Bosnia y
Herzegovina
Aportes al esclarecimiento del origen de la
Primera Guerra Mundial
Studia Croatica - Edición Especial
Buenos Aires, 1965
IVO BOGDAN
Hace cincuenta
años en Sarajevo, capital de la entonces provincia austríaco-húngara Bosnia,
murieron víctimas del atentado, cometido por un grupo de jóvenes nacionalistas
serbios, el archiduque de Austria y heredero presunto al trono Francisco
Fernando y su esposa morganática, la condesa Sofía de Chotek.
El asesinado-precedido por reivindicaciones de Serbia a Bosnia y
Herzegovina-del sucesor de Francisco José I, emperador de Austria, rey de
Hungría, Croacia y Bohemia, duque de Transilvania, Galicia, etc., con
complicidad de los funcionarios del Reino de Serbia, exponente balcánico de la
Rusia zarista, fue el prólogo de la primera guerra mundial, calificada con
acierto "guerra de los Treinta Años del siglo XX" [1].
Sus trágicas consecuencias son harto conocidas y siguen afectando incluso a las
naciones que no tomaron parte en los conflictos bélicos.
Por lo tanto, el
asesinato de Sarajevo, considerado en sus derivaciones, constituye uno de los
episodios más importantes en la historia moderna y al cabo de 50 años llama la
atención tanto de los historiadores como del público en general. Pues se trata
del vuelco de una época y sobre ese problema hay numerosos estudios y
polémicas, lo que es comprensible si se toman en cuenta tantas implicaciones
políticas del famoso problema de la culpabilidad de la guerra.
Como se sabe, las
Potencias Centrales después de la primera guerra mundial fueron inculpadas del
conflicto bélico más terrible en la historia de la humanidad, en el cual según
cifras del Departamento de guerra de los Estados Unidos perecieron 8,5 millones
de soldados y los heridos sumaron algo más del doble de esa cantidad, más
civiles a causa de las epidemias provocadas por la escasez de alimentos.
Austria-Hungría fue desmembrada y sobre sus despojos en la zona danubiana se
constituyeron varios Estados herederos, pequeños y enemistados entre sí. Esta
atomización de un espacio neurálgico de Europa favoreció en gran medida su
conquista primero por el Tercer Reich y luego por la
Unión Soviética.
A Alemania, por
otra parte, fueron impuestas condiciones tan onerosas de orden político, militar
y económico que la república democrática de Weimar no pudo consolidarse. Su
consiguiente transformación en el Tercer Reich y la
"balcanización" de la Europa suroriental están en el origen de la
segunda conflagración mundial que llevó a la peligrosa tensión existente en
dividido mundo de la era atómica.
En vista de tal
proceso regional y general resulta asombroso que la situación política en el
sureste europeo, marcada, podríamos decir, por el atentado de Sarajevo, no haya
sido estudiada y esclarecida a fondo en las últimas cinco décadas como lo
merece por sus implicaciones generales. Ese vacío es el gran defecto de la
vasta literatura que trata el problema de la culpabilidad de la guerra. Hasta
autores de renombre en la compleja problemática del sureste europeo
-clasificado por los geógrafos del siglo XIX un tanto arbitrariamente como
Península balcánica- toman, por ejemplo como verdad sentada la tesis oficial
rusa y serbia de aquella época sobre el carácter nacional serbio de Bosnia y
Herzegovina. La decisión del Congreso de Berlín implicaría la vulneración de
los derechos de Serbia y sería un capítulo desdichado en el proceso de la
famosa Cuestión de Oriente a favor de un imperio multinacional anacrónico y en
detrimento de los jóvenes Estados nacionales balcánicos, herederos del Imperio
otomano en disgregación. Admitido tal criterio, las acciones subversivas del
nacionalismo serbio contra Austria-Hungría adquieren el carácter de las guerras
de liberación nacional, ineludibles en una época de enardecidos sentimientos
nacionalistas. En cambio, las represiones por parte de Viena serían actos de
opresión y violencia enderezados a detener el curso de la historia, lo que
indefectiblemente tuvo que desembocar en un conflicto bélico. El atentado de
Sarajevo sería una reacción deplorable pero comprensible de los jóvenes
revolucionarios nacionalistas, un incidente pérfidamente explotado por los
círculos militaristas austríacos para convertir la tensión política en
intervención militar. No se perdona ni siquiera a las víctimas del atentado,
alegándose que perecieron en un acto de provocación grosera de los sentimientos
nacionales serbios al visitar desafiadamente la
ciudad serbia de Sarajevo precisamente el día de la fiesta nacional serbia de
San Vito[2].
Que tal
apreciación es inexacta se colige del simple hecho, fácilmente verificable, de
los datos estadísticos yugoeslavos, de que Bosnia-Herzegovina y Sarajevo, su
capital, no son serbias por su composición étnica[3].
Sobre todo no lo es Sarajevo, con la gran mayoría de los croatas católicos y
musulmanes, quienes reaccionaron violentamente contra el atentado, según lo
atestiguan fuentes contemporáneas fidedignas. Tanto más reaccionaron por cuanto
al archiduque asesinado se le atribuían planes reformatorios que hubieran
satisfecho las demandas de la gran mayoría de la población de Bosnia.
En todo caso no
procede evocar aquí la fiesta nacional serbia. Si se habla de una provocación,
entonces el culto de Vidovdan (la fiesta de San Vito)
es un reto permanente a la población musulmana de Bosnia y Sarajevo. Trátase del mito nacional serbio que entraña la idea
revanchista por la derrota serbia en Kosovo en 1389 no sólo contra los turcos
sino contra los musulmanes aborígenes. Los serbios de Serbia ejecutaban esa
venganza a lo largo del siglo XIX, muy virulenta en vísperas del asesinato de
Sarajevo, durante las Guerras balcánicas (1912-1913).
La Cuestión de
Bosnia[4],
que debe ser considerada de un plano más amplio de la lucha por la herencia del
Imperio otomano en ocaso (la Cuestión de Oriente), aparece relativamente tarde.
Bosnia durante siglos formaba parte integrante del reino croata y
croata-húngaro, y por cierto período fue un reino independiente, suprimido en
1463 a raíz de la invasión turca.
En el vilayato
turco de Bosnia-Herzegovina las autoridades del Imperio otomano controlaban
fácilmente la situación incluso durante los alzamientos nacionales de los
pueblos balcánicos, debido a la presencia de una fuerte minoría islámica de la
población aborigen, leal a la Sublime Porta por motivos religiosos y políticos.
El problema de
esas provincias llegó a figurar en la agenda internacional recién en vísperas
del Congreso de Berlín (1878), precedido por las revueltas de la población
cristiana, promovidas entre los católicos por Austria-Hungría y por Serbia
entre los ortodoxos. Los representantes de las potencias europeas reunidos en
Berlín convinieron, a propuesta de Gran Bretaña, y con consentimiento de
Turquía (art. XXV del acuerdo de Berlín), que Austria-Hungría ocupase
Bosnia-Herzegovina y las administrara y que en el sandyacato
de Novi Pazar podría
instalar sus guarniciones militares. Con esta resolución y otros acuerdos las
potencias europeas trataron de establecer el equilibrio de fuerzas, quebrado
por la Paz de San Stefano (1878) forzada por Rusia a costa de Turquía, después
de haber sido derrotada en la guerra con Rusia (1877-78). Al adherirse a esa
solución el Reino de Serbia, reconocido después del Congreso de Berlín como un
reino independiente bajo la dinastía Obrenovic, la
Cuestión de Bosnia fue temporalmente excluida del orden del día de la política
internacional, de modo que las autoridades de ocupación pudieron abocarse a la
introducción de una administración y técnica modernas en las dos provincias
atrasadas. Aún más, en vista a la ayuda brindada a la sazón por Rusia a
Bulgaria, la Serbia de los Obrenovic consiguió una
especie de protección por parte de Austria-Hungría. Lo que no quiere decir que
los grupos nacionalistas serbios, ansiosos de crear un moderno imperio serbio,
se hubiesen resignado a tal estado de cosas. El cambio no tardó en producirse,
cuando tras la violenta destronización de los Obrenovic en 1903, al trono serbio ascendió la dinastía Karageorgevic como exponente del expansionismo ruso en los
Balcanes. Desde entonces Serbia formulaba abiertamente sus reinvindicaciones
de Bosnia y Herzegovina, provincias con presunta mayoría
étnica serbia y proclamadas de vital importancia para la subsistencia
del pueblo serbio.
Austria-Hungría
aprovechó la debilidad de Rusia, derrotada en la guerra ruso-nipona (1905) y
con el consentimiento del gobierno zarista proclamó la anexión de
Bosnia-Herzegovina (el día 7 de octubre de 1908), sancionando así formal y
legalmente el estado de cosas vigente. Bajo la presión rusa, el gobierno de
Serbia también tuvo que reconocer el hecho consumado, declarando el 31 de marzo
de 1909 que reconoce que el fait accompli de la anexión "no ha afectado a sus
derechos", que se comprometía... "a renunciar a su actitud de
protesta y oposición que había seguido respecto a la anexión" y "a
modificar el curso de su política con relación a Austria-Hungría y a vivir con
ella como buen vecino de aquí en adelante". Con todo, ni Rusia ni Serbia
dieron por definitiva la relación de fuerzas producida por anexión de Bosnia,
de modo que la grave crisis en lugar de solucionarse o ceder, se agudizó. Hasta
entonces Serbia subrayaba el carácter transitorio de la ocupación y la
posibilidad de que la situación cambiase a su favor por vía diplomática.
Consumada la anexión, la única manera de satisfacer las aspiraciones de Serbia
era la guerra de aniquilación contra Austria-Hungría, proclamada anacrónica por
su carácter de monarquía multinacional, basada en el derecho dinástico
histórico lo que sería un reto al espíritu de la nueva era que afirma el
principio nacional.
Por consiguiente,
el virulento nacionalismo serbio, al reclamar Bosnia y Herzegovina, hacía
hincapié en los derechos nacionales de Serbia a ese territorio, explotando
hábilmente las reales dificultades en determinar con exactitud la identidad
nacional de varias zonas balcánicas. La confusión ha sido aumentada por la
aplicación de las concepciones paneslavas a los eslavos meridionales. Allí
donde no se pudo de manera alguna justificar la reinvindicaciones
de Serbia invocando la presunta mayoría étnica serbia, se invocaban los
derechos nacionales de otros pueblos sureslavos.
Según la conveniencia, esos pueblos fueron identificados con los serbios como
parte de un pueblo sureslavo unitario, el cual
-argüían- siguiendo el ejemplo de la unificación nacional de Italia y Alemania,
aspira y lucha por la unión política con Serbia, que sería su Piamonte y su
Prusia en la lucha contra el opresor, imperio multinacional de los Habsburgo.
"La cuestión sureslava en el imperio de los
Habsburgo"[5],
combinada hábilmente con las reclamaciones serbias de Bosnia, no sólo en nombre
de los serbios, que en todos los censos constituyeron minoría en Bosnia y
Herzegovina, sino también en nombre de los católicos y musulmanes de esas
provincias, grupos religiosos leales a la Monarquía. Se pasó por alto el hecho
de que precisamente a raíz de las pretensiones serbias a Bosnia primero surgió
la desconfianza y luego la hostilidad abierta entre croatas y serbios, mientras
que durante el romanticismo europeo y el despertar de la conciencia nacional
bajo el signo de la lucha por el idioma nacional, croatas y serbios se
consideraron aliados naturales. Perteneciendo al mismo grupo linguistico eslavo se sentían solidarios,
no obstante las acentuadas diferencias en sus tradiciones culturales y
políticas.
Ya en vísperas y
durante la primera guerra mundial esa desconfianza de los croatas hacia los
serbios era muy arraigada, sobre todo entre las masas populares que se sentían
y sabían parte integrante de la cultura occidental. Los serbios, empero,
consiguieron encubrir al verdadero estado de cosas y explotando, por una parte,
el descontento de la mayor parte de la "inteligentsia"
croata, la clase dirigente de entonces, a causa de la situación política
imperante bajo el sistema dualista de Austria-Hungría, y por otra parte, las
ilusiones de ciertos croatas, impresionados por las victorias de Serbia en las
Guerras balcánicas, la propaganda hábil sobre presunta democracia serbia y la
posibilidad de una comunidad política entre Croacia y Serbia como naciones
libres e iguales.
Pese a
imprecisiones y oscuridades que envuelven la Cuestión de Bosnia y sureslava, incrementadas aún más dada la incapacidad de los
círculos oficiales de Viena y Budapest para afrontar los problemas nacionales conforme
a la realidad y las aspiraciones legítimas de la población directamente
interesada, la agresiva propaganda nacionalista serbia adquirió el cariz de la
lucha por los derechos de los pueblos pequeños contra un conglomerado
multinacional dinástico, que, en efecto, no supo cumplir, en los tiempos
modernos una misión análoga a la que cumplió durante largo período como dique a
la expansión otomana.
La monarquía
danubiana de los Habsburgo se constituyó a principios del siglo XVI con la
finalidad de detener las arremetidas turcas en la zona de la sociedad
accidental, con el apoyo de la Casa de Austria, cuyo jefe Carlos V fue
emperador romano-germánico y rey de España. Cuando los turcos osmanlíes,
asumiendo la herencia política de Bizancio y estableciendo en el ámbito
originario de la civilización bizantina la Pax
Ottomanica, en lugar de circunscribirse a su
papel histórico, se desgastaron en inútiles agresiones contra la Cristiandad
Occidental, la Rusia zarista, formada en este lapso, asumió la dirección del mundo
de la tradición bizantina.
Guiada por la
idea de la Tercera Roma, Rusia propendía conscientemente a expandirse,
amenazando, entre otros, a los pueblos danubianos, blanco durante siglos de los
ataques turcos. En la moderna época nacional la Monarquía danubiana podría
cumplir una nueva misión histórica de defensa de los valores occidentales en la
zona expuesta de Europa Centro-oriental, pero únicamente con la condición de
reestructurarse en una comunidad de naciones libres en lugar de aferrarse al
principio del derecho histórico y de la legitimidad dinástica. En cambio, Viena
y aún más Budapest trataron de suprimir, para mantener su predominio, los
movimientos nacionales de los pueblos rezagados por el predominio de los
austríacos y magiares.
En Austria, país
del habla alemana se vigorizaba la lealtad hacia Alemania unida, y los húngaros
concebían su mitad de la monarquía como su Estado nacional, si bien constituían
apenas la mitad de la población involucrada.
Serbia,
respaldada por Rusia, a su vez una monarquía plurinacional de carácter imperial
que no respetaba las libertades políticas ni nacionales de sus súbditos, esa
Serbia que en todo imitaba el gran modelo ruso, consiguió mistificar a la
opinión pública occidental. A causa de la confusión creada en torno a la
cuestión sureslava, presentada como un problema de
liberación y unión de los croatas, serbios y eslovenos, oprimidos
nacionalmente, las ambiciones desmesuradas de Serbia adquirieron el cariz de la
lucha por un nuevo, moderno y más justo status geográfico y político en el
sureste europeo en una época en que el principio nacional invalidaba y
desvirtuaba la legitimidad dinástica. Caída la Rusia zarista, y cuando el
presidente Wilson afirmó el derecho de la autodeterminación nacional como uno
de los objetivos de las potencias vencedoras, semejante argumentación y la
evolución en los frentes de batalla desfavorable para Austria-Hungría conducían
directamente al desmembramiento de la Monarquía danubiana.
Tanto más cuanto
que durante la crisis provocada por el asesinato de Sarajevo, no sólo los
gobiernos de París y Londres, sino los órganos influyentes de la opinión
pública de las naciones neutrales, aceptaron la tesis ruso-serbia que el famoso
punto 6 del llamado ultimátum austríaco a Serbia era incompatible con la
dignidad nacional e intereses del Reino de Serbia[6].
Argumentando que
las reinvidicaciones de Serbia a costa de
Austria-Hungría se fundan en el principio nacional y en el derecho de no ingerencia en los asuntos internos de los países soberanos,
muchos aprobaron la actitud de Serbia. Así, en forma indirecta, se tomó buena
nota de los conspiradores, organizadores y autores del atentado de Sarajevo y
se llegó a sostener que se trataba de un asunto interno de Austria-Hungría, por
cuanto los autores fueron, en efecto, sus súbditos. De esa manera el carácter
del atentado de Sarajevo fue reducido a un deplorable incidente, aunque el
mundo civilizado presentía que ese crimen formaba parte de un plan premeditado
del terrorismo político serbio y que los gobiernos de la Entente únicamente por
motivos de oportunismo político -la ley suprema en la hora de los choques
bélicos- aceptaron la tesis, por ser la más cómoda, de que el atentado fue obra
de jóvenes fanáticos revolucionarios, exclusivamente responsables de su acto[7].
La opinión culta internacional se limitó a repudiar los métodos, mas no los motivos de los atentadores
de Sarajevo.
No se tomaron en
consideración los acontecimientos relacionados con el cruel asesinato del
último Obrenovic y de su esposa Draga Masin[8].
Y que subsistían sospechas justificadas de que detrás del atentado de Sarajevo
estaban los mismos regicidas que, al asesinar a Alejandro Obrenovic,
entronizaron en Serbia a la dinastía rival de Karageorgeric
con el objeto de convertir a Serbia en el principal exponente de la Rusia
zarista en los Balcanes. Por otra parte, esos mismos círculos militares serbios
cometieron, poco antes del atentado de Sarajevo, excesos contra la población
macedonia y albanesa en las regiones conquistadas por Serbia en las Guerras
balcánicas (1912-13). Sobre esos actos terroristas, consumados en territorio
nacional ajeno y organizados of icialmente; actos que
por su crueldad superaron todo lo que se imputaba al imperio turco en
decadencia, se constituyó una comisión internacional especial[9]. Pocos años antes fracasó el atentado contra Nicolás I,
rey de Montenegro, que era suegro de Pedro I, rey de Serbia, y abuelo de
Alejandro, con el propósito de anexar Montenegro a Serbia (L'Affaire
de Cetinje).
Ni terminada la
primera guerra mundial con la plena satisfacción de las ambiciones de los ultra
nacionalistas serbios, es decir con la desintegración de Austria-Hungría y la
anexión a Serbia de Croacia, Eslovenia, Montenegro y Voivodina, las potencias
victoriosas estimaron oportuno examinar si los cargos contra Serbia en relación
con el atentado de Sarajevo fueron fundados.
La tesis oficial
sobre la culpabilidad de la guerra de las Potencias Centrales implicaba la
absolución de Serbia. Tampoco creían apropiado ahondar "la cuestión sureslava", aun, cuando era evidente que Serbia
abusaba de la ayuda y protección de las democracias occidentales, las que, tras
la revolución bolchevique, asumieron el papel de la Rusia zarista como
protectora del Reino de Serbia. Los vencedores se ilusionaban de que el nuevo Estado-el Reino de los serbios, croatas y
eslovenos, proclamado en 1929 por decreto del rey dictador Alejandro Reino de
Yugoeslavia, vale decir de los pueblos sureslavos- se
constituiría en la piedra angular del nuevo sistema de seguridad. Por ello, los
"artífices de la paz de 1919" prestaron oído sordo a las
recriminaciones y protestas de los que afirmaban que el nuevo Estado no
significaba la unión de un pueblo supuestamente unitario, sino la creación de
un conglomerado multinacional con todos los defectos de Austria-Hungría pero
sin su eficiente administración y justicia, un Estado dominado por Serbia, que
recurre a métodos antidemocráticos, inclusive a la represión cruel y al
terrorismo político contra pueblos enteros y minorías nacionales nutridas,
violando el principio nacional y el derecho democrático de autodeterminación.
En ese clima,
cargado de conflictos entre los ex aliados y con la aparición de regímenes totalitarios,
ni siquiera en los círculos científicos tuvieron eco adecuado ciertas
extralimitaciones esporádicas de políticos serbios, quienes, eufóricos por la
derrota y la desintegración de Austria-Hungría y las exagerados beneficios
conseguidos, no ocultaban la participación de los funcionarios de Belgrado en
el atentado de Sarajevo y en las acciones subversivas contra la Monarquía
danubiana, hechos que fueron desmentidos violentamente en vísperas de la
guerra, motivo del rechazo de Belgrado del ultimátum austríaco.
Tampoco se
tomaron en cuenta los datos publicados por los dirigentes bolcheviques, recién
terminada la guerra, sobre la política belicista de la Rusia zarista.
De modo similar
obraron después de la segunda guerra mundial los nuevos dirigentes de
Yugoeslavia cuando, imitando a su modelo soviético, publicaron el material
comprometedor para los círculos monárquicos serbios, sus predecesores en el
gobierno. Entre otras cosas, hicieron en 1953 la revisión del proceso de
Salónica de 1917, esclareciendo uno de los más oscuros capítulos de la por sí
tenebrosa historia de la dinastía serbia de los Karageorgevic,
gran aprovechador del atentado contra el último Obrenovic
y de la primera guerra mundial. Dicho proceso fue incoado con el fin de
ejecutar el asesinato legal[10]
contra el coronel Dragutin Apis-Dimitrijevic
y otros oficiales por oponerse estos a las ambiciones autocráticas de los
gobernantes de Serbia y de modo especial del príncipe Regente, luego rey de
Yugoeslavia Alejandro I. Trátase de las mismas
personas que tramaron el atentado contra el último Obrenovic
y que entronizaron al rey Pedro I Karageorgevic,
padre de Alejandro, para luego ocuparse de actividades subversivas contra
Austria-Hungía, incluyendo el atentado de Sarajevo.
La acusación
decía que los inculpados atentaron contra la vida del Regente con el propósito
de mantener su influencia. En efecto, Alejandro había conseguido congraciarse
en buena parte con los atentadores de 1903, agrupados
en una especie de logia militar, llamada "La mano blanca". Los demás,
capitaneados por el acusado principal Dimitrijevic-Apis,
formaron la logia "La unión o la muerte", denominada "La mano
negra". Estos últimos opinaban que no había terminado su misión con la
liquidación de los Obrenovic, incriminados de austrofilia, y proseguieron con
sus acciones, recurriendo incluso a los métodos terroristas para realizar el
programa de la Gran Serbia, luchando y conspirando a la vez contra Bulgaria,
Turquía, Austria-Hungría y el mismo Montenegro. En las Guerras balcánicas
(1912-13) Serbia conquistó y anexó zonas habitadas por macedonios,
denominándolas Serbia Meridional y la región de Kosovo en gran parte poblada
por los albaneses, denominándola "Vieja Serbia". Había en Belgrado
políticos que, tras las conquistas en las guerras balcánicas, opinaban que
sería arriesgado aventurarse en nuevas conquistas hasta tanto no se consolidase
la situación en las zonas anexadas que aseguraron al Reino de Serbia una
importante posición estratégica en la línea Danubio-Morava-Vardar-el
Egeo, y cortando a Austria la vía discutida hacia Constantinopla y Salónica a
través de Novi Pazar y
Macedonia turca. Sin embargo, la agitación nacionalista sobre el presunto
derecho de Serbia a Bosnia-Herzegovina recrudeció tanto a raíz de las renovadas
aspiraciones rusas para apoderarse de Constantinopla y de los Estrechos, que
incluso hoy muchos serbios consideran que sería un acto de alta traición a la
patria renunciar a dichas provincias. No les importa el hecho de que en el
curso de la historia Bosnia-Herzegovina nunca fueron parte de Serbia, y que
tampoco hoy día los serbios constituyen allí la mayoría de la población.
Alejandro, de
hecho, compartía las pretensiones de la logia "La unión o la muerte"
a Bosnia y Herzegovina que, después de la anexión de 1908, pudieron concretarse
únicamente mediante la guerra. Luego veremos que el Regente participó
personalmente en los preparativos del atentado de Sarajevo y que el proceso de
Salónica fue montado también por razones de política exterior cuando en 1917,
se vislumbraron serias posibilidades de concertar una paz por separado con
Austria-Hungría. Por ello, el Regente y el gobierno radical de Nicolás Pasic se apresuraron a declinar la responsabilidad por el
atentado de Sarajevo y otras actividades subversivas, derivándolas
exclusivamente al grupo "La mano negra".
Los dirigentes
comunistas yugoeslavos, sostenedores de la herencia política de los Karageorgevic, de modo análogo como los bolcheviques lo son
de los Romanov, procuran rehabilitar a "La mano
negra", interpretando sus acciones subversivas, dirigidas contra
Austria-Hungría, como obra de auténticos revolucionarios, precursores en cierto
sentido de los comunistas. No sólo prosiguieron con el culto de los atentadores de Sarajevo, sino que se identifican con el
expansionismo Rusia y Serbia de entonces en dirección al oeste que después de
la segunda guerra mundial plantaron su dominio sobre Europa Centro-oriental.
Procede que al
examinar las causas de la primera guerra mundial no podemos limitarnos a la
tesis serbia respecto a la Cuestión de Bosnia. Por lo tanto, los croatas, como
hijos de un pueblo del sureste europeo, interiorizados de la compleja realidad
de esa zona, que a veces escapa a los observadores extranjeros por desconocer
el idioma, consideramos util señalar y esclarecer
algunos puntos oscuros y ambiguos de la cuestión de Bosnia. Y en tanto más, en
cuanto a raíz del crimen de Sarajevo se desató "la guerra de los Treinta
años" de nuestro siglo y que falta por establecer la paz verdadera. Es
necesario señalar que la solución de la cuestión bosníaca y sureslava,
favorable a las reinvindicaciones panserbias,
influyó en el negativo proceso posterior en la Europa Centro-oriental, donde
empezó la segunda conflagración mundial.
Ese análisis de
las causas de la evolución desfavorable en la importante zona de Europa
Centro-oriental no reviste sólo un interés académico, sino que es de
importancia vital tanto para la población interesada como para el resto del
mundo, pues incide en gran medida en la relación de fuerzas opuestas en el
convulsionado mundo actual. Estudiando esos fenómenos estableceremos que los
problemas que se remontan a los orígenes de la primera guerra mundial siguen
estando latentes. Ese análisis no tiene nada que ver con las discusiones acerca
de la culpabilidad de esa conflagración.
Esas discusiones
y disquisiciones resultan infructuosas y hasta nocivas en la medida en que son
inspiradas por rivalidades nacionalistas. En la época de la reconciliación
europea deben olvidarse en el interés del mundo libre en general y de la
sociedad occidental en particular. Lamentablemente, no podemos decir lo mismo
respecto a las rivalidades de la Europa central y oriental, víctima de agresión
comunista, donde en forma cambiada subsisten las mismas fuerzas dinámicas que
condujeron al atentado de Sarajevo. El asesinato del archiduque Francisco
Fernando fue sólo un eslabón en la larga cadena de acciones y reacciones entrelazadas,
expresadas frecuentemente en las formas virulentas del terrorismo balcánico.
Así la prensa vinculó con razón el atentado de Sarajevo con el atentado contra
el líder democrático croata Esteban Radic, perpetrado
14 años más tarde en el recinto del parlamento de Belgrado. Seis años después
le tocó el turno en Marsella al rey dictador Alejandro Karageorgevic,
muy metido en los sucesos que empezaron con el asesinato del último Obrenovic, en "l'affaire de Cetinje", en el atentado de Sarajevo, el proceso de
Salónica, en el crimen consumado en el parlamento de Belgrado.
El mismo espíritu presidió al golpe militar serbio en Belgrado del
27/3/1941, lanzando a los pueblos de Yugoeslavia al torbellino de la segunda
guerra mundial y a las guerrillas antagónicas y crueles. Esta catástrofe fue
desatada por los nacionalistas serbios (chetniks) de Draza Mihailovic, quienes
trataron de solucionar el problema bosníaco mediante matanzas en masa de
musulmanes y la guerra de exterminio frente a la reaparición del millenario Estado croata. El resultado definitivo fue la
puesta del desbocado nacionalismo serbio al servicio de la expansión comunista.
Trátase, pues, de una cadena de los sucesos
relacionados con la crisis que hace 50 años a la primera guerra mundial y que
constituye el tema de nuestro estudio. Es menester señalar dichos problemas y
auspiciar que la Cuestión de Bosnia, problema central del entredicho
yugoeslavo, sea considerada como uno de los aspectos importantes de la tensión
internacional, degenerada en un conflicto de proporciones imprevistas y que
aún, en su fondo, subsiste.
[1] Raymond
Aron, Paz y guerra entre las Naciones, ed. "Revista de Occidente",
Madrid, 1963, p. 356.
[2] Con
motivo del cincuentenario del atentado de Sarajevo, Jean Ratinaud
expresa esa opinión en el artículo publicado el 25/6/1964 en Les Nouvelles Littéraires de
París y titulado "Une grenade fait sauter l'Europe-L'Atentat
de Sarajevo, heure par heure":
"En
las calles que conducen al ayuntamiento de Sarajevo, donde primero ha de llegar
el cortejo oficial, hay numeroso público...
Y entre
tanta gente algunos jóvenes encolerizados: el archiduque acaba de provocar a
los bosníacos que son serbios -todo el mundo lo sabe-, serbios anexados después
de 1908 al Imperio de Austria-Hungría, serbios arrebatados a la madre patria. Y
las maniobras que ese archiduque vino a presidir fueron, por supuesto,
dirigidas contra sus hermanos allende la frontera. Esos jóvenes encolerizados
quieren matar..."
Ratinaud luego subraya que el atentado fue tramado por influyentes
círculos serbios, apoyados presumiblemente por el príncipe heredero Alejandro.
[3] Recién en una edición oficialista en castellano, la
Revista "Publicación mensual yugoeslava", VII-VIII, 1965, que en
Belgrado edita la editorial "Borba"
(principal diario comunista yugoeslavo) bajo la dirección de un miembro del
gobierno, Moma Markovic, en un artículo titulado
Calidoscopio yugoeslavo al enumerar cinco nacionalidades de Yugoeslavia
-serbios, croatas, eslovenos, macedonios y montenegrinos- que viven en cinco
repúblicas socialistas homónimas, respecto a la sexta república socialista
Bosnia y Herzegovina, se dice: "Los habitantes de Bosnia-Herzegovina son,
en mayoría, croatas".
[4] De hecho
se trata de la Cuestión de Bosnia y Herzegovina, pero suele hablarse sólo de
Bosnia, de modo que nos atendremos a esa terminología, sobreentendiéndose que
nos referimos a ambas provincias.
[5] Así se
llama un libro un tanto tendencioso del experto inglés R. W. Seton Watson sobre la situación imperante en el sureste de
Austria-Hungría en vísperas de la primera guerra mundial. Dicha obra fue
publicada primero en inglés y luego en traducción alemana en Berlín, en 1913,
con el título Die Sudslawische Frage
im Habsburger Reich.
[6] Sir
Edward Grey expresó ese criterio en su carta del 23/7/1914 al sir M. de Bunsen,
embajador británico en Viena.
[7] Cuatro
días después del atentado contra el presidente Kennedy, la agencia noticiosa United Press, desmintiendo los
rumores según los cuales detrás de Oswald se
ocultaban ciertos intereses políticos, corroboró su punto de vista señalando
que también el atentado de Sarajevo fue obra de un solo hombre. Ese enfoque
erróneo del atentado de Sarajevo por parte de United Press, que tiene a su disposición todas las fuentes de
información, demuestra cuán profundo era el impacto de la propaganda que nos
ocupa. "Ellos -dice United Press-
olvidan que el asesinato más famoso en la Europa moderna fue obra de un solo
hombre, perpetrado en 1914 por Gavrilo Princip, sin intención de ponerse a la cabeza de un gobierno.
Princip mató al archiduque Francisco Fernando,
desatando la primera guerra mundial porque no quería a los austríacos ni
húngaros" (Buenos Aires Herald del
26/11/1964).
[8] Con
motivo de este atentado el escritor francés Louis André escribió: "... El horrible
atentado del 11 de junio (1903) puso a Serbia fuera de las naciones
civilizadas..." (Les Etats Chrétiens des Balkans, p.
174). Inglaterra no quiso tener más relaciones con este pueblo salvaje y
sanguinario, "llamando a su representante de Belgrado..." Lansdowne, a la sazón ministro de asuntos exteriores de
Gran Bretaña, declaró en la Cámara de los Lores: "... Creo que el
salvajismo, del que nos ocupamos, no tiene paralelo ni en la historia de los
Estados que no pretenden figurar en el mundo civilizado" (The Times, 20/4/1903). The
Daily Telegraph
(15/4/1903) a su vez comentó: "Si Europa reconoce el gobierno de asesinos
y bandidos que se eligió Serbia, significará a la vez su complicidad en el
crimen... El rey Pedro no debe esperar ser considerado igual a otras cabezas
coronadas de Europa..." En efecto, las dinastías europeas eludían vínculos
directos con los Karageorgevic incluso durante la
primera guerra mundial, a pesar de observar Inglaterra y otros aliados una
actitud de consideración para con Serbia.
[9] Report of the International Commission to Inquire into Causes
and Conduct of the Balcan War, Washington.
1914.
[10] Término
ese del más destacado intelectual serbio, jefe del gobierno yugoeslavo
monárquico en el exilio (1942-43). Ver la sección "Documentos".