Rusia y Europa

Anton Knezevic, Münster, Westfalia

Studia Croatica, Volúmen 7-8, 1962

Ya en el siglo pasado Pobedonoscev, entonces procurador general del Santo Sínodo ruso, constató la antítesis Rusia-Europa: "Rusia y Europa -recalcó- se comportaban entre sí como el día y la noche, como la luz y la oscuridad."

Rusia era para Pobedonoscev un orden social; Europa, una anarquía. Es curioso que al enfoque de este ruso se adhirió también el filósofo alemán Oswald Spengler, quien sostuvo que no hay un contraste tan grande como el que se da entre Rusia y Occidente.

Esta antítesis, sumada a los interrogantes: ¿pertenece Rusia al Occidente? ¿Los rusos son europeos u ocupan un lugar especial entre Asia y Europa? ¿Son los rusos advenedizos en la cultura occidental o la avanzada de una cultura en eclosión?, constituyen desde el siglo pasado el tema principal de los pensadores rusos.

Occidente prestó su atención a esta temática sólo después que el gran imperio del Este fue sovietizado, agudizándola recién al término de la segunda guerra mundial, cuando la Rusia Soviética pretendió ser el país destinado a un nuevo orden social y a una nueva cultura, esforzándose por imponerlos al mundo entero.

El punto de partida para esclarecer esta problemática tan compleja estriba en la posición que asumamos respecto a la influencia cultural de Europa sobre Rusia -por un lado- y del juicio de los rusos sobre el valor de su propia cultura en comparación con la occidental, por el otro.

I. Los pensadores rusos pro y contra Occidente

En primer lugar cabe examinar la opinión de aquellos rusos que niegan la cultura e historia propias de su país. Aquí, entre otros, hemos de nombrar ante todo al pensador Chadajev y al conocido escritor Chernishovski, pues ambos opinaban ya en el siglo pasado que esta supuesta falta de la cultura, así como el atraso general, ofrecían la posibilidad de salvación de su patria. Otro grupo de los pensadores rusos sostenía que Rusia llegó a ser una nación civilizada recién desde los tiempos de Pedro el Grande (1672-1725). Para el conocido filósofo ruso Vladimiro Soloviev, las reformas del emperador eran tan sólo una adhesión exterior al Occidente, sólo el primer caso, la Rusia secularizada presenta -para él- idéntico espectáculo que la decadencia de la Europa secularizada. La esencia de la decadencia moral de Europa y de Rusia consistía, y en esto coinciden Soloviev y Dostoievski, en el ateísmo y en el alejamiento de Dios en general. El juicio de Soloviev en cuanto a Europa era: la humanidad envejeció y Europa perecerá por causas internas y externas (peligro amarillo).

El grupo netamente antioccidentalista -llamado eslaváfilo- combatido por los prooccidentalistas (zapádniki) que bregaban por la integración cultural con Europa poniendo en duda la madurez cultural de Rusia, creía en la misión mundial de su país, haciendo resaltar el ordenamiento social específico de Rusia. Los eslavófilos atacaban a Pedro el Grande, presentado en una difundida leyenda popular como el Anticristo; censuraban sus reformas y la cultura occidental, oponiéndoles el espíritu y la cultura rusos. En base a su valoración negativa de la influencia cultural europea sobre Rusia, los eslavófilos hacían resaltar la autocracia la ortodoxia y la nacionalidad, es decir, un zar, una religión y un pueblo como bases de una verdadera política rusa, tanto estatal, nacional y cultural como eclesiástica. Estas bases están hoy día de nuevo en resalte, con la diferencia de que hoy, el lugar de Dios y el zar lo ocupan el Estado y su Partido, mientras que la llamada cultura tradicional vernácula, como asimismo la Ortodoxia con su representante el Patriarca de Moscú, siguen desempeñando al lado del marxismo un papel importante.

II. Apartamiento de Europa

El criterio de los rusos discrepa frente al dilema: ¿aceptación o rechazo de la cultura europea? No debe olvidarse que la influencia europea sobre Rusia ha sido, en efecto, desde siempre muy grande y, en ciertos aspectos, hasta fatal.

Hasta la dominación de los tártaros, Rusia, por su forma de vida, se acercaba más a la Europa occidental que al Imperio bizantino. La consecuencia de la influencia bizantina, ejercida más, tarde con la cristianización del pueblo ruso, no llegó a excluir a la antigua Rusia de la comunidad de las naciones europeas. Por el contrario, Rusia fue admitida en la vida espiritual de esa comunidad. En los siglos XI y XII la primera dinastía rusa se vinculó con lazos matrimoniales con la casa real francesa y con varias familias principescas alemanas, lo que trajo aparejada una influencia esencial sobre Rusia.

Recién en el siglo XIII, cuando el yugo de los tártaros rompió los lazos que unían a Rusia con Occidente, tomó la vida rusa, bajo la presión de los conquistadores asiáticos, formas extrañas al Occidente. Con razón puede sostenerse que el carácter y, en general, toda la vida de los rusos hasta el año 1917, han sido determinados por estos tres factores: 1) el ya mencionado yugo de los tártaros (1237-1480); 2) la servidumbre del campesinado (1586-1861), y 3) el gobierno autocrático de los zares hasta el año 1917.

Rusia, en la perspectiva histórica, se atrasó siglos, a causa de la dominación tártara, en su normal evolución. Fue violentamente separada de Europa. Recién Pedro el Grande miró hacia ella. No cabe duda alguna de que Rusia, particularmente el alma rusa y el carácter nacional, se hubieran desarrollado diferentemente sin el despotismo de los tártaros.

Un suceso trascendental en la historia del alma rusa lo constituyó la invasión germánica del siglo XIII. Entonces los suecos, dinamarqueses y alemanes invadieron por el Mar Báltico las tierras rusas, fundaron Riga y Reval y llegaron hasta Novgorod. Lamentablemente, esto era la respuesta a las súplicas que los rusos dirigieron al Occidente cristiano pidiendo auxilio contra el asalto de los tártaros.

Esta fue la primera experiencia rusa en el contacto directo con los europeos occidentales. La aversión contra el Occidente echó ya entonces sus raíces. De estas luchas en el Báltico entre los rusos y los pueblos germánicos surgió el enfrentamiento histórico. Pero la fuerte influencia asiática empezó recién a fines del siglo XVI y del XVII (que perdura hasta hoy), cuando Rusia mantenía relaciones muy activas con Persia, India y China. Fue entonces cuando más se alejó de los pueblos occidentales.

Para la formación ulterior del espíritu y el carácter nacional rusos era decisivo el establecimiento de la servidumbre, que empezó cien años después de haber terminado el dominio tártaro, pues en 1586 el campesino ruso quedó adscripto a la gleba. Hasta entonces, con todos los atropellos, el campesino tenía la posibilidad de cambiar de residencia. Ahora se convirtió en propiedad del terrateniente, explotado al antojo del propietario. El señor tenía el derecho de azotarlo, venderlo y prohibir su casamiento.

Huelga recalcar aquí que la servidumbre desmoralizaba de manera siniestra tanto a los siervos como a sus amos.

Recién en 1861, el zar Alejandro II abolió con su Ukaz (decreto) la servidumbre. Hasta ese año había en Rusia 23 millones de siervos. La Iglesia, inclusive monasterios, disponía de un millón de siervos.

III. Europeización de Rusia

El impacto de las influencias occidentales en Rusia bajo Pedro el Grande y sus sucesores debe considerarse como un acontecimiento histórico de primerísima importancia, comparable con la influencia de la cultura clásica latina en los países germánicos durante la Edad Media, especialmente en Alemania.

En Rusia, Pedro el Grande impuso por decreto las conquistas de la civilización occidental. Las viejas costumbres y las formas culturales fueron derogadas e introducidas nuevas, como por ejemplo el árbol de Navidad, costumbre de origen alemán. El zar arrancaba con sus propias manos luengas barbas patriarcales de sus cortesanos. Ordenó que todos sus súbditos, salvo sacerdotes y campesinos, deberían afeitarse la barba y vestirse a la moda europea. Es menester destacar que poco: antes de esa orden el cortarse la barba significaba incurrir en riesgo de excomunión.

Cuando el zar Pedro quiso extender sus innovaciones a las barbas de los viejos creyentes (raskólniki) rusos, muchos de ellos eligieron la muerte. Algunos se quemaron vivos al obligárseles a santiguarse con dos en lugar de tres dedos. Los campesinos no comprendieron el significado de los nuevos valores culturales introducidos por las clases superiores: quedaron desorientados y aturdidos.

Pedro fue llamado el "primer alemán, ruso" tomó a Prusia como modelo. Desencadenó la primera revolución europeizante, decidido a hacer de Rusia la segunda Prusia. De un país difícilmente accesible, aparentemente con más rasgos asiáticos que europeos, llegó a hacer un poderoso imperio, estructurado a la manera occidental.

Pero el zar revolucionario no consiguió hacer de Rusia un moderno Estado europeo, puesto que no abordó el problema fundamental: la servidumbre.

Bajo el fuerte influjo del Occidente estaba también Alejandro I (1777-1825), quien soñaba con un sistema internacional que asegurara a Europa una paz perdurable. También su sucesor, Nicolás I, trató de sostener, por todos los medios la política europea de Alejandro I, pero, al hacerlo, desempeñó -sin quererlo- el papel de un comisario de policía en Europa. Gracias a su intervención fue aplastada la revolución húngara en 1848. Aproximadamente 100 años después -en el otoño de 1956-, el poder militar ruso-soviético aplastó nuevamente la rebelión del pueblo húngaro. Nicolás I era el tipo de un oficial prusiano y gobernaba su imperio estrictamente según el calco prusiano[1]. El famoso anarquista Bakunin calificó a la Rusia de entonces "el imperio germano bajo el knut". Efectivamente, bajo Nicolás I, regía la consigna: Rusia debe ser una buena Prusia, una Prusia idealizada.

Los alemanes del Báltico y de otras regiones ejercían en el siglo pasado una influencia descomunal, a tal punto que el general ruso Yermolov, héroe del año 1812 y virrey del Cáucaso, dijo una vez que pedirá al zar "lo promoviera al alemán".

En general, puede decirse que las clases cultas en esa época eran muy permeables a las ideas políticas francesas. En cambio, los funcionarios públicos preferían imitar los métodos alemanes y, propensos a exagerar, hicieron de Rusia la patria de la burocracia.

Precisamente en este importante terreno de las ideas políticas y de las formas estatales chocó la influencia francesa con la alemana discordante, es decir, con la influencia de la Prusia de Federico el Grande.

En efecto, eran el influjo francés y el alemán dos corrientes de las más fuertes y contradictorias. La compenetración con el nuevo espíritu accidental hizo que muchos prominentes rusos dudasen del valor de la cultura vernácula de Rusia. Así el poeta Puskin se quejaba: "¡Al diablo! ¿Por qué yo, con el talento y espíritu que tengo tuve que nacer precisamente en Rusia?"

Bajo Alejandro III (1845-94) se aflojaron los vínculos con Occidente, para ahondarse y fortalecerse bajo el último zar Nicolás II. Nunca antes un ruso culto se había sentido tan naturalmente europeo, miembro de una nación que ocupaba su lugar natural entre los demás pueblos de Europa.

Tampoco las inquietudes por la paz en Europa eran extrañas al último zar. A su sugestión se debe la convocación de la primera Conferencia de La Haya el 18 de mayo de 1899, cuyo resultado fue la formación de la Corte Internacional que ya contenía en germen a la Sociedad de las Naciones.

Por infortunio precisamente bajo este último Romanov, Rusia retrocedió a la Edad Media bizantina. Sobre todo, la corte imperial se hundió en la superstición, el misticismo y la corrupción.

Para concluir podría decirse: Rusia se desarrolló por sí misma a semejanza de los pueblos occidentales. Más tarde, la cristianización echó bases iguales capaces de desarrollar en Rusia ideas e instituciones similares a las del Bizancio y del Occidente, Lo mismo cabe decir de la posterior europeización y del influjo occidental.

IV. El impacto destructivo de las ideas europeas occidentales

El proceso de europeización de Rusia no se operó en forma súbita y de golpe, pero con todo llegó sin preparación previa, pues la Iglesia rusa, que ejercía la dirección espiritual del pueblo, no poseía su propia teología.

En Constantinopla, en Roma y hasta en Alemania e Inglaterra hubo una filosofía y una teología. La escolástica preparaba a los cristianos occidentales durante siglos para el pensamiento científico y crítico. En Occidente tuvo lugar el gran movimiento espiritual del Renacimiento y del Humanismo. La nueva filosofía y la ciencia tuvieron, por otra parte, el camino despejado por la Reforma y la gradual evolución del protestantismo. Los grandes pensadores como Voltaire, Kant, Hegel y otros constituyeron en Europa un eslabón orgánico de la revolución, mientras que en Rusia ellos significaban una revolución radical del espíritu. La Rusia ortodoxa, espiritualmente estancada, fue presa fácil, primero del racionalismo francés, antieclesiástico y antirreligioso. Voltaire, Rousseau y otros fueron secretamente difundidos en la misma corte imperial y en la alta sociedad. Por ejemplo, las obras de Voltaire fueron impresas en una imprenta sita en una aldea. Pero el volterianismo era sólo una enseñanza inofensiva sin comparación con el veneno que fue Kant para los rusos.

Como se ha dicho antes, a la influencia francesa se sumó la alemana: La cultura en general, la ciencia y la filosofía alemanas penetran en Rusia ya durante la época de Pedro el Grande, pero en mayor escala bajo el reinado de Alejandro I y mucho más en tiempos de Nicolás I.

Especialmente Hegel y la izquierda radical hegeliana ejercieron influencia radical sobre los espíritus de la "intelligentsia" rusa. Fueron los filósofos europeos y en primer término Kant por cuyo intermedio la nueva Europa despertó a los rusos de su somnolencia ortodoxa y de su letargo dogmático. Dicho en el sentido figurativo, Pedro el Grande abrió las ventanas de Rusia hacia Europa; después Voltaire introdujo por ellas el aire europeo y, finalmente, Kant y la filosofía alemana sacudieron en sus fundamentos el claustro ruso y el zarismo absolutista.

Para las relaciones en la Rusia de entonces es muy significativa la descripción que hizo un ruso culto de su encuentro con la obra de Büchner Fuerza y materia: "Pero mira, un buen día nos llegó como una verdadera bomba el libro de Büchner en una traducción litográfica. Todos han leído esta obra con gran entusiasmo y en todos han desaparecido de golpe los restos de la creencia tradicional... "

Osvaldo Spengler caracterizó con acierto La situación espiritual de Rusia del siglo pasado, cuando dijo: "Arriba estaba la intelligentsia con los problemas y conflictos leídos y abajo los campesinos desarraigados con toda su miseria y primitivismo... La sociedad fue impregnada con espíritu occidentalista y el pueblo llevaba consigo el alma del país".

Rusia tenía dos rostros. Por su aristocracia parecía un país culto, pero sin una genuina vida interior. El pueblo, por otro lado, permaneció bárbaro, atrasado y esclavizado por las clases superiores.

Frente a semejante situación era natural que las ideas europeas, que La vida espiritual europea, las que el gobierno prohibía y reprimía, surtiesen impacto revolucionario. Así, verbigracia, el zar Nicolás I prohibió el estudio de la filosofía en las universidades rusas. Promulgó un ukase prohibiendo se enseñase en las escuelas rusas los descubrimientos de Copérnico y de Newton, pues contradecían a la doctrina de la ortodoxia.

Pero, precisamente, los frutos prohibidos de la civilización del Occidente fueron recogidos con mayor avidez. La filosofía y la ciencia, las artes y las técnicas en Rusia se transformaron en armas revolucionarias. La literatura era un vehículo social y político, pero al mismo tiempo un índice de los desterrados, los presidiarios y los exilados, pues los adeptos a los filósofos y científicos occidentales, por ejemplo los partidarios de Darwin, fueron encarcelados o desterrados a Siberia (Chernishevski), mientras que en Inglaterra a este pensador se le dio sepultura en la abadía de Westminster.

Ahora, imaginémonos con toda claridad la situación: el comunismo internacional de un Karl Marx tenía que desbarajustar y reemplazar la economía agraria medieval de la Rusia césaropapista.

En las "Confesiones" de L. N. Tolstoi se puede observar como un ruso volvió la revolución interna, cuando se enteró, por ejemplo, de la gran novedad que presuntamente Dios no existe. Esta novedad, la enseñanza de la inexistencia de Dios, ha sido predicada en Europa durante varios siglos, y la visión medieval del mundo como la organización teocéntrica se iba transformando paulatinamente, paso a paso. No obstante, la misma Europa ni estuvo ni podía estar siempre y en su totalidad preparada para esta novedad.

Y ahora imaginémonos a Rusia trasladándonos al mundo espiritual de un ruso educado por su Iglesia. De sopetón, cual un rayo caído del cielo sereno, oye este ruso creyente el mensaje de los pensadores occidentales. ¿Cómo habría obrado tal doctrina atea en un país donde la Iglesia y sus monjes fueron hasta entonces la autoridad intelectual suprema, por todos reconocida y donde el Estado era la mano derecha e izquierda de esta autoridad? La Iglesia rusa, cuyas bases son greco-bizantinas, que para el poder de Rusia era más que el catolicismo para Francia o España, o el protestantismo para Alemania, era el pueblo, el imperio ruso, en una palabra la Iglesia era Rusia.

La Iglesia rusa y la ortodoxia, en su papel histórico de heredera del bizantinismo, eran estacionarias mucho más que la Iglesia romana. La Iglesia y la religión en Rusia son por principio reaccionarias. Se detuvieron, en grandes líneas, en las enseñanzas y las prácticas tal cual las fijaron ya en el siglo III los grandes dogmáticos greco-alejandrinos.

Los griegos estuvieron desde muy temprano expuestos a las influencias asiáticas; en la época en que el cristianismo empezó a desarrollarse, la influencia del Asia religiosa no se circunscribía solo al Antiguo y el Nuevo Testamento. En la medida en que Bizancio se separaba política y culturalmente del Occidente, convirtiéndose en un oasis de la civilización a causa del asalto de los pueblos bárbaros de Asia y Europa oriental y más tarde especialmente de los musulmanes, su estancamiento religioso y cultural se volvió autosuficiente.

Los rusos recibieron, es cierto, del Bizancio la religión ya formada, - pero no el helenismo, o sólo de vez en cuando se notaba su presencia en la teología. El idioma griego no tuvo en Rusia, el papel del latín en Occidente, Además, en Rusia no hubo el humanismo ni el Renacimiento como tampoco el progreso de la ciencia, de la filosofía autónoma y sobre todo no hubo en Rusia la Reforma, ni protestante, ni católica.

Los rusos no estaban menos aislados que los bizantinos, y por esta razón acataban, igual que éstos, las tradiciones religioso-eclesiásticas. En la época de la preponderancia de Kiev existió cierta comunidad cultural con el Occidente, pero pronto fue perturbada. Rusia quedó aislada del Oeste y muy pronto del Este, lo que explica su estancamiento cultural y religioso. Por otro lado, la constante defensa del Estado contra numerosos y hostiles vecinos tuvo que contribuir al desarrollo unilateral preponderantemente estatal y militar.

V. La Iglesia rusa y el zarismo

La Iglesia rusa a menudo reconocía y utilizaba al Estado como su auxiliador y protector. Lo mismo pasaba, como una necesidad nacional en Bizancio, como consecuencia de los ataques contra el Imperio bizantino procedentes de Asia y Europa. A causa de este aislamiento estatal y nacional, la Iglesia no pudo desarrollarse en el sentido universal como la Iglesia occidental.

En el Oeste europeo el Imperio romano se derrumbó mil años antes que en el Este bizantino. Al cabo de varios siglos, el Imperio occidental fue en cierta medida restaurado por el pasado a su vez vigorizado y organizado como un Estado propio según el modelo oriental.

También en Rusia la Iglesia se tornó más nacional que la Iglesia occidental de carácter internacional, debido sobre todo a su lucha contra los musulmanes, el Occidente católico y más tarde el protestante.

La característica tanto de Bizancio como de Moscú era de que, a diferencia con el Occidente, no tuvieron a un San Agustín, un Gregorio VII, un Santo Tomás y sus secuaces, un Bonifacio VIII en cuanto a la valorización de la Iglesia frente al estado. El Medievo ruso no tenía a un San Bernardo, la Divina Comedia, las catedrales, y tenía que pasarse sin los grandes teólogos, místicos y meritorias órdenes monásticas, Ni Bizancio ni Moscú han alumbrado a los monarcómanos, quienes defenderían el derecho a matar al tirano. Los teólogos, defensores de la primacía de la Iglesia, que consideraban al poder temporal y a los gobernantes como inferiores, incluso como moralmente sin valor, promovieron los principios democráticos de la soberanía popular, sosteniendo a la vez el derecho de eliminar al tirano. Según estas doctrinas, el pueblo tenía derecho a elegir a su gobernante, a destituirlo y a castigarlo. Ni en Bizancio, ni en Moscú encontramos algo parecido. Ni siquiera hubo allí la lucha de los Patriarcas con el Emperador, lucha que se podría comparar con las de los Papas en Occidente. Es cierto que también en Bizancio y en Moscú hubo defensores de la primacía de la Iglesia, del Sacerdocio sobre el Estado y el poder temporal, pero este antagonismo nunca llegó a ser lo mismo que la condena del príncipe en el sentido de un Gregorio VII. Los déspotas y los gobernantes criminales como Iván el Terrible no eran destituidos. Los boyardos lucharon centra él, mas sólo en salvaguarda de sus derechos de casta, sin cuestionar su derecho a gobernar. De modo que, tanto en Moscú como en Bizancio, el emperador fue reconocido como cabeza de la Iglesia. La Iglesia reconocía el autocratismo del zar como una institución santa, y en compensación, la Iglesia fue protegida con los medios de que disponía este absolutismo santificado.

El emperador no se atrevía a promulgar nuevos dogmas, pues esto según la concepción oriental, fueron definidos una vez por siempre. Se comprende ahora por qué la gran mayoría de los pensadores rusos combatió al cristianismo, Se comprende por qué, por ejemplo, Bielinski, vinculó la idea de Dios con el knut. De ahí también la explicación del nihilismo ruso, ateísta y materialista. El nihilismo como respuesta a la traición del cristianismo a su propio ser, como síntoma de la desesperación por esta traición, surgió en la misma forma en Rusia como en Europa, con la variante de que por el hecho de estar el ortodoxismo ruso muy íntimamente ligado al zarismo, el carácter político del nihilismo ruso era fuertemente acentuado.

Es característico que los líderes del nihilismo ruso Dobroliubov y Chernishevski eran, igual que Nietzsche, hijos de popes o fueron seminaristas.

La Iglesia misma ha exigido al zar protección contra toda innovación, y a su vez prestó al autócrata su ayuda contra todo intento reformista. La Iglesia ortodoxa rusa nunca levantó la voz de protesta contra la servidumbre, el terror zarista, la censura y otras medidas e instituciones reaccionarias, sino que llegó a defenderlas a través de los siglos. La Iglesia oficial fue servidora o auxiliadora del zarismo, siendo hoy un instrumento dócil del régimen soviético. En contraste con el papado nunca aspiró a la supremacía del poder espiritual sobre el temporal.

VI. Los movimientos subversivos, consecuencia de una súbita europeización

La consecuencia de la repentina Ilustración en Rusia era la revolución espiritual y política contra el sistema vigente, La negación, el pesimismo el nihilismo eran ahora las consecuencias naturales de esta transición directa de la ortodoxia al ateísmo, el materialismo y el positivismo, dado que los rusos, gracias a su predisposición al radicalismo, llevaron al extremo esas ideologías. Al ruso le falta totalmente el sentido de evolución, de continuidad de cultura y, en cambio, tiene sentido muy desarrollado para las crisis. Prefiere ocasos a transiciones.

El europeo, por ejemplo, el alemán, se ha acostumbrado durante siglos a confiar en sí mismo; el europeo pasó por el Renacimiento, el Humanismo, la Reforma, Contrarreforma y la Ilustración. El alemán fue llevado a Feuerbach sucesivamente mediante muchas transiciones, lo que explica por qué, por ejemplo, Stirner, Nietzsche o Schopenhauer no causaron en Occidente tales estragos como en Rusia. El alemán o el francés conocieron a otros pensadores y se acostumbraron a otros argumentos pro y contra. El ruso abrazó a los pensadores occidentales modernos como la única y máxima autoridad. La consecuencia fue el rechazo de todo el pasado, lo que tuvo que conducir, en última instancia, a la revolución social y política.

Esta lucha de la filosofía contra la teología y la autocracia en Rusia requirió sus víctimas. Demostró ante todo esa insuficiencia característica que se origina siempre cuando entra en contacto una civilización antigua con otra más joven. Esta insuficiencia es equivalente de un proceso general de descomposición con todos los efectos concomitantes. Los rusos se consolaban de esta insuficiencia arguyendo que no necesitaban emplear sus energías en las experimentaciones y búsquedas ni malgastar sus fuerzas inventivas en tareas difíciles. Por eso Byelinski opinaba que en Rusia muchas veces se hacía en cinco años lo que en Occidente en cincuenta. El desarrollo que en Europa tardó tantos siglos, el coloso ruso lo realizó en igual número de décadas. La secuela de este rápido, incluso precipitado, logro se evidencia en una peligrosa insuficiencia que, desde luego, no se manifiesta necesariamente en todas las esferas. No se debe olvidar que la revolución del año 1917 fue obra de gente semiculta.

En el siglo pasado el hombre de Rusia despertó de su ortodoxia mística, y Merezkoviski dijo con acierto: "Hemos dormido durante 800" años y en el siglo entre el zar Pedro y Puskin nos despertamos. En las décadas entre Puskin y Tolstoi vivimos tres siglos. Precisamente por estas razones Rusia es joven, pues los siglos anteriores a Pedro el Grande no cuentan." El comienzo de la organización política de Rusia se remonta al año 882; pero la participación rusa en el desarrollo cultural no empezó antes del siglo XIX. Dostoievski expresó la verdad al decir: "Nosotros, los rusos, somos un pueblo joven; nosotros recién ahora empezamos a vivir, aunque hemos vivido ya 1.000 años."

Analizando las obras de ciertos escritores rusos podemos notar bien este súbito salta sobre los siglos. Así podemos considerar a Dostoievski como un contemporáneo espiritual de Shakespeare, a la vez que de Dickens o Baudelaire. A su vez podemos considerar la obra de Puskin como un resumen de la Europa medieval y moderna. Tenemos que imaginarnos vívidamente cómo un ruso, acostumbrado a la pasiva aceptación de la revelación cristiana, se enfrentó de golpe y porrazo con los resultados del pensamiento progresista europeo, Hasta entonces vivió de una manera objetivista, creyendo en la autoridad máxima de la Iglesia y del Estado. De repente, debe confiar en sí mismo y en sus ínsitas fuerzas espirituales. Kant y sus secuaces vienen a decirle: "El contenido de la ciencia, de la filosofía y de la religión es el fruto de la actividad de su intelecto y no de la Revelación; no Dios, sino el hombre es el creador de toda la vida de la sociedad humana."

Esta crisis la padeció y todavía hoy la padece Rusia. La crisis originada por la importación de los bienes culturales europeos es comparable al proceso de desintegración y de descomposición por el que atraviesan hoy en día los pueblos de Asia y Africa en contacto con la civilización occidental.

La Rusia, todavía medieval, fue incorporada en forma directa al proceso evolutivo europeo de los siglos XVIII y subsiguientes. A este influjo desintegrador de la Europa occidental quisieron los eslavófilos oponer, en el siglo pasado, el espíritu ruso y la cultura vernácula rusa, abogando por un alejamiento casi total de Europa. En este sentido se declaró Dostoievski en 1860 cuando escribió: "La primera condición para que resurja nuestro sentimiento nacional es odiar a Petersburgo con todas las fuerzas y toda el alma." De esta prédica -apartar todo lo que es de origen europeo, y Petersburgo como símbolo visible de la Rusia moderna- se desprende el odio contra Occidente, un odio francamente apocalíptico que se volcaba -observó Spengler- contra Europa. Spengler veía en el incendio de Moscú, con que los rusos pensaban impedir la conquista napoleónica, una grandiosa acción simbólica de un pueblo primitivo, el odio, de hecho, de los Macabeos contra todo lo que procede de un credo diferente, contra todo lo extranjero.

Pero ninguna capital de las que conquistó Napoleón le dio semejante recepción como Moscú. Los rusos incendiaron a su antigua capital y se fueron. Hay que tener presente que para ningún otro pueblo su capital significa lo que Moscú para los rusos. Napoleón se percató en el acto de que asistía al acontecimiento más extraordinario con que un europeo jamás pudo enfrentarse; con la erupción satánica del sentimiento de un mundo tan extrañamente formado. Nunca más pudo Napoleón librarse de este escalofrío.

VII. El ruso y el europeo

a) El ruso y los bienes terrenales

Por cierto, en ninguna parte se renuncia tan fácilmente a los bienes terrenales, en ninguna parte la falta de ellos se perdona tan prestamente ni lo perdido se olvida y sobrelleva para siempre como en Rusia. El ruso goza de los bienes materiales siempre y cuando se le ofrezcan, pero no se sentirá herido en el fondo de su ser si debe sacrificarlos o si carece de ellos.

En cambio ¡cuán difícilmente soporta un europeo las pérdidas materiales! Resulta significativo que los rusos tengan una noción menos rígida de la propiedad privada que los europeos, y que no tengan fijado el límite entre lo mío y lo tuyo en forma tan precisa como los europeos. Entre los europeos, el pobre nunca mira sin envidia a un rico, mientras que entre los rusos, el rico mira al pobre con vergüenza. Posee un sentimiento muy profundo de lo que es la riqueza, que se posesiona de nosotros en lugar de poseerla nosotros.

Si cae en desgracia, un europeo se desesperará más fácilmente, pero también se recobrará más pronto. Al europeo le place el mundo. Se instala en él como en su casa y se aferra a los bienes materiales. Es realista. Por el contrario al ruso no le importa mucho el mundo. No está apegado a nada y a nadie. No retiene nada de modo firme y duradero. Al ruso le excita más la perspectiva de los cataclismos que el cuidado del tradicionalismo.

b) La falta de mesura

La disposición espiritual fundamental de los rusos no es la proporción, sino la tendencia al extremismo, a lo último. En el ruso los sentimientos se entrechocan. La alternación de los extremos torna el carácter ruso un tanto caprichoso. El carácter del pueblo ruso ha sido formado no sólo por la larga historia de servidumbre y despotismo, sino también por los bosques sombríos, por el suelo inclemente, el clima rudo y especialmente por la inactividad forzosa durante largos inviernos.

En Rusia todo es ilimitado y desmedido. La gente no tiene medida ni meta, no sabe limitarse tanto en lo bueno como en lo malo. No puede guardar medida en cosa alguna. La posibilidad de tensión del alma rusa es enormemente grande. La amplitud de la naturaleza del hombre ruso suele compararse con la extensión de su tierra.

El ruso es o creyente ferviente o ateo recalcitrante; adepto apasionado del Occidente o antieuropeo furibundo. Cambiar las convicciones personales significa para los rusos el cambio total de la vida. Tolstoi dijo una vez: "Si entre nosotros alguien se convierta al catolicismo, se hará indefectiblemente jesuita. Si uno abraza el ateísmo, pedirá en forma terminante e imperiosa se arranque de cuajo la fe en Dios a fuego y acero, si fuere necesario."

Lo que en Occidente fue sólo una hipótesis, en Rusia se trocó en dogma, y toda otra suposición se consideraba como herejía. Los rusos se sienten cautivados por una gran idea como si fueran propiamente aplastados por ella. En tal caso les falta la fuerza de adaptarla en debida forma, y entonces creen en ella hasta el fanatismo. Siempre andan por los extremos, son nihilistas o apocalípticos; lo disgregan todo: a ellos mismos y a los demás.

c) Propensión a los extremos

A los rusos les define la tendencia a precipitarse hacia el polo opuesto. Sin este rasgo innato el bolchevismo no hubiera sido posible, por cuanto constituye en todos los problemas esenciales el polo opuesto a todo lo que hasta entonces era sagrado para los rusos. Un ruso está siempre en la búsqueda de lo opuesto, de lo contradictorio. Berdiaev, ex filósofo marxista, se convirtió en filósofo profundamente cristiano; Bulgakov, ex economista socialista se ordenó sacerdote ortodoxo; Leontiev -el Nietzsche ruso- que fuera un hedonista convencido, tomó el hábito de monje de la Iglesia oriental. Al hombre ruso le place abandonarse hasta la indolencia; en realidad, trátase del desarreglo rayano en la anarquía. Si lo fundamental del carácter del pueblo ruso es la sabiduría, la bondad, la alegría vital y la paciencia, no lo es menos la indolencia y la falta de energía. La falta de oposición, una humildad netamente pasiva, oriental, fatalista, la sumisión al zar como a los actuales gobernantes, constituyen rasgos inconfundibles de su carácter.

Cuando Iván el Terrible se retiró al monasterio, el pueblo le imploró para que volviera al trono. El mismo Máximo Gorki recalcó que el pueblo se arrodilla de noche ante su Dios y de día pisa despiadadamente sobre los cuerpos de sus semejantes. El ruso es el pueblo más obediente cuando se lo gobierna con severidad, pero es incapaz de gobernarse a sí mismo. Apenas se le sueltan las riendas, cae en la anarquía.

d) Crueldad

El ruso cambia de estado de ánimo súbitamente y sin motivo aparente, pasando de un extremo al otro. Así por ejemplo, en los cantos y bailes rusos es frecuente la brusca transición de la alegría a la melancolía.

Iván IV mataba durante el día, y al anochecer golpeaba hasta sangrar con su cabeza contra el piso de su capilla en signo de arrepentimiento. Sin parpadear hizo matar a 60.000 ciudadanos de Nizni Novgorod que pactaron con los lituanos. Ordenó en 1571 se ejecutara en la Plaza Roja de Moscú a más de 3.000 rebeldes nobles. Mientras las cabezas de estos aristócratas colgaban en la Plaza Roja en Moscú, Iván el Terrible, hizo oficiar la misa por las almas de sus víctimas.

Stalin, a su vez, ordenó en 1937 la liquidación de más de 5.000 oficiales, encabezados por el mariscal Tujachevski.

Para ser imparciales, tenemos que decir que en la época de Iván el Terrible se cometían atrocidades también fuera de Rusia. Así en 1572, bajo la regencia de Catalina de Medici, fue organizada en Francia la "noche de San Bartolomé", como boda de sangre de su hija. A su vez, Felipe II hizo quemar a los condenados por la Inquisición.

Pedro el Grande, el más progresista de los zares de Rusia, también figura en la lista de las crueldades cometidas por los gobernantes: pegó a su amiga María Danilova Hamilton por haberse expresado desfavorablemente sobre el dudoso origen de su futura esposa, luego emperatriz Catalina I. Más tarde la hizo decapitar públicamente como supuesta infanticida. Asistió a su ejecución explicando a los presentes, cual un anatomista moderno las venas de la cabeza de la víctima, y por fin besó los labios de la amiga decapitada.

Máximo Gorki opina que en el pueblo ruso es dable constatar la inclinación a una clase especial de atrocidades y durezas, que permiten verificar los límites del sufrimiento humano, de la resistencia y de la capacidad humana de resistencia a los suplicios.

Resulta discutible si la crueldad rusa puede explicarse como consecuencia de la esclavitud secular. El trato cruel que los rusos tuvieron que soportar durante 1000 años contribuyó sin duda al embrutecimiento de su carácter. Si este fue ya desde sus orígenes feroz y salvaje, hoy es difícil dejar de serlo. De todos modos, no cabe hablar del ruso bonachón como si esto fuera una de sus cualidades originarias. Calor y frío excesivos llevan al hombre a los extremos. Al igual que el calor y el frío, el desenfreno y la continencia. A los desenfrenos sin el menor sentido de medida siguen de repente el arrepentimiento y la penitencia. Después de cometer atrocidades, los rusos sienten casi siempre la necesidad del arrepentimiento público. Las confesiones de culpa y las autocríticas no son secuelas tan sólo de la educación soviética, pues la historia rusa nos proporciona al respecto ejemplos numerosos.

e) La mentira y el alcoholismo

Turgeniev opina que la mentira es uno de los vicios más grandes del pueblo ruso. A su parecer, el ruso es el pueblo más mentiroso del mundo, y, por otro lado, nada aprecian ni aman tanto como la verdad.

Michelet está en esto de acuerdo con Turgeniev, pues asevera que los rusos son muchachos bonachones, pero carecen en absoluto del sentido de la rectitud y la moral. Michelet concluye: Dado que Rusia en su esencia es la mentira, su política exterior y sus armas contra Europa deben ser necesariamente mentira.

La misma opinión la comparte también Bakunin al decir: El gobierno ruso miente en todo. Esto es su fuerza, su vida, el secreto de su existencia. La mentira se trocó en sistema.

Para Legras, la razón fundamental de la insinceridad, además del sistema de servidumbre, ha de buscarse en la inmensa extensión del país que dificulta las pruebas. A esto cabe agregar el bajo nivel de educación. La mentira es el arma natural de los niños, de los desheredados y de los subyugados.

No convendría omitir la siguiente observación: si los rusos aseveran o sienten hoy que en su país hay cierta libertad, eso es cierto en comparación con su pasado, y, por lo tanto, no mienten. Nunca en la historia conoció el pueblo ruso la verdadera libertad, sea bajo los soberanos de la dinastía Rurik, sea bajo la dominación tártara, ni más tarde bajo los Romanov.

El gobierno actual reemplazó el dominio de los zares; en lugar del zar vino otro autócrata, que concedió ciertos derechos a los campesinos y obreros, haciendo de todos, sin excepción, esclavos del Estado. En realidad, existe desde siempre la misma esclavitud para todas las clases, para todas las capas sociales.

Un hombre ruso no puede concebir la libertad en el sentido europeo occidental, ni establecer parangones con respecto a la libertad como la hace el europeo o americano, puesto que los rusos jamás gozaron de plena libertad.

Además de los vicios de toda laya, el alcoholismo también es generalizado. El régimen zarista trató este vicio entre los estudiantes con cierta complacencia, ya que la ebriedad los alejaba de los pensamientos revolucionarios. El ruso bebe no sólo para entrar en calor y animarse, sino también para olvidar la monotonía sombría de todos los días. El gobierno soviético tuvo que tomar medidas contra la beodez pese a los ingresos que devengan las tasas del monopolio estatal del alcohol.

f) Falta de sentido para el orden y el tiempo

Por su naturaleza el ruso es optimista. Este optimismo y la valorización pesimista de la cultura, que también caracteriza al ruso, no se excluyen, pues son dos aspectos de la misma constitución psíquica. La predisposición psíquica predominante del hombre occidental es la angustia primaria. El europeo es pesimista metafísico en tanto que suele con formarse con la realidad empírica; vive el mundo como un caos, al que sólo el hombre confiere sentido y justificación. Siempre lo atormenta La angustia de que el mundo va a salir de sus carriles tan pronto quite de él su mano ordenadora. El orden es el sentido de la vida occidental.

El europeo y el americano buscan el orden en sí mismos en la forma de autodisciplina y del dominio de la razón sobre los instintos lo buscan también en torno en la forma del ordenamiento político y del dominio de la autoridad sobre el ciudadano. Lo que al ruso diferencia más del Occidente es su deficiente sentido de una necesidad interior que lo impele a buscar la forma en todos los ámbitos de la vida. El hombre occidental parece a menudo a los rusos como si en lugar del alma tuviera un reloj en perfecto funcionamiento. Por esto la superorganización, el anquilosamiento psíquico, el asfixiamiento de la vida regimentada por normas constituyen el peligro para el hombre occidental. La anarquía social, la histeria psíquica y la extralimitación de la vida, por encima de todo lo normativo, acechan, a su vez, al hombre ruso.

Los rusos y los accidentales tienen un sentido del tiempo totalmente distinto: Tiempo es dinero, reza un proverbio alemán y anglosajón. Los turcos dicen: Toda prisa proviene del mal. Y el proverbio ruso expresa: En seguida, vale decir, dentro de una hora. La puntualidad no es, seguramente, una virtud rusa, y un buen ruso dice: Gracias a Dios, ¡no somos alemanes!

El ruso tiene tiempo de sobra. Esta falta en la valorización del tiempo implica la falta del sentido de medida. Si el hombre no tiene medida alguna tampoco la tiene para el tiempo, lo que acaso esté en relación con la vasta extensión geográfica de Rusia. El ruso nunca experimenta el sentido desgarrador de haber omitido algo o que debe realizar determinado trabajo diario.

Un proverbio alemán reza: Lo que puedes hacer por la mañana no lo dejes para la noche. Eso es el pesimismo del tiempo. Un ruso como un inglés piensan lo contrario: Lo que no debes hacer por la mañana, déjalo; tal vez se haga por sí.

g) Vanidad y envidia del hombre occidental

No pocas veces el hombre occidental, en la opinión del ruso, se halla dominado por la vanidad y la envidia. La vanidad occidental constituiría la herencia romana. Con ella los occidentales se vincularon directamente con el culto latino del engreimiento, con la civilización de actores y poseurs. Si no pueden exhibir alguna cualidad personal o éxito logrado, entonces se dan gran aire invocando su origen, su profesión, la ubicación de su casa, su partido político, sus amistades, sus viajes y aventuras; si lo hacen ante extranjeros, entonces se vanaglorian de su nación y sus prohombres, Lo más grato les resulta ser envidiados, y lo más penoso ser compadecidos, pues la envidia del vecino demuestra su pobreza, mientras que la compasión del vecino evidencia la orfandad del compadecido. De ahí que la vida pública y social europea esté teñida de simulación.

Es interesante notar que los rusos están ligados entre sí, en su fuero interno, con vínculos misteriosos. Apenas conocidos, se hacen enseguida amigos. Después de una hora parece como si se hubiesen conocidos toda la vida. En Europa, especialmente en los países germánicos, ocurre todo lo contrario: aquí pueden conocerse toda la vida, pero muy raramente sucede que uno abra su corazón de par en par a su amigo.

***

Hoy en día, el bolchevismo está en trance de cambiar a fondo el carácter nacional ruso. El bolchevismo hace al ruso un hombre realista que sólo admite su conocimiento exacto. En la clasificación de las dotes espirituales, la capacidad técnica ocupa actualmente el lugar más alto. El arte está rezagado, la filosofía y la religión descuidadas. El artista tiene que crear sólo a pedido y con fines prefijados. Cumple con los encargos sociales asignados. La convicción absoluta del bolchevismo es que no puede existir la literatura comunista sin la misión social.

Por supuesto, los bolcheviques quieren no sólo imitar, sino sobrepasar al Occidente materialista, tecnicista y agnóstico. Bujarin lo expresó con toda claridad cuando dijo: "Nosotros necesitamos el marxismo y el americanismo. La vida individual que separaría al hombre del proceso colectivo de producción debe suprimirse para ceder lugar al hombre-máquina colectivista: la tradición de espíritu contemplativo que precedió al bolchevismo debe superarse mediante el americanismo. Un par de botas, al fin de cuentas, son más importantes, sostuvo Bujarin, que toda la obra de Shakespeare".

Los últimos éxitos obtenidos en la producción de cohetes e investigación del espacio lo prueban fehacientemente.

Lo que en Rusia se está llevando a la práctica son, de hecho, los principios occidentales, pero la manera cómo se les aplica, es rusa. De ahí el orgullo nacional por haberlos aplicado de este modo y por primera vez. En realidad, las ideas que estaban en el origen de la revolución rusa son todas, sin excepción, tomadas al Occidente. Rusia recogió ávidamente las modernas ideas europeas y las llevó a la Unión Soviética, a causa de la desmesura rusa, hasta sus últimas consecuencias.

En su desarrollo integral, el bolchevismo no es simplemente un marxismo realizado no importa donde, sino un acontecimiento que pudo desarrollarse en tal forma únicamente en el suelo ruso. Por eso, no se lo puede entender partiendo de las tesis de la doctrina marxista, sino principalmente de lo hondo del ser ruso.

Si Rusia alguna vez rompa esa unión íntima con su pasado y renuncia definitivamente a sus pensadores, poetas y artistas de antes, entonces podría convertirse en una América, pero una Norteamérica que tendríamos que imaginar sin libertad, sin unión con Europa y sin la continuidad con la civilización occidental y la anglosajona, porque en el nuevo Imperio del Este nada significan Europa y el cristianismo, que son para los bolcheviques baratijas ridículas. Los valores del Occidente no son para ellos otra cosa sino papel moneda fuera de la circulación.

Como lo dijo Tocqueville, Rusia tiene en común con los Estados Unidos de América el haber inaugurado un nuevo ciclo de la historia mundial, en el que los papeles de la Europa Occidental y de China cobra importancia decisiva correlativa a su fuerza.

 



[1] Suplicio del látigo en Rusia. Knut, látigo formado de correas terminadas en bolitas de metal.