croata ilírico
que bregaba por la solidaridad croata-serbia. Garasanin
lo omitió, pues evaluó correctamente, como los demás serbios, que el ilirismo era un movimiento nacional croata, tendiente a la
afirmación de Croacia como nación pero dentro de la monarquía de los Habsburgo.
Los patriotas croatas, igual que los demás eslavos austríacos, consideraban que
la monarquía danubiana era una necesidad histórica; un instrumento apropiado de
defensa de los checos, eslovacos, croatas, eslovenos, de las minorías polaca,
ucrania y serbia contra las tendencias pangermánicas y chovinismo húngaro de
aquellos tiempos. Al contrario, para la concepción granserbia
Austria era "el enemigo hereditario", la portadora de las ideas
occidentales opuestas a la tradición cultural y política de Serbia.
Hemos recapitulado in extenso el programa político panserbio que por su alcance excede el marco de las
enunciaciones partidistas y concepciones expresadas en los escritos de
distintos ideólogos nacionalistas. Trátase de la
posición y del programa de la Serbia oficial y de las constantes de la política
nacional serbia. Refleja fielmente las aspiraciones nacionales y detalla los
medios de acción, mayormente respaldados en los agentes secretos, que
caracterizarán la penetración serbia en Austro-Hungría y culminarán con el
atentado de Sarajevo, organizado y ejecutado, como se sabe hoy, por los agentes
directos de Serbia. Trazando los objetivos de la política serbia como continuación
de la lucha por realizar el imperio bizantino de nacionalidad serbia, tal como
fue concebido en la Edad Media, Nacertanije expresa
cabalmente las aspiraciones del nacionalismo serbio, identificado con la idea granserbia.
El deseo de constituirse en los herederos exclusivos del
imperio otomano que impregna este plan, evidencia fehacientemente el ansia de
poder de los dirigentes del principado vasallo, muy desproporcionado con su
verdadera fuerza. La idea de asumir la dirección política del mundo de la
civilización bizantina en los Balcanes por los serbios que carecían de fuerza
para alcanzar ese objetivo tan ambicioso ya en el siglo XIV, no tenia asidero
alguno en los tiempos modernos. Durante el ocaso del Imperio bizantino
contendieron por su dirección tres pueblos de fuerzas casi iguales, el griego,
el serbio y el búlgaro y esa puja terminó con la dominación de los turcos
osmanlíes, quienes por la fuerza unieron los desgarrados miembros del cuerpo de
la civilización bizantina y establecieron la Pax Ottomanica. Las pretensiones imperiales de Serbia, empero,
son francamente absurdas en la época moderna cuando aparece Rusia como potencia
rectora del mundo de la tradición bizantina, con la aspiración de asumir la
herencia de la Segunda Roma. En cambio, "el sueño bizantino de Rusia"
-a veces ridiculizado e impopular entre las potencias europeas que procuraban
asegurar sus intereses en el Cercano Oriente- no resultaba absurdo. Sigue la
línea del desarrollo lógico de la idea imperial de la Segunda Roma. Por otra
parte, no es excesivamente ambicioso si se toman en cuenta las inmensas
posibilidades de Rusia. Otra cosa es si el sueño del dominio mundial de un solo
pueblo, por grande que sea, y que implica la idea universal del Imperio romano,
puede realizarse en presencia de otros países igualmente poderosos sin
arriesgar la paz y el progreso de la humanidad.
Los autores de Nacertanije,
pues, no tomaron en debida cuenta un hecho fundamental, a saber: la
desproporción de fuerzas entre los pretendientes ruso y serbio a la herencia
del Imperio bizantino.
Confiaron demasiado en la inevitable oposición de las
potencias europeas a los planes bizantinos de Rusia. Fundaron todas sus
esperanzas en la oposición entre Rusia y otras potencias europeas, invocando el
viejo lema duobus litigantibus tertius gaudet. No
entendieron, sin embargo, que incluso la poderosa Rusia se avino a colaborar
con Austria, para ellos tan odiosa, dentro de la Santa Alianza, pues era
evidente que no pudo realizar su programa expresado en el presunto testamento
de Pedro el Grande y que el tercero que se benefició de los contrastes entre
Austria y Rusia no fue Serbia sino Turquía que, aun siendo "el enfermo del
Bósforo", logró conservar su imperio dentro del sistema del equilibrio
europeo. El Imperio otomano fue liquidado recién por los años veinte de nuestro
siglo a raíz del conflicto bélico entre las potencias europeas. Dicho conflicto
causó la ruina de cuatro imperios, lo que prueba la interdependencia de sus
intereses. Dos de ellos, el otomano y el de los Habsburgo, de carácter
plurinacional, se derrumbaron en forma definitiva y dejaron un vacío todavía no
llenado de modo satisfactorio. Los dos restantes, el ruso y el germano,
constituidos en su núcleo por dos de los pueblos más poderosos de Europa,
pronto se transformaron y, fortalecidos, chocaron en la Segunda guerra mundial,
terminada con un aparente triunfo de Rusia. Aparente, porque el plan ambicioso
de conseguir el dominio mundial -prescindiendo ahora si en nombre de la idea de
Roma o del comunismo- no pudo realizarse. Todo intento de tal índole
indefectiblemente provoca fuerzas más poderosas y superiores a las de una sola
nación. La oposición de las potencias europeas a la solución rusa de la
Cuestión de Oriente -concebida como lucha por la herencia del Imperio otomano
en disgregación- fue tan vigorosa que tras la guerra de Crimea y la Paz de
París, Rusia tuvo que renunciar a su papel de protectora de los cristianos
ortodoxos en Turquía.
En realidad, so pretexto de protegerlos, quiso
dominarlos. Hondamente enraízada en la tradición
bizantina, Rusia empero no renuncia a sus aspiraciones y trata de concretarlas
en otras formas y con otros medios. Aparentemente toma como hecho consumado la
creación de los Estados formalmente nacionales de los pueblos balcánicos,
predominantemente eslavos, y asume el papel de protectora.Le
favorece el hecho de que esos países pertenecen a la Iglesia oriental y al
grupo lingüístico eslavo. Con Rusia tienen en común la tradición cultural y
política bizantina.
De ahí la superioridad de la política rusa en
los Balcanes frente a Austria, que a lo largo de los siglos luchó contra los
turcos y por fin quebró su poder militar, incumbiéndole por ello cierto derecho
a la herencia política del Imperio otomano. Todas las ventajas de Austria, de
orden militar, geográfico, económico y técnico, ceden en esta puja con Rusia
ante el hecho de que los pueblos balcánicos, a primera vista bárbaros, pero
profundamente arraigados en la tradición bizantina -que, no lo olvidemos, en su
tiempo fue una civilización superior a la occidental por su esplendor exterior-
ven en Austria al portavoz de las mismas pretensiones de la Cristiandad
Occidental- por las que en las postrimerías del Medievo optaron por el
"turbante del profeta y no por el capelo cardenalicio". De esta
sensación de ver amenazada su propia identidad espiritual brota ese,
aparentemente, vehemente e incomprensible odio y la resistencia fanática hasta
la muerte de los cristianos ortodoxos en los Balcanes contra Austria, y luego
contra Alemania e Italia, siempre que hicieron allí acto de presencia, sea como
conquistadores, sea como Kulturtrager. Con el tiempo,
análoga suerte correrán los Estados Unidos como potencia rectora del Occidente.
Los autores de Nacertanije no
comprendieron del todo, pero vislumbraron que, tras el fracaso del movimiento panhelenista y la adopción de la concepción del Estado
griego cuasi-nacional -hecho ese que preocupará seriamente al perspicaz Metternich-, su plan sobre la restauración del Imperio
bizantino bajo la égida de Serbia era una ilusión. Fundaban sus esperanzas en
la posible comunidad serbio-búlgara, donde Serbia tendría la parte leonina. A
la sazón, los búlgaros fueron rayeh turca muy dócil,
afirman con cierto desprecio los autores de Nacertanije,
y Serbia invoca su presunta primacía en la lucha contra el dominio turco. Si no
es factible un nuevo imperio bizantino-serbio, que abarcaría a todos los
cristianos ortodoxos del sureste europeo, entonces debe crearse un imperio
eslavo desde el Mar Negro hasta el Adriático, incluyendo la conquista de
Constantinopla, eso gracias a la favorable ubicación geográfica de Bulgaria.
Mas también este cálculo resultó erróneo. Los búlgaros en
muchas cosas superan a los serbios y, además, su idea imperial en forma de Gran
Bulgaria tiene por lo menos tanto fundamento histórico como la idea imperial
serbia. De añadidura, Bulgaria está situada en el Mar Negro, cerca del estuario
del Danubio, no lejos de Constantinopla y de los Estrechos, y reúne muchas
condiciones favorables para conquistar a la "Ciudad imperial" (nombre
eslavo de Constantinopla). De ahí el gran interés ruso por Bulgaria y su
preferencia por ella hasta hoy frente a Serbia. Por ello ocurrió lo que
justamente temieron los autores de Nacertanije.
Los rusos apoyaron tanto la liberación y la ascensión de
la Bulgaria moderna que paralizaron la influencia serbia. Además, hubo serios
conflictos entre Bulgaria y Serbia, dos pueblos por lo demás afines. En virtud
de la Paz de San Stefano debió crearse la Gran Bulgaria entre el Mar Negro, el
Egeo y el Adriático (Valona y Drac estaban al alcance
de la mano tras la ocupación de Macedonia).
Así todas las esperanzas de Serbia a la herencia
bizantino-turca quedaron truncadas. Sucedió algo todavía peor desde el punto de
vista serbio. La diplomacia rusa, como recompensa, consintió con anterioridad a
la Paz de San Stefano que Austria-Hungría ocupase a Bosnia y Herzegovina.
No obstante, los autores de Nacertanije
tenían razón al prever que las potencias europeas no permitirían la dominación
rusa en los Balcanes. Resultó exacto, además, que Rusia y Austria no podían
concertar el reparto de sus esferas de interés. Las potencias europeas,
reunidas en el Congreso de Berlín, cortaron el nudo gordiano balcánico al
evitar una vez más que el Imperio turco se desintegrara. Por cierto, la
influencia rusa en los Balcanes no quedó eliminada del todo, pero
Austria-Hungría pudo ocupar a Bosnia-Herzegovina, y su zona de influencia se
extendió a Serbia, que, ampliada algo territorialmente, fue proclamada estado
independiente bajo la dinastía de los Obrenovic. Eso,
conforme lo expondremos en adelante, fue una etapa importante en la expansión
del Estado nacional serbio.
Por extraño y paradójico que parezca, los serbios no
saludaron con gran regocijo su independencia estatal. Para alcanzar los planes
imperiales, a Serbia le convenía más el status de principado semi-independiente que reconocía la soberanía del Sultán
turco, que el status del Estado independiente bajo el protectorado efectivo de
Austria-Hungría, que ocupó a Bosnia-Herzegovina y al Sandycato
de Novi Pazar, y obstruyó
la expansión de Serbia hacia occidente. Mientras formalmente eran súbditos del
Sultán, los serbios podían aspirar, con visos de éxito, a expandirse en Bosnia,
que entonces era un vilayato del Imperio turco. También podían pretender la
salida al Adriático a través de Albania, en posesión de los turcos, conforme se
preveía en Nacertarlije. Es sabido que antes de la
ocupación de Bosnia, Viena encaraba la posibilidad de repartirla entre Austria
y Serbia. De hecho, tampoco el Congreso de Berlín cerró del todo la puerta a
las pretensiones granserbias. La restitución de
Macedonia a Turquía favoreció las aspiraciones de Serbia y Grecia a esta
provincia que domina el valle del río Vardar,
estratégicamente muy importante. Estos dos países balcánicos, que justificaban
su enemistad y sus reivindicaciones territoriales respecto de Turquía como una
lucha de la cruz contra la medialuna, saludaron con entusiasmo el retorno de
los cristianos macedonios bajo el dominio turco. ¿Quién podrá reprochar algo a
las potencias europeas si, dentro de la política del poder, protegieron al
Sultán de Constantinopla y al Califa panislámico contra la Tercera Roma? El
éxito de Austria-Hungría en el Congreso de Berlín implicaba una derrota grande,
si no definitiva, para la concepción granserbia.
Bosnia y Herzegovina serían administradas por una gran potencia e integradas al
conjunto natural de los países danubianos al que geográficamente pertenecen.
Cuando sucedió lo que más temieron los autores de Nacertanije,
es decir cuando Serbia se encontró dentro de la zona de influencia austriaca
esta solución ganó algunos partidarios entre los dirigentes de la Serbia de los
Obrenovic[4].
Por consiguiente, en Viena cobró ímpetu la corriente que creía posible
convertir a los serbios y a Serbia en un instrumento de la penetración de las
potencias centro-europeas de civilización occidental hacia el Cercano Oriente.
Como veremos en adelante, esa tendencia de Austria de
expandirse en el terreno de la civilización europea oriental, ajena y antagónica,
en lugar de circunscribirse al agrupamiento de los pueblos danubianos de
cultura occidental, marcó rumbo equivocado a toda la política sureslava de Viena, lo que conducirá a la tirantez con
Rusia, al atentado de Sarajevo, a la primera guerra mundial y a la disgregación
de la Monarquía danubiana.
Estas ilusiones de ciertos círculos oficiales en Viena,
que favorecieron a los serbios en las provincias croatas, tenían muy lábiles
fundamentos.
La política austrófila de los Obrenovic fue respaldada por una capa muy tenue de la inteligentsia de orientación pro-occidental.
Pero como también eran granserbios,
contra su voluntad tuvieron que allanar el camino a la corriente más
arrolladora, la rusófila. Esta última se nutría de la tradición bizantina de
Serbia, cuyo portavoz en la época moderna fue la Rusia ortodoxa y eslava. Esta
corriente rusófila salió victoriosa al modo bizantino mediante el asesinato en
1903 del último Obrenovic. Desde entonces, la Serbia
de los Karageorgevic y no la Bulgaria de los Coburgo, es el exponente principal de la política
rusa en los Balcanes.
En la sombra y en el interés de Rusia, Serbia renuncia
totalmente a los planes anacrónicos de restaurar el imperio bizantino bajo su
égida, pero ahora insiste más en la concreción de Gran Serbia bajo el disfraz
de la unión sureslava. Respaldada por Rusia, que en
Austria ve adversario principal a la supremacía rusa en los Balcanes, la
pequeña Serbia osa retar a Austria-Hungría incomparablemente mucho más fuerte.
En un capítulo siguiente mostraremos por qué Serbia pudo,
con ayuda de una parte de los croatas, transformar la cuestión de Bosnia en sureslava. Aquí señalaremos el nefasto papel de la idea granserbia que impregnó a todas las capas nacionales
serbias a tal grado que todos los vecinos de Serbia tienen que defenderse de
sus falsas pretensiones territoriales, sin fundamento histórico ni étnico. La
propaganda nacionalista serbia a través de la escuela, la Iglesia y
asociaciones patrióticas logró persuadir al pueblo serbio de su presunto derecho
a las tierras y ciudades ajenas, que deberían ser liberadas e incorporadas a la
Gran Serbia. El hecho de que esas pretensiones son infundadas y que se trata
del despojo de tierras ajenas, no disminuye el peligro de la agitación
nacionalista serbia. Hasta los errores patrióticos, mientras son defendidos con
fanatismo y mientras en la realización de los objetivos nacionales no se
escogen los medios, pertenecen a los hechos políticos y psicológicos, capaces
de mover a los gobiernos, pueblos e individuos, y de provocar crisis
internacionales a veces muy peligrosas.
[1] "El
griego... se mofaba de la imitación de las pompas y ceremonias bizantinas que
encontraba en la corte serbia. Dicen los hombres que los monos hacen siempre
monerías, fue el comentario de Nicéforo Grégoras.
Para el bizantino el serbio fue en la mayoría de los casos un bandolero, un
ladrón de ganado, y más de un escritor lamentó el gasto de un embajador en
Serbia" (Norman H. Baynes: El imperio bizantino,
México-Buenos Aires, 1951, pp. 190-191.
[2] Idéntica
mentalidad evidenciaron los círculos oficiales serbios cien años después,
durante la "unión" en 1918 y la "liberación" en 1945. La
hegemonía de Serbia debe ser indiscutible.
[3] Spomenik Srpske Kralievske Akademije (Documentos de la Real Academia Serbia). XCI.
clase 2da.. 70. Belgrado 1939, 65-115.
[4] Ivan Mestrovic
en sus memorias Uspomene na
politicke ljude i dogodjaje (Buenos Aires, 1961, pp. 15-16), narrando sus
primeros contactos con los serbios en Belgrado, relata su encuentro con el ex
embajador serbio pro-Obrenovic en Berlín. Mientras Mestrovic y sus jóvenes amigos aplaudían la política
austr6foba de la Serbia de los Karageorgevic, el ex
diplomático, censuraba al gobierno de Belgrado por su "orientación
paneslavista rusófila". "Luego, acota Mestrovic,
pude convencerme pues eso fue entre los mayores y los partidarios de Obrenovic toda una escuela". Por cierto, los
partidarios de Obrenovic eran también, en su manera, granserbios. Ellos también fueron presa, dice Mestrovic, "de la inmensa, casi diría enfermiza, megalomania serbia, que luego encontré en otros. Para ellos
todo era serbio, los Balcanes en su totalidad, todas nuestras (croatas)
provincias; los serbios son el pueblo escogido; todos los Balcanes serán suyos
y la mitad de Europa central".