Por Bogdan Radica, Farleigh Dickinson University, New Jersey
Studia Croatica, Volumen 6, 1962
El malogrado intento de liberar a Cuba del comunismo, no sólo sorprendió a los autores de ese fracaso sino que plantea acaso el problema más vital de nuestro tiempo, que es: "¿Puede la democracia, - incluso cuando dispone de inmensos medios materiales, liberar a un pueblo del comunismo o ayudarle en esa liberación?" La respuesta al interrogante formulado es tanto de índole material como político-moral. El mismo presidente Kennedy, sorprendido por la fracasada invasión de Cuba que había aprobado y cuya plena responsabilidad asumió luego con valentía, declaró post mortem en su discurso ante la Asociación Interamericana de Editores de Diarios, el 20 de abril del año pasado, que ahora más que nunca, resultaba evidente que enfrentamos una batalla implacable en cada rincón del mundo, batalla que va más allá del conflicto de los ejércitos e incluso del armamento nuclear". "Los ejércitos están aquí -dijo con énfasis el presidente de los EE.UU.- y son numerosos. Las armas nucleares están aquí: Pero éstas sirven más bien de escudo, fuera del cual la subversión, la infiltración y un cúmulo de otras tácticas avanzan constantemente, conquistando uno por uno los países vulnerables en situaciones que no permiten nuestra intervención armada".
Nos parece que en esas palabras, por primera vez, y después de haberse perdido tantos años, quedó expresada la substancia de una profunda crisis en lo concerniente a las acciones que las democracias podrían o deberían emprender contra las agresiones e infiltraciones comunistas que devoran uno tras otro a los países de Asia y ahora del continente latinoamericano. Más aún, quedó expresado que con los ejércitos regulares y las armas nucleares no cabía tomar acción preventiva alguna para impedir que los comunistas se apoderen del gobierno de un país o derrocar los del poder allí donde lo tomaron por fuerza o por el fortuito concurso de las circunstancias.
I
Ante todo, intentaremos esclarecer el fracaso cubano. Según lo evidenció la no disimulada y crítica actitud de la prensa norteamericana, la frustrada invasión de Cuba no es sola y exclusivamente obra de los exiliados cubanos, sino también de los órganos del gobierno norteamericano y en primer lugar de la Agencia Central de Inteligencia (C.I.A.), que técnica y políticamente había preparado toda la acción y asumió la responsabilidad de su ejecución. En base a las informaciones y los comentarios, publicados en primer término por New York Times, inmediatamente después del desagradable fracaso, se hizo patente que la C.I.A, había operado en la organización de la invasión con métodos políticamente arcaicos y militarmente anticuados[1]. Dicho de otro modo, quienes tomaron contacto con los exilados cubanos no contemplaron nuevos hechos producidos en Cuba después de la revolución de Castro, sino más bien estimaron que todo levantamiento, cualesquiera fueran sus líderes tendría éxito de por sí. Pero antes de someter al análisis este aspecto de la aventura cubana, conviene decir lo siguiente, que no se destacó en forma suficiente en la prensa mundial. La razón fundamental de que la invasión de Cuba no dio ese resultado positivo es que el gobierno norteamericano, si bien prestó apoyo e impartió bendición a la invasión, rehusó que sus propias fuerzas militares la realizasen. Es obvio que la invasión habría tenido éxito si el gobierno norteamericano hubiese puesto en acción sus fuerzas armadas, disfrazándose tras los exilados. Theodore Draper, uno de los pocos expertos norteamericanos serios sobre el problema cubano, al analizar ese aspecto afirmó que la diferencia entre Kennedy y Nixon en la forma de solucionar el problema cubano está en que el primero no quiso la intervención directa del ejército americano y el segundo opinaba que, si debía producirse la invasión, habrían de tomar parte en ella no sólo los exilados cubanos sino también contingentes militares norteamericanos[2].
Con todo ello, aunque esas discrepancias en la cumbre de dos partidos revisten importancia en nuestro caso se impone el interrogante: "Y después de Cuba, ¿qué?", es decir: "¿Qué hacer con los exilados después de lo ocurrido en Cuba?" Por la forma de preparar la C.I.A. política y militarmente la invasión de Cuba, se puede observar que esa organización norteamericana concebía en su fondo el problema de la invasión no como continuación de la revolución social, surgida en la isla tras el derrocamiento de la dictadura batista, sino como retorno al status quo ante, existente con anterioridad a la resistencia de Castro y sobre todo a su toma del poder, Es verdad que el problema de la cooperación con los exilados cubanos se agravaba diariamente. A; principio, la emigración cubana durante los primeros meses del gobierno de Castro era numéricamente reducida y en su mayoría partidaria de Batista.
Este grupo, impopular tanto en Cuba como en EE.UU., no tenía posibilidad de emprender acción alguna. Luego, a medida que el régimen castrista fue revelando sus designios; sobre todo en la segunda mitad de 1960, se acentuó la división entre los refugiados cubanos y se cristalizaron diferentes tendencias sociales y políticas. Como entre los exilados de los países comunistas, el problema de la división política, social, económica y nacional - no sólo agrava y complica el problema de la liberación sino que constituye un grave escollo para las democracias que deberían ayudar a esos exilados y a sus pueblos. En el caso de Cuba y de sus emigrantes, hubo un centenar de grupos, grupitos, fracciones, movimientos y juntas, Todos con sus respectivos jefes y subjefes, con sus programas y ambiciones, creyéndose únicos y capaces de conducir al pueblo en la Cuba liberada. Todos actuaban sobre la línea Miami, Florida, Nueva York, en las islas del Caribe o en muchos países del continente latinoamericano. En semejante situación para la C.I.A., encargada de organizar la invasión y establecer, llegado el caso, a las autoridades democráticas, no era fácil orientarse. Quien ha tenido la oportunidad de colaborar durante o después de la guerra con los organismos norteamericanos, sabe que su tendencia es más bien conservadora, poco o nada revolucionaria y que la gran mayoría de sus funcionarios propende a cooperar con la derecha, si no con el centro, pero nunca o raras veces con la izquierda anticomunista.
En el caso de los exilados cubanos, tratábase de colaborar o con la derecha prebatista, que no era fascista, sino partidaria de un conservadurismo político y económico, o con el centro mientras se pasó por alto a los grupos integrantes del movimiento castrista o que, como en el caso de Sánchez Arango, tenían un programa similar al de Castro, pero no integraban su movimiento por no creer en Castro ni en los que lo rodeaban. Preveían la posibilidad de que Castro se convirtiese en colaborador del comunismo y vinculase a la isla con la Unión Soviética y la China de Mao. El autor de estas líneas conversó en Cuba con Arango; en febrero de 1960 y obtuvo la impresión inequívoca de que era un líder popular que, en otras circunstancias y de haber más organización entre los círculos políticos cubanos, habría podido imprimir eventualmente un desarrollo más constructivo a la revolución cubana. Arango pensaba entonces que había que seguir con la revolución cubana, pero sin Castro y sin los comunistas internos y extranjeros. Eso era realizable únicamente si el gobierno de los EE.UU., hubiese reconocido, en sus lineamientos, la nacionalización castrista y sacrificado todo lo que había perdido con la subida al poder de Castro. Que ese punto de vista no agradó a los organizadores norteamericanos de la invasión se deriva del hecho de que en el Comité Nacional Cubano no figuraran Arango ni tampoco el dinámico Manuel Ray, ex ministro de Obras Públicas de Castro que encabezaba un movimiento clandestino en Cuba, perfectamente organizado. El "Frente Revolucionario Democrático" (FRD) fue presidido por el Dr. José Miró Cardona, ex primer ministro cubano durante las primeras seis semanas del régimen castrista; pero sin colaboradores de relieve. Esos, decepcionados en primer lugar de la política de C.I.A., según declararan a la prensa norteamericana, fundaron el "Movimiento Revolucionario del Pueblo" (MRP), destacando en su manifiesto lo siguiente: "Luchar contra la fracción "fidelismo-comunismo" no quiere decir luchar contra la Revolución en aras de la cual millares de cubanos inmolaron su vida, sino liberarla de los que la traicionaron". Contra la posición de esos elementos se levantaron los de derecha y buena parte del centro, tildándolos, a ellos y a su movimiento, de "Fidelismo sin Fidel". Esa honda división fue también la causa del fracaso que, así y todo, no se habría producido de haber asumido el ejército norteamericano la tarea de liberación. Estando las cosas como están, uno se pregunta: ¿qué se debió hacer? La responsabilidad asumida por el gobierno de Washington en el intento de invasión de Cuba implicaba tal compromiso que estamos convencidos que la responsabilidad moral habría sido igualmente grande de haberse llevado a cabo la expedición con el apoyo del ejército norteamericano. Con la diferencia, empero, de que los jerarcas soviéticos y cada filial comunista en cada país gobernado por comunistas habrían tenido que modificar sus puntos de vista sobre el mecanismo de la estrategia política y militar norteamericana. Tanto los dirigentes soviéticos como los comunistas en general son muy sensibles en cuanto al papel de fuerza en relación a los sucesos mundiales. Desde 1917, en Rusia, pasando por el levantamiento húngaro en 1956 y hasta la fracasada invasión de Cuba en 1961, cada tentativa de alejar o derrocar al régimen comunista en cualquier país cuyo poder domina, fracasó por
1) La división de las fuerzas sociales y políticas interiores, y
2) por la división las grandes potencias, principalmente las democráticas.
En su nuevo libro Russia and the West Under Lenin and Stalin [3] George F. Kennan, actual embajador norteamericano en Belgrado y sin duda uno de los más avezados conocedores de la Unión Soviética y del comunismo mundial, aporta un análisis agudo, casi desgarrador, de las relaciones entre Rusia y Occidente desde Lenin, luego Stalin y hasta Khruschev. El libro, escrito en forma atrayente y documentada, evidencia no solo un largo y minucioso estudio del problema soviético-comunista, sino también una vasta experiencia política, que hacen de Kennan uno de los escritores políticos norteamericanos más sagaces. Si bien Kennan apenas alude al problema cubano prueba que la expansión comunista en el mundo fue y sigue siendo el resultado de la honda división del Occidente. En su libro, leído con atención, revistan tantos acontecimientos de que fuimos testigos, de los que se colige que el Occidente nunca tuvo ideas claras sobre la actitud frente a la toma de poder por los comunistas, primero en Rusia y luego en otras partes del mundo. En primer lugar, el desconocimiento total del marxismo y el comunismo por parte de los dirigentes occidentales, luego las continuas discrepancias respecto a decisiones conjuntas destinadas a restringir y eventualmente destruir la expansión soviético-comunista. Desde la Conferencia de Paz, celebrada al término de la primera guerra mundial, hasta Teherán, Yalta y Postdam, durante y después de la segunda guerra mundial, el Occidente se halló en permanente división política o ideológica. Kennan atribuye esa escisión a la naturaleza de la democracia y particularmente al carácter "de la diplomacia de coalición". Pluralidades en los sistemas democráticos, la opinión pública infiltrada por el enemigo de la seguridad social en democracia, opuestos análisis y conclusiones, como en el caso de Cuba, si había que recurrir a las fuerzas armadas norteamericanas o sólo a las guerrillas voluntarias de los exilados (ejemplo, el gobierno de Kennedy: Adlai Stevenson es contrario a una intervención militar norteamericana, Adolf Berle y Allan Dulles abogaban por la intervención), todo eso no, se da ni tiene cabida en las operaciones de los comités comunistas centrales o Politburos. En los países democráticos tales fenómenos no sólo se verificaron sino que son objeto de debates públicos y de informaciones periodísticas, mientras que bajo el sistema comunista las acciones de ese tipo se ocultan con todo rigor y caen cabezas si hay fracasos y hasta filtraciones.
Aplicando el criterio de Kennan al problema cubano y a la posición norteamericana sobre el mismo problema -si bien no lo menciona expresamente en su libro-, una gran potencia al estilo de EE.UU. debió prever que la caída de Batista era ineludible y que el cambio de la situación, en relación con lo que acontece ahora en el mundo, provocaría un vacío que habría que llenar con alguna fuerza política. En cambio, hasta ciertos derechistas en Cuba y en EE.UU. apoyaron el movimiento "26 de Julio" de Castro. ¿Cómo ocurrió que ni en La Habana ni en Washington se tuviese en cuenta a los elementos comunistas en el movimiento castrista? The New York Times que tanto contribuyó a la popularidad de Castro como a la de Tito durante la guerra pasada[4], no previó la posibilidad de que Castro pudiese introducir en Cuba el régimen comunista y, además, arrastrar a Cuba hacia la zona de influencia soviética, lo que alteraría completamente la relación de fuerzas no sólo en las Naciones Unidas; sino que alteraría la geografía política acercando el comunismo internacional a 90 millas del territorio norteamericano. Cuando se acaba de leer con atención y criterio el libro de Kennan, ya no se extraña cómo los diplomáticos americanos dejaron de prever y suponer que en la revolución de Castro se infiltrarían elementos tipo Che Guevara, quienes, siguiendo las tesis soviéticas y las de Mao, elaboraron las plataformas idóneas para el continente latinoamericano, maduro para la revolución, mediante las cuales la guerra de guerrillas se convierte en guerra por la conquista política del poder. La tesis de Mao, según la cual "el poder político emana de la pólvora del fusil" se convirtió, al parecer, en el punto de partida de toda acción de guerrillas. Las guerras de liberación, en la interpretación comunista, no son sino palancas para apoderarse del gobierno mediante guerrillas. Hubieron de transcurrir varios años para que se percatasen de esa realidad los líderes democráticos; hoy día resulta obvio no sólo al Presidente Kennedy sino a la gran mayoría de los jefes políticos y militares del Occidente, que en el lenguaje comunista "guerra de liberación" significa una cosa y en la concepción política occidental otra.
III
Abordando este problema, un escritor político contemporáneo debe retroceder y volver su mirada a la historia de la llamada Resistencia nacional durante la guerra pasada, de la que fuimos testigos. En marzo del año último, se celebró en Milán el "Segundo Congreso Internacional de Historia de la Resistencia" con asistencia de un centenar de historiadores, todos europeos, salvo un norteamericano. El material de ese Congreso, con todos los aportes de los delegados e historiadores presentes, reviste gran importancia para el estudio de la segunda guerra mundial y del papel que en ella desempeñaron no sólo la guerrilla sino también su cabeza política, la Resistencia nacional[5]. Como es sabido, la Resistencia nacional se llama en Italia La Resistenza, en Francia La Résistance y su versión inglesa es The Resistance. Resulta significativo que en el Congreso participasen mayormente los representantes izquierdistas de la Resistencia y, de los países comunistas, naturalmente, delegados oficiales. El representante griego, por ejemplo subrayó en su disertación más bien la posición de EAM, sector izquierdista, de la Resistencia griega, censurando a los nacionalistas-monárquicos como colaboradores, primero de los alemanes y luego de la embajada británica. El delegado yugoslavo, un tal Dusan Plenca, expuso al punto de vista oficial y actual del gobierno comunista de Belgrado sobre las guerrillas, destacando, lo que es importante la paralela actitud indecisa de la Unión Soviética y de los aliados occidentales hacia la acción de los guerrilleros comunistas y la Resistencia nacional en Yugoslavia[6]. Debemos señalar esta circunstancia a causa de que la propaganda comunista de Tito hasta 1948, es decir hasta el conflicto Moscú-Belgrado, se afanaba por reducir al mínimo el apoyo aliado prestado a Tito, agrandando y realzando el apoyo soviético a la guerrilla comunista. Apenas después de las conocidas revelaciones de Mosha Pijade, destacado teórico comunista de Belgrado, la ayuda soviética al "levantamiento nacional" era declarada un "cuento" en Yugoslavia para convertirla muy pronto en una vulgar mentira comunista[7]. La tesis actual concerniente a la resistencia de los partisanos en Yugoslavia tiende a establecer un equilibrio, diríamos casi neutralista, respecto al apoyo suministrado por la Unión Soviética por un lado, Gran Bretaña y los EE.UU. por el otro, de acuerdo con la política exterior actual de Tito. El propósito es presentar la resistencia como acción exclusiva de las amplias masas populares bajo la dirección del Partido Comunista Yugoslavo. Tanto los aliados orientales como occidentales actúan con lentitud, se muestran reservados e indecisos y su contribución no es inapreciable. Sin embargo, es un hecho revelador que tanto el coronel yugoslavo Plenca como el general soviético Boltin no ocultan en sus informes que el objetivo primario y primordial de la resistencia era conquistar el poder, se entiende, "democrático y popular" en los términos comunistas.
Así y todo, fue Deakin, profesor de Oxford e historiador inglés, que dio expresa y claramente la clave del problema de los guerrilleros en su lucha para apoderarse del gobierno. Deakin fue jefe de la misión militar británica, arrojada con paracaídas sobre el territorio yugoslavo en mayo de 1943, para establecer contacto con los guerrilleros de Tito. Según el informe de Deakin, en la conducción británica de la guerra. no se había planteado el problema del empleo de los medios "incorrectos" hasta que la acción bélica no envolvió a la Unión Soviética. Con la entrada de la Unión Soviética en la guerra, las guerrillas no sólo cobran mayor dimensión sino que el concepto de que la guerrilla implica la conquista del poder en el período postbélica constituye un nuevo elemento de la naturaleza de la misma guerra, Cabe destacar que Deakin pone de relieve el hecho de que durante la primera guerra mundial y en la guerra del Desierto (caso Lawrence) el gobierno británico se atuvo a los "conceptos militares ortodoxos" evitando alterar el sistema social, nacional y político de los países que conquista[8]. Después de la revolución francesa, de las guerras napoleónicas, después de Clausewitz y las tesis leninistas sobre la conducción política de guerra, aplicadas en Rusia tras la revolución de octubre, después de la guerra civil española, en la que estaban implicados el elemento soviético-comunista por un lado, y el momento ideológico fascista por el otro, que la inspiraban y dirigían políticamente, los círculos militares británicos procuran, a principios de la guerra, permanecer dentro de las modalidades militares normales y consuetudinarias. Para los británicos, la guerra debe ser llevada con los normales métodos bélicos, mientras que toda interpretación política, sin hablar de la revolucionaria, de la conducción de la guerra debe posponerse o sencillamente no tomarse en consideración.
Esa falta de imaginación, dice Deakin, desapareció tan pronto Churchill asumió la dirección del gobierno y de la guerra. No antes, pues desde el mes de mayo de 1940 Churchill imparte instrucciones necesarias a fin de "coordinar toda acción mediante subversión y sabotaje contra el enemigo allende el Canal". De esas decisiones surge una agencia especial, la conocida Special Operation Executive" (S.O.E.), que Churchill incorpora al Ministerio de la Guerra Económica que ingeniosamente llamaba The Ministry of Ungentlemanly Warfare (El Ministerio de la guerra no caballeresca), cuyo fin era, según sus propias palabras, "poner a Europa en llamas" (to set Europe ablaze). Para nosotros lo menos gracioso y mucho más importante es que Deakin cita, como primera acción de esa "guerra no caballeresca", "tomar parte en los confusos preparativos de conspiración contra el gobierno yugoslavo que a fines de marzo de 1941 debió firmar el Pacto del Eje". Esta actitud merece el siguiente comentario de Deakin: En rigor éste fue el primer experimento político, por cierto aislado, de la nueva organización" (S.O.E.)[9]. De lo antedicho cabe concluir que el golpe de Estado en Belgrado del 27/3/1941 y la destitución del gobierno Cvetkovic-Macek no fue, como sostienen los comunistas incluso en este Congreso. obra exclusiva de las amplias masas populares" bajo la conducción del Partido Comunista Yugoslavo, sino también la primera acción británica en la conducción de la guerra política.
A continuación Deakin subraya que la guerra política dentro de la guerra militar coincidió, de hecho, con la agresión alemana a la Unión Soviética. Entonces la situación militar en toda Europa cambia radicalmente. "Los rusos -dice Deakin- tenían un concepto coherente y diametralmente opuesto" sobre las operaciones militares y políticas. Entonces, y especialmente después del primer mensaje de Stalin a los pueblos oprimidos de Europa, en que recalcó expresamente que "la lucha contra Alemania no debe considerarse como una guerra consuetudinaria... ni guerra entre dos ejércitos"; la guerra cambia de forma y se convierte en guerra clandestina también. Mihailovich, jefe de los guerrilleros nacionalistas servios chetniks, convencido de que los Aliados desembarcarían en los Balcanes, rehusó combatir hasta que finalizara la guerra. Deakin dice "que para Mihailovich el elemento político era de mayor importancia y lo que le interesaba era el balance político en Yugoslavia al término de la guerra". Visto eso, el Comando Británico en El Cairo decidió establecer contacto con los guerrilleros comunistas de Tito, lo que se hizo bajo la dirección de Maclean y Deakin. "La decisión -continúa Deakin- de estrechar vínculos y prestar el máximo apoyo a Tito, fue una decisión exclusivamente británica y sólo tras largas argumentaciones los norteamericanos siguieron el mismo camino". Deakin se esfuerza por justificar el apoyo prestado a Tito que, según él, contribuyó a la rápida terminación de la guerra. Resumiendo su referencia a las guerrillas en Yugoslavia, Deakin conjetura:
"Es un punto discutible y que provocaría gran controversia si se lo formula en forma categórica, el del efecto en el territorio de Yugoslavia de la abstención británica de establecer contacto con y prestar ayuda a las fuerzas yugoslavas. Semejante discusión no cuadra del todo en este informe, pero quiero exponerla como punto de controversia, respaldado por la incontestable evidencia histórica, que la ayuda británica a Tito, de modo completamente imprevisto e inesperado, jugó un papel decisivo en convencer a los rusos de que los británicos habían proyectado deliberadamente toda esta operación por razones políticas ulteriores, y en provocar suspicacia entre los rusos acerca de la total lealtad del movimiento partisano yugoslavo a la causa del comunismo internacional, y por ende llevó a la ruptura entre Yugoslavia y los rusos en 1948".[10]
Si bien el maquiavelismo inglés resulta a veces más cruel de lo que jamás imaginara el mismo Maquiavelo, nos parece demasiado audaz esa aserción de Deakin, para ser considerada como un pronóstico serio de acción futura de un hombre político. No es cosa de extrañar que los "discípulos" de Churchill, egresados de Oxford y Cambridge, se sintiesen embelesados en los montes de Bosnia y en las costas dálmatas por "el encanto" de Tito, desprovistos de imaginación y de ideales, no sabiendo qué hacer en su casa y previendo que los días del Imperio Británico estaban contados, indecisos sobre qué camino tomar, hacia el marxismo reformista o revolucionario, y diesen su adhesión a Tito y a sus comunistas en un país para ellos, entre otras cosas, extraño y misterioso. Pero que ellos ya entonces imaginaran que engañarían incluso a los dirigentes del comunismo mundial y al mismo Stalin y que muy pronto enturbiarían las relaciones de Tito con los agentes comunistas en su imperio balcánico, nos parece más poesía y sueño que apreciación seria de un historiador. Huelga señalar que al hablar de Grecia e Italia envueltas en las guerras de guerrillas como Yugoslavia, Deakin afirma que tanto el gobierno británico como sus agentes en Cercano Oriente no dudaban ni un momento que no se debía permitir que en esos países ocurriera lo mismo que en Yugoslavia, es decir, que se establecieran regímenes comunistas. En consecuencia, lo admitido en Yugoslavia no se podía admitir en los clásicos países mediterráneos en los que se creía que los intereses británicos estaban en pugna evidente con la expansión comunista y el imperialismo ruso.
IV
Qué política o, más exactamente, qué políticas seguía Norteamérica respecto a las guerrillas y los movimientos de Resistencia nacional en Europa, incluso Yugoslavia, fue el tema de la reseña histórica, del profesor Norman Kogan. "Todo análisis de las políticas norteamericanas -dijo Kogan- respecto a los movimientos europeos de resistencia en la segunda guerra mundial, requiere un examen previo de ciertas posiciones históricas fundamentales que ofrecen los supuestos esenciales de esas políticas". Las tres posiciones fundamentales eran: 1) la tradición aislacionista en la diplomacia, norteamericana; 2) la herencia wilsoniana de los dirigentes norteamericanos, 3) la entrada tardía de los EE.UU. en la segunda guerra mundial, dos años y cuatro meses después del ataque nazi a Polonia.
1) La tradición aislacionista de la diplomacia norteamericana significaba que tuvo escasa o ninguna experiencia con los complejos y enredados problemas de la política europea; en primer lugar, la diplomacia norteamericana sabía poco o nada de esos tan complicados problemas de la Europa Central, del Sudeste europeo, de los Balcanes y del Mediterráneo. Por eso, la política norteamericana trataba de no inmiscuirse en los intrincados problemas de guerrillas y de resistencias, negándose a comprometerse con acción alguna con respecto a la reestructuración política o social de la Europa postbélica. En el peor de los casos, prefería dejar a los británicos la voz decisiva en la solución de esos problemas. "La preocupación principal norteamericana era ganar la guerra en el tiempo más breve posible y con el menor número de víctimas. En cuanto un movimiento de Resistencia podría contribuir a que alcancemos ese objetivo lo apoyábamos. El apoyo era prestado exclusivamente sobre "la base de la estimación militar sin criterio político alguno".
2) Tanto el presidente Franklin Delano Roosevelt como el Secretario de Estado Cordell Hull fueron herederos auténticos de la tradición wilsoniana. Esta, en opinión de Kogan, consistía: a) en la desconfianza hacia toda política de equilibrio de las grandes potencias; b) en la adhesión a los principios de autodeterminación de los pueblos asentados también en la Carta del Atlántico; y c) en la oposición al imperialismo, De ahí la desconfianza de Roosevelt en el general De Gaulle y en todas las acciones de los refugiados que ya en el curso de la guerra querían elaborar planes para el futuro. Roosevelt y Hull no admitían que las armas norteamericanas fuesen empleadas para tales fines. Se oponían enérgicamente a que durante la guerra se plantearan problemas territoriales. En resumen ambos aborrecían de los movimientos de guerrilla por temer que dichos movimientos privaran a los pueblos, después de la guerra, del derecho de elegir el gobierno que más les convenga. La opinión oficial norteamericana era que todos esos problemas deberían resolverse una vez terminada la guerra.
3) Por haber entrado tardíamente en la guerra, EE.UU. se ocupaban en primer lugar de prepararse bien para las acciones bélicas, luego poner sus pertrechos militares a disposición de sus aliados Gran Bretaña y Rusia y, por último, contemplar el problema, de ayudar a los movimientos de resistencia. Washington, por otra parte, empezó a interesarse por los movimientos de resistencia apenas después del desembarco en Italia y cuando los rusos se acercaban a Polonia.
Analizando cada uno de los movimientos de resistencia en Europa, Kogan constata que por cierto los más graves problemas surgían en Francia, Italia, Yugoslavia y Grecia. En esos países existían "movimientos de resistencia leales a los gobiernos exilados y otros en conflicto con éstos. La situación en Polonia era más grave aún, pues se trataba de los gobiernos en el exilio, uno patrocinado por la Unión Soviética y otro por Inglaterra y EE.UU. Cábenos señalar la afirmación de Kogan de "que el rasgo fundamental de la política norteamericana respecto a Europa Central consistía en considerar esa zona fuera de la esfera de su influencia. La posición norteamericana era que no se debería formular política alguna respecto a los problemas de la Europa Oriental y que sería mejor dejar que los británicos se encargasen de esos asuntos, salvo los problemas susceptibles de afectar los sentimientos en los EE.UU. Uno de esos problemas, como se sabe, era el polaco. Según datos recientes esclarecidos ahora también en fuente oficial, contenidos en los documentos de la Conferencia de Teherán, publicados por el Departamento del Estado, se reafirma la opinión generalizada de que el argumento principal esgrimido por Roosevelt en sus deliberaciones con Stalin sobre el problema polaco era que él no quería perder en las futuras elecciones votos de los polacos radicados en Norteamérica.
Con respecto a Grecia y Yugoslavia de análoga situación, Kogan afirma que los norteamericanos seguían, en líneas generales, la política británica. Hasta julio de 1943 -constata Kogan- los británicos apoyaban a Mihailovich, quien colaboraba con los alemanes y los italianos. En septiembre de 1943 Churchill manda a Maclean al cuartel de Tito, con el fin de tomar decisión sobre el apoyo a sus guerrilleros. En diciembre de 1943, durante la Conferencia de Teherán, Churchill decide respaldar a Tito, fundando ese paso en que él era el único que combatía al enemigo en Yugoslavia. Roosevelt da su conformidad a esa decisión y desde entonces las relaciones entre los guerrilleros de Tito y los Aliados occidentales se estrechan cada día más. Kogan, empero, subraya que los EE.UU. establecieron contacto directo con Tito apenas en los últimos días de la guerra y a raíz, de la crisis triestina, después de invadir las fuerzas de Tito a Istria y las zonas adyacentes. Kogan relata aquí toda una serie de conflictos surgidos entre el general Alexander y los guerrilleros de Tito y destaca que esta vez los norteamericanos insistían en que toda la zona en disputa de Istria Trieste e incluso Fiume, fuera ocupada por los Aliados y puesta bajo el Gobierno Militar Aliado (AMG). "Desde el 28 de abril de 1945, cuando el Comando Supremo Aliado impartió la orden al general Alexander de ocupar a Venecia Julia, hasta el 9 de junio, cuando fue concluido un acuerdo formal sobre la participación, la constante en la posición norteamericana -dice Kogan- era abstenerse del empleo de fuerza contra los guerrilleros comunistas yugoslavos". En el fondo de esta "constante" de la política norteamericana Kogan descubre muchas razones que rigen las acciones diplomáticas de Washington. La primera razón sería evitar el inútil derramamiento de sangre, especialmente de quienes luchan contra el enemigo común. La segunda razón era que Truman se negaba a librar la lucha can los guerrilleros de Tito, lo que detendría a muchos contingentes norteamericanos en los Balcanes y en Italia, necesarios en el frente del Pacífico, donde la guerra con el Japón seguía siendo una incógnita. La tercera razón era de orden político: la opinión pública norteamericana no comprendería la guerra entre aliados y la necesidad de mantener a las tropas yanquis como fuerzas de ocupación en los países amigos. Por último, la razón de peso era también entorpecer las relaciones con Rusia desde que el gobierno norteamericano contaba con la intervención rusa contra el Japón. Así y todo, el 8 de mayo de 1945 Truman decide oponerse enérgicamente a Tito en la cuestión de Trieste y la diplomacia norteamericana reacciona vigorosamente contra la ocupación de Piamonte y la Venecia Julia por parte de Francia y Yugoslavia, respectivamente, destacando que ésas medidas atentaban contra el restablecimiento de la paz. A diferencia de la política norteamericana reacia al empleo de fuerza con respecto a los movimientos de resistencia, los ingleses, y el mismo Churchill, no vacilan en recurrir a la fuerza si se esperan resultados positivos. Analizando así las acciones de la diplomacia norteamericana, Kogan saca la conclusión de que Washington deseaba evitar a toda costa conflictos armados entre aliados y al mismo tiempo no definirse antes de terminar la guerra sobre los problemas de la creación o formulación de la paz futura. Sin decirlo expresamente, Kogan demuestra a las claras cuán difícil era para los británicos y norteamericanos asentar cimientos sólidos de una paz justa y de un orden democrático en el mundo, mientras que los dirigentes comunistas, considerando y respetando únicamente la fuerza, pudieron estructurar un mundo en el que ocupan una posición nunca soñada. Que eso es sí lo confirma también el nuevo libro de Kennan, en el que quedan correctamente caracterizadas y definidas todas esas actitudes ingenuas, infundadas, casi irreales, y las reacciones sentimentales y morales, lo que con razón Kennan llama rasgo no sólo de la diplomacia anglosajona sino del carácter anglosajón también.
V
Mas, antes de comentar esa política, veamos cuál es el punto de vista oficial de la historiografía soviética, expuesto por su delegado en el Congreso aludido, el general E. Boltin. En el mismo comienzo de su extensísimo informe escrito se entiende, con el estilo de la historiografía soviética oficial ad usum delphini, donde la verdad histórica está supeditada a las contingencias políticas e ideológicas, y, por lo tanto, no es verdad, Boltin define en los siguientes términos el carácter de la guerra contemporánea:
"Los historiadores soviéticos opinan que en la historia del mundo pueden delinearse con claridad dos tipos de guerra: las guerras anexionistas, es decir injustas, y las guerras de liberación, es decir justas. Si la guerra se libra para conquistar nuevos territorios, para oprimir y esclavizar a los pueblos, para robustecer el yugo externo o en nombre de la dominación de los explotadores, tal guerra es injusta. En cambio, si la guerra se libra en nombra de la liberación del país de la invasión enemiga, en nombre de la libertad y la independencia nacional, para liberarse del yugo de los explotadores y colonialistas, esta guerra es justa.
Tal guerra es capaz de entusiasmar a las masas populares que se unen activamente en la lucha armada bajo la bandera de la liberación. Los fines justos de la guerra devienen fuente inagotable de la alta moral de sus participantes, de su firmeza, de su coraje y de su heroísmo".
Consecuente con esta tesis, Boltin afirma que la segunda guerra mundial cobró el carácter de una guerra justa y lógica cuando la agresión alemana se extendió a la Unión Soviética. "La segunda guerra mundial -dice textualmente- que se desató del conflicto de dos alianzas imperialistas, empezó en el bando enemigo de Alemania a cambiar su carácter, sólo en el momento en que las amplias masas populares iniciaron la lucha antifascista. Desde entonces la guerra adquirió paulatinamente su carácter justo, de liberación y antifascista. Ese carácter se cristalizó y definió después de la entrada en la guerra de la Unión Soviética a raíz de la agresión hitlerista". Es menester destacar que con ese punto de vista coincidía totalmente la tesis de los comunistas yugoslavos, quienes antes de la guerra germano-soviética, definían la guerra como conflicto entre dos capitalismos y después de junio de 1941 la interpretaban como conflicto entre democracia y fascismo empezando por organizar la resistencia y la guerrilla.
Hablando del supuesto apoyo que la Unión Soviética prestó a movimientos de resistencia en Europa, en el capítulo referente a Yugoslavia, Boltin destaca que los partisanos yugoslavos fueron entre los primeros en organizar la resistencia y que contribuyeron notablemente al desencadenamiento de las guerrillas en toda Europa. Boltin no menciona que la diplomacia soviética había reconocido primero a Mihailovich; y que luego, bastante después, empezó a patrocinar a Tito y a sus guerrilleros. En cambio, tratando de afirmar, donde puede, la lógica y la consistencia de la tesis soviética destaca que también en la "liberación" de Yugoslavia el factor soviético fue decisivo, más decisivo de lo que reconoce la tesis oficial actual de la historiografía de Tito. Por lo tanto nos parece superfluo citar medias verdades propagandísticas en un trabajo que pretende ser conciso y objetivo. El historiador francés profesor Henri Michel señala en su informe sobre "Los Aliados y la resistencia en Europa" que, incluso en marzo de 1942 la Unión Soviética, rechazó el pedido de Tito de abandonar a Mihailovich y apoyar a sus guerrilleros. En mayo de 1942, el Kremlin acepta la proposición del gobierno yugoslavo en el exilio cuyo ministro de guerra era Mihailovich, de elevar la legación de Moscú al rango de embajada. En agosto de 1942, Moscú manifiesta su disposición de enviar a una misión al cuartel de Mihailovich, lo que el gobierno exilado en Londres no acepta. Todavía durante es otoño de 1942 Moscú no satisface los pedidos de ayuda interpuestos por Tito, sino que le aconseja moderación y le recrimina por el carácter agresivo impreso a la guerra de guerrillas[11].
Sin embargo, surgen diferencias tan fundamentales en los puntos de vista sustentados por los anglosajones y los soviéticos, que pueden dar una adecuada respuesta a la tesis de la guerra perdida. Según el criterio soviético, toda guerra que dirigen los comunistas o en la que participa la Unión Soviética es justificada, lógica, justa y libertadora. La guerra en la que no participa la Unión Soviética y que los comunistas no dirigen, sea solos, sea en coalición con otras fuerzas, resulta no sólo innecesaria y negativa desde el punto de vista histórico, sino injusta, conquistadora e imperialista. En otras palabras, la tentativa de los exilados democráticos de liberar Cuba constituye una guerra injusta e imperialista, mientras que el aplastamiento armado de la revolución nacional húngara, realizado por los tanques soviéticos es una guerra justa. Con esta tesis soviética concuerda, también la política yugoslava, que ante la disyuntiva de ver a Hungría liberada del régimen comunista, aunque bajo el mando de Imre Nagy, aprueba la intervención armada soviética y condena el intento del pueblo húngaro a ser libre.
VI
Si enfrentamos esas dos tesis opuestas, la soviético-comunista y la anglosajona, analizando ciertos aspectos de la pasada guerra y el reciente fracaso de la invasión de Cuba, llegamos a la conclusión de que la liberación de los pueblos sometidos al yugo comunista no podrá realizarse si siguen en vigor los supuestos clásicos, llamémoslos anglosajones, según los cuales el factor político e ideológico debe separarse del factor militar. Como es obvio, no nos propusimos dar en la presente reseña un cuadro exhaustivo de todos los hechos y razones que contribuyeron a que la última contienda "resultase una derrota catastrófica para tantos pueblos de Europa y Asia; especialmente para la Europa sudoriental, y que por idénticos motivos puede perderse el continente latinoamericano. Sobre ese tema se ha escrito mucho, hasta demasiado. Nos hemos limitado a subrayar ciertos criterios expresados por los historiadores anglosajones en un Congreso, celebrado el año pasado. Podríamos referirnos también a los documentos de la Conferencia de Teherán, recientemente publicados, que demuestran, por ejemplo con qué ligereza, e irresponsabilidad discutía Roosevelt con Stalin sobre el destino de la Europa oriental. Esa ligereza, ese desconocimiento de problemas y realidades en cuestión, constituye también el tema central del libro de Kennan, cuya lectura recomendamos al lector; pues allí advertirá con cuánta ignorancia de los hechos históricos y con qué incomprensión de los problemas actuales, los estadistas occidentales están resolviendo esos problemas y dictan la suerte de otros pueblos. Kennan constata. que el Occidente viene perdiendo la batalla con el comunismo mundial a partir de 1917, o sea desde sus comienzos, cuando nace y conquista el poder en el más vasto país europeo-asiático, subdesarrollado o menos desarrollado. A partir de 1917, los comunistas permanecen en el gobierno casi en todos los países que lograron sojuzgar, pues en ello los ayudan no sólo los conflictos internos de los países cautivos, sino también la total división moral y política del Occidente.
Sin embargo, por más hondo que Kennan penetrara y desentrañara los puntos débiles del Occidente frente al comunismo, no ha podido percibir ni decir toda la verdad. Al ridiculizar a ciertos intelectuales liberales en los países anglosajones, Kennan señaló en parte los defectos y peligros ínsitos en la política exterior anglosajona. Mas le faltó el coraje de incluirse a sí mismo y sus anteriores análisis en ese mismo liberalismo anglosajón, causa de esa debilidad occidental en pugna con el comunismo. Cuando se estudia la evolución de las relaciones diplomáticas entre los líderes democráticos occidentales y los déspotas asiáticos del Kremlin, se percibe que en cierta medida Churchill se daba cuenta de las consecuencias que podrían derivarse, mas Roosevelt no. Novicio en la política mundial, Roosevelt acaso haya dado más ímpetu a Stalin en sus desmesuradas pretensiones que cualquier movimiento comunista en país alguno. Roosevelt vio en Stalin su propio retrato proyectado a un terreno disímil, a la democracia de tipo anglosajón. Decepcionado con el capitalismo clásico, harto del conservadurismo, asqueado del fascismo, Roosevelt contemplaba el comunismo mundial con los ojos de su New Deal. Creyó de veras que el comunismo era un vasto movimiento de las masas populares, que necesariamente ha de ser justo para cada underdog. En Churchill veía el imperialismo, el conservadurismo reaccionario y la disgregación de una sociedad anticuada. Tales puntos de vista tuvieron que provocar la división fatal en el bloque occidental, crear aquel vacío político-geográfico, muy propicio para el avance del comunismo. Uno de los defectos fundamentales de los líderes occidentales es que, por falta de la inteligencia e iniciativa política, con su permanente vacilación posponiendo soluciones, rechazando la iniciativa y temiendo usar de la fuerza de la que disponen, envalentonan a los dirigentes comunistas impulsándolos a nuevas acciones. Los éxitos comunistas hasta ahora registrados no fueron resultantes de su superinteligencia o de la inevitabilidad histórica de la doctrina marxista, sino de la debilidad, diría orgánica, de la clase dirigente occidental incapaz de abocarse a soluciones radicales.
Cuando leemos diariamente que la diplomacia yanqui rehuye por principio el empleo de la fuerza y cuando se sabe que ésta es la política norteamericana, es obvio que los dirigentes comunistas pueden resolver cualquier problema sin recurrir a la fuerza, o mejor dicho empleándola a su modo específico. La naturaleza, de una gran potencia consiste en emplear todas las fuerzas materiales y morales de que dispone. EE.UU. dispone hoy de fuerzas que jamás tuvo potencia alguna. Si la Unión Soviética contara con esas fuerzas, es indudable que todo el globo se convertiría en feudo soviético. ¿Qué le falta pues, a los EE.UU.? La respuesta. a este interrogante es saber escoger. ¿Cuándo y en qué momento hacer uso de una parte de su poderío político y material? La razón principal de la actual supremacía soviética en el mundo radica en que los dirigentes soviéticos, en circunstancias más difíciles y con menos recursos materiales, supieron casi siempre, con poquísimas excepciones, hacer una selección correcta en la adopción de decisiones y en el uso de su fuerza política y militar. Si bien EE.UU. no es el tipo de gran potencia que en los siglos pasados lo fueron España, luego Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, incluso Italia, hoy representa un poderío tal que podría emplearlo para restringir y eventualmente eliminar la marcha imperialista soviético-comunista sobre el mundo. Hasta 1948 EE.UU. pudo, con escoger el momento político, sabiéndose el único país posesor de la bomba atómica, restablecer en el mundo, sin arriesgar la guerra, un orden de libertad. Stalin detuvo la expansión comunista en Italia únicamente por haber calculado que dicha expansión comunista provocaría la reacción norteamericana y eventualmente amenazaría al comunismo mundial de total liquidación, Aquí también la causa principal del conflicto con Tito, Tito actuaba contra sus planes en Trieste y Grecia, exponiéndolo a un conflicto abierto con los EE.UU., que Stalin en aquel momento no pudo aceptar. Actualmente, ¿qué puede contener a Khruschev para no insistir en sus desmedidas exigencias, si después de la guerra nada ocurrió capaz de convencer a los comunistas que Norteamérica está dispuesta incluso a recurrir a la fuerza? ¿Pudo conseguirlo la frustrada acción en Cuba? ¿Cuántos son quienes pueden percibir hoy el tenue matiz entre el apoyo prestado a los exilados cubanos, su desembarco en la isla mediante los barcos norteamericanos y la eventual invasión de Cuba mediante la expedición militar norteamericana? Aunque el caso húngaro haya afectado el prestigio de la Unión Soviética, es verdad también que la decisión soviética de impedir la liberación de Hungría con intervención armada, robusteció la convicción, en la opinión mundial, de que Moscú está dispuesto a defender con la fuerza las conquistas del comunismo, mejor dicho su programa imperialista.
Se plantea, pues, el problema de fondo: ¿Puede la democracia recurrir a la fuerza para resguardar la libertad amenazada en cualquier parte del mundo? Sabemos que éste es el quid de la controversia actual en el mundo libre. Ella, de hecho, desarma a la democracia de tipo norteamericano, que funda sus creencias democráticas en principios casi ético religiosos. Desde la era wilsoniana hasta ahora la visión norteamericana se proyectaba a un mundo mejor, más noble, más humano y más justo, que, de facto, se está realizando en el continente norteamericano y en ciertas partes de la Europa occidental. Para la realización de ese mundo, el empleo de la fuerza sería contradicción. Que la democracia no se haya decidido todavía a emplear la fuerza contra el comunismo, como la empleó contra el nazi-fascismo, no se debe a la falta de motivos, sino que ciertos círculos liberales del mundo libre siguen viendo en el comunismo la futura ola social y económica, los comunistas lo saben y por eso no cesan de ilusionar el mundo con su falso humanismo. Aterrorizar con la guerra es uno de sus hábiles instrumentos, que les facilita la conquista de nuevas posiciones desalentadores para el Occidente, que rehuye la guerra. La idea es ganar todo sin guerra; ese camino, inadecuado para el Occidente, pues vive en la euforia económica, y en el desenfreno moral, puede proporcionar éxitos más positivos a los comunistas que las argucias morales y sentimentales de los círculos occidentales ¿Por qué, e.g., el comunismo como movimiento representa gran fuerza en Italia y Francia, mucho mayor que en los países en que gobierna, mientras que el nivel de vida en Francia e Italia se eleva sin cesar y es más alto que en cualquier país comunista? Esa y muchas otras razones determinan que entre los intelectuales liberales en el Occidente se extiende el neutralismo y se prepara cada vez menos a la opinión pública para una aposición organizada al comunismo. Los jefes de los países occidentales no piensan siempre en la iniciativa o en la reacción contra el imperialismo comunista como lo hacen los dirigentes comunistas. En el mundo libre no existen partidos políticos con disciplina comunista, ni en los países comunistas hay fuerzas anticomunistas organizadas. El mundo libre hizo poco o nada por ayudar a esas fuerzas, inyectarles ese ímpetu y ese aliento que los dirigentes comunistas infunden a los partidos comunistas en el mundo libre.
VII
A esta altura de nuestra exposición, se plantea el problema del papel de los exilados en la eventual liberación de sus países del cautiverio comunista. El fracaso cubano es un ejemplo palmario de cómo no debe procederse con los exilados. Ante todo, el criterio que prevalece en ciertas oficinas estatales de que cada acción de los emigrados debe subordinarse a los intereses de las grandes potencias, es totalmente erróneo. Los exilados pueden coordinar sus acciones con los intereses de las grandes potencias y con sus gestiones diplomáticas y militares, pero esas potencias y sus organismos no deben nunca ni de modo alguno hacer de los exilados y de sus movimientos su mero instrumento. Los exilados en su lucha cargan con la responsabilidad moral e ideológica ante sus respectivos pueblos. Esa responsabilidad no coincide siempre con los propósitos de las grandes potencias. En el caso de Cuba, la reforma social y la reestructuración económica de la sociedad no concuerda con los intereses de cierto capital norteamericano, ni tampoco es programa común de todos los grupos políticos cubanos. Cuando ciertos oficiales norteamericanos aceptan el programa de unos grupos contra otros, no chocan sólo con los emigrados sino con los intereses del pueblo que quieren liberar. En el momento que el presidente Kennedy anuncia a los países latinoamericanos un amplio y progresista programa económico y social, la Alianza para el Progreso, que puede resultar decisivo en la contención del comunismo su aparato, y sin que él lo sepa apta por la cooperación con los elementos de derecha y antisociales en la liberación de Cuba del comunismo, comprometiendo así toda la acción libertadora.
Abordando ese problema y en aras de la imparcialidad quiero aclarar que no me opongo o, que las agencias norteamericanas encargadas de colaborar con los exilados, cooperen también, valga la expresión, con los elementos más reaccionarios, pero deben saber que su responsabilidad debe ser total y declarada. Los objetivos deben ser claros, perseguidos con tenacidad, aunque varíen las tácticas.
La situación más trágica respecto a las grandes potencias es indudablemente la de los grupos exilados de Yugoslavia. Se sintieron desalentados e innecesarios ante las acciones erróneas de las grandes potencias, cuando la discrepancia ideológica de Tito con Moscú fue encarada con desacierto en el Occidente y especialmente en los EE.UU. En lugar de vigorizar precisamente en ese momento la acción de los exilados, las grandes potencias, en primer lugar Norteamérica, hicieron cuanto estuvo a su alcance para borrarlos de las listas de los grupos exilados anticomunistas, incluso de la lista de las "Naciones Cautivas" con el sorprendente conocimiento de estas. Este error histórico es a la vez moral. Revela al mismo tiempo que el Occidente no sólo carece de una política anticomunista firme sino que está dispuesto a cooperar con ciertos movimientos comunistas, en caso de producirse, como consecuencia del ejemplo contagioso de Tito, su separación del bloque moscovita. Ese llamado realismo aparente acarreó más perjuicio que beneficio al Occidente. Aplicado al caso cubano, surge la pregunta lógica: si el capital norteamericano se invierte en el comunismo de Tito, ¿por qué no se procedió de igual modo en el caso cubano con el propósito de alejar la influencia soviética y china del hemisferio occidental y desanimar el comunismo interno? Es mucho más importante para Norteamérica tener una clara situación en la zona, del Caribe que en el Adriático, donde nunca es clara y segura mientras gobiernen allí los comunistas.
Con esa actitud la política norteamericana dio por tierra con la influencia política de los exilados de Yugoslavia[12]. En realidad, no existe el grupo unido de los exilados yugoslavos, sino grupos separados según los países que integran a Yugoslavia. Los políticos que emigraron durante y después de la, guerra y sustentan puntos de vista anticuados, han muerto ya o están par morir. Con ellos en el país murió también un viejo mundo que jamás volverá. Ni antes ni ahora en el exilio esos políticos quisieron resolver el problema fundamental de Yugoslavia: el problema nacional. Las grandes potencias todavía respetan la legitimidad yugoslava" e incluso Moscú, que infiere y revuelve todos los problemas nacionales e internacionales en los países viejos y jóvenes con estructuras multinacionales hasta ahora se abstuvo de ventilar problema nacional alguno en Yugoslavia[13]. Las grandes potencias occidentales temen la perspectiva de que se planteen nuevos problemas nacionales, sobre todo en el Sudeste europeo y expresamente en Yugoslavia. Tanto la política oficial coma la opinión pública liberal norteamericana consideran a Yugoslavia como una creación de Wilson y, por ende, le guardan lealtad. Entre los grupos exilados de Yugoslavia existen, grosso modo, estas divisiones: entre los servios, a diferencia de su postura durante la primera y la segunda guerra mundial, prevalece el criterio de que Yugoslavia es más necesaria ahora que nunca a la nación servia. Los servios son partidarios de Yugoslavia debido a sus intereses exclusivos y permanentes. En este punto coinciden tanto la reacción como la derecha y la izquierda servias. En el momento que sería factible de veras una auténtica federalización de Yugoslavia con la igualdad de todos los pueblos componentes y otra capital que no sea Belgrado, sino alguna ciudad céntrica del país, los políticos servios en su mayoría se dividirían y tenderían a la formación de la Gran Servia. Esta postura calculada y ficticia de los exilados servios respecto a Yugoslavia agrava la posición de los exilados croatas sin imposibilitarla.
Los grupos exilados croatas, si bien desunidos ante las alternativas futuras, son más fuertes que en ninguna oportunidad anterior. En todos los continentes los intelectuales exilados croatas hacen sentir su presencia. Se puede decir que los exilados croatas han planteado en forma clara, inequívoca y unánime el problema de la autodeterminación nacional croata y del Estado croata. Aunque existen entre los croatas, como entre los demás grupos, disensiones internas, éstas no son de índole nacional sino político-social. La prueba difícil para los exilados croatas vendrá cuando se plantee el problema de la liberación del comunismo. ¿A quién se dirigirán las cancillerías de las grandes potencias? La experiencia nos enseña que se dirigirán a los elementos oportunistas, quienes seguirán los intereses y las órdenes de los órganos, con frecuencia no interiorizados en los problemas, de las grandes potencias. Precisamente lo que ocurrió durante la guerra pasada y ahora con Cuba. Por eso se requiere no sólo un bloque unido de los exilados -muy difícil en tiempo de paz sino también fuertes núcleos dentro del país que sepan lo que quieren y estén capacitados para tomar las riendas en sus manos en el momento de la crisis.
VIII
Primero el fascismo, luego el comunismo contribuyeron a la destrucción del viejo mundo, y si bien el ciclo fascista está casi concluido, queda por terminar todavía el ciclo comunista. Desde 1914 y hasta hoy, mi generación navega rumbo a la libertad que acaso no llegue a alcanzar. Nuestro ideal era que el hombre puede existir y progresar únicamente en la libertad y que cualquier forma de gobierno que restrinja la libertad debe ser, tarde o temprano, derribada por la voluntad y la fuerza del hombre.
Si el hombre de la era atómica no pierde el autocontrol y no sobreviene el fin del mundo, estoy convencido de que el principio de la libertad será el elemento principal que acabará con el comunismo. El destino del mundo en una u otra dirección será sellado tal vez en el curso de los próximos 25 ó 50 años. Dos generaciones de hombres libres que nos siguen tienen la posibilidad de resolver los problemas fundamentales no sólo del Occidente y el Oriente sino de la humanidad. Espero que en estas generaciones aparecerán en nuestro país, hombres dignos de la misión de contribuir a la liberación del pueblo croata del comunismo y asentar las bases de una vida mejor.
[1] Aludo a Tad Szulc, el corresponsal de New York Times, quien en abril de 1961, días después de la invasión de Cuba, escribió una serie de artículos documentados, mostrando cómo y de qué modo los órganos de la agencia estatal C.I.A., encargados de la dirección técnica y política de la invasión, habían ignorado a los elementos más progresistas y más dinámicos entre los emigrantes cubanos. Leyendo esos informes recordé los tiempos de guerra en que órganos semejantes procedieron de igual manera con respecto a los exilados de Yugoslavia, perdiendo así la batalla contra Tito. Parece que en esta organización no hubo cambio alguno ni siquiera después de las experiencias con el comunismo durante la guerra, ni después de la guerra, ni tampoco tras los sucesos ocurridos en Hungría en 1956.
[2] Theodore Draper, Cuba and U.S. Policy, publicado en The New Leader, 5 de junio de 1961. Draper, autor de dos conocidos libros: The Roots of American Communism y American Communism and Soviet Russia, analiza en su trabajo el fracaso norteamericano en forma íntegra, mostrando una vez más que no se pueda luchar con el comunismo sin principios, sin ideas y con los oportunistas, incapaces de asumir el poder en su patria por su mentalidad extemporánea. Quienes se interesan de esos problemas, deberían también leer sin falta el primer ensayo de Draper, Castro's Cuba: A Revolution Betrayed?, publicado en The New Leader, en el número del 27/3/61. En mi opinión éstas son las dos exposiciones más exhaustivas de la tragedia cubana.
[3] George F. Kennan, Russia and the West Under Lenin and Stalin (Rusia y Occidente bajo Lenin y Stalin), Little, Brown and Company, Boston, 1961. El libro entero es un análisis científico y documentado de los métodos occidentales en la conducción de las acciones políticas y diplomáticas con las Unión Soviética. "¿Qué vemos al enfocar retrospectivamente - dice Kennan en la página 147 - desde este punto de vista (se refiere a la conducción de la acción política con los comunistas) - todas esas series de episodios registrados en la Conferencia de Paz? Vemos, en primer lugar, la falta espantosa del más mínimo acercamiento íntimo entre vario: gobiernos aliados. Nunca conciliaron sus diferentes puntos de vista sobre lo que suponían debería ser el mundo una vez vencida Alemania. Estaban combatiendo por diferente causa pretendiendo, a través de un fluir continuo de frases hermosas, luchar por causa idéntica. Su confrontación con el problema ruso quitó el disfraz de la mayor parte de este equívoco y esta hipocresía". En otro lugar, Kennan reconoce las deficiencias características del sistema democrático de gobierno desde el punto de vista de la conducción de la política extranjera" (p. 148). Subraya que la misión de la diplomacia debería ser "estilo, perseverancia y vigilancia permanente" (p. 147). Por último, habla también del "parroquialismo anglosajón". "Todos nosotros representamos a una sociedad en la que las manifestaciones del mal han sido cuidadosamente escondidas y sublimadas en la conducta social de la gente como en su misma conciencia" (p. 148). Sobre esos y semejantes rasgos de la política anglosajona escribí yo también en las revistas norteamericanas The New Leader y Commentary".
[4] En pos de ilustración del papel desempeñado por The New York Times, diario norteamericano de lo más responsable por cierto, cabe recordar que ese diario fue el primero durante la guerra en lanzar a Tito, dedicándole unas cuantas páginas en el reportaje de su corresponsal Cyrus Sulzberger, y también el primero en propagar la figura y la lucha de Castro, en una serie de reportajes de la Sierra Maestra escritos por su corresponsal Herbert Matthews. En los dos casos, ambos corresponsales presentaron a los líderes de la resistencia como nuevas fuerzas nacionales. Si bien Sulzberger no ocultaba que Tito era comunista, destacaba que su tipo de gobierno sería "democrático" y que estaba respaldado por las fuerzas nacionales. Matthews, en cambio, calificaba el movimiento de Castro como un gran movimiento nacional democrático. Es interesante señalar que mientras la propaganda castrista elogiaba a Matthews como un "gran norteamericano", el portavoz de Tito, Dedijer, calificó a Sulzberger, tras la publicación de sus artículos protitistas, de "gangster de la pluma", no obstante haber Sulzberger ensalzado en ellos el heroísmo de Dedijer.
[5] Gracias a la cortesía del profesor Franco Venturi me fue accesible todo el material de ese Congreso, guardado en el archivo de la Resistencia italiana en Turín. Los participantes italianos en el Congreso se proponen publicar en un libro el material íntegro. Un informe extenso y exhaustivo sobre el Congreso fue publicado en la revista mensual Resistenza, editada en Turín; N° 4, Año XV, abril 1961: El resumen de los trabajos principales fue dado en forma extensa con el prólogo del profesor Venturi.
[6] La exposición de Plenca, parcial e inexacta, presentada en el Congreso versaba sobre "El movimiento de liberación nacional en Yugoslavia y los Aliados".
[7] M. Pijade, La fable de l'aide soviétique a l'insurrection nationale yougoslave, Belgrado 1960.
[8] Como introducción a su trabajo leído en el Congreso, el profesor Deakin cita las palabras del duque de Wellington: "Siempre tuve horror de revolucionar a cualquier país con los fines políticos. Siempre decía que, en caso de producirse una sublevación espontánea vaya y pase, pero no se debe incitar a los pueblos, ya que eso es una responsabilidad terrible". Tal el criterio británico en la conducción de la guerra que, diríamos, todavía prevalece en los principales cerebros militares de Gran Bretaña y Norteamérica. La política y la guerra son dos nociones diferentes, con dos ratos diferentes.
[9] "And in addition S.O.E. agents played some part in the confused preparations of the conspiracy against the Yugoslav Government which at the end of March 1941 was about to sign the Axis Pact. This was in a sense a first political, and indeed isolated, experiment of the new organization". Citado según el informe de Deakin: Great Britain and European Resistence, p. 8.
[10] Informe de Deakin, p. 21.
[11] No me refiero a los informes de los ex delegados albaneses, checoslovacos y húngaros, si bien interesantes en la medida en que señalan el papel desempeñado por la Unión Soviética en la guerra de guerrillas. El informe albanés atribuye toda la organización de esas guerrillas, incluso dentro de Albania, no a los partisanos yugoslavos sino a la Unión Soviética. En un lugar subraya que los guerrilleros albaneses ayudaron a los yugoslavos y combatieron hombro con hombro en el territorio yugoslavo, donde habitan los arnautas (los albaneses). En el informe italiano, redactado por Ferruccio Parri y Franco Venturi, se destaca que la historia completa de la resistencia no puede escribirse hasta tanto Yugoslavia no publique todo el material sobre la cooperación entre los partisanos italianos y yugoslavos. En el Congreso predominaba la impresión de que el material de las delegaciones comunistas era pura propaganda y, por lo tanto, parcial. Para que el cuadro de la resistencia fuera más completo y más objetivo, opinamos que debieron participar el Congreso, los delegados de los grupos exilados, que participaron en los movimiento de liberación nacional, sin distinción alguna.
[12] La conocida organización de los exilados Free Europe Inc. (Europa Libre), que en su lista de pensionistas cuenta con un par de políticos "yugoslavos", es un ejemplo flagrante de cómo se dejaron desvanecer las más nobles esperanzas y como se malgastaron energías positivas para lograr muy poco o nada. La culpa exclusiva no recae sobre los norteamericanos, sino también sobre muchos exilados de los países comunistas, incapaces de exponer el problema comunista ante la opinión pública norteamericana en forma franca e independiente. Free Europe no consiguió la colaboración de los mejores especialistas norteamericanos en los problemas del marxismo y el comunismo, sino que se convirtió en una organización de hombres sin convicción, que buscan su propio sustento, haciéndose así innecesaria e impopular en los EE.UU. Es un ejemplo cómo no deben formarse las organizaciones anticomunistas. Sobre los problemas de liberación de los pueblos de Europa sudoriental escribí años atrás con más extensión en los periódicos norteamericanos. Mi artículo principal sobre este tema se publicó bajo el título Beyond Containment to Liberation, en Commentary, septiembre 1951 p. 226-231. En dicho ensayo critiqué la estática y la acción íntegra del Comité de la Europa Libre, analizando asimismo ciertos criterios norteamericanos sobre la resistencia anticomunista.
[13] Sobre el problema macedonio se escribe y discute últimamente mucho más que antes. Se publicó en inglés el libro muy objetivo: Macedonia, Its Place in Balkan Powers de Elizabeth Banker, Ed. Royal Institute of International Affairs, Londres 1950 El profesor Lunt de la Universidad de Harvard publicó el libro de lecturas macedonias con el diccionario y la gramática del idioma macedonio. Existen nutridos núcleos de macedonios exilados, muy activos El problema macedonio es de importancia vital no sólo para los Balcanes, las relaciones greco-yugoeslavas y búlgaro-yugoslavas, sino también para el problema nacional dentro de Yugoslavia, donde en el equilibrio de las fuerzas nacionales frente a la hegemonía servia, los croatas tienen en los macedonios sus aliados y colaboradores.