APUNTES DE SPLIT, parte 3 y última.

Terminado el semestre de clases, llegó el momento de las vacaciones por Croacia. Y si bien ya conocía buena parte del país por viajes anteriores (especialmente Dalmacia), todavía no había visitado ninguno de los lugares que formaban parte del itinerario: Zagreb, Rijeka, Opatija y Pula.

 

A Zagreb fui desde Split en autobús y aquí va el primer comentario: la falta de comodidad de los asientos obliga a realizar paradas en la ruta, a la vieja usanza. Un detalle que me encantó porque, después de todo ¿qué apuro tenía? Viajaba acompañada de una pareja de argentinos que había conocido la noche anterior, con quienes compartí un desayuno delicioso en un paraje remoto. Nos reíamos pensando que nos sentíamos como en Atalaya, pero todo en croata. Eso sí, casi quedamos varados en el camino porque el conductor no se andaba con chiquitas: terminado el tiempo reglamentario de pausa, puso el vehículo en marcha y se iba sin nosotros.

 

Zagreb me en-can-tó, y después de tres meses y medio en mi querida Split, la ciudad me parecía Manhattan. Ahí sí podía sentir el ritmo de ciudad y además disfrutar de un color casi 100% local, porque había muchísimo menos turismo. Me alojé en un departamento en la Ciudad Alta y fue una excelente elección. A pocos metros de la Iglesia San Marcos y, por lo tanto, del edificio que aloja al Parlamento (Sabor), mi vista coincidió con la votación que detonó la caída del gobierno local. Quedé sorprendida por la tranquilidad de la zona aún en medio de una crisis política de tal magnitud: el único indicio de que algo sucedía lo daban los periodistas (cinco o seis) apostados a unos metros de la entrada del Parlamento. Con la llegada de algún vehículo se agrupaban para entrevistar al personaje en cuestión, quien respondía unas preguntas y entraba tranquilamente al edificio. Sin corridas, sin histeria, sin divismo…pura Croacia.

 


 

 

 

 


 

 

 

El ambiente cambiaba radicalmente, eso sí, durante los partidos de la Eurocopa. Cientos de hinchas se congregaban frente a las pantallas gigantes ubicadas en Plaza Ban Jelačić (Trg Bana Jelačića), cerveza en mano, para disfrutar el encuentro. No recuerdo contra quién jugaba Croacia el día que vi el partido en la Plaza, pero doy fe de que, incluso con la alcoholemia por las nubes, aplaudían cada tiro libre, córner o jugada más o menos beneficiosa para la selección nacional. A mí me encanta el fútbol y me pareció una manera muy sana de disfrutarlo. Sí, soy consciente de que no en todos los casos es así, y de que cada equipo local tiene su pequeño grupo de cavernícolas, pero en lo que respecta al público en general, un aplauso para ellos por tomarse el fútbol como lo que es: un deporte.

 

No intento con este relato escribir una guía de viaje, sino de experiencias, pero de todas formas les dejo los lugares que más me gustaron de la capital croata, una selección muy personal pero que tal vez les sirva: el Atelier Mestrovic, el Jardín Botánico, la calle Ivana Tkalcica, el Museo Mimara y el de Artes y oficios (Muzej za umjetnost i obrt). Me encantó la arquitectura y la escala humana que tiene la ciudad, llena de espacios verdes, un sistema de tranvías súper eficiente y kilómetros de bicisendas. Comí riquísimo (la pastelería –mi perdición– me pareció muy superior a la de Split) y hasta vi un peliculón en el cine Europa, que tiene una programación buenísima y además de cine extranjero subtitulado al croata, también pasa películas locales subtituladas en inglés.

 

La segunda escala de la gira me llevó a Rijeka. Súper emotivo para mí porque allí nació mi abuela, pero –hasta donde yo conocí– sin demasiado atractivo turístico. Lo que sí me llamó la atención fue la influencia italiana en la ciudad, mucho más intensa a medida que se ingresa en la península de Istria.

 

 


 

 

 


 

De Rijeka recalé en Opatija que, lamento decirlo, me desilusionó un poco. Tal vez mi expectativa era demasiado alta, no lo sé. Quiero decir, si uno vive en Zagreb, es una distancia perfecta para disfrutar de la playa y alguno de los súper hoteles de la ciudad. Pero yo venía de las maravillosas playas de Split, así que eso no me resultaba un atractivo particular, y los espectaculares palacios de la zona (son realmente increíbles), bueno…después de uno, dos, diez…ya me parecía todo lo mismo. De todas maneras, los aliento a pasar por ahí porque realmente vale la pena conocer la ciudad: es realmente distinta y una muestra fabulosa del lujo del Imperio austro-húngaro. Creo que mi error fue pasar allí tres noches, y en un hotel súper top: demasiado tiempo y demasiado poco croata todo. Destaco de allí la arquitectura, la comida, y el maravilloso Lungomare, un paseo peatonal con una vista increíble sobre el Adriático, que recorrí desde Opatija hasta Lovran, un pueblito que me encantó (y si los pies ya no dan para más, pueden hacer el camino de regreso en bus o en lancha). Tal vez en la próxima visita me aloje en Lovran y vaya a Opatija por el día.

 

 


 

 

 

 

 

 


 

La escala final de la gira fue Pula, que me encantó, con su célebre anfiteatro y una impronta bien italiana. Disfruté muchísimo todo el viaje, y pude apreciar la diversidad de Croacia. Es como si fueran varios países en uno: Zagreb con su ritmo de ciudad y su arquitectura centroeuropea, Rijeka con su impronta de puerto y ciudad industrial, Opatija con su aire de pequeña Viena al borde del mar y Pula con su herencia romana siempre presente.

 

El regreso a Split me planteaba una disyuntiva: viajar 15 horas en autobús o hacer el mismo trayecto en una hora y media de hidroavión. El dilema me duró bastante poco, sobre todo porque en Split veía a los pequeños avioncitos amerizar cada día y ya no podía más de las ganas de subirme a uno. Se trató de mi bautismo en hidroavión y lo recomiendo efusivamente: fue un placer sobrevolar a tan baja altura las islas croatas, y hasta aterrizamos en una para cargar combustible. 

 


 

 

 

 

 

 

 

 


 

¡Qué felicidad volver a Split! Ya extrañaba  “mi” ciudad y a mis amigos.

Estaba lista para disfrutar la playa el resto de mi estadía, y zambullirme en el Adriático casi como si se tratara de una prescripción médica. Así que cada mañana ponía proa a Marijan y algunos días volvía a la playa también al atardecer, a esa hora en general a Trstenik.

 

Encontré que el verano y, especialmente, el comportamiento playero, es el mejor ejemplo del “estilo croata” que tanto valoro. No existe “la” playa de moda, nadie está en pose, y a ninguna mujer se le ocurre –independientemente de su edad- pasarse tres horas produciéndose para llegar al mar. Amigos de playa que se conocen hace 70 años se mezclan con grupos de adolescentes, locales con extranjeros, familias, parejas, compañeros de colegio de vacaciones y dueños de yates anclados a metros de la orilla: todos disfrutan de la playa y el Adriático por igual.

 

 


 

 

 

 

 

 


 

Aunque al principio las piedras de la playa se me clavaban en los pies al mejor estilo “tortura china”, me negué rotundamente a comprar el calzado ad-hoc. La estrategia dio resultado: terminé prefiriendo, y por lejos, las playas de piedra a las de arena. Pero la diferencia con las playas de mi infancia no reside sólo en el “suelo”: así como en el invierno las “corrientes de aire” ocupan parte de la dinámica diaria dálmata, en verano la obsesión es “sacarse el traje de baño mojado a cualquier precio”.

 

En Croacia todos nadan en el mar, y algunos van a la playa sólo para eso. Después de cada sesión de natación, se impone reemplazar el traje de baño mojado por otro seco. El asunto es cómo. Bien: los cambiadores tipo biombo curvo, dispuestos para tal fin, los usábamos sólo los turistas. Los croatas de pura cepa (hombres, mujeres, jóvenes y octogenarios) usan una toalla, con la que se envuelven antes de empezar con la representación, que se desarrolla en un acto para el género masculino y en dos para el femenino. Preparados, listos, ya: sale un bretel mojado, sale el otro, entra un bretel seco, entra el otro, sale por completo el corpiño mojado, respiro y reacomodo la toalla a la altura de la cintura, sale una pierna mojada, sale la otra, sale el culotte entero, entra una pierna, entra la otra, subo la malla, saco la toalla, fin de la obra. La coreografía dura sólo unos minutos y, aunque casi perfecta, no es infalible: según la respetabilísima mamá de un amigo, en 15 días en Croacia vio más culos que en sus 73 años de vida. Y si la correctísima señora puede decir “culos”, yo puedo escribirlo y respetar su textual.

 

Caminaba un día por la Riva con una amiga local, la temporada alta en su máxima expresión, y la imagen me quedó grabada como una postal. Le dije que eso que estaba pasando era, para mí, la síntesis del espíritu croata. Resulta que con el verano llegan a la costa infinidad de embarcaciones que compiten en lujo, tamaño, lucecitas, tripulación…todo lo imaginable y más.  Muchas amarran sobre la Riva, para placer (o disgusto, según cada quien) de los peatones. A otros, sin embargo, el espectáculo de ostentación les resulta completamente irrelevante: era el caso de este señor mayor que, sentado sobre un balde, pescaba con una tanza (¿o sólo dejaba vagar sus pensamientos con esa excusa?) al costado de una de estas embarcaciones. Su presencia allí, tan eterna como el mar que contemplaba, parecía marcar el límite, a veces tan difuso, de todo lo que es importante en la vida y todo lo que es completamente superfluo. ¿Cuánto se necesita, realmente, para vivir? A él parecía alcanzarle con un balde, una tanza y el mar. El lujo de la embarcación que tenía a 5 metros de distancia no lo intimidaba, ni siquiera lo inmutaba. Comenté todo esto con mi amiga, porque la escena me conmovió, y ella me sugirió que sacara una foto. Gran idea. No es la mejor imagen que van a encontrar de Croacia, pero se las comparto porque, para mí, es la síntesis perfecta del espíritu croata que tanto amo.

 

 

 

 

Las semanas transcurrían sin prisa y les aseguro que el grado de relax que puede alcanzar un ser humano después de pasar todo el verano en Split es indescriptible. La rutina de mar y playa, siesta, ensalada de pulpo, amigos, tardes enteras de charla, traguito fresco a la sombra, buena lectura, bistec de atún, palačinkes rafaello, los más ricos helados del mundo, las horas en alta mar, la música en calles y bares y, sobre todo, esa falta de urgencia, ese tiempo que transcurre en otra dimensión, son la combinación perfecta, casi celestial; representan el nirvana dálmata en su máxima expresión.

 

Pasé los últimos días en Split emocionándome por cualquier cosa, y no sé a quién se le ocurrió decir que los croatas son gente fría: los moqueos en las despedidas previas se transformaron en auténticos mares de lágrimas el día de mi partida. Conocí personas increíbles con quienes compartí unos meses maravillosos y únicos desde todo punto de vista. Y aunque sabía que iba a necesitar tiempo para que la experiencia decantara por completo, era consciente de que el “efecto Croacia” ya no tenía vuelta atrás: desde entonces, su esencia impregna mi visión de todo lo que me rodea.

 

En el viaje de regreso recordé que, a poco de llegar a Split, un queridísimo amigo me había vaticinado: “Vas a volver siendo otra”. “No –le respondí– voy a volver siendo más Yo misma que nunca”. Y así fue. Hvala vam puno dragi Hrvatska

 

PD: Si me dejan, me gustaría agradecer especialmente a Joza Vrljicak, por prestarme su espacio para contarles mi aventura dálmata, y a Adriana Smajic, mi profesora de croata en Buenos Aires, con quien aprendemos mucho más que idioma: nos enseña también a querer la cultura y costumbres croatas. ¡Gracias a ambos!

Y ahora, no es que haya ganado un Oscar (un Oskar, en este caso), pero les pido permiso para nombrar a los responsables de que esta experiencia fuera fantástica de principio a fin, y agradecerles inmensamente. En primer lugar, a mi familia y a mis amigos de toda la vida: ellos me alentaron a lanzarme a lo desconocido y me ayudaron a todo nivel. Estuvieron pendientes y disfrutaron conmigo a miles de kilómetros de distancia. Soy muy afortunada de contar con su amor y apoyo incondicional.

Y, por supuesto, un gracias inmenso a los amigos increíbles que sumé en Split: tendría que dedicar al menos otras tres entregas más para contarles cómo nuestra conexión fue instantánea, cómo nos ayudamos entre todos y, sobre todo, cómo nos divertimos. Croacia ES ellos: Paula, Agustín, Sandra, Alejandra, Maja, Diego, Lucía, Mariano, Mare, Daniela, Teana, Tonka, Mate y muchos otros -algunos que estaban de paso por Split y otros que eran amigos de amigos y con los que compartimos buenísimos momentos-. Junto a ellos, en el insuperable Marcvs Marvlvs como escenografía privilegiada, pasé un 2016 memorable. GRACIAS.