21. Aquí termino. No nos hubiéramos ocupado del pasado si no nos hubieran obligado. El Cardenal Aloysius Stepinac cumplió el mandamiento de amor hacia todos los hombres, hacia su pueblo y hacia su Iglesia. Por ello, nunca y en ningún caso, deseamos esgrimir este testimonio de amor como un estandarte del odio hacia nadie. Creemos en el divino Sermón de la Montaña y proclamamos nuestra verdad: nadie puede romper nuestra comunión, nadie puede dividir la sincera cohesión de los Obispos, los sacerdotes y los fieles en la unidad de la fe y del amor. Deseamos servir honestamente al alma y a la conciencia del pueblo al cual pertenecemos por nacimiento, por conciencia y por corazón. Esto es lo que nos enseña el Evangelio.
No queremos estropear las relaciones con nadie, pero no podemos renunciar, ni a la verdad ni a nuestra dignidad humana. Rogamos por la paz entre los hombres y los pueblos de la humanidad. Que la Santa Madre de Dios, Reina de la paz, pida con nosotros ese don. Deseamos la paz, pero en la justicia, la verdad, el amor y la libertad. Amén.
Declaración de la Asamblea de la Conferencia Episcopal de Yugoslavia
Nosotros, los Obispos católicos de la Conferencia Episcopal de Yugoslavia reunidos en Zagreb desde el 28 al 30 de abril de 1981 para nuestro capítulo anual de primavera, en respuesta a las afirmaciones de ciertos representantes de las instituciones públicas y de informaciones concernientes a la actividad de la Iglesia Católica, en forma unánime declaramos:
1. En el ejercicio de nuestro ministerio episcopal, respetamos y amamos a aquellos que actúan y piensan en forma diferente a la nuestra; sin embargo la verdad y el bien común no pueden ser indiferentes. Nunca perdemos de vista que la misión propia de la Iglesia no es de naturaleza política sino de orden religioso, es decir, que consiste en hacer conocer el Reino de Dios y la salvación de las almas. Estamos unidos a los pueblos a los cuales pertenecemos y somos legales ante la autoridad legal. Sin embargo rechazamos resueltamente las acusaciones vertidas contra nosotros, según las cuales tendríamos pretensiones políticas o querríamos reivindicar privilegios en la sociedad. Pero ningún Obispo puede renunciar al derecho de cumplir en paz su misión religiosa y moral, ni renunciar al deber de manifestar un juicio moral, cuando lo requieren los derechos fundamentales de la persona humana y la salvación de las almas.
2. Lamentamos que nuestro servicio pastoral, que tiene por fundamentos las leyes de Dios, sea a veces mal interpretado. En el caso de que estas leyes fueran violadas, por la discriminación sufrida por los fieles, nuestro deber es hacerlo conocer. Debemos señalar que traicionaríamos nuestra misión episcopal si nos calláramos y no defendiéramos, por todos los medios legales, a los fieles contra el ateísmo militante que machaca continuamente nuestra sociedad.
3. La constitución y la ley garantizan las libertades religiosas: por ejemplo, la libertad de relaciones con la Santa Sede, la libertad de nombrar los Obispos y de designar en los diferentes puestos de su ministerio a los sacerdotes y colaboradores del clero, la libertad de evangelizar y de enseñar catequesis, libertad de prensa religiosa, etc.
Sin embargo en la práctica, la mayoría de estas libertades están sensiblemente restringidas: por ejemplo, los creyentes en la sociedad y en la vida pública no tienen los mismos derechos que los otros ciudadanos, los padres y sus hijos están sometidos a continuas presiones en razón de la frecuentación de la catequesis. La fe y la Iglesia están totalmente excluidas de los medios de comunicación masiva; en ciertos hospitales los derechos a los Sacramentos están limitados; en los hospicios y las prisiones el consuelo y la ayuda de los sacerdotes, a menudo, están prohibidos; durante su servicio militar los creyentes no pueden practicar sus deberes religiosos; chocamos con graves dificultades cuando queremos construir nuevas iglesias y salas de catecismo.
4. En cuanto al Cardenal Stepinac, afirmamos ser los testigos de manifestaciones y veneraciones cotidianas y espontáneas sobre su tumba en la Catedral de Zagreb. Esperamos que llegue el día en que la Iglesia, después de haber examinado imparcialmente todos los testimonios, ratificará oficialmente el culto del que es objeto la persona del Cardenal Stepinac.
5. La Iglesia Católica en Yugoslavia ejerce su ministerio de la enseñanza de Cristo, en pleno acuerdo con la Santa Sede y en la unidad y la cooperación absolutas de los Obispos y de las iglesias locales de todos nuestros pueblos.
En el espíritu del Concilio Vaticano II, nuestra Iglesia está dispuesta a colaborar con las otras Iglesias Cristianas, con las diferentes comunidades de creyentes y con todas las sociedades al servicio del hombre, si esta colaboración está fundada en la igualdad, el entendimiento y el respeto mutuo. Deseamos vivir en paz con todos nuestros conciudadanos. Consideramos que el hecho de defendernos públicamente de estas acusaciones, reveladas públicamente, es un derecho fundamental para todos los ciudadanos, y que un diálogo libre y abierto es la mejor condición de la búsqueda de soluciones a todos los problemas litigiosos.
LOS OBISPOS DE YUGOSLAVIA. Zagreb, 30 de abril de 1981".