El Dr. Vjekoslav Vrancic y el presente texto

(Nota del traductor)

 

Vjekoslav Vrančić nació en Ljubuški, Herzegovina, en 1904. Estudió en el Colegio Comercial de Mostar y luego en la Academia Comercial de Sarajevo. Al recibirse, trabajó en la Oficina de Seguros para los Trabajadores.

A fines de 1929 renunció y emigró al Uruguay, partiendo desde Amsterdam. Siendo empleado del frigorífico Switf en Montevideo, le llegó el nombramiento, a mediados de 1930, como Delegado para la Emigración para la América del Sur del Ministerio de Asuntos Sociales, con base en Buenos Aires.

La estadía de Vrančić en Buenos Aires comenzó en el año de la gran crisis económica. Como Delegado para la Emigración, desarrolló una gran actividad buscando trabajo para los inmigrantes croatas en Argentina y, para aquellos que ya no podían luchar más, les arreglaba viajes de retorno gratuito a su patria. Durante su trabajo de 14 meses como Delegado, arregló el retorno de más de 4400 personas que se encontraban en Argentina, Uruguay, Brasil y Chile.

 

En Buenos Aires colaboró con el patriota croata Ing. Ivo Colussi, quien editaba el periódico “Croacia” en idioma castellano. Su actividad política incluyó también ayudar a traer a la Argentina al Dr. Branko Jelić, quien estableció la organización “Hrvatski Domobran” (La Defensa del Hogar Croata).

El Dr. Vjekoslav Vrančić estuvo en América del Sur (Uruguay, Argentina y Chile) desde octubre de 1929 hasta agosto de 1931.

 

En agosto de 1931 Vrančić retornó a Europa. Se trasladó a Viena donde continuó sus estudios. Se graduó en 1934 y recibió el doctorado en economía en 1936. Actuó políticamente en Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, terminada la cual regresó a la Argentina donde continuó su actividad política y escribió varios artículos y libros. Su obra más extensa es el libro en dos tomos: “Branili smo državu” – Defendimos el Estado, con un total de 870 páginas, que fue editado en 1985.

Del extenso libro del Dr. Vrančić hemos traducido seis capítulos de la sección que lleva como título EN AMÉRICA DEL SUR.

El texto que hemos traducido constituye una fuente de primera mano para conocer la historia de los croatas en América del Sur, y particularmente en la Argentina.

El Dr. Vjekoslav Vrančić falleció en Ramos Mejía el 25 de marzo de 1990.

 

Dr. Vjekoslav Vrančić

Branili smo Državu – Defendimos el Estado

 

En América del Sur

 

Capítulo 1. MONTEVIDEO

 

En Amsterdam nos ubicaron en una posada para emigrantes, propiedad de la empresa de buques, en cuyo barco viajamos. Allí nos encontramos con algunos cientos de judíos que emigraban de Polonia y del Báltico. Emigraban familias enteras, con todo lo que podían traer con ellos.

El 7 de septiembre de 1929, nos embarcamos en el buque "Gelria", de 20 mil toneladas cúbicas, y cada uno fue a su destino. Nuestro grupo fue ubicado en el centro de la nave, en cabinas para cuatro personas. Los emigrantes judíos recibieron grandes dormitorios comunes en la proa y en la popa de la nave. Seguramente eran más económicos que los nuestros. De ellos nos enteramos que se trasladaban a Brasil, y que organizaciones judías internacionales les negociaron la entrada a ese país.

Mi compañero de viaje Pero (Pedro) prefería pasar el tiempo con los inmigrantes judíos. Para él, era una experiencia entenderse con las personas que hablaban una lengua extranjera. De hecho, Pero se entendía fácilmente con los judíos de Polonia, haciéndoles preguntas usando las palabras más simples y ellos respondiendo de la misma manera. A la noche venía a verme, y me contaba la que había escuchado y visto. Su relato siempre terminaba con el pensamiento: "Dios mío, veo que ni siquiera somos los más miserables en el mundo!"

En nuestro camino nos detuvimos en los puerto españoles de Vigo y La Coruña, y luego en Lisboa, Portugal. En todos estos puertos abordaban viajeros españoles y portugueses, repatriados o nuevos emigrantes, que iban a lo de sus familiares. Por último, antes de dar la espalda por completo al Viejo Mundo, nos quedamos un par de horas en el puerto de Las Palmas en la Gran Canaria. Después de unos días de mar abierto, llegamos al puerto brasileño de Pernambuco. Allí el barco recaló y recibió carga, luego se detuvo en Río de Janeiro y Santos, donde descendió la mayoría de los pasajeros y la mayor parte de la carga.

A Montevideo llegamos el 1 de octubre de 1929. A Pero lo recibieron sus coterráneos, y a mí me estaba esperando mi amigo Mate (Mateo) Rebac. Hijo del supervisor de guardabosques Mijo (Miguel), Mate, después de la proclamación de la dictadura real (6 de enero de 1929) decidió emigrar a América. Ya como estudiante del séptimo año de la escuela secundaria tenía problemas disciplinarios. Fue a Zagreb por un corto tiempo y luego regresó a su casa. De naturaleza inquieta y rápido para las palabras, era un problema para la policía, y el padre temía que Mate terminara en prisión. Estuvo de acuerdo en que su hijo emigrara a América, le pagó su viaje y le dio un poco de la herencia. Eligió Uruguay, por las mismas razones que yo, después de él. En ese momento no podíamos emigrar a otros países.

El primer día de mi estadía en Montevideo me alojé con Mate en su piecita. Conversando me pintó la situación en Uruguay de color negro. Hacía ya cinco meses que él estaba en Montevideo, pero no había comenzado a trabajar. En Montevideo, había un número de agricultores de Herzegovina, la mayoría de los cuales trabajaban en la construcción, especialmente en la construcción de un gran estadio donde se iba a llevar a cabo la próxima Copa del Mundo. Se ayudaban entre sí y ninguno de ellos pasaba hambre, ni Mate tampoco.

Conmigo en el viaje traje suficiente dinero para vivir modestamente unos dos meses sin ingresos. A mi madre le dejé fondos para tres meses de vida. Por lo tanto, tenía que empezar a ganar dinero lo antes posible. No podía contar aún con un trabajo de oficina o algo similar. Mi conocimiento de la lengua española no era suficiente para eso. Mis conocimientos de alemán, italiano, francés que obtuve en la escuela y que amplié después de la graduación, no me servían. El conocimiento de la lengua italiana facilitó mi aprendizaje del español, y me ayudó a orientarme.

Los alimentos en Montevideo, afortunadamente no eran caros. Por medio peso, lo que es igual a medio dólar, se podía conseguir un trozo considerable de pescado frito o comida similar con un pedazo de pan. Durante el primer mes ese fue mi almuerzo y por la noche bebía café con leche o una taza de leche caliente con pan.

Mis coterráneos cercanos, herzegovinos, sabían que yo que estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo, pero me convencían de ser paciente, hasta que consiguiera un empleo que se adecuara a mis condiciones, y que no me preocupara por la subsistencia. Ellos eran campesinos: Ilija Stanić de Vitina, Marko Džeba e Ivan Blažević de Buna, cerca de Mostar, Ivan Musa de Čitluk, dos hermanos de apellido Primorac, y otros cuyos nombres no recuerdo ahora. Pero yo estaba obsesionado por la responsabilidad que tenía con mi madre y hermana, así que no podía aceptar su oferta.

De hecho, después de estar un mes en Montevideo acepté un lugar de sirviente en la familia del industrial Platera-Frühling. El doble apellido del industrial releva su ascendencia valona-flamenca. Conseguí ese empleo por medio de Jure Marinović, quien era natural de Podgora cerca de Makarska. Antes de su llegada a Uruguay, Jure había trabajado en Francia y aprendió el idioma, gracias a lo cual consiguió su empleo en lo de la familia Platera.

La señora Platera era uruguaya, hija de padres franceses. Ella tenía tres hijos, y estaba tratando de encontrar un sirviente con quien hablar en francés, para que los niños se vean obligados a utilizar ese idioma. En sus dos años de estadía en Montevideo, Marinović aprendió también el español, y obtuvo un buen empleo en uno de los mejores hoteles.

Antes de abandonar el lugar, la señora Platera le pidió que la ayudara a encontrar un reemplazo. A fin de satisfacer ese pedido, Marinović vino a buscar entre nosotros, los croatas, a ver si podía encontrar a alguien que estuviera dispuesto a tomar su lugar. Al enterarme de esta posibilidad, le pregunté a Marinović y accedí a ir con él al día siguiente a lo de la señora Platera. Todos mis amigos querían disuadirme de mis intenciones, pero yo ya estaba decidido a tomar cualquier trabajo.

A mis amigos, entre los que se encontraba ahora también Iko Čizmić, de Zadvarje cerca de Omiš, les respondí que me informaran si aparecía la posibilidad de un empleo mejor, y que yo voy a trabajar como sirviente, si la Sra. Platera me acepta. Al día siguiente me llevó Marinović a una zona residencial de la ciudad, en la calle Agraciada, donde se encontraba la residencia de la familia Platera-Frühling. Fui presentado a la señora, quien empezó a conversar conmigo.

Parece que mi conocimiento del francés le satisfizo, porque después me dijo que podía empezar a trabajar al día siguiente. Iba a tener mi pequeña habitación, comida y 20 pesos de salario mensual. Al día siguiente mudé mis cosas y empecé mi trabajo, en el cual el primer día me guió Jure Marinović.

Mis primeros días de trabajo me costaron mucho, era un trabajo con el que no estaba familiarizado. Pero yo pensaba en la ayuda que necesitaba enviar a mi madre, y me alentó la esperanza de que con el tiempo iba a lograr un empleo más adecuado.

Por suerte, ¡el cambio llegó sorpresiva y rápidamente! Quince días después de comenzar mi empleo, me visitó Iko Čizmić y me comentó que su hermano Jozo, quien trabajaba en el frigorífico "Swift", se enteró de que había un lugar libre para un empleado calculista.

Ese trabajo lo estaba haciendo hasta ese momento Mario De Vusio, hijo de optantes italianos (nacidos en Croacia que habían optado por la ciudadanía italiana) de la isla de Vis, a quien habían ascendido en el trabajo. Mario hablaba perfectamente el croata y era amigo de los croatas, por lo que le comentó a Jozo que había una vacante. Al enterarse de esta posibilidad, Iko le comentó a su hermano de mi caso, y él se comprometió a presentarme a Mario.

El frigorífico "Swift" estaba ubicado en un suburbio llamado Cerro. De hecho, es una colina que cierra al oeste el puerto natural de Montevideo. El trabajo en el frigorífico comenzaba a las 7 de la mañana y tenía que reunirme con Jozo antes de esa hora para que me presentara a Mario. Por lo tanto no tenía otra opción más que conseguir que la señora Platera me diera un día libre. Con el pretexto de que desde mi patria había llegado un primo, la señora me permitió que esa noche fuera a la ciudad y tendría libre el día siguiente.

Al otro día a primera hora de la mañana fui con Ike al barrio del Cerro, en un pequeño barco que lleva a la gente desde el Puerto a los suburbios. Iko allí me contactó con Jozo, y éste me llevó al frigorífico. Después de eso el trámite se realizó de forma rápida y terminó con éxito.

Antes de ir a su lugar de trabajo, Jozo me presentó a De Vusio. Mario era un hombre de unos treinta años de edad, delgado, mediterráneo, de vivos movimientos, agradable. Había terminado el sexto año de la escuela secundaria en Split (Croacia). Su educación fue interrumpida cuando su padre decidió mudarse a América del Sur, porque como optante italiano no se sentía cómodo en la isla de Vis. En "Swift" trabajaba desde hacía cinco años en el departamento de cálculo industrial.

Ahora se había convertido en el segundo jefe del departamento de producción, y buscaba quién lo pudiera reemplazar. En su oficina me explicó el tipo de cálculo que realizaba, basado esencialmente en el sistema de medición anglo-americano, en pies y pulgadas. Entonces me preguntó: ¿crees que podrías realizar esta tarea? Le respondí que podía. Conmigo había llevado mi certificado de escuela secundaria, y cuando se lo mostré ya no dudó de esa posibilidad.

Después de la entrevista me llevó al contador principal, quien luego de una breve conversación, dijo que tengo que pasar un examen escrito. Me dio un par de hojas impresas para cálculos, que debía resolver. A eso del mediodía le entregué mis soluciones, y por la tarde me comunicó que podía empezar a trabajar. El salario sería de 70 pesos, y se deducirían unos 4 pesos para el seguro de los trabajadores. Los pagos serían quincenales.

De Vusio me felicitó y me pidió que cuanto antes empezara a trabajar. Me llevaron al departamento de personal, donde di mi información personal y recibí una tarjeta de identificación para tener acceso libre al frigorífico. Yo estaba feliz. Podría enviar a mi madre la mitad de mis ganancias, equivalentes a aproximadamente 1.800 dínares (moneda de la entonces Yugoslavia), cantidad suficiente para que dos personas pudieran vivir modestamente. Me tendría que arreglar con la otra mitad.

Esperé a Jozo Čizmić, mientras terminaba su jornada de trabajo. Le comenté el resultado y le agradecí por el favor. Se alegró de que me dieran el empleo, y aún más, de que no se había equivocado cuando me recomendó a De Vusio.

Después de eso me fui a casa. En el camino pensé cómo decirle a la señora Platera que renunciaría. No me sentía cómodo, porque lo de la llegada del primo no era cierto. Tenía que contarle, y me decidí a hacerlo.

En casa, le dije a la señora que me ofrecieron, a través de un amigo, un empleo de oficina en la planta "Swift" y que iba a tener 70 pesos de salario mensual. Le pedí que me diera permiso para dejar mi trabajo actual al día siguiente. Para mi sorpresa, la señora me respondió que me felicitaba y que podía salir del trabajo cuando quisiera. Por la noche, le informó a su esposo, quien también me felicitó.

Al día siguiente me despedí de la señora Platera y de los niños, quienes me caían bien. Fui al Cerro, y encontré una pequeña habitación, desde donde me quedaba cerca para ir a trabajar. El 22 de noviembre de 1929, siete semanas después del desembarque, comencé a trabajar en el frigorífico "Swift & Co.".

En el trabajo me sentía cómodo y mis superiores estaban satisfechos con mi rendimiento. Distribuí mi ingreso neto de modo de enviar a mi madre las ganancias de la primera quincena y el ingreso de la segunda sería para mi sustento. Esa cantidad no era suficiente para vivir, para llegar a fin de mes, entonces con Ante Martinović, electromecánico de Mostar, alquilamos una pieza compartida en el Cerro. Él trabajaba en un frigorífico que pertenecía al Estado y que estaba cerca de la planta "Swift".

Él sabía cocinar bien y cómo en el frigorífico podía comprar carne a un precio de descuento, preparábamos nosotros mismos la cena. Para reducir los costos, me levantaba temprano, así podía caminar para llegar a tiempo al trabajo. Cansado después del trabajo de ocho horas, yo regresaba a casa en colectivo. Así mi compañero de cuarto, Ante, podría ahorrar algo de dinero, y yo iría progresando modestamente.

En los primeros días de mi estadía en Montevideo tuve la oportunidad de conocer a un caballero de ascendencia croata, un médico cirujano de renombre y político uruguayo de reputación, era el Dr. Arturo Lussich. La administración austro-italiana en Dalmacia había distorsionado el apellido de su padre Filip Lukšić, natural de Sutivan, en la isla de Brač, cuando en 1837 éste abandonó su tierra natal y se trasladó a Uruguay.

La casualidad quiso que, poco tiempo después de mi llegada a Montevideo, me enfermara de la garganta y necesitara ayuda médica. Entre los croatas en Uruguay se sabía en general que Filip Lukšić en su lecho de muerte le pidió a su hijo, el entonces joven médico Arturo, que curara gratis a todos los croatas enfermos que se dirigieran a él.

El Dr. Arturo, ya en sus sesenta años de edad, cumplía fielmente el deseo de su padre. Los croatas enfermos acudían a él. Fui yo también. Me examinó y encontró que en mi garganta brotaron granitos. Él tomó el instrumento apropiado y eliminó los brotes. Después de eso me retuvo un rato y se interesó por las causas por las cuales habíamos abandonado nuestra patria en esos tiempos tan difíciles. Algo en español, y un poco más en italiano, respondí a sus preguntas. Él asintió con la cabeza y antes de mi partida, me dijo que lo podía visitar, si de nuevo necesitaba ayuda médica.

Políticamente, el Dr. Arturo Lussich pertenecía al partido conocido como "Partido Blanco", a diferencia del "Partido Colorado", como se llamaba a la organización política oponente.

Al principio estos dos colores, que identificaban a los partidos, no tenían significado ideológico. Se usaron por primera vez en 1830 después de la declaración de independencia de la República del Uruguay, cuando los dos luchadores por la libertad, el General Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera, se enfrentaron por el liderazgo estatal.

En esa lucha los partidarios de Lavalleja se llamaban "blancos", y los de Rivera "colorados". Ganó Rivera y tuvo el honor de ser el primer presidente de la República hasta 1835. Desde entonces y hasta 1903 la presidencia se la rotaron entre presidentes electos y generales que asumían el poder de facto, unas veces eran de un partido y otras del contrario, mientras que ese año los "colorados" aplastaron el levantamiento del general "blanco" Aparicio Saravia y se fortaleció la autoridad del Presidente, el político "colorado" José Batlle y Ordóñez. El gobierno de Batlle se caracterizó por la aplicación de importantes reformas sociales y, apoyado por amplias capas de votantes, obtuvo ventajas en todas las elecciones estatales.

Contando con la alta reputación que disfrutaba por entonces el diputado Dr. Arturo Lussich, el partido "blanco" intentó en 1927 volver al poder, proponiéndolo como Presidente de la República. Pero el intento falló. El candidato de la oposición, Juan Campisteguy, venció a Lussich por pocos votos.[1]

Por lo demás, nuestras vidas, la mía y la de mi amigo Martinović, eran simples: ir a la fábrica, volver de la fábrica, y a las tareas domésticas. Los domingos íbamos al centro de la ciudad, nos encontrábamos con amigos, tomábamos café y charlábamos. Entre los recién llegados estaba mi amigo de la infancia, Viktor Bogut, de Mostar.

Así continuó todo, sin mayores cambios hasta finales de junio de 1930, cuando me sorprendió una noticia que llegó desde mi patria. Una tarde, después de regresar a casa del trabajo, me esperaba un telegrama que venía del otro lado del océano. Abrí el sobre con miedo por la noticia que podría contener, primero miré de donde vino. Me calmé cuando vi que no era de mi familia, sino que el remitente era mi amigo Nikola Precca (Preka). En el telegrama Nikola me preguntaba si estaría dispuesto a aceptar el puesto de jefe de la Delegación para los Inmigrantes para América del Sur, con sede en Buenos Aires, dependiente del Ministerio de Asuntos Sociales. El salario mensual era de 250 dólares. Me pidió una respuesta telegráfica, que ya estaba pagada.

Por las noticias de los periódicos yo sabía que Preka y otros dos croatas trabajaban para el gobierno del general Pero Živković, y que él estaba a cargo del Ministerio de Asuntos Sociales. Así que ahora me ofreció el cargo en una institución en Buenos Aires, que dependía de él.

Yo no sabía qué hacer, por lo que mostré el telegrama a mi amigo Martinović y le pedí su opinión. Sin dudarlo, respondió que era un trabajo de oficina, que yo era de profesión oficinista y me sugirió que aceptara la oferta. Trabajado allí podía ayudarme a mí mismo, y desde ese lugar seguramente ayudaría también a muchos inmigrantes en problemas.

Pero todavía no podía decidir sobre una respuesta, hasta no oír opiniones del resto de mis amigos en Montevideo. Esa noche fui al centro de la ciudad, me encontré con Mate Rebec y le di el telegrama para que lo leyera. Le pedí que durante el día siguiente hablara con los otros amigos de Herzegovina, y que ellos decidieran qué debía hacer. No quería responder al telegrama hasta no escuchar sus opiniones.

Al día siguiente vino Mate al Cerro, me informó que se reunió con una decena de compatriotas, y que todos coincidían que debía aceptar el trabajo. Todos dieron la misma razón: ayudarse a sí mismo y a los demás. Esa misma tarde volví con Mate al centro de la ciudad, fui a la agencia telegráfica "ltalcable", a través del cual había recibido el telegrama, y respondí que aceptaba el lugar ofrecido.

El 4 de julio de 1930, encontré en casa la respuesta telegráfica, que decía: "Te he nombrado Delegado para los inmigrantes en Buenos Aires. Preséntate inmediatamente en la Legación para entrar en servicio. Ministro Precca".

Después de recibido el cable presenté mi renuncia al trabajo en "Swift" y pedí a la oficina de personal que dentro de lo posible, cuanto antes, me liberara de mis funciones. Me pidieron que trabajara hasta el 8 de julio, a lo que, por supuesto, accedí. Mario de Vusio se hizo cargo de las tareas que yo realizaba hasta que encontraran un sustituto adecuado.

Entre los muchos croatas, que trabajaban en el frigorífico, mi nombramiento como Delegado para los Inmigrantes fue recibido con alegría. Quien más se alegró fue mi amigo Jozo Čizmić, a través del cual había conseguido el trabajo en el frigorífico.

Durante la tarde y la noche del 8 de julio me despedí de mis conocidos y amigos en el Cerro y en Montevideo, y a la noche partí en barco hacia Buenos Aires.

 

 



[1] Cantú César y Blanco Garzón Manuel, Historia universal, Editorial Sopena, Buenos Aires, Tomo X, 1950, p. 388 ss.

Većeslav Holjevac, Croatas en el extranjero. Matica Hrvatska, Zagreb, 1968, p. 195-217.