Krizanic – Strossmayer – Mandic

Tres insignes apóstoles de la reunión de los cristianos disidentes eslavos

 

Bonifacio Perovic, Buenos Aires

 

Studia Croatica volumen 6, año 1962

 

Hemos de señalar, ante todo, que el presente trabajo no se refiere a los intentos unionistas en las tierras croatas, sino a los tres insignes "operarios en la viña de la unión" -Krizanic, Strossmayer y Mandic-, quienes por su genio, actividad y celo abarcaron a todas las Iglesias eslavas separadas. Tampoco es aceptable condicionar la reconciliación, es decir, una obra eminentemente espiritual, al destino temporal de dichos pueblos, a saber, con consideraciones político-nacionales y con la unidad de la civilización. Por añadidura, el movimiento de la solidaridad de los pueblos eslavos en lo político debe considerarse dirimido hoy día por no haber podido resistir la prueba del tiempo, el rigor científico, y por no tener arraigo en el sentimiento de los respectivos pueblos. Quienes siguen propugnándolo son los aprovechadores políticos, mientras que la forma brutal en que se implantó últimamente como el paneslavismo rojo, lo desacreditó definitivamente.

Nuestro tema, pues, tiende a poner de relieve a los tres más destacados precursores y apóstoles de la unión de las Iglesias eslavas separadas, quienes, a pesar de algunos errores de estimación, fueron hombres de elevado espíritu, de un incansable fervor apostólico, de un optimismo que asombra y de una vasta visual que sobrepasa los límites de su patria, comprendiendo en sus afanes a todos los eslavos y ansiando verlos reunidos en "unum ovile" con "unus Pastor".

Dos de ellos fueron insignes representantes del movimiento eslavo; Krizanic es considerado precursor del paneslavismo, mientras que Strossmayer actuó durante el romanticismo europeo cuando el movimiento de la solidaridad eslava estaba en su apogeo. Por tal motivo, la obra sobresaliente de ambos es actualmente muy discutida entre los croatas, aunque en su favor podemos aducir que no pudieron tener los conocimientos científicos ni las experiencias de que disponen las nuevas generaciones. Además, cabe destacar que, a diferencia de los demás eslavófilos, quienes en última línea perseguían objetivos nacionales y políticos, los propósitos de los tres precursores croatas tomaron inspiración en el optimismo intrínsecamente ecuménico, que nunca dejó de confiar en el retorno de los hermanos separados. Si los dos primeros creyeron poder afianzar el retorno sirviéndose también de la afinidad eslava, es decir, de los recursos del orden temporal, el siervo de Dios, P. Leopoldo Mandic, impulsado por el mismo fervor y el optimismo católico, emprendió el camino directo de la gracia sobrenatural sin otras consideraciones.

El tema abordado vuélvese actual en momentos en que el anuncio del II Concilio Vaticano viene a suscitar un vivo interés y un vasta movimiento en la búsqueda de la unión cristiana.

Nuestros tres precursores tienen bien merecido el interés que se le presta hoy día, por haber mantenido encendida entre los eslavos la antorcha del anhelo "ut omnes unum sint", obrando en distintos siglos: Jorge Krizanic en el siglo XVII, José Jorge Strossmayer en el siglo XIX, y el siervo de Dios P. Leopoldo Mandic en el siglo XX.

Jorge Krizanic

Jorge Krizanic[1], nacido en Ribnik, cerca de Karlovac, Croacia, en 1618, descendía de una antigua familia de la nobleza castrense. Hizo sus estudios en Viena, Bolonia y Roma, donde fue alumno del Colegio de San Atanasio, dependiente de la Sacra Congregación "De Propaganda Fide". Ya de estudiante se entusiasmaba por la reunión de las Iglesias, y por eso en 1640 se traslada de Bolonia a Roma, a fin de poder dedicarse con más ahínco a los problemas inherentes a la unión, lo que desde este momento viene a ser el ideal de su vida. Graduado que fue, escribió un tratado titulado "Bibliotheca Schismaticorum", que se conserva en la biblioteca de Santa María Sopra Minerva, en Roma, según lo afirma H. Iswolsky[2] y evidencia la extraordinaria erudición del joven sacerdote.

El problema de la reunión, Krizanic no lo enfocará tan sólo desde punto de vista misionero, sino también lingüístico, político, socioeconómico y, sobre todo, cultural.

Sus trabajos en Roma lo revelan como un asiduo estudioso de los problemas lingüísticos croatas que más tarde ampliará y se ocupará de la filología eslava. El primer fruto de sus estudios lingüísticos fue una gramática croata que envió a su obispo en Zagreb, y que luego fue perdida. A su obispo remitió también una carta sobre la unión de los "Vlahi" (es decir, "valacos", el término croata de entonces para los ortodoxos). Pero conviviendo en Roma con los uniatos ucranianos, su fervor misionero se extiende con el tiempo a todos los eslavos separados, y de modo especial a los rusos, por ser más numerosos y poderosos.

Ordenado sacerdote según el rito latino y no oriental, como lo deseaba, volvió a Zagreb, y allí permaneció poco tiempo como docente y cura párroco. Su mente estaba ocupada y su corazón atraído por Rusia. Había leído todo lo concerniente a Rusia: narraciones de famosos viajeros, informes, cartas, "quaestiones disputatae" sobre las controversias teológicas. En Viena y Roma se puso en contacto con todos los emisarios, viajeros y visitantes, procurando informarse detenidamente acerca de Rusia, de modo que se enteró de cuanto ocurría en Moscú, tanto en lo atinente a la religión como a la vida social, política y económica.

Su enfoque original del problema de reunión consistía en la convicción de que los rusos, a pesar del alejamiento, habían conservado la fe intacta, de modo que no se imponía la evangelización, sino tan sólo la reunión con la Iglesia universal, a la que los vinculaban muchos lazos comunes. La separación de la Iglesia rusa la atribuía a las contingencias históricas y al desconocimiento del auténtico contenido del conflicto. Krizanic sostenía la importancia del rito oriental y del uso de la lengua eslava en la liturgia, oponiéndose a todo intento de latinización. Dos siglos más tarde defenderá la misma tesis el filósofo ruso y apóstol de la unión, Vladimiro Soloviev.

En un informe enviado a la Sagrada Congregación de la Propagación de Fe en 1641, el joven sacerdote croata desarrolló sus ideas y planes pidiendo permiso para trasladarse a Rusia. Deja por sentado en su informe que los rusos no son herejes, sino tan sólo separados por ignorancia, por lo que es menester iluminarlos, educarlos, iniciarlos en la cultura de la Europa occidental para mejorar así sus condiciones sociales, económicas y políticas. La Congregación estudió atentamente el informe de Krizanic, apreció su erudita investigación, pero no contestó su pedido de viajar a Moscú.

Krizanic, en un amplio pero fantástico plan, preveía la posibilidad de que Rusia agrupara y aunara a todos los pueblos eslavos, y que una vez reunida con la Iglesia universal, se identificase con el mundo occidental. En ello se revela el precursor del paneslavismo, pero occidentalista, que como tal seguirá hasta el fin de su vida, a pesar de tantos sinsabores, incomprensiones y ordalías que experimentaría en la Rusia de sus ensueños. Fue un hombre de vastos conocimientos enciclopédicos, valiente, incansable, de temperamento ardiente, pero terco, fantasista e impaciente. Reiteró su pedido, quejándose de la incomprensión, e insistió en que se le permitiese realizar sus planes fantásticos.

Fervoroso que fue, emprendió su primer viaje sin esperar el debido permiso. Llegado a Smolensk, en Rusia, púsose en contacto con los uniatos y empezó con todo entusiasmo a perfeccionar sus conocimientos del idioma ruso. Poco después, al detenerse en Polonia, volvió a Viena para emprender un nuevo viaje con la embajada austríaca, disfrazado de oficial, agregado a la misión que iba vía Constantinopla, lo que le dio oportunidad de conocer en la misma fuente la organización de la Iglesia griega.

Al parecer, fueron muy escasos los resultados de su primera visita a Rusia. Tuvo algunos contactos con los criptocatólicos y, según parece; con el mismo Fedor Rtischev, mayordomo del zar Alexis y con el Patriarca ruso. Adquirió, con muchas dificultades y pagándola, muy caramente, una publicación del patriarcado ruso, destinada a combatir las influencias católicas protestantes en Rusia, lo que le ayudó mucho a conocer los prejuicios de Iglesia rusa con respecto al catolicismo.

En 1652 lo encontramos de nuevo en Roma, en el Colegio Ilírico (croata). La Congregación lo miraba con enfado por considerar su viaje a Rusia como acto de desobediencia. No obstante, sus informes fueron examinados detenidamente, y después de cinco as, tan penosos para su impaciencia, se le consintió oficialmente retornar a Rusia, lo que hizo en 1657.

Contrariedades y desengaños de toda clase no le faltaron. Fue enviado a Galicia, dependiente de un obispo latino, severo y rígido, que no lo dejaba dedicarse a sus investigaciones. Sus protestas terminaron con su encarcelamiento. Busca refugio en el castillo de un noble uniato, y después de dos meses se fue a Rusia, pasando por Ucrania, entonces en guerra civil entre los partidarios de Rusia y Polonia, Krizanic, rusófilo convencido, escribía una proclama en favor del zar Alexis. Llegado a Moscú en noviembre de 1659, presentose ante el zar bajo el falso nombre de Jorge Bilisa, haciéndose pasar por hijo de un mercader de Bihac (Bosnia), disimulando así el verdadero propósito de su viaje. Ofreció al zar sus conocimientos lingüísticos, obligándose a compilar una historia rusa, un diccionario y una gramática, además de defender con sus escritos la causa de Rusia contra los polacos.

De ese modo Krizanic consiguió el cargo de bibliotecario en la corte imperial. A la sazón, el "Raskol" (cisma) devastaba a Rusia. Como en el conflicto de los cosacos ucranianos, Krizanic púsose decididamente de parte de la unidad. Su posición de bibliotecario, si bien humilde, le encantaba. Creía haber llegado al puesto en que podrá desarrollar su programa. Pero, después de un año, por un "glupo slovo" (una palabra imprudente), como él mismo dice, que lo descubrió como sacerdote católico disfrazado, fue desterrado a Tobolsk, Siberia. Se trataba de una denuncia de alguien en quien se había confiado. Llegó a Tobolsk casi al mismo tiempo que Avakum, uno de los principales "raskolniki", pero éste, muy suspicaz y fanático, no quiso entablar relaciones con Krizanic. Había llevado consigo su abundante biblioteca, de modo que pudo dedicarse a una intensa actividad intelectual. Durante los quince años de su exilio siberiano, Krizanic escribió sus mejores obras. Completó su gramática y el diccionario, escribió un tratado sobre Siberia, entró en correspondencia con los sabios y geógrafos occidentales, y sobre todo escribió entre 1663 y 1667 "Discursos sobre el gobierno", comúnmente llamado "La política" y "De Providentia Dei", obras en que resume y precisa sus ideas acerca de Rusia.

Ambos tratados fueron escritos en el idioma eslavo universal inventado por Krizanic[3] con ocasionales interpolaciones en latín, "La Política" trata del gobierno ideal, de las reformas, pero teniendo en consideración la situación real en Rusia. En el tratado "De Providentia Dei" investiga "de causis victoriarum et claudium hoc est de prospero et infelici statu reipublicae".

En su exaltación del futuro y de la misión universal de Rusia Krizanic coincide con los eslavófilos rusos, pero con la, diferencia de abogar por un gradual acercamiento a la unión con el Occidente, mientras los tradicionalistas rusos quieren preservar "la pureza de su fe ortodoxa" de la contaminación occidental. Nos dio una sorprendente y acertada definición de la psicología rusa: "Nuestra gran desgracia es nuestra falta de moderación en el ejercicio del poder; somos incapaces de seguir el término medio; no tenemos el sentido de la medida. Vamos a los extremos y deambulamos por el borde de los precipicios."

Krizanic envió sus dos obras principales al zar, sin recibir contestación alguna; fueron archivados. Un día, nos dice H. Iswolsky, el joven zar Pedro las descubrió "en alguna parte del desván", como dicen los historiadores. ¿Estudió realmente el zar el gran plan de Krizanic? Por lo menos parece que, en algunas de sus reformas, siguió la senda indicada por el croata; pero, ¿hasta qué punto? El profesor Klyuchevky escribe al respecto: "Leyendo el programa de Krizanic, de buena gana exclamamos: es el programa de Pedro el Grande!, con sus mismos defectos y contradicciones, con su fe en las fuerzas creadoras del ukase y en la posibilidad de sembrar educación con ayuda de libros traducidos del alemán y con el cierre de los comercios, de los negociantes que se niegan a aprender aritmética..." [4]

Todas las tentativas de Krizanic, al contraer una grave enfermedad, para reconquistar su libertad, resultaron vanas mientras gobernaba Alexis Mihailovic, padre de Pedro. Le prometió el perdón si renunciaba a su fe católica. Krizanic rechazó indignado, y creyéndose próximo a la muerte, redactó su testamento, indicando al pueblo ruso el único camino de salvación: la unión con Roma y con Europa Occidental. Mientras tanto, murió Alexis, y su sucesor, hermanastro de Pedro, le amnistió, pero no le permitió retornar a Occidente. Le nombró traductor en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Por fin, en 1677, consiguió salir de Rusia. Llegado a Viena, entró en la Orden de dominicos, pero poco después se unió al ejército de Yan Sobiesky; rey de Polonia, y volvió a Viena en 1683 con el ejército que ayudó a rechazar y derrotar a los turcos osmanlíes, liberando a Viena asediada. Krizanic mereció el 2 de septiembre en esta última gran batalla entre los cristianos occidentales y los turcos, acabando así su vida peregrina y sufrida; pero minada por la gran idea de la mancomunidad cristiana.

El tema ampliamente discutido: ¿Cuál es el lugar de Rusia en el mundo?; Krizanic lo enfrentó en su totalidad: en el aspecto cultural, social, político y religioso. Su respuesta se resume en la afirmación de que Rusia está entre Europa y Asia y debe servir de lazo entre civilizaciones. Dos siglos después, el mismo concepto fue desarrollado por los grandes pensadores rusos, occidentalistas, y de modo especial por Pedro Chaadaiev y Vladimiro Soloviev. Krizanic había vinculado estrechamente la unión de las Iglesias con el desenvolvimiento de los rusos. Era el primer erudito católico en exponer los lazos religiosos entre las dos Iglesias. El varón de gran celo y de vasta cultura tuvo ideas muy atrevidas en una época en que casi nadie nutría, de un lado ni de otro, la esperanza humana en la unión. "Su erudición y la vastedad de su programa infundían temor en el corazón de los incultos y escepticismo en la mente de los eruditos." Sin embargo, su enfoque del cisma es exacto. Su visión del desarrollo político y del destino religioso, sus conocimientos del alma rusa, quedan todavía como material de estudio muy útil y valioso. La transformación de Rusia en un poderoso imperio, al adoptar la técnica occidental, son las pruebas de las acertadas afirmaciones y de la perspicacia histórica de Krizanic, quien está en el umbral de la nueva era rusa; su paneslavismo occidentalista fue un sueño. El dualismo cultural de los pueblos eslavos sigue dividiendo a los eslavos en dos grupos que pertenecen a diferentes mundos de cultura y civilización.

Podemos disentir con muchas actitudes, ideas y planes de Krizanic, pero no podemos dejar de admirar su fervor, su amor y su desvelo para con sus hermanos en Cristo, que en vista de las perspectivas actuales de la reconciliación de las Iglesias lo revelan como un genial paladín y precursor de unidad.

José Jorge Strossmayer

Bien distinto de Krizanic, por su vida, su posición y su obra, fue el obispo de Diakovo, José Jorge Strossmayer (1815-1905), no obstante hallarse en la misma línea por sus conceptos, sus proyectos y por haber dedicado lo mejor de su vida a atraer a los eslavos ortodoxos al ámbito del Occidente y a unirlos a la Iglesia universal.

Strossmayer nació en Osiek, en la provincia croata de Eslavonia. Cursó sus estudios en el seminario diocesano de Diakovo y en Budapest. Laureado en filosofía y teología, fue ordenado sacerdote en 1838. En 1847, el emperador Fernando lo nombró capellán de la corte de Viena y director del colegio "Augustianum". Dos años después, cuando tenía apenas 34 años, el emperador Francisco José lo hizo nombrar obispo de la extensa y rica diócesis de Diakovo, donde permaneció hasta su muerte.

Hombre de ingenio sutil, de gran talento y de vasta cultura humanista, orador brillante -admirado en el Concilio Vaticano-, expresándose en un latín ciceroniano, un verdadero Mecenas e incansable promotor de múltiples obras culturales, Strossmayer dejó profundas huellas en Croacia, si bien algunos de sus conceptos políticos -fue durante decenios inspirador y virtual jefe del Partido Nacional Liberal- no dejan de ser discutibles. No se le puede negar que fue el organizador de la vida cultural croata moderna. Buena parte de las instituciones culturales croatas de la segunda mitad del siglo pasado tienen en Strossmayer al fundador y el benefactor: la renovada Universidad de Zagreb, la Academia de Ciencias y Artes, la Galería de Bellas Artes, para mencionar tan sólo lo más importante. Además fue gran benefactor del colegio croata de San Jerónimo en Roma. Edificó el seminario para los aspirantes de Bosnia, entonces bajo el dominio turco, y la monumental catedral neorrománica en Djakovo, adornada con pinturas de los renombrados maestros contemporáneos Seitz, padre e hijo, Overbeck, etc.

Los croatas de hoy disienten con el gran obispo en cuanto ha sido uno de los principales sostenedores de la ilusión de la unidad cultural de los eslavos meridionales, y en primer lugar de los croatas y servios. Krizanic buscaba la solución en la unión de los rusos con el mundo occidental, y Strossmayer, con su amigo historiador Racki, en la unión de los servios ortodoxos, entonces relativamente atrasados, con los croatas de cultura occidental y de religión católica. Humanista de buena ley, quiso convertir a Croacia en el foco de gravitación cultural para todos los eslavos del Sur, que habrían sido, a su juicio, designados por la Providencia como intermediarios entre el Oriente y el Occidente europeos[5].

Fue inevitable que un prelado católico; al buscar la manera de acercarse a los croatas católicos con los servios ortodoxos, topara con el problema fundamental: la separación de la Iglesia. No eludió el nudo del problema, mas bien lo enfrentó con toda su alma; se desveló por promover, discutir, escribir y obrar, a fin de que se realizase la reconciliación cristiana, siendo Strossmayer durante medio siglo el portaestandarte principal de la unión de los eslavos separados.

En la mente del Obispo la civilización había de servir de vehículo para atraer a los disidentes. El estudio de la cultura entonces no se había profundizado como hoy. Se identificaba fácilmente la cultura occidental con el cristianismo y, aún más, se prefería imaginarla en forma absoluta como la única civilización verdadera. Esas confusiones hoy día no se admiten:

La Iglesia Católica no se identifica con el Occidente y su cultura; aunque ésta esté inspirada por aquélla. Pero a la sazón, el Occidente hallábase en la cumbre de su poder y su progreso. La fe progresista en la perfectibilidad humana penetró todos los espíritus de la sociedad contemporánea, de los pensadores, políticos y economistas. No hallamos, pues, dificultad en comprender a Strossmayer, hijo de su época, cuando con su colaborador Racki imaginó un plan según el cual todos los eslavos del Sur, y especialmente los que luchaban por independizarse de la dominación turca, deberían integrarse y participar de la civilización occidental. Por el hecho de encontrarse Croacia en la esfera de la cultura occidental, conviviendo con ella y aportándole su parte, debería convertirse automáticamente en un centro cultural y rector para sus vecinos eslavos centro de cultura, centro religioso con el correr del tiempo, centro político también.

No hay que olvidar que Servia, recién reconocida cómo reino, estalla entonces de hecho bajo la protección de Austro-Hungría; su dinastía de los Obrenovich era de tendencias prooccidentalistas, y hasta hubo intentos de incorporación al imperio austríaco. Los planes políticos de Strossmayer, pues, no carecieron de fundamento. Pero para la realización de sus propósitos hacía falta la condición fundamental: la unidad de la cultura. En su optimismo, vinculado a las ilusiones de su generación, cometió un error de juicio que resultó ser fatal. Sencillamente, suponía que la unidad cultural de los eslavos meridionales seguiría automáticamente a la coyuntura histórica saber: la liberación de los Balcanes de ya dominación turca, el despertar nacional, la solidaridad eslava y los beneficios de la civilización moderna. En cambio, la realidad indicaba el camino opuesto, esto es, que los eslavos ortodoxos no optaren por el Occidente, sino que quedaron arraigados en su tradición cultural y política de cuño bizantino, fortalecida en los tiempos modernos por la influencia del imperio ruso, poderoso protector de los eslavos ortodoxos. El hecho de pertenecer los servios a la Iglesia oriental fue decisivo. Los factores del destino histórico seguían a los de la religión. Al fin, el "eslavismo" de Strossmayer, croata y occidentalista, se convirtió en nuestro siglo en instrumento del expansionismo servio y ruso. Strossmayer fracasó también en cuanto a los esfuerzos de acercamiento de las Iglesias.

De todos modos, la idea de la unidad eclesiástica le guiaba en todas sus grandes empresas, en sus escritos, discursos y contactos con grandes personalidades de la época. Estaba relacionado con los cardenales Rampolla y Jacobini, con el primer ministro británico Gladstone, con Lord Acton; el líder checo Palacky y muchos otros. El mismo Bismarck, al querer finiquitar el "Kulturkampf", trataba de establecer contacto con el obispo Strossmayer. Mantuvo lazos de amistad con Vladimiro Soloviev, gran propagador de la unión de Rusia con Roma. Alentaba el movimiento unionista en Bulgaria y se encargó de la primera edición de las poesías populares búlgaras de los hermanos Miladinov. Ayuda a la nueva edición de los libros litúrgicos en glagolítico (paleoeslavo en redacción croata). La nueva catedral de Diakovo la dedicó a la concordia de los eslavos y a la unión de las Iglesias.

Su preocupación para la unión cristiana no fue extraña a su actitud opositora en el Concilio Vaticano. En su toma de posición respecto a la definición de la infalibilidad, dijo: "...quod definitione hac de qua agimus, in effectum deducta, gregi meo, cui praesum[6] multa pericula sunt creanda" [7].

Pero, a pesar de todo, me inclino a creer que Strossmayer, como lo evidencia el citado discurso y otras circunstancias, fue un antiinfalibilista por convicción. Sin embargo, están lejos de la verdad los que querían exhibirlo como un obispo rebelde e insumiso. Strossmayer usó su derecho obispal de sostener, durante el concilio, su opinión, y una vez definida la infalibilidad, se sometió, permaneciendo toda su vida filialmente devoto al Papa[8].

La más rotunda refutación de las mistificaciones estriba en el hecho de haber estado en estrechas relaciones con la Santa Sede durante medio siglo. Fue hombre de confianza de León XIII y en su nombre cumplió misiones importantes. En 1881, Strossmayer llevó a León XIII una representación de varios pueblos eslavos, con el propósito de atraer la atención sobre el vasto pero desconocido mundo eslavo, gesta que el Papa agradeció haciendo grabar la figura de Strossmayer en la medalla conmemorativa y, con la encíclica "Grande Munus" del 30 de septiembre de 1880, extendiendo a toda la Iglesia el culto de los apóstoles eslavos SS. Cirilo y Metodio.

Testimonio de Vladimiro Soloviev

Nos complace concluir este sucinto capítulo aduciendo las palabras del famosa Vladimiro Soloviev sobre el profundo eco que tuvo la obra unionista de Krizanic y Strossmayer en las almas eslavas ansiosas de unión en un rebaño de Cristo.

Dos años ante su muerte, V. Soloviev había publicado en París su renombrada obra "Rusia e Iglesia Universal". Al final de la "Introducción", en un "Postcriptum" nos dejó una suerte de testamento espiritual, en que hace su profesión de fe al re; conocer "como juez supremo en materia de religión a aquel que fue reconocido por S. Ireneo, S. Dionisio el Grande, S. Atanasio el Grande..." sigue nombrando a todos los grandes SS. Padres y Doctores de la Iglesia Oriental y especialmente al apóstol Pedro, que vive en sus sucesores y que no oyó en vano las palabras del Señor: "Tú eres Pedro... Apacienta mis ovejas... mis corderos". Tras destacar que el espíritu inmortal del bienaventurado apóstol en el gobierno de su Iglesia visible necesita un cuerpo social, primero en el mundo grecorromano (imperio de Constantino), y luego en el mundo romano-germánico (Carlomagno). "Después, sigue Soloviev, de estas dos encarnaciones temporales se espera la tercera y última encarnación. Todo el mundo lleno de fuerzas y de deseos, pero sin conciencia clara de su destino, llama a la puerta de la historia universal. ¿Cuál es vuestra palabra, pueblos de la palabra? Vuestra masa no lo sabe todavía, pero potentes voces surgidas de entre vosotros lo han revelado ya. Hace dos siglos un sacerdote croata lo anunció proféticamente y, en nuestros días, un obispo de igual nación lo ha proclamado repetidamente con elocuencia admirable. Lo que dijeron los representantes de los eslavos occidentales, el gran Krizanic y el gran Strossmayer, sólo necesita el simple amén de parte de los eslavos orientales. Este amén vengo a decirlo en nombre de cien millones de cristianos rusos, en la firme y plena confianza de que no me desautorizarán"

Esperemos que estas dos "voces potentes" seguirán expresando, con más efecto que en nuestra época, a los hermanos disidentes, que todos somos "uno en Cristo".

Siervo de Dios Padre Leopoldo Mandic

Krizanic y Strossmayer, como queda dicho, habían confundido en sus planes unionistas los elementos del plan temporal con los de la gracia.

Su empeño de valerse del sentimiento de la solidaridad de los pueblos eslavos -para atraer a los disidentes al Occidente y a la Iglesia universal- resultó al final contraproducente. Rusos y servios también se han servida del paneslavismo en sentido opuesto, primero procurando aislar a los eslavos católicos del mundo occidental y atraerlos al ortodoxianismo y al bolchevismo después, resultado diametralmente opuesto a lo imaginado por Krizanic y Strossmayer, promotores de un eslavismo occidental. Es, pues, comprensible que los croatas se sintieran recelosos ante toda forma del eslavismo, y hasta la misma idea de unión cristiana experimentó entre ellos un contratiempo. Todo lo vivido en el presente siglo como consecuencia del movimiento eslavo no surtió otro efecto sino el alejamiento mutuo entre los pueblos eslavos de religión católica por una parte y la ortodoxa por la otra.

Dejando de lado el aspecto político, cabe subrayar que el problema de la reconciliación de las Iglesias habrá que enfrentarlo tan sólo en el plan religioso, por obra de la divina gracia: "Nisi Dominus aedificaverit domus..." Si el acercamiento de los griegos al Occidente actualmente favorece la obra de la unión, eso tal vez no sea en el caso de Rusia.

En el plano sobrenatural encaró el problema de la unión el tercer precursor croata, el siervo de Dios, Padre Leopoldo Mandic, fraile capuchino que pasó la mayor parte de su vida en Padua. Los italianos lo llaman Padre Leopoldo de Castelnuovo, por ser oriundo de Herzegnovi (Castelnuovo, en italiano) en Dalmacia, nacido el 12 de mayo de 1866. El año 1884 tomó el hábito franciscano capuchino en Udine y, transcurrido el año de noviciado, hizo la profesión religiosa. Ordenado sacerdote en 1890, desempeñó el sacro ministerio en las ciudades croatas Zadar, Kopar y Rijeka para establecerse en Padua en 1906, donde permaneció hasta su piadosa muerte ocurrida el 30 de julio de 1942.

Fue reconocido como apóstol de confesionario y adquirió fama de santidad a raíz de numerosas conversiones y curaciones realizadas por su intercesión.

Cuatro años después de su muerte se inició el proceso ordinario, terminado en 1962, y en 1968 se hizo "positio ad introductionem Causae", aguardándose ahora su beatificación.

Recién después de la muerte del P. Leopoldo, viene a saberse a todas luces que el incansable ministro del Sacramento de la confesión fue ante todo gran apóstol de la unión y que todos los sacrificios de su vida fueron ofrendados con esa intención.

En el extremo sur de Dalmacia, donde a orillas da la magnífica Bahía de Kotor está situada la ciudad natal del P. Leopoldo, desde hace mucho tiempo viene bajando desde las montañas balcánicas de retaguardia el elemento ortodoxo, conviviendo desde hace siglos con los católicos croatas. Este elemento, eclesiástica y nacionalmente heterogéneo, viene a constituir actualmente la mitad de la población en una comarca tradicionalmente católica, modo que los actuales gobernantes yugoslavos segregaron esa comarca croacia, anexándola a Montenegro.

En ese ambiente, zona de irrupción del elemento extraño culturalmente nació y creció el P. Leopoldo. El alma tierna y religiosa del niño Bogdan (Diosdado, su nombre de pila) no tardó en percibir la diferencia derivada de la separación de las Iglesias, y es allí mismo donde sintió la primera llamada divina a consagrarse enteramente para que todos sus paisanos "unum sint". Caso idéntico al de Krizanic; ambos desde su niñez estuvieron en contacto con los "Vlahi"; ambos, por motivo religioso, empezaron a ocuparse de la unión, abarcando poco a poco a todos los eslavos disidentes.

Bogdan Mandic, desde su corta edad, quería hacer algo en ese sentido. Mas no sabía qué debía hacer. Una vez sacerdote, su corazón ansiaba dedicar sus esfuerzos al apostolado de la unión. Pero la diferencia de sus antecesores, no tenía proyecto humano alguno. Su alma ardía de fervor por ver cuanto antes a sus hermanos unidos en una Iglesia, y eso le bastaba. Comprendiendo por fin que su deseo no se cumpliría, se sometió a la voluntad de sus superiores, que era la voluntad de Dios. Ofrendó ese sacrificio a Dios e hizo votos para que sus oraciones, mortificaciones, obras y sobre todo la labor del confesionario, se dedicaran a ese fin de la unión, y se ofreció a sí mismo en holocausto.

El postulador general de la Orden de los Capuchinos, P. Bernardino de Siena, publicó el año pasado un tratado en latín[9] con el propósito de poner de, relieve este aspecto unionístico menos conocido del apostolado del P. Leopoldo. El Padre Bernardino nos trae a propósito un detalle que recién ahora recobra su plena significación. El Padre Mandic, no obstante haber pasado casi toda su vida en Padua, es decir en Italia, no quiso de ninguna manera hacerse ciudadano italiano. Durante la primera guerra mundial, estando Italia en guerra con Austro-Hungría, de la cual entonces formaban parte las provincias croatas, incluso Dalmacia, el P. Leopoldo prefirió ser confinado en el interior de Italia a renunciar a su nacionalidad croata. "Permaneció en Italia -dice el P. Bernardino- pero por su sangre siempre se sintió croata". Quiso permanecer unido a su país de origen hasta por estos lazos formales, para demostrar que se puede pertenecer a la familia nacional croata, al mundo de habla eslava y al mismo tiempo ser hijo fiel de la iglesia romana. A sus hermanos capuchinos de Italia eso les parecía, a la sazón, cierta "pervicacia et obstinatio", como dice el mismo autor, y recién ahora, cuando la cuestión de la unión ocupa el centro de la actualidad contemporánea, la persistencia del P. Leopoldo en no renunciar a su identidad nacional aparece como obra de la Providencia. De tal modo quedó uno de su estirpe, su hermano, dechado y gloria, para convertirse mañana, si Dios quiere, en el patrono de la unión religiosa de los eslavos. En este sentido se ha pronunciado el episcopado croata y esloveno en sus "Litterae Postulatoriae" al Sumo Pontífice solicitando la introducción de su "Causa".

En el caso del padre capuchino Leopoldo, que se sintió siempre croata, relacionado por su idioma materno con el oriente europeo, no se trata ya de un eslavismo o exclusivismo nacionalista, ni de desviación racista, sino tan sólo de la virtud cristiana, "pietas", inspirada en motivos sobrenaturales, a fin de permanecer unido de algún modo con los eslavos disidentes, hablarles de corazón a corazón, abrazarlos como a hermanos y atraerlos así con mayor facilidad a la unión en Cristo. Sin lugar a duda, su apostolado habría perdido mucho de su vigor de atracción si hubiera renunciado a su nacionalidad.

Un profundo dolor cundía en su alma por el cisma oriental, por la herida en el Cuerpo Místico de Cristo. No dejó de llorar, rezar y gemir, renovando sus votos y sus sacrificios, a fin de que los orientales, a los que llama "populus meus, gens mea, fratres mei", vuelvan al seno de la Madre Común. En una breve oración a la Virgen, tan amada entre los cristianos orientales; escribió: "Yo, fray Leopoldo, para cumplir tu misión entre los pueblos orientales prometo... trabajar para la salud eterna de ese pueblo. Tú ves en que condiciones de vida me hallo, qué congojas me oprimen: dígnate, ruego, tomar mi causa en tus manos". De muchas anotaciones parecidas citamos la que hizo un año antes de su muerte: "Toda la razón de mi vida debe ser este hecho divino de que en mi medida contribuya algo para que un día, según ,el orden de la Sabiduría divina que todo lo dispone, fortiter et suaviter, retornen los disidentes orientales a la unidad católica".

No le preocupaban las cuestiones eclesiológicas ni las circunstancias históricas que durante un milenio no admiten se solucione el problema de la unión, presiente que se acerca el momento de la gracia y que los designios divinos se realizarán en la historia.

Su vida, llena de dolores, que atormentaban su cuerpo exiguo y frágil, y el apostolado de confesionario prueban que Dios aceptó su ofrenda de sacrificio. Solamente los sacerdotes saben lo que cuesta quedarse por doce y hasta, quince horas diarias en el confesionario. Y esta labor la sobrellevó el P. Mandic cuarenta años, sin quejarse de calor o frío, a pesar de los grandes dolores que lo aquejaban en el estómago, dolores que resultaron provenir del cáncer. Mas su constante sacrificio fue el no poder volver a su pueblo y dedicarse directamente a la misión de su vida. Cuando le fue comunicado en una oportunidad que los superiores le acababan de trasladar a Rijeka, exultó su corazón y enseguida se fue a la iglesia para dar gracias a Dios. Pero su alegría fue de corta duración. A instancias del obispo de Padua, actualmente cardenal Dalla Costa, para que le dejasen en Padua, donde cumplía apostolado de confesionario, ya entonces muy apreciado, los superiores volvieron sobre sus pasos. El Padre Leopoldo se sometió: "... mi ministerio será entretanto mi Oriente", anota el 10 de septiembre de 1935.

Los medios que conducirían a la unión de las Iglesias los veía en la interpuesta plegaria de Cristo Sumo Sacerdote, principalmente en el sacrificio de la S. Misa, y en la intercesión de la Madre de Dios. Quiso además que este apostolado fuera "ad mentem Seraphici Patris Francisci... et secundum principia beati Patris Ignatii Loyolensis", mientras que al mártir de la unión entre los eslavos, S. Josafat Kuncevicz, le profesaba una devoción particular.

Al lado de los dos precursores croatas de la unión, de vasta cultura y renombrada actuación pública, y de muchos otros, he aquí un humilde capuchino, quien a diferencia de otros precursores es un alma recóndita que reza y sufre en unión con Cristo, y por eso tiene una eficacia trascendental. Mientras sus predecesores pueden ser criticados por su actuación política, el siervo de Dios Padre Leopoldo, si bien afirmando su procedencia y su amor nacional, está completamente desprendido de todas las contingencias temporales. Confía y cree en que el "gran hecho" de la unión se realizará por los medios sobrenaturales, y, consumada ésta, desaparecerán muchos motivos de fricción y de enemistad entre el Oriente y Occidente europeos. Lo que no prosperó por vía del paneslavismo, Dios lo hará prosperar por la sustitución mística de los méritos, por la solidaridad sobrenatural de oraciones y sacrificios.

La obra, pues, que desarrollaron esos tres croatas y sus secuaces es grandiosa. Tres hombres por su genio e iniciativa emprendieron el mismo camino ideal, lejano y duro, cuando no cabía una llama de la esperanza humana, y lo emprendieron con el alma, el corazón y la mente, con todo el empeño personal que sus contemporáneos no alcanzaron ni supieron intuir. Los tres fueron sacerdotes, y todos, en el fondo, impulsados por el amor divino, que mueve cielos y tierra. El Padre Leopoldo eligió el camino más duro y por eso el más apropiado y acertado, por tratarse en primer término de un acontecimiento de tal trascendencia que ninguna actividad de índole cultural, social o política podría engendrarlo sin la presencia del "digitus Dei".

Si, Dios mediante, el "Gran Hecho" empezara a concretarse, Krizanic y Strossmayer recobrarán el lugar que les corresponde, mientras que el P. Leopoldo Mandic, en el caso de ser un día canonizado, según lo esperamos, confiados, será proclamado el Patrón de la unión de los orientales. Quod Deus faxit.

 



[1] En croata Juraj Krizanic. Se pronuncia Yúray Krízanich.

[2] Helen Iswolski: "El alma de Rusia", Buenos Aires 1946, p. 75.

[3] En 1666 redactó "Los Principios Gramaticales" de un idioma común para todos los eslavos, instrumento potencial de la unidad eslava. El nuevo idioma, un esperanto eslavo, estaba compuesto proporcionalmente de paleoslavo, ruso y el croata, H. Iswolsky dice en la obra citada, de la que me sirvo para resumir varios datos sobre Krizanic, que los libros de Krizanic se los puede leer bastante bien. Los sabios rusos les dedicaron muchos estudios, de modo que fueron incorporados también a la cultura rusa, y no solamente a la cultura croata.

[4] H. Iswolsky: o. c. pp. 84-5. - A. Mousset: Le Monde Slave, París 1946, p. 27.

[5] En los últimos tiempos, algunos croatas sostienen que fue la Santa Sede la que quiso "sacrificar los intereses nacionales de Croacia" para hacer de los croatas el puente entre el Oriente y el Occidente". Careciendo esta afirmación de todo fundamento, nos es permitido conjeturar que se llegó a tal conclusión por el hecho de haber propagado esa idea algunos eclesiásticos croatas.

[6] No olvidemos a los ortodoxos esparcidos por su vasta diócesis de Djakovo; y que Strossmayer fue el Administrador Apostólico de Servia.

[7] Discurso en el Concilio el 2 de junio de 1870. He aquí el pasaje más importante: "Schisma orientale, iam non amplius graecum dici debet, sed, proh dolor, schisma slavicum, quorum octoginta milliones ab ecclesia catholica extorres vivunt, qui suae autonomiae, suis particularibus iuribus addictissimi sunt, et nihil aliud tantopere aversantur, quam illud quod vel suspicionem ingerere istis possit, quod autonomiae et iutrium suorum periculo sit. Ego inter slavos meridionales morror, ex quibus octo circiter milliones schismatici, tres autem milliones catholici sunt. Ego non possum satis divinae misericordiae gratias agere, quod gens Croatarum, quam tantopere diligo, sit catholica, et possum dicere in tota cordis mei sinceritate, sedi apostolicae addictissima.

Verum si haec definitio effectum habeat, vereor ne, quantum nos scimus, illud fermentum bonum a Deo praedestinatum ut reliquam slavorum massam penetret et ad unitatem ecclesiae reducat; vereor ne nova nobis pericula impendant, et ex nostris quidam misere ab unitate ecclesiae rescindantur..."

[8] Después del Concilio se publicaron y difundieron en los países americanos; con su supuesta firma, cartas llenas de insultos contra el Papa; habíase preparado supuestos discursos suyos en el Concilio; la secta de veteros católicos se esforzaba por apropiárselo. Todo ello causaba al obispo gran amargura. La falsificación de los discursos y escritos de Strossmayer estaba en boga también en la Yugoslavia de los Karageorgevic (1918-41), con el propósito de despojar de toda la nobleza y altura de miras su pensamiento y explotar su autoridad moral para fines enteramente opuestos a los suyos. Si bien Strossmayer trataba a los servios con magnanimidad, durante los veinte años que ejercía el cargo de Administrador Apostólico de Servia, no le fue permitido pisar el suelo de Servia ni levantar siquiera una sola capilla o escuela católica en Belgrado. Incluso se había solicitado su destitución del cargo para nombrar como Administrador Apostólico a un prelado húngaro, el arzobispo de Kalozsa.

[9] "Servus Dei P. Leopoldus a Castronovo Capuccinus et Dissidentium Ecclesiam Catholicam - Romae, 1960. - Las citas son de esa obra.