LA ACTUALIDAD DE BOSCOVICH

Pedro Marcelic

 

Studia Croatica, Año II, Buenos Aires, enero-marzo de 1961, N° 2

 

El astrónomo, matemático y físico Rogerius Josephus Boscovich nació, hace 250 años, en 1711 en Dubrovnik-Ragusa, República que logró mantener su independencia y soberanía desde el Medievo hasta la llegada de los ejércitos de Napoleón.

Ciudad-Estado de Dubrovnik, situada sobre el borde oriental del Adriático, supo hacer frente, durante siglos, a sus dos poderosos vecinos, la República véneta y el Imperio otomano, con la sola arma que estaba a su alcance: su diplomacia.

En el período entre los siglos XV y XVII los turcos invadieron y sojuzgaron casi la totalidad de las tierras habitadas por los croatas. Además de Dubrovnik y otras ciudades de costa croata, solamente una pequeña franja alrededor de Zagreb, que se denominaba "reliquiae reliquiarum olim inclyti Regni Croatiae", pudo contrarrestar la avalancha otomana. Es por eso que las letras croatas florecieron principalmente en Dubrovnik que, además de independencia, gozaba de riquezas conquistadas por su flota mercante[1]. Estas letras estaban impregnadas de latinidad en tal medida que aún en el siglo XVIII, cuando en otras partes ya el latín había sido reemplazado por los idiomas nacionales, muchos poetas de Dubrovnik lo usaban a la par del idioma materno. Los habitantes de las "Reliquiae" manifestaban la misma propensión, a pesar de la ancha cuña otomana que los dividía que la Ciudad-República, y ellos emplearon el latín coma idioma oficial en su parlamento (Sabor) hasta el año 1848.

El siglo XVIII, que empezó con decisivas victorias cristianas sobre los turcos, fue muy próspero para Dubrovnik. Su flota mercante agregó nuevas riquezas a las ya acumuladas y el siglo de las "luces" irradiaba nuevas ideas a esta ciudad fronteriza.

En este ambiente nació y creció Boscovich, hijo de comerciante. A la edad de 15 años entró en la orden jesuítica y se alejó pronto de su patria para cursar la escuela superior de la orden en Roma. Allí; terminados sus estudios, actuó como docente y luego como profesor en la escuela superior de la Orden. A la edad de 25 años publica su primer trabajo, un estudio sobre las manchas solares. Esta publicación, como casi la totalidad de sus obras, está escrita en latín. El estudio mencionado v otros tratados más amplios, sobre trigonometría esférica, sobre la naturaleza de las cantidades infinitamente pequeñas, introducidas en la matemática por Leibniz y Newton, le aseguraron, aun antes de su trigésimo aniversario, reputación de astrónomo y matemático eminente.

Por eso se le confió, junto al jesuita La Maire, la medición de la exacta longitud del meridiano terrestre, tarea en que se ocupaban muchos matemáticos y geómetras de Europa y que determinó la adopción de la nueva unidad de longitud: el metro. Mientras se dedicaba a este trabajo inventó un nuevo estativo para los instrumentos ópticos muy semejante al que casi un siglo después, independientemente, construyó Gauss.

Durante su estada en Italia, entre los años 1736 y 1756, publicó diez obras, algunos de cuyos títulos mencionamos: De viribus vivis (1745); De lumine (1748); De aestu maris (1747); Elementa matheseos universalis (en tres tomos, 1754); De lege virium in natura existentium (1755), etc., pero se ocupó al mismo tiempo de problemas técnicos, así, por ejemplo, del avenamiento de "los pantanos Pontinos".

En el año 1757 emprende viaje a Viena, donde ante la corte Imperial ha de representar a Lucca en un pleito con Toscana. Sin embargo, además de esta misión diplomática oficial Boscovich se consideraba -en éste y otros viajes-, representante inoficial pero permanente de su país, porque a pesar de pasar casi toda su vida fuera de su pequeña patria, mantuvo siempre vínculos muy estrechos con sus hermanos y su ciudad. Lo demuestran sus numerosas cartas, conservadas en el archivo de Dubrovnik, dirigidas a sus hermanos, escritas en el idioma materno: el croata. Así, en una carta escrita durante su estada en Viena, Boscovich hace mención de un desfile de las tropas imperiales, al que asistió y en el que participaron "nuestros croatas".

En Viena se dedicó también a solucionar algunos problemas técnicos que le plantearon los arquitectos imperiales, y fue allí que publicó su obra más importante: Philosophiae naturalis theoria redacta ad unicam legem virium in natura existentium (1758), a la que nos referiremos más adelante.

Dos años más tarde visita a Francia para pasar luego algunos meses en Inglaterra, donde lo nombraron miembro de la "Royal Society". En esta época escribió una obra científica en verso: "De solis ac lunae defectibus" que dedicó a dicha academia. Luego viajó a Polonia y Turquía para efectuar observaciones astronómicas y publicó un diario de sus viajes.

En el año 1763 es profesor de matemáticas en la Universidad de Pavia; pero pronto acepta la invitación del gobernador austríaco de Milán, donde se dedica a la construcción del observatorio astronómico de Brera y dicta cursos de astronomía y óptica. En Milán concibe la idea de un experimento óptico que decidiría sobre la conformidad de las dos teorías con las que se trataba de explicar la naturaleza de la luz, la corpuscular y la ondulatoria, que entonces y hasta nuestros días, estaban en pugna.

No llega a efectuar este experimento, pues por razones personales abandona a Milán y en el año 1773 se radica en Francia, cuya ciudadanía adquiere. Hasta el año 1782 desempeña las funciones de director de óptica de la marina francesa, pero en esta fecha, por razones de salud y por discrepancias con los enciclopedistas, especialmente con D'Alambert, vuelve a Milán. Allí se dedica a la redacción de una obra sobre óptica y astronomía. Sin terminarla, muere en el año 1787.

Los pocos títulos citados, de su mucha más amplia obra, indican por sí solos que todos los problemas actuales de las ciencias físico- matemáticas del siglo XVIII, están tratados en sus obras. Pero Boscovich no era solamente un "hombre de ciencia" al estilo imaginado por nuestro siglo. Su personalidad era mucho más rica. Así su disposición de escribir versos latinos sobre todo tema, lo señala como un humanista, uno de los últimos, sin duda.

A. Huxley lo designa astrónomo- cortesano. Es cierto que Boscovich era asiduo a círculos cortesanos y diplomáticos, pero esta circunstancia no puede disminuir su prestigio científico. ¿No era acaso de la misma disposición el rasgo de uno de los más grandes genios, G. W. Leibniz?

De todos modos, este anacrónico latinista y hombre de mundo supo concebir ideas que excedían el horizonte de sus contemporáneos. En efecto, los conceptos vertidos en su "Philosophiae naturalis, etc." son todavía actuales o, mejor dicho, se hicieron actuales casi doscientos años después de su publicación. Mientras que las demás obras de Boscovich pueden hoy día interesar solamente al historiador de la ciencia, en la obra citada se desarrollan ideas que, como dice Niels Bohr[2], influyeron profundamente las nuevas ideas sobre la constitución de la materia.

En rigor, esta obra no expone una teoría física en el sentido moderno, porque para ello carece de bases experimentales. Las partículas elementales de que habla Boscovich no podían estar sujetas a experimentos de laboratorio hasta nuestro siglo. En el siglo XVIII ni siquiera la existencia de tales partículas podía demostrarse. Tampoco los físicos del siglo XIX estaban en condiciones de juzgar en qué medida las especulaciones ontológico- matemáticas de Boscovich, corresponden a la realidad física. Apenas nuestro siglo atómico pudo apreciar el valor científico de su hazaña.

Boscovich de ninguna manera es el divulgador de la física de Newton, como lo afirman algunas enciclopedias. Sus conclusiones, exactas o no, están al margen de la física de Newton, ya que Boscovich afirma:

a) Que la ley de gravitación de Newton es válida sólo para las distancias terrestres con las que damos en nuestra vida diaria y para las distancias astronómicas, pero no para los diminutos espacios correspondientes al tamaño de las supuestas partículas. Estas, según Boscovich, están sujetas a fuerzas repulsivas y atractivas alternativamente según sus distancias, siempre que se trate de distancias atómicas; al llegar a distancias del orden macroscópico, las partículas ejercen una fuerza atractiva solamente, de acuerdo con la ley de Newton. Tal comportamiento está matemáticamente definido con la "curva de Boscovich".

b) Que las supuestas partículas elementales no poseen extensión espacial, sino son virtuales puntos geométricos desde los cuales actúa la fuerza de repulsión o atracción.

c) Que cualquier movimiento es relativo y que es imposible diferenciar entre movimiento absoluto y relativo.

Como ya se dijo, a estos planteos les faltaba en el siglo pasado, la base experimental y por lo tanto no podían considerarse como principios científicos. Así ocurrió que ciertas ideas de Boscovich fueron aceptadas y ensalzadas ya mucho antes de la era atómica pero no por físicos, sino por un filósofo que odiaba la materia: Federico Nietzsche: En su obra "Jenseits von Gut und Böse" Nietzsche asigna a Boscovich la misma trascendencia que a Copérnico, porque, como él dice, mientras Copérnico nos enseñó no creer en nuestros sentidos, arrancando la tierra de su aparente inmovilidad, Boscovich desmaterializando el átomo nos liberó de la última ilusión de nuestros sentidos: la materia.

Entre los físicos, el primero fue Lord Kelvin que, al principio del siglo, señaló la importancia de los conceptos de Boscovich para la física del átomo, en sus "Baltimore Lectures", subrayando: "Debemos volver a Boscovich y pedirle nos explique la diversidad cualitativa de las distintas substancias químicas mediante diferentes leyes de fuerza entre diversos átomos".

Esta afirmación, hecha en la época en que la física atómica estaba naciendo quedó confirmada medio siglo después por el hecho de que al presente se están traduciendo al inglés las obras principales de Boscovich a requerimiento de muchos físicos. Es que, como dice L. L. White, miembro de la Royal Society, métodos de Boscovich poseen más bien las características del siglo XX que las de los siglos XVIII y XIX y por eso solamente hoy pueden comprenderse y apreciarse. Por eso, Boscovich pertenece a la clase de los grandes que en el tortuoso camino del pensamiento humano lograron dar algunos pasos en la dirección correcta.

La Plata

 

 



[1] La prosperidad de Dubrovnik-Ragusa dejó rastros hasta en el idioma inglés, indicando argosy un barco con muy rica carga.

[2] En una carta dirigida a la Academia de Zagreb.